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El dengue expresa, con su retorno cíclico, el persistente
desgobierno argentino, en el cual la sanidad es ni más ni menos
que una dimensión entre otras, como puede serlo la educación.
Cada tres a cinco años, un brote de dengue alarma como si fuera
el primero, las campañas de fumigación llegan tarde, la
concientización pública es parcial, y la mitigación de casos
insatisfactoria.
Este brote es particularmente fuerte, y se intenta explicarlo
por la variedad de los serotipos, el calor extremo, secuelas de
la pandemia, entre otros factores. Todas variables válidas, pero
dejan afuera la variable clave, o, a decir verdad, la
invariable: la ausencia de gobernanza sanitaria afirmada sobre
una sólida salud pública. En pocas palabras, no se trata de la
capacidad del mosquito, sino de nuestra propia incapacidad como
sociedad, como organización estatal.
Efectivamente, en el brote de 2020 ya había “llegado” el DEN-2,
pero todavía era mayoritario el DEN-1; ahora se está comprobando
que el DEN-2 es mayoritario. Recordemos que la persona infectada
y recuperada genera inmunidad sólo para el serotipo en cuestión,
y presenta mayor propensión a cursar un dengue grave (o
hemorrágico) si es infectada por otro serotipo.
Pero precisamente, estos elementos básicos parecen resultar
sutilezas a los responsables de la salud pública nacional y
local, ya que han desestimado los análisis argumentando la
asunción de “dengue” ante la aparición de síntomas, sin
precisión de laboratorio alguna. Tal vez sería más honesto
admitir la falta de recursos de gestión, logística, material,
humanos, entre otros (faltan reactivos para los PCR,
profesionales para realizarlos, una logística para la
asistencia, etc.).
Recordemos los pasados brotes: el que comenzó en la pandemia del
Covid-19 y quedó eclipsado por ella; el de 2016, el de 2009.
Entonces se planteó una estrategia regional entre nuestro país,
Paraguay y Bolivia, pero ya en marzo de 2003 se había organizado
un simposio regional sobre el dengue y otras enfermedades de
transmisión vectorial en Misiones, precisamente, en la triple
frontera.
Efectivamente, el enfoque regional resulta adecuado, buscar
detener al mosquito allá de donde surge. Claro que también hay
que combatirlo aquí, donde ya está instalado y se reproduce,
pero aun si lográramos erradicarlo en nuestro país, volvería
nuevamente. Pero pasados veinte años, no podemos decir que
hayamos logrado avances significativos, más bien lo contrario.
La campaña para combatir al dengue y al mosquito debe realizarse
todo el año. En invierno no sufrimos la enfermedad, pero es
cuando hay que realizar las mayores campañas específicas, pues
es cuando se encuentran las larvas acumuladas en diversos
cúmulos de agua, y por lo tanto resultan más efectivas. Se trata
de lograr la eliminación oportuna de los criaderos del mosquito
transmisor.
Claro que la prevención, que resulta clave, no ocurre en el
vacío, ni en circunstancias mayoritarias de vida de clase media.
La pobreza que alcanza al 40% de la población del país, y supera
holgadamente esa cifra en determinados nucleamientos rurales,
urbanos y suburbanos, no implica simplemente contar con ingresos
menores a determinada cifra, sino condiciones de vivienda donde
no se cuenta con agua corriente o red de cloacas, lo que
implica, por ejemplo, guardar agua en tachos o baldes para su
uso. En definitiva, descacharrar no es sólo vaciar el desagüe
del aire acondicionado. Implica un desafío logístico
considerable y un cambio de condiciones materiales de vida,
además de conductas.
Por otro lado, existen avances internacionales e incluso locales
sobre la mutación del virus, y demás aspectos biológicos, que
incluso han dado lugar a prototipos de vacunas, pero estamos
lejos de poder aprovechar estas postas de la ciencia, que quedan
desperdigadas ante la falta de una coordinación estratégica
nacional.
La base indispensable para una adecuada gestión sanitaria a
nivel nacional y federal, podemos graficarla como una “mesa”
sanitaria que debe asentarse en cuatro patas:
1) Observatorio Nacional de Salud.
