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América Latina está atravesada por una
puja que tiene por un lado la inclusión de amplios sectores de
la población a la cobertura sanitaria y por el otro las demandas
de acceso a innovaciones de última generación de las clases
medias que pujan por mantener el acceso y la amplitud horizontal
de la cobertura.
La judicialización se ha convertido en un instrumento para
definir la asignación de recursos, no siempre de manera más
racional como podrán imaginarse. Es muy escaso el conocimiento
de los jueces sobre la medicina basada en la evidencia, las
guías de prácticas clínicas o de la utilidad terapéutica que
surge de las evaluaciones de tecnologías sanitarias.
En el transcurso de las últimas décadas hemos visto como Brasil,
Chile, Colombia y Uruguay han abordado reformas estructurales y
políticas específicas para intentar dar respuesta al reclamo y
quejas de la población sobre el funcionamiento de los sistemas
de salud.
En la Argentina todo parece estar en calma en la materia y las
cuestiones se intentan dirimir en los tribunales sin que la
política puede atinar a definir objetivos y metas. La salud
estuvo tempranamente en la agenda durante el reinicio de la
democracia recuperada que este año en octubre cumplirá 40 años.
Lo hizo más por decisión y vocación del príncipe que por un
reclamo del pueblo.
El intercambio y debate parlamentario duró aproximadamente 5
años, y luego se diluyo para ingresar a la oscuridad y la
discusión sectorial alejada del ámbito legislativo. El sistema
sanitario se terminó de bloquear dado que nadie tiene el
liderazgo suficiente para cambiar y los que traban las reformas
siguen siendo poderosos.
Esta situación de empate solo puede ser desbloqueada por un
accionar del Estado erigiéndose en el árbitro de los intereses y
conductor del sistema. Somos testigos diarios de la debilidad
del Estado nacional en el área de salud, y que ese rol no puede
ser cubierto por los estados provinciales ni municipales.
La Argentina necesita replantearse el esquema de gobernanza del
sistema sanitario que a partir de las transferencias de
servicios a las provincias por una parte y el poder político y
económico de PAMI y del sistema de obras sociales nacionales que
se ha visto debilitado.
La salud aparece como una masa informe de coberturas que avanza
o retrocede según la situación económica del país, pero cuya
constante es la ausencia de rumbo y dirección que integre
esfuerzos, estructuras y también culturas.
Hoy los sistemas sanitarios del mundo están sujetos a debates,
discusiones, protestas y reclamos de los ciudadanos disconformes
con las diferentes velocidades que se observan entre la vida
diaria mediada por la tecnología y los problemas de las
organizaciones sanitarias en adecuarse a los nuevos tiempos.
El sistema sanitario es demasiado importante como para dejarlo
que oscile y que vaya según la dirección del que tiene más poder
o hace más presión. La consecuencia de no tener una gobernanza
clara y definida, una autoridad consolidada en materia de salud
termina generando esta dispersión del sálvese quien pueda y como
pueda.
Claramente los que estén en la parte del edificio de arriba de
la salud, segmentada por pisos tendrán más posibilidades de
salir airosos a la tragedia sanitaria que venimos viviendo hace
ya muchos años y que la pandemia expuso más claramente ante los
ojos de la sociedad argentina.
Es importante y clave contar con denominadores comunes, con un
núcleo básico de coincidencias sobre algunos objetivos claves de
los que nos interesa proteger y de cómo diseñar, estructurar y
gobernar a través de una nueva legislación sanitaria
integradora. Pero la legislación no soluciona mágicamente las
cosas, y muchas veces los entornos, los momentos son claves para
cambiar el rumbo de las cosas.
En Italia fue importante la aprobación de la ley 833 creando el
servicio nacional de salud, pero tan importante como esa ley fue
la aprobación del decreto 552 durante la crisis de mani pulite
(1992) que permitió replantear el esquema de poder y de gestión
de los servicios de salud, incorporando una mirada gerencial
preocupada por el acceso, pero también por la sustentabilidad
del sistema.
Citando al Dr. Javier Vilosio, autor del libro sobre las
oportunidades perdidas para la reforma del sistema sanitario
argentino, a mi juicio tuvimos una tercera oportunidad perdida
fue 2002 que no la contabilizamos porque no existió un proyecto
de ley como fue el SNIS o el Seguro Nacional de Salud, pero si
podemos constatar que existieron condiciones objetivas para el
cambio.
En este momento se abrió una ventana y quizás estábamos
preparados para los efectos paliativos, pero desperdiciamos la
oportunidad de tener un programa de transformación del sistema
que estaba navegando en una crisis profunda. La responsabilidad
le cabe a los que asumieron el gobierno sanitario del momento,
que, con un estilo conservador, movidos por intereses políticos
y económicos no tuvieron la decisión política y el coraje de
atreverse a dar un salto clave en la transformación tantas veces
postergada del sistema sanitario argentino.
