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Arribamos a otro diciembre que no da muchos motivos para
celebrar, con dos temas que sobresalen muy concretos y
expresivos sobre las fallas de campo sanitario: un aumento
exponencial de casos de Covid-19, que muestra que la pandemia no
es algo que haya sido superado, y los reclamos de residentes que
desnudan un sistema fallido por donde se lo mire.
Como ya hemos señalado, la pandemia no dejó de demostrar las
debilidades del sistema. Se sostuvo mal y se desatendió muchas
otras cuestiones de salud que hace rato empezaron a mostrar sus
consecuencias. La lógica fue encarar la pandemia como si se
tratara de un tornado que concentra su fuerza en un momento en
el que se relegan otras cosas, y luego se vuelve a la normalidad
atendiendo a sus efectos. Lo cierto es que se trata de una nueva
variable permanente, con sus fases diferentes, pero que debía
encararse en concordancia con todo el resto de la salud pública.
El “sistema” sanitario quizás no colapsó, pero podría decirse
que implosionó o se pinchó. Ya no se trata de un sistema público
con limitaciones, sino del total del área sanitaria desfasada y
desatendida, con un vaciamiento de obras sociales y prepagas,
con mano de obra cara que se vuelca al sistema privado
particular (gasto de bolsillo), y con la mano de obra barata que
salió a decir basta. Efectivamente, la utilización de los
residentes que desatiende su formación es una clara muestra de
la desestructuración y anomia del sector público, sin omitir que
afecta de igual manera al sector privado.
Pero el tema sobresale casi únicamente por el costado salarial,
aunque debería permitir ver las grietas de un “sistema de
residencia” que hace rato no cumple satisfactoriamente con las
tareas de preparación médica que debería. El reclamo salarial es
sin dudas legítimo y resulta básico. Es incluso necesario como
parte de una forma de sustento que permita un mayor
involucramiento profesional con la tarea. Pero si la cosa queda
sólo ahí, significa desaprovechar una oportunidad de calar más
hondo. Por qué no reclamar por un mejor sistema de residencia,
de atención médica, de formación profesional. Como lo supo
resumir un reclamo histórico de trabajadoras: es por el pan que
luchamos, pero también por las rosas.
Repasando este año (y el anterior), no podemos dejar de nombrar
el rol de involucramiento de los profesionales en sus
instituciones, que ha brillado por su ausencia. Se discute crear
más universidades, cuando evidentemente se trata de qué se hace
(y qué no) con las que ya tenemos. Sufrimos de una innegable
ausencia de actores (e incluso voces) institucionales que se
pongan a la altura de las circunstancias y adquieran una actitud
propositiva. Nuevamente, es una variante del pensamiento mágico,
donde las universidades por sí solas serían la solución, lo
mismo que leyes que buscan transformar la realidad a fuerza de
decretos. Vale una vez más la máxima de Siegfried Kracauer: “No
se trata de transformar las instituciones, sino de que los
hombres cambien las instituciones”.
En términos más amplios, y entrando en un año electoral,
preocupa la mezcla de ceguera y cinismo, por no usar adjetivos
más fuertes. Pasamos de la posverdad al gaslighting (1), es
decir, del engaño a la manipulación; de la despreocupación por
la verdad al más bochornoso fraude moral (de un término a la
técnica de su aplicación). No solo fallan las autoridades de
distinto rango, sino que también el propio basamento ético, el
cemento moral de la comunidad está roto. ¿En qué confiamos los
argentinos? Apenas nos ilusionamos con una buena cosecha, Vaca
Muerta o el litio; y en proseguir con la cuarta, quinta y sexta
dosis de la vacuna, cualquiera sea la que consigamos.
