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¿Pueden los financiadores de la salud seguir desafiando los
astronómicos precios que imponen en forma cada vez más frecuente
las BigPharma a sus moléculas monoclonales innovadoras y a las
futuras terapias génicas en el campo de la terapia oncológica?
Frente al imperativo bioético de “salvar vidas” o “dar todas las
batallas al cáncer”, y a los diferentes niveles de conflictos de
interés entre profesionales e industria farmacéutica, los
pacientes con patología oncológica, sus familiares y los médicos
tratantes a menudo están predispuestos a probar y aceptar nuevos
medicamentos con la esperanza que resulten ciertamente
efectivos.
Esto independientemente de la heterogénea perspectiva de
beneficio real que puedan aportar como valor, y sin tomar en
cuenta el impacto del precio. No resulta entonces exigencia
sencilla superar la simple cuestión respecto de su prescripción,
y enfocar con mayor certeza si tales medicamentos realmente
aportan suficiente mejora en la calidad de vida y el bienestar
como utilidad agregada. Este gap tensiona al sistema, ya que
incluye aspectos más emotivos que bioéticos, y más económicos
que sanitarios. Y plantea un complejo desafío para quienes
tienen que tomar decisiones de financiamiento, entre recursos
que se tornan escasos y demandas que crecen sin límite. Con el
consabido costo de oportunidad que esto implica.
El mercado de los medicamentos biológicos en oncología
constituye proxy el 50% del total, con un crecimiento anual del
5,4%. Y representa un área donde aún existe gran necesidad en
términos de nuevos medicamentos y biomarcadores predictivos de
evolución y respuesta, así como de desarrollo de biosimilares.
¿Dónde reside la particular presión tecnológica en este mercado?
Si se la analiza a nivel mundial, es posible considerar dos
instancias:
En primer lugar, los gobiernos de los países centrales vienen
generando sistemas regulatorios contradictorios sobre estas
moléculas. Por un lado, se desafían los estándares “aceptados”
de valor, y por otro se restringe la potencial capacidad de los
pagadores de aceptar ciertas moléculas y negociar sus precios.
Por ejemplo, mientras el Reino Unido dispone de un Fondo de
Medicamentos contra el Cáncer y los financia en base a
evidencias de valor incontrastables, en Estados Unidos se limita
la capacidad de Medicare -el seguro médico estatal para adultos
mayores de 65 años- de negociar precios.
De allí que, si otros países están pagando altos precios por
tales medicamentos, le resulte más fácil a la industria
justificarlos. Incluso frente a mercados emergentes. Es lo que
sucede en América Latina -especialmente en la Argentina- donde
los precios de los monoclonales son mucho más elevados que en
sus países de origen, o incluso entre vecinos. Sin dejar de
tener en cuenta que algunas moléculas solo brindan beneficios
marginales, como prolongar la vida en solo un par de semanas. Es
decir, no tienen un buen “valor agregado”.
En segundo término, existe falta de competencia significativa
para con muchas moléculas biológicas con patente vencida. La
relativamente insuficiente capacidad tecnológica disponible
impide a muchos países -como el caso de América Latina-
desarrollar biosimilares que permitan reducir mínimamente un 20%
el precio de la molécula original. Esta suerte de “dependencia
tecnológica” es favorecida por la propia industria dominante. Y
“romperla” no parece ser cuestión advertida por parte de los
países de economías emergentes como interesante ventaja
competitiva en su componente industrial.
Pero mientras las BigPharma mantienen un bajo desarrollo del
segmento de biosimilares en los países de mayor
industrialización e introducen al mercado sanitario productos
con mínimas modificaciones y patentes de uso, el escenario es
totalmente diferente en los países en desarrollo donde los
biosimilares han capturado hasta un 60% del market share de
ciertos biológicos originales.
Mientras haya quien pueda financiarlos, aun a riesgo de su
sustentabilidad, o quien pueda lograr por instancia judicial la
aceptabilidad de su uso, no habrá razones valederas para que la
industria considere reducir los precios de sus terapias
oncológicas.
La esperanza, el miedo y la desesperación de los pacientes y sus
familias frente a una enfermedad tan devastadora en su
evolución, junto a las características únicas que asume el
mercado de los medicamentos biotech en oncología, establecen las
condiciones para crear una “tormenta perfecta” sobre los
financiadores.
A menos que sea posible introducir incentivos regulatorios que
permitan recompensar la innovación genuina que efectivamente
agrega valor a la vida del paciente, y a la vez asegurarle a los
financiadores que recibirán un valor de oportunidad suficiente
por el dinero que deben erogar para cubrirla.
La propia sociedad debiera exigir acceso a los medicamentos que
necesita, pero a un precio y valor terapéutico que el sistema de
salud pueda efectivamente erogar. De lo contrario, a futuro
tales terapias irán quedando disponibles solo para quienes
puedan encontrar como financiarlas, en un sendero de
limitaciones bioéticas basadas en tomar decisiones sobre quién
vivirá y quién morirá.
Si se pudiera garantizar la posibilidad de producción y acceso a
aquellos biológicos que van perdiendo su patente para todos
quienes los requieran, y al mismo tiempo se regulara
adecuadamente su autorización de comercialización y calidad, la
ecuación resultaría más que atractiva.
El problema surge del hecho que siendo los mercados emergentes
escenarios aptos para testear el comportamiento de los
biosimilares, si algunos producidos localmente comenzaran a ser
utilizados con mayor frecuencia y resultados - y además
demostraran impacto de ventas significativo - no sería extraño
que una farmacéutica internacional procurara adquirir sus
derechos de uso y comercialización.
Esto no quita que incentivar la investigación biomédica y el
apoyo a la ciencia, más un mejor articulado regulatorio de su
aprobación y uso, resulten estrategias esenciales para
garantizar que muchos biológicos que irán perdiendo la patente a
futuro estén disponibles para su uso manera eficiente y oportuna
y a menor costo.
En América Latina existe -con diverso grado de desarrollo- un
complejo farmotecnoindustrial y recursos humanos calificados y
aptos para profundizar esfuerzos de colaboración entre sus
países.
En el caso de la Argentina, la reglamentación de la Ley de
Desarrollo y Producción de la Biotecnología Moderna 26.270/07
posibilitará -entre otras actividades- la investigación
científica y tecnológica de la biología, bioquímica,
microbiología, bioinformática, biología molecular e ingeniería
genética orientada al desarrollo productivo; la transferencia
tecnológica hacia el sector productivo de bienes y servicios; y
el desarrollo de emprendimientos biotecnológicos. Transferencia
de tecnología que resulta un formal reconocimiento a la
capacidad científica, y requiere de la cooperación estrecha y de
esfuerzos de inversión con otros gobiernos de la Región
destinados a promover un avance estratégico en el campo de los
biosimilares que sería estimulo adecuado para garantizar mayor
protagonismo en el enfoque del tratamiento contra el cáncer.
Suficiente para establecer mejor comunicación respecto de
opciones terapéuticas y costos, y favorecer que los
financiadores puedan hacer sustentable el objetivo del acceso
asequible a medicamentos oncológicos de alto valor para todos
los pacientes que los necesiten.
Un salto de calidad productiva y de oportunidad terapéutica, que
el país y América Latina no pueden ni deben relativizar.
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