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El fútbol devolvió a una sociedad agotada por la grieta
y las penurias económicas, la sensación de pertenencia a
un todo, y una alegría y entusiasmo desde hace mucho
tiempo ausentes. Sensaciones que la política no ha
podido darle desde hace tiempo.
Cuando la Argentina ganó su segundo campeonato mundial
de fútbol, su expectativa de vida al nacer era 5,9 años
menor que ahora (en ese lapso el mundo la aumento en 8
años), y su mortalidad infantil disminuyó desde
entonces, el 68%.
En el primer caso aumentamos esa expectativa de vida
menos que nuestros compañeros entre los mejores del
mundo incluida Croacia, que experimentó en ese lapso una
guerra, o Marruecos que la elevo en 14,7 años.
Incluso quienes fueron eliminados antes que nosotros,
Portugal, Suiza y Brasil, la elevaron 7,2; 6,8, y 11,4
respectivamente. Algo similar sucede con la mortalidad
infantil, donde Marruecos, Brasil y Portugal la
descendieron un 75% (y este último partiendo de una tasa
de la mitad de la nuestra).
Poco después del mundial que Francia ganara en 1998,
Rosario tenía 6 crímenes cada 100.000 habitantes, ahora
tiene 18, mientras su población creció el 10% y los
asesinatos un 300%; los resultados de comprensión
lectora de las pruebas PISA en alumnos de 15 años,
ponían a la Argentina en el segundo lugar de A. Latina;
hoy está en el séptimo.
Hoy, 4 de cada 10 hogares (donde vive la mitad de la
población urbana) recibe alguna asistencia social, sin
la cual la indigencia sería del 20% y la pobreza del
50%, según la UCA.
Seguramente Suiza no será un país peor desde que su
selección se fue de Qatar tras perder 6 a 1, tampoco
Portugal, Brasil o España; ni el triunfo de una
selección mejorará un país.
La verdadera victoria se empezará a construir trabajando
para que en el próximo Mundial no haya en la Argentina
más crímenes, chicos sin ir a la escuela ni más pobres
que ahora.
Pase lo que pase en esta nueva expresión de pasión
futbolera, hay muchas cuestiones que merecen un debate
amplio de cara a la sociedad como objetivos
absolutamente prioritarios: la reconstrucción de la
educación, salud y seguridad como bienes a ser
garantizados por el Estado.
Mientras el Gobierno busca postergar la crisis con
parches que le permitan transitar hasta las próximas
elecciones sin una disparada inflacionaria que lo
obligue a una transición precipitada, y la oposición
dice que sus equipos técnicos trabajan en programas para
reconstruir el país, sería importante que quienes
aspiran a conducir esa reconstrucción observen que
llevarla adelante requiere de recursos, y terminar con
una gran lista de privilegios (no conductas ilegales
sino recursos de los que se benefician diferentes
sectores).
Y vean la excelente oportunidad que la espontánea
manifestación popular les ofrece para analizar
sentimientos y motivaciones, y descubrir las razones de
por qué les resulta tan difícil conectar con aquellos a
los que representan.
Y consideren la posibilidad de que esa sociedad no esté
dispuesta a soportar mucho tiempo más mirando al costado
y tolerando esos privilegios, como los cientos de
regímenes jubilatorios especiales de sectores
específicos, que pagamos entre todos; o las legislaturas
de algunas provincias, que tienen gastos absolutamente
desproporcionados y constituyen fuente de empleo
inagotable para familiares de dirigentes políticos.
O inaceptables empresas públicas que responden a un
modelo de Estado solo presente para aquellos que
trabajan en ellas, generando un déficit de más de 3.500
millones de dólares anuales. O Registros de Propiedad
Automotor en manos de familiares y amigos de dirigentes
políticos que se hacen ricos prestando un servicio que
podría ser digital y gratuito.
Esos privilegios tienen respaldo en instrumentos legales
que habrá que modificar o eliminar contando con mucho
respaldo social para que haya posibilidad de superar la
crisis y la decadencia, y construir un destino digno
para los argentinos.
Arrastramos una deuda fenomenal: erradicar
definitivamente la pobreza, y la mejor manera de hacerlo
es a través de la educación, sin ella no hay desarrollo
posible pues no estaremos preparados para resolver los
desafíos de un mundo donde la carta ganadora es el
conocimiento.
Mientras, los responsables del fracaso se echan culpas
unos a otros, nadie se hace cargo, la sociedad reclama
tibia- mente y el país continua sin rumbo.
Viendo el actual estado de la Argentina, y los
resultados obtenidos, estamos lejos de ser conducidos
por los más aptos, y la igualdad al nacer, hoy es nada
más que una ilusión, con los niveles de pobreza
impiadosa de casi la mitad de los argentinos.
Esa multitud que tomó las calles, alegre de verse
representada por la selección, y feliz de haber
encontrado, por algunos momentos, en el fútbol, la
representación que le niega la política no espera de
ella, la compra de vuvuzelas y el ¡vamos, vamos
Argentina!... sino la recuperación del rumbo hacia una
Patria más justa y equitativa
| (*) Presidente de
IPEGSA (Instituto de Política, Economía y
Gestión en Salud). |
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