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Muchas veces me parece que la
judicialización de la salud implementada por la vía del recurso
de amparo tiene mucha razón de ser, ya que nos permite remendar
aquello que no hacemos bien.
Desde las organizaciones que gestionamos los sistemas de salud
tenemos que empezar por hacer una autocrítica en cuestiones que
parecen elementales:
1. Al no tener accesibilidad al sistema, el afiliado necesita
judicializar para tener la prestación.
2. Hay casos empíricos que necesitan un elemental principio de
racionalidad y criterio para determinar su sustentabilidad.
El sistema de salud argentino es en realidad un sistema
compuesto por el sistema público, donde los hospitales públicos
han tenido una incidencia fantástica. La seguridad social,
financiada con los aportes y contribuciones de los trabajadores.
El seguro privado o medicina prepaga, que se obtiene a través
del pago de una prima o seguro mensual.
En el caso de la Obra Social del Personal de la Actividad del
Turf, una obra social sindical (seguridad social), la pregunta
que uno se hace cuando comienza a hacer algo es ¿cómo se es
bueno en lo que se hace?
Nosotros, en 1997, con una muy fuerte pérdida de las fuentes de
trabajo y una obra social muy acotada, tratamos de abordarla
¿cómo se puede ser más eficiente?, ¿cómo se buscan nuevos
paradigmas? En 2020 nos enfrentamos a la pandemia de Covid-19 y
estas preguntas cobraron nuevo sentido en un contexto mundial
dramático.
Definitivamente, a fines de los 90, y también en 2022, el gran
paradigma lo constituye el costo de la asistencia sanitaria.
El costo de la asistencia sanitaria no es solamente de un
gobierno o del gobierno de turno, es el problema de todos los
gobiernos. No debe haber país en el mundo que no se encuentre en
estado de discusión con respecto a esta ecuación.
TECNOLOGÍA, ALTA COMPLEJIDAD Y
ATENCIÓN MÁS CARA
Si hacemos un recorrido hacia el pasado, a los años anteriores a
la penicilina, la asistencia sanitaria se definía en base a
concurrir al sanatorio para encontrar un poco de cobertura,
cobijo, alimentación y cuidado. El médico tenía frente a sí un
universo de oportunidades respecto de lo que podía hacer para
mejorar la calidad de vida de sus pacientes. Tenía pocos
instrumentos, no más que sus conocimientos, y estaba limitado
por el avance de la ciencia. Entonces, la autonomía y la
autosuficiencia tuvieron un rol fundamental en la construcción
de la medicina.
Un par de generaciones más tarde analizamos y nos encontramos
con un contexto absolutamente diferente, donde las cosas se
hacen con una complejidad que genera enormes desafíos, que nos
pone frente a la posibilidad de tratar médicamente tal vez todas
las enfermedades. Cada vez son menos las enfermedades para los
que hoy no existe ningún tratamiento, la inusitada velocidad con
la que se elaboró la vacuna contra el SARS-COV2 es un muy buen
ejemplo de lo que la ciencia se encuentra en condiciones de
realizar en la actualidad (con financiamiento suficiente).
Hoy no se puede garantizar que todo el mundo tenga asistencia
sanitaria, pero sí se puede garantizar la posibilidad de curar
casi todas las enfermedades. Lo concluyente es que no podemos
solucionarlo todo, a pesar de que el mundo tiene a su alcance la
disponibilidad.
Hace cinco décadas cada persona internada necesitaba dos
tratantes. Hoy se ha determinado que por cada paciente se
requieren quince profesionales de la salud.
Definitivamente la cultura de la autosuficiencia y la autonomía
ha cambiado, ha mutado y se ha agotado. La medicina se ha
especializado tanto que parece estar fallando en el trabajo de
coordinación en equipo, y la evidencia nos da la razón.
Miles de personas ingresan a los sanatorios y muchas adquieren
enfermedades que no tenían. Avanzamos tanto en la alta
complejidad y no vemos el peligro de contraer una infección
intrahospitalaria por la falta de higiene. Sin dudas, debemos
tener médicos, enfermeros y profesionales de la salud
increíbles, pero también es seguro que ellos no trabajan de
manera conjunta.
Cuando miramos el costo de la asistencia sanitaria estamos
desconcertados, porque es posible que esa necesidad de aplicar
tecnología implique también una falsa dicotomía: ¿se obtienen
resultados maravillosos? Puede ser, pero ¿a qué costo? A uno
carísimo.
La conclusión a la que arribamos es que no siempre lo más caro
es lo mejor, no siempre el mejor cuidado es el que tiene menos
complicaciones.
Ahora sí, podemos decir que tenemos esperanzas de obtener una
medicina de menor costo, más eficiente, más convencional y
orientada hacia el bien común. Porque si para obtener los
mejores resultados se necesita de la atención más cara, entonces
estamos enfrentándonos a graves problemas, de tratar de definir
quién accede a la salud y quién queda afuera de la cobertura de
salud.
Si, como se sostiene, el coronavirus llegó a las personas por un
mal vínculo ambiental entre animales (murciélagos, pangolines u
otras especies) y humanos, y por la presión que la civilización
ejerce sobre el hábitat de la fauna, quizá la respuesta
científica más eficiente no sea investigar el mejor anticuerpo
monoclonal posible, sino llevar mucho más lejos la investigación
zoonótica y la vigilancia ambiental. De eso hablamos cuando
hablamos de una medicina más orientada al bien común.
Mientras tanto, frente al desafío de buscar los mejores
resultados a menor costo, ¿cómo hacemos funcionar al sistema de
salud? ¿Cómo obtenemos la manera de cohesionar los elementos y
las piezas que hacen al engranaje sanitario?
No el mejor especialista hace la mejor medicina, debemos empezar
a meditar respecto de nuestras habilidades y abordar en el
recorrido de nuestras fallas.
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