Aquí falto lo que menciona Borges en su cuento Biografía de
Tadeo Isidoro Cruz, “cualquier destino, por largo y complicado
que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en
que el hombre sabe para siempre quién es” o quizás ese fue el
momento donde descubrimos quien es.
Ya hace tiempo que algunos hemos dejado de pensar que nuestro
archipiélago de coberturas pueda convertirse en un sistema
nacional de salud. Claramente no están las capacidades ni las
condiciones ni el consenso suficiente para hacerlo. Sin embargo,
la Seguridad Social que es parte de la solución se abroquela en
su esquema de organización más sindical que sanitario y evita
discutir en profundidad algunas medidas que podrían ser claves
para reorganizar el sistema desde una perspectiva de equidad y
eficiencia.
La política nacional se vive quejando del PAMI, pero en cuanto
llega al Poder Ejecutivo mágicamente piensa que hay una salida
para esa gran caja política y vuelve a querer resucitar una
institución que está agotada y al mismo tiempo penetrada por
intereses muy poderosos de la industria farmacéutica nacional y
prestadores privados en no pocos casos deplorables que no
pasarían una acreditación básica de establecimientos.
Sin embargo, el PAMI es refugio para todos ellos incluso también
para sostener prestadores propios que hace mucho tiempo que
deberían haberse transformado y adecuado a la complejidad de la
gestión sanitaria. PAMI es una especie de Tierra del Fuego para
los proveedores privados de salud.
Así como Tierra del Fuego es un agujero negro que succiona
millones de dólares para terminar ensamblando productos
electrónicos de consumo en el mercado interno (celulares,
televisores y equipos de aire acondicionado) el PAMI subsidia el
mercado interno de medicamentos, dispositivos, equipamientos y
camas sin criterios de uso racional. Y menos aún utilizando el
poder de compra (y por ende de regulación) que tiene por ser el
4to presupuesto del país (2023 - $ 1.439.691.800.000 miles de
millones de pesos (a un dólar oficial de $ 220 son
aproximadamente U$S 6.544 millones de dólares).
Los gobernadores viven en su mundo, en la mayoría de los casos
desconociendo el funcionamiento y los resultados de las acciones
sanitarias y de la sanidad en sus respectivas provincias. La
pandemia fue un momento de atención que paso muy rápidamente,
cuando se alejó el mayor peligro de esta se volvió a la isla de
la fantasía sanitaria provincial.
Algo debemos haber hecho mal los sanitaristas que todavía no
hemos podido convencer a la política de los amplios beneficios
de una atención primaria sólida, capacitada y con los
instrumentos diagnósticos necesarios como para poder trabajar
filtrando los pacientes y que no lleguen al hospital casos que
pueden ser resueltos sin tanta complejidad ni recursos. Esto es
claramente un mal gasto de recursos y una flagrante ineficiencia
del sistema. El dinero se va también cuando hacemos cosas
innecesarias dado que esto constituye el costo de oportunidad
que no nos permite abordar aquellas actividades con mejores
resultados.
Nos encontramos ahora ante un nuevo test electoral y no es mucho
lo que se observa sobre la superficie. Los partidos no dialogan
ni consensuan políticas macroeconómicas y tampoco sobre otros
temas tan relevantes como la reforma laboral, la previsional o
la fiscal.
En ese marco la verdad que pensar que se pongan de acuerdo en
algunos cambios a iniciar y continuar en el sistema de salud que
supere algunos períodos electorales entiendo que puede sonar
utópico, pero sigo creyendo los políticos argentinos son también
animales que aprenden, a prueba y error y que en algún momento
intentarán por la vía de diálogo y el consenso.
Desafortunadamente vivimos en un país donde la humildad es
sinónimo de debilidad y en consecuencia campea el macho alfa que
sabe todo lo que tiene que hacer. Sería bueno ver algunos videos
de la selección argentina de futbol o de la selección de
baloncesto para darse cuenta como se construye y dirige un
equipo.
Para pintar el cuadro de situación primero una breve descripción
de las condiciones sociales y sanitarias que nos permita
identificar áreas donde la inversión puede tener un retorno
social muy alto.
Sociales y sanitarios
En 2022, la pobreza subió hasta alcanzar al 39,2% de la
población, a pesar de la caída del desempleo y del crecimiento
de la economía. El aumento de precios actual hace prever que
empeorará aún más este 2023 (Observatorio de la Deuda Social
Argentina UCA).
54.2% de los niños/as menores de 14 años en todo el país están
bajo estado de pobreza (5,9 millones viven en hogares que no
ganan lo suficiente para cubrir la canasta básica total)
(INDEC).
20 millones sin cloacas y 7 millones de personas sin agua
corriente.
