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Cuando calificamos de dispendioso el modo en que funcionan
nuestros recursos de atención médica, no sólo nos referimos a la
cobertura gratuita que los efectores del Sistema de Salud
proporcionan a los pacientes sin cobertura -nativos o
extranjeros-, sino también a la conducta con que los actores
asistenciales ejercen sus tareas habituales. En primer lugar, la
disponibilidad de medios tecnológicos de diagnóstico ha reducido
el tiempo dedicado al interrogatorio clínico y -sobre todo- a la
paciencia de los profesionales para escuchar los síntomas que
relata el enfermo y/o sus familiares. En lugar de registrar esos
indicios para individualizar el problema, prefieren agregar
medios de diagnóstico, que podrían seleccionarse con el simple
recurso del examen físico.
Algunos ejemplos. Ante episodios de acidez postprandial o
reflujos gastro-esofágicos en pacientes jóvenes, indican
video-endoscopías altas, necesarias para una presunción
diagnóstica más seria. Una modesta proctorragia de hemorroides,
induce video-endoscopías bajas, que podrían sustituirse con un
simple tacto anal. Suponiendo que el antígeno prostático
específico (PSA) es suficiente, eluden el tacto prostático
rectal, sin palpar el tamaño y la consistencia de la próstata.
Se piden ecografías con efecto Doppler-color para buscar nódulos
tiroideos por primera vez, sin haberlos hallado previamente con
una ecografía simple.
En la entrevista clínica inicial se ha abandonado el examen
físico básico (auscultación cardiopulmonar, pulso y presión,
palpación abdominal, peso y talla) de la Semiología, y se
empieza con análisis de rutina y algunos estudios de imágenes.
Los análisis de rutina se han ido multiplicando hasta más de 20
determinaciones, sin que estén fundamentadas por un diagnóstico
diferencial. El razonamiento esencial de la Clínica Médica ha
sido reemplazado por estudios en “tiro de escopeta”, con los que
se espera descubrir lo que el criterio clínico no ha sabido
explorar. Esta conducta asistencial, no sólo es técnicamente
inadecuada, sino que incrementa el costo de la atención médica y
el desperdicio de estudios efectuados sin una finalidad
diagnóstica específica.
A menudo los papers especializados terminan recomendando la
necesidad de la detección precoz -como única estrategia
preventiva-, lo que termina sobrecargando estudios, como parte
de un screening, sin agregar recomendaciones generales que
contribuyan -en una verdadera estrategia preventiva- a evitar
que las enfermedades se produzcan. En la práctica corriente se
encuentran diabéticos tipo II, tratadas con complejos esquemas
de nuevos hipoglucemiantes y monitoreos de glucemia, sin
indicaciones dietéticas, ni programas sistemáticos de actividad,
caminatas o viajar en transporte público. Para osteopatías
metabólicas de la menopausia, se esmeran en explorar nuevos “calcificadores”
esqueléticos de alto costo, sin recomendar ejercicios físicos y
moderada exposición al sol, como principal criterio preventivo
de la osteopenia. Se satura la publicidad de cremas con
protectores solares al 50%, para prevenir el cáncer de piel. No
se trata de tomar sol durante horas, sino de llevar partes de la
piel descubiertas al caminar, unos 15 minutos por día para
sintetizar vitamina D. El “agujero de ozono” sólo afecta el
extremo sur de la Patagonia.
Otro factor de distorsión es cierta información existente en
Internet. Es bueno que la población reciba información y
educación sanitaria, pero algunos pacientes piden mediciones de
todo tipo de vitaminas y oligoelementos, cuya significación por
supuesto ignoran. En realidad, la correcta alimentación, si no
existen indicaciones o restricciones específicas, consiste en
consumir verduras y frutas variadas, lácteos, huevos, cereales y
alimentos proteicos, incluyendo el pescado, para resolver las
distorsiones de la dieta de los argentinos. Si no hay
contraindicaciones específicas, la alimentación y la actividad
física no deben ser protocolos científicos, sino acciones
fisiológicas saludables.
Muchos se preguntan ahora, por dónde empezar para reformar
nuestro Sistema de Salud, que llega a consumir casi un 10% del
PBI, que resulta gravemente deficitario para los pacientes que
tienen cobertura, y que deja más de un 40% de la población sin
cobertura. La organización es fragmentada y no sustentable: más
de la mitad de las obras sociales (OS’s) no alcanza a cubrir el
costo actual de la atención (PMO). La atención no garantizada
por OS’s o prepagos, debe ser proporcionada por servicios
públicos, que lo hacen en modo caritativo. Los costos se siguen
incrementando con el precio de los medicamentos accesibles y
nuevos tratamientos de montos inalcanzables, que en algunos
casos terminan siendo subsidiados por el Estado o
judicializados.
Algunos protagonistas sostienen que el Estado debería dedicar
más recursos para financiar la salud, con la suposición
implícita de que es una garantía de equidad distributiva. Pero
precisamente el Estado es el más dispendioso y menos equitativo
de los actores, como quedó demostrado en la pandemia. Otros
proponen reformular el régimen de OS’s, es decir abordar el
sistema por la Seguridad Social (SeS). Pero el enfoque con que
unos y otros alientan esos abordajes es netamente
asistencialista. Los hospitales públicos fueron pensados para
ser sostenidos por el Estado, con acceso gratuito de todos los
usuarios, “para garantizar integralmente sus derechos”. Las OS’s
fueron diseñadas, para que los trabajadores mediante sus
tributos y los patronales, “no tuvieran que concurrir al
hospital público para ser atendidos como ciudadanos de segunda”.
Las empresas de medicina prepaga (EMP’s) fueron organizadas para
proveer servicios de alta gama para trabajadores y funcionarios
de mayor poder adquisitivo, pero no como un contrato bilateral
de seguro. En todos los casos, los proyectos fueron encarados
desde la oferta, es decir, desde los actores hacia los usuarios,
por lo que el conjunto del sistema resulta asistencialista: si
no alcanzan los recursos, se verá cómo puede resolverlo el
Estado, que no tiene más fondos, ni poder suficiente para
hacerlo.
Si en lugar de pensarlo en clave asistencialista, se encarara
desde el punto de vista de la demanda, es decir, formulando el
sistema como aseguramiento -mediante un régimen de distribución
de riesgos sociales, que nunca será infinito-, sino con una
clara definición de los beneficios cubiertos, la estimación
actuarial de la siniestralidad y el cálculo del costo
distributivo de la cobertura, según el nivel de riesgo. Con el
enfoque de articular un sistema, donde los beneficiarios
prevengan colectivamente sus riesgos en salud, contribuyendo con
una magnitud proporcional de la prima de aseguramiento. Las OS’s,
las EMP’s (que adhieran al sistema) y la cobertura estatal (sea
la CUS, planes Nacer o Sumar) deberían contar con un ente
reasegurador, para los riesgos que excedan la siniestralidad
previamente estimada y claramente definida, en base a
prioridades sanitarias, no según relatos de integralidad, que
nunca se concretan …o quedan en el camino. Los sistemas de salud
son un instrumento de promoción de la salud y prevención de la
enfermedad de la población. Pero el bienestar general no depende
sólo del Sistema de Salud, sino del complejo económico-social de
la política predominante en el entramado social.
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