Podríamos graficarlo como otra pandemia, una más oculta y por
ello mismo más dañina. La pandemia de la ignorancia, la
negación, la negligencia, la ceguera. Debemos salir de la
ilusión de las alternativas, que nos aprisionan y limitan a
todos. Como el caballero del relato de Geoffrey Chaucer (La
mujer de Bath) quien termina negándose a la resignación de optar
entre las alternativas extorsivas que se le brindan para
sobrevivir, y sólo entonces logra superar el estancamiento. Hay
que abrirse paso entre la maleza y generar un nuevo camino.
Tenemos herramientas, experiencia, modelos, personas idóneas,
instituciones con trayectoria. Se trata de ponerlo en marcha. Se
trata de animarse a innovar. De invitar a crear algo distinto,
algo mejor, en lugar de conformarse con más de lo mismo,
emparchando y maquillando.
El norte deben ser las prioridades planteadas con toda claridad,
y si los resultados no son satisfactorios, entonces habrá que
cambiar algo. Lo cierto es que las prioridades que nos había
impuesto la pandemia no las hemos reparado: seguimos sin médicos
(los hay en términos absolutos, pero no distribuidos de manera
racional en especialidades y territorios y disponibilidad de
atención equitativa), sin personal de enfermería suficiente y
jerarquizado, sin la infraestructura adecuada, sin los equipos
ejecutivos de gestión, sin siquiera un Observatorio Nacional de
Salud que genere datos fidedignos e información permanente, y un
largo etc.
El reclamo de los residentes, la falta de información
transparente y confiable, y muchos otros temas, cada uno podría
constituirse en una buena punta de ovillo para comenzar no a
tirar de la misma, lo que tensaría más la madeja, sino a
desanudar con paciencia. Debemos, por ejemplo, reiterar la
necesidad de una Gerencia Pública Contable, con agenda por
etapas, y con gestión y presupuesto por resultados, empleando
criterios de producción pública (“empresas públicas de
servicios”). El mismo además debería contar con una Oficina de
Información y Comunicación, encargada de unificar las alertas y
campañas, reemplazando la habitual fragmentación comunicacional
espontánea, por un mensaje institucional claro y unívoco, frente
al impacto emocional que influye en la salud mental y en la
convivencia cotidiana, elementos estos imprescindibles para una
gestión eficiente. Subordinados ambos a un “tablero de comando”,
dependiente de un Gabinete Estratégico de Gestión Operacional.
En definitiva, la verdadera alternativa es construir un sistema
federal integrado de salud, lo que no significa empezar de cero.
Contamos con elementos, pero hay que diseñar un nuevo
funcionamiento orgánico de la totalidad. Puede ser de distintas
maneras, pero es un crimen persistir en alargar la deformidad
del presente. Lo expresó hace siglos San Agustín: “errar es
humano, persistir en el error es diabólico”.
En un nuevo año electoral, la salud debería ser un tema
prioritario que movilice discusiones, debates, pero sobre todo
propuestas, y no meros eslóganes vacíos. La compulsa democrática
es una oportunidad donde se dinamiza la interacción entre
representados y representantes: donde los liderazgos políticos
interpelan a la ciudadanía y viceversa.
El camino a recorrer no es corto ni fácil, pero resulta
imprescindible empezar a caminarlo.
REFERENCIA
Es la manipulación psicológica de una persona, generalmente
durante un largo período de tiempo, que “causa que la víctima
cuestione la validez de sus propios pensamientos, percepción de
la realidad o recuerdos y generalmente lleva a la confusión,
pérdida de confianza y de autoestima, incertidumbre sobre la
estabilidad emocional o mental de uno mismo, y una dependencia
del perpetrador” (del diccionario Merriam-Webster).
(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos
Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en
“Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”; Universidad
Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría
de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del
Aconcagua - Mendoza; Coordinador del área de Salud Pública, del
Depto. de Investigación de la Facultad de Ciencias Médicas,
Universidad de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Co Autor
junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital,
el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y
Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal
Integrado de Salud” (2012); “La Fórmula Sanitaria” (2003).
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Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”; Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza; Co
Autor junto al Dr.
Vicente Mazzáfero de
“Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que
no tenemos” (2019);
“Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la
salud” (2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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