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 Opinión

    
LA OTRA OLA



Por
el Dr. Javier Vilosio (*)


Para cualquier persona mínimamente interesada en la problemática social es fácil comprender la relación entre economía y salud de una población. De igual forma resulta muy intuitiva la vinculación de diversos factores que expresa el conocido ciclo salud-economía-bienestar; o la de los llamados determinantes sociales y las consecuencias medidas en términos de sufrimiento y muerte prematura en una población.
A nadie debería sorprender entonces que estemos atravesando un momento, desde el punto de vista sanitario, tanto o más crítico que los últimos dos años que hemos vivido bajo la amenaza del Covid-19.
¿Contar con más terapias intensivas, y más respiradores sería una respuesta adecuada para enfrentar esta situación? Decididamente no. Esas fueron prioridades en la urgencia epidemiológica planteada a partir de marzo de 2020. Pero no son las herramientas necesarias para enfrentar una nueva ola de la que no se habla.
Y es que salvo que asumamos que por algún motivo nuestro sistema de salud (en su conjunto) ha salido de estos últimos tres años suficientemente fortalecido y ofrece ahora una accesibilidad adecuada y condiciones de calidad buenas o muy buenas, la situación sanitaria va a seguir deteriorándose. Todo indica lo contrario, y otra “ola” comienza a inundarnos, aunque tenemos pocas noticias de ella.
Por una parte, en el mundo se generan evidencias del impacto del aislamiento prolongado (la “cuarentena”) en múltiples áreas de la salud poblacional: la caída en las coberturas de vacunación, la pérdida de oportunidades de intervenciones preventivas efectivas, la interrupción de los controles en enfermos crónicos, y, particularmente, el impacto del aislamiento por sí mismo, especialmente en los dos extremos del ciclo vital en lo referido a condiciones vinculadas con la maduración psicomotriz y la salud mental.
Además, claro, de la por ahora no del todo clara cuestión de las consecuencias mediatas del Covid-19, del Covid prolongado (Long Covid), y eventualmente de la vacunación específica.
En la Argentina contamos con algunos informes y datos parciales que nos permiten suponer que no somos la excepción. Y no tendríamos por qué serlo.
Pero además hay que sumar el impacto de la crisis económica y social que sufrimos -y esa sí es nuestra- con el aumento de la pobreza, la indigencia, y el deterioro de la economía. Todas cuestiones que indudablemente están impactando en la salud de los argentinos, en múltiples formas.
Aunque no sean visibles en los medios de comunicación, ni en boca de los líderes de opinión. Ignorar que esto sucede, y se agravará, es desmentir todo lo dicho y escrito sobre la vinculación entre las condiciones de vida, la salud y el bienestar.
Nos faltan además los indicadores sanitarios cuanti y cualitativos que nos permitan, en forma oportuna, planificar acciones para reducir los daños que, como mencionamos antes, se expresan en sufrimiento evitable y muertes prematuras, y en un espiral de mayor deterioro de las condiciones sociales y económicas.
Pasados los aplausos de hace casi tres años, el protagonismo de la atención de la salud colectiva en la agenda pública se diluyó rápidamente, y todo volvió a ser igual que antes -o peor- para los equipos de salud en cuanto a condiciones de trabajo y remuneración, tal como recientes conflictos en el sector han puesto en evidencia.
Nada de fondo se ha modificado efectivamente en materia de organización e integración del sistema o fortalecimiento del capital humano en busca de adecuar la cobertura y mejorar el acceso y la calidad de los servicios. Por el contrario, asistimos a un progresivo deterioro de estas condiciones, en todos los subsectores de la salud.
Algunas medidas se han tomado en lo referido al financiamiento, pero siempre en el contexto de la puja política entre grupos o subsectores con mayor poder de lobby, sin una perspectiva de sistema y sin algún marco de acuerdos sectoriales que otorguen consistencia a procesos de cambio que son imprescindibles.
Nada indica que los tiempos de la política en un año electoral permitan construir esa racionalidad. Pero la necesidad de modificar las reglas de juego de la organización y el funcionamiento del sistema es más acuciante que hace unos pocos años. O algunas décadas. Y no a la inversa. Comprenderlo es responsabilidad de la política.
Es de esperar entonces que, alcanzados por esta ola de pobreza y crisis social, le vaya mucho peor a los que peor están, pero más tarde o más temprano nos vaya peor a casi todos. Porque algunos siempre se salvan, claro.



 

  * Médico. Master en Economía y Ciencias Políticas.
 
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