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El sector tecnológico - médico enfocado al desarrollo de
instrumental, implantes y aparatos para uso quirúrgico e
intervencionismo percutáneo supone una de las industrias más
grandes dentro del sector salud, junto con la del medicamento.
Las particularidades de cada uno de esos universos lleva a que
estén disponibles globalmente más de 2 millones de Dispositivos
Médicos Implantables (DMI) en comparación con aproximadamente 20
mil moléculas.
Pero la diferencia central con esta última industria es que para
los DMI existe una escasez inicial de evidencia clínica. Su
particularidad es la de aprobarse por similitud, en base al
denominado procedimiento 510 (k) de la FDA que surge de
considerar la denominada equivalencia sustancial con otro
dispositivo preexistente. A pesar de que siempre se debería
requerir evidencia clínica para demostrar seguridad, eficacia y
efectividad. De esto surge que no sean necesarias ni
obligatorias las Fases de evaluación previas, como ocurre con
las moléculas farmacéuticas.
El mercado de DMI en nuestro país posee relativamente pocos
competidores, y en muchos casos condición de poder de monopolio.
Lo cual reduce al mínimo la posibilidad de sustitución. Como
ejemplo, tres compañías concentran el 90% de las ventas
nacionales de marcapasos, otras tres el 100% de las válvulas
cardíacas percutáneas y cuatro el 95% los implantes de rodilla y
cadera. En términos económicos, es un mercado que tiende a
comportarse como oligopólico, con un número pequeño de
proveedores que -en ocasiones- establecen colusión por interés
para poder capturar ciertos nichos específicos.
Estrategia que tiene lugar porque cada compañía posee algún
grado significativo de interés y control sobre un segmento de
tal mercado. De esta forma, los precios respecto de un modelo
particular de dispositivo pueden incrementarse o caer en forma
significativa a lo largo del tiempo, en razón de variedad de
factores. Especialmente cuando las empresas pueden demostrar
para sus DMI una superioridad técnica y efectividad clínica
relativa sobre otros competidores, lo que las sitúa en posición
de fortaleza para generar aumentos. O, al menos, mantenerlos
estables. Y, por el contrario, en ciertos modelos específicos
los precios pueden reducirse en el tiempo si otras empresas
incorporan al mercado alguna nueva versión, y ésta “captura” la
cuota de mercado del anterior.
El mayor inconveniente para los sistemas de salud es que las
empresas desarrolladoras de DMI a nivel mundial introducen
velozmente al mercado sanitario sus innovaciones no lineales
bajo una concepción disruptiva y de altos precios, pero con poca
información de evidencia clínica aleatorizada. Y por ende de
efectividad significativamente contrastada, así como de
costo-efectividad. De allí que con mayor frecuencia, los
organismos reguladores comiencen a obligar a los fabricantes a
realizar investigaciones clínicas o disponer de más datos de
seguridad y eficacia, en caso que no exista evidencia suficiente
o rigurosa en especial para los DMI denominados clase III.
Dado el mecanismo de aprobación, el problema reside en que -en
la mayoría de los casos- la eficacia de un DMI resulta supuesta.
Y su efectividad recién se analiza a posteriori de su aprobación
para comercialización, en base a trabajos de investigación
comparada de tipo estudio pivotal de casos. Momento donde los
resultados -que siempre deben acompañarse de la correspondiente
curva de aprendizaje- pasan a ser “operador dependientes”.
Además, un mismo dispositivo puede ser empleado en múltiples
intervenciones, siendo difícil identificar el comparador
correspondiente. Sumado a que la distribución de los costos a lo
largo del horizonte temporal resulta muy diferente a la de otros
insumos, con lo cual la propia innovación resulta más veloz que
la capacidad institucional de respuesta al fenómeno disruptivo.
Analizar el valor social de un DMI implica apartarse del enfoque
binario insumo/procedimiento para adoptar una visión más
holística y multidimensional que además de tener en cuenta los
resultados incrementales en salud incluye otros factores
relevantes para la sociedad. Estos pueden evaluarse en términos
de resultados en salud, de mejora de la calidad de vida o del
ahorro a que dará lugar en otros recursos sanitarios. Por tal
motivo, en muchos mercados sanitarios algunos fabricantes y
financiadores de estos insumos están considerando cómo pasar de
solo venderlos y comprarlos a garantizar resultados.
Lo cual naturalmente llevará a desplazar los habituales
contratos de provisión desde la concepción de
producto/precio/volumen a la de producto/precio/valor,
posicionándolos bajo la modalidad de Acuerdos de Pago Basados en
Valor. Un caso podría ser pagar el insumo en función del
mejoramiento efectivo de los resultados clínicos en pacientes
diabéticos insulino- dependientes que realizan la transición
desde múltiples inyecciones diarias a una bomba inyectora. El
acuerdo pasa entonces por vincular el precio pagable con la
mejora efectiva de la experiencia del paciente respecto de su
modalidad de uso, resultados clínicos y costo total de la
atención.
