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INSONORIZACIÓN MORAL: ALARMAS
DESOÍDAS
El mundo actual parece proclamar a gritos la profunda debacle en
que nos vemos sumergidos, pero la inmensa mayoría no parece
percibir más que un continuo murmullo, o una feria donde todos
mienten. O peor aún, en donde la diferencia entre la verdad y la
mentira ha dejado de ser un criterio de validación. “La verdad
es aburrida”, parece ser el lema que se impone.
Lo cierto es que la pandemia no ha conmovido los cimientos del
campo sanitario, ni tampoco a la opinión pública. Las ansias del
tan mentado “retorno a la normalidad” barren bajo la alfombra
los miles de muertos. Desde el ámbito profesional y de gestión
sanitaria, el ambiguo pero innegable consenso de la necesidad de
alguna reforma quedó una vez más encallado por las disputas
políticas y los intereses corporativos.
El calentamiento global, por su parte, sigue sumando informes de
creciente urgencia, pero los mismos acuerdos endebles. Ya van 26
encuentros internacionales desde el primero en 1995, pero
luminarias como el encuentro de Kioto en 1997, el de París en
2015, se apagaron más tarde o más temprano. El más reciente,
Glasgow, ocurrió en 2021. Lo que insinúa que “cuanto más alta es
la alarma menos dispuestos parecemos a oírla”.
EL CALENTAMIENTO GLOBAL Y LA
SALUD
Lamentablemente, varios señalamientos que hiciéramos en una
columna del 2019, siguen siendo válidos. Recordemos que, entre
sus múltiples efectos, el calentamiento global influye en los
determinantes económico-sociales y medioambientales de la salud,
tales como aire limpio, agua potable, alimentos suficientes y
una vivienda segura. A lo que se suma la deforestación (o
desmonte), la contaminación acuática y terrestre (especialmente
vinculada a los residuos cloacales como los residuos sólidos
urbanos y los que provienen de las industrias), y fenómenos
climáticos puntuales, como terremotos, olas de calor,
inundaciones, entre otros.
Se calcula que entre 2030 y 2050 el cambio climático causará
unas 250.000 defunciones por año, debido a la malnutrición, el
paludismo, la diarrea y el estrés calórico. Y el coste de los
daños directos para la salud se situará entre los 2.000 y 4.000
millones de dólares. Se estima también que aumenten las sequías,
generando hambrunas y falta de agua potable. Al mismo tiempo,
aumentan las precipitaciones extremas, generando inundaciones y
alterando las fuentes de agua dulce que generan criaderos de
insectos portadores de enfermedades, como los mosquitos.
Mientras la emisión de gases efecto invernadero, sobre todo el
dióxido de carbono (CO2) asociado a la combustión de derivados
del petróleo, aumenta en vez de disminuir año tras año, la
deforestación empeora el problema al disminuir la cantidad de
“succionadores” naturales de dicho gas (los árboles). El propio
CO2, además, junto a otros gases y partículas, generan
contaminación que afecta a las personas vía la respiración.
La deforestación de bosques tropicales, además, genera
condiciones óptimas para la difusión de las plagas transmitidas
por mosquitos, como la malaria y el dengue, mientras que los
primates y otros animales transmiten enfermedades a las personas
desde los bosques diezmados. Un estudio de Geoffrey Donovan (1)
mostró comparativamente que existe una correlación entre la
menor cantidad de árboles y la mayor mortalidad humana. Por su
parte, el aumento de los viajes y traslados de personas esparcen
estas enfermedades geolocalizadas por todo el mundo,
incrementado por el fenómeno migrante.
LA CHISPA QUE FALTA
Leyendo la última parte del párrafo precedente, escrito
originalmente antes de la expansión mundial del virus
SARS-CoV-2, uno bien podría pensar que la pandemia del Covid-19
debería haber sido el factor detonante del cambio necesario.
Sigue faltando el sacudón que despierte a la humanidad para
afrontar los cambios estructurales que generan el creciente
calentamiento global y los comportamientos productivos,
distributivos y de consumo que están saturando al planeta de
contaminación, a la vez que hacen aumentar la desigualdad
socioeconómica global.
