:: REVISTA MEDICOS | Medicina Global | La Revista de Salud y Calidad de Vida
 
Sumario
Institucional
Números Anteriores
Congresos
Opinión
Suscríbase a la Revista
Contáctenos

 

 

 

 

 

 

Federación Farmacéutica

 

 
 

 
 

:: Infórmese con REVISTA MEDICOS - Suscríbase llamando a los teléfonos (5411) 4362-2024 /  (5411) 4300-6119 ::
   
 Columna

    

LA VEJEZ A LA INTEMPERIE: GOBERNANZA SANITARIA PARA ADULTOS MAYORES CON POLÍTICAS PÚBLICAS CONCRETAS

“La salud no lo es todo, pero sin ella todo lo demás es nada”
Arthur Schopenhauer

Por el Doctor Ignacio Katz


En los últimos años los temas referidos a la vejez fueron ganando espacio en la agenda pública local e internacional. La revalorización y problematización de la temática seguirá in crescendo conforme al fuerte ritmo que toma el aumento de la población mayor en el mundo. Desde el 2020 hay por primera vez más población mayor de 60 años que niños menores de 5, llevando a que la ONU declarase a la década 2020/2030 como la del “Envejecimiento Saludable”. También prevé que para el final de esta década la cifra de personas mayores de 60 años habrá aumentado en un 34%: de 1.000 millones en 2019 a 1.400 millones en 2030. Así, se estima que para el año 2050 la población mundial de adultos mayores duplicará la actual, alcanzando los 2.100 millones, y superando al segmento de niños y adolescentes.
La Argentina no está exenta de esta tendencia. El ritmo del crecimiento demográfico, si bien no de forma lineal, viene cayendo fuertemente durante el último siglo, lo que se traduce en un mayor envejecimiento de la población. La pirámide progresiva, propia de una población joven (base ancha y pico angosto) se convirtió en una pirámide estacionaria, de forma acampanada, que corresponde a una población con una menor natalidad y creciente aumento relativo de su población adulta mayor. El Instituto Geográfico Nacional estima que, siguiendo esta tendencia, para el 2050 la Argentina tendrá una pirámide regresiva, propia de una población envejecida. Esto se expresa numéricamente en que, según el BID, los adultos mayores, que hoy representan el 15% de la población argentina, pasarían a constituir el 22% para 2050.
Sin embargo, esta cantidad de años ganados muchas veces no se correlaciona con un aumento o mantenimiento de la calidad de vida esperada. En primer lugar, resulta prioritario reconocer que el envejecimiento no es una enfermedad sino una etapa más de la vida, que presenta un aumento de la vulnerabilidad condicionada por los procesos biológicos asociados y determinada desde lo social fundamentalmente desde el aislamiento al que terminan siendo objeto los mayores. A lo que hay que sumar los riesgos de desnutrición, sedentarismo, dependencia y denigración. Y así como la enfermedad necesita acción terapéutica, la vulnerabilidad requiere conductas saludables y cuidados específicos.
Separadas del mundo del trabajo, la socialización de las personas mayores queda limitada al espacio privado: las redes familiares (cada vez más frágiles en estos tiempos, sumándose el factor viudez en muchos casos) y los amigos. La soledad, vinculada al abandono, marginalidad y desasosiego significa, según un estudio realizado sobre 3 millones de personas por el Departamento de Psicología de la Universidad Brigham Young, un incremento del 30% en el riesgo de muerte prematura: ya sea por apoplejía, accidente cerebro vascular o enfermedades cardíacas, sumado a la elevada tasa de suicidios en los adultos mayores (uno de los segmentos etarios donde es más común), asociada a la depresión. Paradójicamente, los adultos mayores son también quienes menos atención psicológica y psiquiátrica reciben. La marginación y abandono social de los adultos mayores, en el marco de la cultura del desecho, constituye una “eutanasia disimulada”, para usar una expresión del Papa Francisco.