Tanto proveedores como financiadores y fabricantes de
dispositivos pueden llegar a beneficiarse de esta innovación en
los modelos de pago. El concepto de Valor pasa a ser la base de
la negociación, y no solo un resultado aislado o un determinado
riesgo financiero a ser compartido. Y el beneficio residirá en
la posibilidad de trasladar parte de tal riesgo financiero a los
fabricantes. Con lo cual, alineados los incentivos, este tipo de
contratos puede permitir mejor calidad de resultados, mayor
experiencia del paciente en términos de calidad de vida y costos
más bajos del proceso de atención. Ampliando así el beneficio a
financiadores y pacientes. Como valor agregado, pueden lograr
que los proveedores acepten una visión más de largo plazo, en
lugar de perpetuar el enfoque cortoplacista tradicional centrado
en el trinomio insumo / procedimiento / pago.
El elemento central del acuerdo es que todo DMI debe demostrar
su valor efectivo, en tanto el riesgo financiero debe ser
razonablemente repartido entre las partes intervinientes. Lo que
también puede servir para poner freno a las indicaciones
inadecuadas de determinados insumos. Asimismo, médicos y
pacientes pueden beneficiarse del acceso a tecnologías de valor
económico más alto, pero con mejor control de resultados. Para
esto es necesario disponer de instrumentos de evaluación
adecuados, condición básica para plantear cualquier modelo de
remuneración con políticas de incentivos basados en resultados.
Por ejemplo, el que ya se aplica en Brasil con el denominado
“Escore de Valor em Saúde” (EVS), que correlaciona un Índice de
Calidad (ICa) con un Índice de Costos (ICo) y tiene una
puntuación de 0 a 5. El primero incluye la medición de procesos
asistenciales, resultados clínicos y experiencias de los
pacientes y representa el 70% del EVS. Por su parte, el Índice
de Costos incluye indicadores relacionados con la atención
proporcionada al paciente -que es el sujeto de la evaluación- y
su ponderación es el 30% del EVS. De esta forma, la medición del
Valor resulta una medida compuesta, que posibilita establecer y
definir cualquier modelo de pago.
Una barrera importante a acuerdos de Valor sobre DMI surge de la
necesidad que tanto empresas proveedoras como financiadores
logren almacenar, procesar y compartir datos con la suficiente
especificidad como para comparar el valor establecido.
Habitualmente existen dificultades para el seguimiento de datos
referidos a la utilización de determinado dispositivo en un
paciente y su evolución, sea porque no existen o bien porque no
está estandarizado su mecanismo de recolección.
Y también porque los prestadores pueden no estar dispuestos a
hacer un seguimiento estrecho del desempeño de determinados DMI
o simplemente a compartir los datos que poseen. Para lo cual es
necesario establecer acuerdos de información en base a
instrumentos de captura de datos que sean sencillos, pero de
cumplimiento estricto.
La aplicación de contratos basados en Valor puede ser un
instrumento capaz de modificar la relación costos/resultados. Su
único inconveniente es que como a la tecnología médica le
corresponde solo el 6 por ciento del gasto total de la atención
en salud comparado con el 26% del medicamento, las empresas
pueden considerar que no valga la pena establecerlos.
Especialmente si un determinado dispositivo solo sirve a una
escasa población de pacientes, o bien representa una pequeña
porción de su portfolio de productos. Sin embargo, para algunos
DMI donde el Valor es más fácil de demostrar (e.g. válvulas
percutáneas, balones de valvuloplastia, oclusores vasculares,
prótesis de cadera, etc.) y la participación que tienen en el
volumen de ventas es grande, estos modelos contractuales pueden
ser una alternativa interesante.
Más cuando se acompaña del seguimiento temporal de un
dispositivo particular usado en un procedimiento, estableciendo
que resultados son significativos. Especialmente si se trata de
mejoras logradas en el largo plazo. De esta forma puede
demostrarse que su impacto adquiere importancia temporal tanto
sobre los ahorros obtenidos como sobre los resultados clínicos.
Incluso para lograr que los prestadores se obliguen a aceptar un
sistema de seguimiento que permita recoger los datos que
necesitan financiador y proveedor, y garantizar que la
información requerida resulte lo suficientemente específica para
el análisis del insumo en particular.
El desafío queda planteado. La integración de modelos
contractuales basados en Valor con mecanismos de riesgo
compartido puede resultar una estrategia clave para afrontar las
innovaciones futuras en tecnología médica y la sustentabilidad
de los sistemas de salud en América Latina. Quedará por ver la
oportunidad de financiadores y proveedores para aceptarlos y
comenzar su instrumentación..
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