Sin embargo, la pandemia se ha parecido más a una suerte de
paréntesis que de signo de admiración. Todavía falta el punto de
inflexión que lleve a cambiar las cosas. Un nuevo equilibrio
entre decisiones gubernamentales, acuerdos de poder y convicción
ciudadana. No exactamente un consenso, pero sí un piso mínimo de
acuerdo sobre ciertos valores, cierto horizonte, cierto
reconocimiento de la realidad.
En el 2000 se publicó el libro The tipping point, traducido por
La clave del éxito, donde su autor, Malcolm Gladwell, un
periodista canadiense residente en Nueva York, advierte con
diversos ejemplos que existe un punto de inflexión a partir del
cual los efectos de un proyecto o idea se potencian al máximo
creando un cambio significativo. Para ilustrar el fenómeno,
curiosamente, realiza una analogía con la propagación de las
epidemias, señalando cómo los usos, costumbres, tradiciones y
pensamientos se difunden como una epidemia en una sociedad. “Ese
momento mágico en que una idea, tendencia o conducta social
cruza un umbral, se vuelca y se esparce como un incendio
forestal”, escribe Gladwell. De esta manera, siguiendo al autor,
mientras una epidemia viral depende del agente, el huésped
susceptible y el ambiente; la epidemia social depende de las
personas (ley de los pocos), la fuerza del movimiento (la
adherencia) y el contexto en el que se desarrolla.
La “ley de los pocos” es el principio por el cual en cualquier
situación cerca del 80% de la acción será llevada a cabo por un
20% de los participantes. En mayor detalle, distingue entre los
conectores, los conocedores y los vendedores. Los primeros son
aquellos individuos que por alguna razón conocen a un gran
número de personas. Los conocedores, de mayor importancia, son
en quienes confiamos al momento de exponernos a nueva
información; acumulan nuevos conocimientos y saben cómo
compartirlos. Son estos quienes empiezan “las epidemias de
boca-a-boca” debido a su conocimiento, a sus habilidades
sociales y a su capacidad de comunicarse. Finalmente, los
vendedores, o los “persuasores”, son personas carismáticas que
resultan clave para acceder a un gran alcance.
La adherencia, por su parte, depende de cuán bueno es el mensaje
o producto que se quiere esparcir. Para Gladwell, tener una
buena idea no basta, sino que es esencial que tenga una “caja
dorada” (de deseos), o toque especial que logre conectar con las
personas. El ambiente o contexto, finalmente, determina si el
momento es adecuado a la propensión del “virus” en cuestión, ya
que el comportamiento humano es sensible, perceptible y
fuertemente influenciado por su entorno. A este respecto, se
merece destacar lo expresado por Max Plank, el fundador de la
teoría cuántica, cuando afirmaba que “una nueva verdad
científica no suele imponerse convenciendo a sus oponentes, sino
más bien porque sus oponentes desaparecen paulatinamente y son
sustituidos por una nueva generación familiarizada desde el
principio con lo nuevo”.
Pareciera faltar ese punto de inflexión en que algo, que en
principio puede parecer intrascendente, tuerza una tendencia o
altere un equilibrio y genere un cambio, no necesariamente
radical ni violento, pero sí disruptivo y sostenido. Ese momento
de quiebre es por definición impredecible, pero las
circunstancias que lo hacen más probable están maduras. Para
bien o para mal, el bosque está seco. Porque el malestar está
presente, aunque sumergido en capas de resignación, apatía, y
escapismo hedonista.
Debemos salir de la “caverna digital” en que vivimos actualmente
en palabras del filósofo surcoreano Byung-Chul Han y volcarnos a
la experiencia de conocer y reconocer al mundo y a los otros.
Quizás así se genere el punto de inflexión necesario para
empezar a cambiar las cosas y enfrentar sin excusas un problema
real y complejo en el que estamos subsumidos.
1) Geoffrey H. Donovan, The
Relationship Between Trees and Human Health, American Journal of
Preventive Medicine, February 2013..
| (*) Doctor en Medicina por la
Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director
Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica
en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del
Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de
Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del
Aconcagua - Mendoza; Co Autor junto al Dr. Vicente
Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud
que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro
oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y
Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal
Integrado de Salud” (2012); “La Fórmula Sanitaria”
(2003). |
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