Asimismo, el achatamiento de la pirámide demográfica significa también una disminución de la población joven, lo que tiene un impacto en el sistema previsional. En el mismo sentido, los nuevos viejos cuentan con familias menos extensas (si es que tienen). Esto lleva a una mayor aceptación de institucionalización como forma de incremento de las relaciones sociales en organismos aptos para tal fin. A pesar de que, como muestra la Encuesta SABE (Salud, Bienestar y Envejecimiento en América Latina y el Caribe) realizada en la Argentina por la CENEP en 2001, el grueso de los adultos mayores rechaza la institucionalización (como residencias), que sólo llega al 2,3% de los mayores de 60 años. En el imaginario del adulto mayor la institucionalización es asociada con la pérdida de libertad, imposibilidad de una inserción en la comunidad y la objetivación del rechazo y el abandono familiar.
Para cuidar la salud de los adultos mayores es necesario transformar la realidad de las residencias y, sobre todo, estimular el potencial vital del adulto mayor: propiciar su transformación de objeto en sujeto en el despliegue del devenir cotidiano. Se debe impulsar el cumplimiento de las promesas de la Declaración Universal de Derechos Humanos para las personas mayores, como expresó recientemente la ONU en referencia a los Objetivos del Día Internacional de las Personas de Edad (2023): “Pedir a los gobiernos y a las entidades de la ONU que revisen sus prácticas actuales con el fin de integrar mejor en su trabajo un enfoque de los derechos humanos a lo largo de la vida de las personas. Además, deben garantizar la participación activa y significativa de todas las partes interesadas, incluida la sociedad civil, las instituciones nacionales de derechos humanos y las propias personas mayores, en el trabajo sobre el fortalecimiento de la solidaridad entre generaciones y las asociaciones intergeneracionales”.
El trabajo, lo genéricamente humano, es la forma en que uno se realiza como sujeto útil y garantiza su independencia económica. La exclusión del trabajo limita la capacidad de productividad del adulto mayor, componente que juega un papel preponderante en su autoestima, viéndose a sí mismo como inútil. Los adultos mayores se convierten así de hecho en un grupo desvalorizado por el sistema, al que sólo le queda realizarse como consumidor. Pero inclusive este “derecho” les es negado sistemáticamente a los jubilados en nuestro país.
En la Argentina, el particular contexto de crisis del sistema previsional (producto de la dinámica misma del envejecimiento demográfico y sus cambios estructurales en la proporción de trabajadores activos por jubilado -amén del violento crecimiento del empleo informal en las últimas décadas-), se traduce en jubilaciones cada vez más precarias. La alta inflación y el consecuente ajuste sobre las jubilaciones hacen que el flujo (los ingresos corrientes) no sea suficiente, forzando muchas veces a que el adulto mayor comprometa su propio stock (capital acumulado), producto de décadas de trabajo, para poder continuar consumiendo.
En el mes de octubre la canasta básica del jubilado trepó a los $ 313.000, mientras más de la mitad de los adultos mayores (4,5 millones) cobra una jubilación mínima de $ 87.000, es decir, casi 4 veces menos de lo necesario para no ser pobres. Aun sumando los -coyunturales- bonos y devolución del IVA (cuando sucede) el monto llega, en el mejor de los casos, a sólo la mitad del valor de la canasta básica.
Así, en la Argentina salir del mercado laboral se vuelve también sinónimo de pobreza, y la pobreza es siempre un factor potenciador de otras problemáticas, siendo causante de malnutrición (en sinergia a su vez con infecciones) e incidiendo directamente en la salud del adulto mayor.
En definitiva, existe un saber creciente acumulado, existen pautas e indicaciones internacionales, existen herramientas tecnológicas, estadísticas, existen universidades y centros de la sociedad civil. Lo que falta es la gobernanza sanitaria que ponga en acción políticas públicas para transformar el saber en hacer. Instituciones que construyan programas concretos de intervención comunitaria. Sólo así lograremos que la última etapa de la vida no sólo sea una a la que todos aspiren a “llegar”, sino una en la que todos queramos vivir.


(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua - Mendoza; Coordinador del área de Salud Pública, del Depto. de Investigación de la Facultad de Ciencias Médicas, Universidad de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Co Autor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” (2012); “La Fórmula Sanitaria” (2003).

SUMARIO 
 
 

Copyright 2000-2023 - Todos los derechos reservados, Revista Médicos