2) Ordenamiento territorial sanitario según nivel
de complejidad.
3) Articulación en red con criterios de sostenibilidad.
4) Ley de ordenación de las profesiones sanitarias.
Como ya hemos señalado a propósito de la pandemia del Covid-19,
y para estas y otras temáticas sanitarias, la clave pasa por
contar con un gabinete ejecutivo de gestión operacional que tome
la responsabilidad y coordine los recursos necesarios. Respecto
a las enfermedades virósicas en particular, cabe destacar las
siguientes instituciones con que contamos, pero no adecuadamente
aprovechadas.
I) Epidemiologías Panorámicas: sobre la base de registros
satelitales que utilizan variables Biológicas, Matemáticas,
Astronómicas y Físicas.
Instituto de
Aplicaciones Espaciales de alerta y respuesta temprana a
emergencias.
Instituto Mario
Gulich, Córdoba, Centro Espacial Teófilo Tabanera.
II) Grupo de Sistemas Complejos: Mediante la simulación dinámica
de poblaciones: estudia la propagación de las epidemias.
Instituto de
Física de Mar del Plata.
Universidad de
Mar del Plata-Conicet.
Aportan diversas herramientas y estrategias, tales como:
Árbol de
contagio.
Estima
evoluciones.
Provee apoyo a
los sistemas de vigilancia.
Explora
estrategias.
Evalúa
decisiones en posibles escenarios.
Número de
reproducciones (Ro).
Elabora
personas virtuales dando lugar a estrategias de control.
III) Centro de Investigaciones de Plagas e Insecticidas del
CONICET: Se desarrollan insecticidas duales.
IV) Instituto Nacional de Enfermedades Virales Humanas “Dr.
Julio I. Maiztegui”.
V) Hospital Javier Muñiz de enfermedades infecciosas de la
ciudad de Buenos Aires.
VI) Instituto Carlos G. Malbrán dependiente de la Administración
Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud (ANLIS).
Un Gabinete Estratégico de Gestión Operacional y su tablero de
comando debería operar contando y coordinando estos recursos,
entre otros. Por supuesto que otra prioridad, marcada por la
urgencia, es mitigar los casos. Para dar un solo ejemplo,
sufrimos la exasperante falta de repelentes en varias ciudades
del país acosadas por el dengue.
En definitiva, lo verdaderamente endémico en nuestro país parece
ser la mediocridad. Contamos con recursos aislados y capacidad
técnica, pero subutilizada, ciertamente incompleta, pero
suficiente para brindar una respuesta de calidad superior.
Corremos atrás de los problemas, improvisando, cuando debemos
adelantarnos y prever escenarios, trazar estrategias, ejecutar
planes, realizar monitoreo constante, observación clínica
sistemática. Al decir de Auguste Comte “saber para prever,
prever para poder”.
Falta que los gobiernos que se suceden asuman la responsabilidad
y el compromiso de construir una co-gobernanza de gestión
político-sanitaria, pero para ello parece necesario a la vez que
la ciudadanía se los exija. Estamos acostumbrados a la
improvisación, resignados a la mediocridad, cómodos en la queja
general a todos, que no es lo mismo que la crítica y mucho menos
que la autocrítica. Somos expertos en encontrar culpables
exógenos, o excusas para nuestras propias fallas.
Es hora de reconocer la realidad y asumir la responsabilidad.
Más que pugnar por un consenso explícito de supuesta superación,
debemos romper el actual consenso implícito por conservar el
statu quo. Es hora de transformar, es hora de regenerarnos.
Compromiso y responsabilidad, crítica y autocrítica, salir del
autoengaño, abrir los ojos y arremangarse.
| (*)
DDoctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”; Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Coordinador del área de
Salud Pública, del
Depto. de Investigación
de la Facultad de
Ciencias Médicas,
Universidad de
Concepción del Uruguay,
Entre Ríos. Co Autor
junto al Dr. Vicente
Mazzáfero de “Por una
reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que
no tenemos” (2019);
“Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la
salud” (2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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