Lugar de alta concentración de población y pobreza (AMBA) – 17
millones de habitantes en el AMBA.
Mala distribución del ingreso y alto gasto de bolsillo en salud
(30%).
Las comorbilidades con las cuales convivimos. Según datos
recientes de encuestas de salud representativas a nivel nacional
en la Argentina, Brasil, Ecuador, Guyana, México, Perú y
Uruguay, la prevalencia de la obesidad, la hipertensión y el
colesterol alto en personas mayores de 20 años es
extraordinaria, superior al 30% en la mayoría de los países, y
más del 40% en otros.
Los problemas de educación. Gran parte de la población no sabe
que padece un factor de riesgo. Por ejemplo, en la Argentina, el
33% de los adultos que creen que su presión arterial es normal,
en realidad tienen presión arterial alta. Las personas menos
educadas también son menos propensas (en 6 puntos porcentuales
en el caso de la hipertensión en la Argentina) a no ser
conscientes de sus problemas de salud subyacentes.
Aspectos institucionales
Sistema de salud muy fragmentado en la financiación, aseguración
y prestación.
Debilidad en la gobernanza y la coordinación de los sistemas
(altos costos de transacción).
40% de personas con trabajos informales y sin mecanismos de
seguros por desempleo.
50% de la población sin cobertura de seguro médico formal y
menor acceso a los servicios de salud.
El financiamiento de la salud ligado al trabajo que será la
variable más castigada desde el punto de vista económico. Una
economía que no crea trabajo genuino no puede seguir financiando
la salud por esta vía.
Me animaré a citar algunos temas de una agenda nacional de
consenso que permita construir un esquema acerca de en qué
invertir en el mediano y largo plazo:
Completar las obras de agua corriente y cloacas para el 100% de
los habitantes (actualmente 15% de la población carece de agua
corriente y más del 50% de cloacas).
Conformar un Consejo Nacional de Salud desde donde poder
comenzar a articular acciones comunes entre el Estado nacional,
provincial y municipal, el PAMI, la Seguridad Social y el sector
privado.
Convertir al Consejo Federal de Salud en un organismo que tome
decisiones aplicarse en todos los sistemas sanitarios
provinciales cuando son aprobadas por sus respectivos ministros
y gobernadores.
Definir un programa de fortalecimiento (inversión) de la
atención primaria para configurar centros de atención primaria
recargados preparados para brindar y acompañar a las personas
que se acerquen a los centros o consultorios privados de la
atención que requieran.
Los profesionales podrían ser contratados no en relación de
dependencia sino como profesionales independientes y con una
nueva modalidad de pago que combine cápita con resolutividad.
Los centros de salud y consultorios deberían poner foco
principal en las enfermedades crónicas no transmisibles y las
relaciones entre oferta y demanda completamente mediada por
tecnología.
Atacar la desigualdad en la salud de los argentinos también se
puede comprobar con la distribución de las enfermedades que
típicamente se ensañan con la pobreza, como la tuberculosis o el
mal de Chagas. En la Argentina se calcula que más de un millón y
medio de personas padecen este último, o sea, un 4% de la
población. Entre las distintas provincias también se observan
profundas desigualdades en relación con la tuberculosis. Salta,
Jujuy y Formosa tienen tasas de 47,8, 47 y 39,2 por cada 100.000
habitantes, más del doble de la media nacional.
Inversiones en salud digital que avanzar en el diseño de
herramientas verdaderamente útiles para la toma de decisiones
por parte de pacientes, clínicos y gestores.
Programa de monitoreo de la calidad del aire (material
particulado, PM 2,5) en las ciudades urbanizadas con alta
densidad poblacional.
Fervientemente anhelo que en este año electoral que estamos
viviendo, en el fragor de la discusión, el debate, el
intercambio surja de lo más íntimo de cada uno de los candidatos
presidenciales lo que vivió Cruz en el relato de Borges:
“Éste, [Cruz] mientras combatía en la oscuridad (mientras su
cuerpo combatía en la oscuridad), empezó a comprender.
Comprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo
hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las
jinetas y el uniforme ya le estorbaban. Comprendió su íntimo
destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro
era él. Amanecía en la desaforada llanura; Cruz arrojó por
tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que
se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados,
junto al desertor Martín Fierro”.
Se trata de comprender que los niños/as del país, que la pobreza
y la indigencia, que la desocupación que los afecta, la
incertidumbre de la inseguridad, la baja calidad de la educación
y del acceso a la salud son el otro, no deberían consentirse y
condenar a la ciudadanía a una vida con ausencia de
oportunidades y lo que estamos esperando por una vez dentro del
marco de la democracia que los candidatos replieguen sus
apetencias individuales y partidarias y se pongan a pelear
contra los problemas que afectan a esos desertores y excluidos
de la sociedad que son sus compatriotas y conciudadanos que
deben representar.
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