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En Contra la distopía, el filósofo español Francisco
Martorell Campos dice que las distopías se dividen entre
las que critican el presente y las que critican las
políticas de cambio radical, y lo que constituye una
utopía para unos, como una sociedad sin Estado, aparece
como distopía para otros.
Ese relato distópico, que se opone a la imaginación
utópica obedecería al sentimiento de que no hay
escapatoria a un futuro que será una versión degradada
del presente, y transmite la idea de que el momento
presente no es, finalmente, tan malo en comparación con
el futuro que nos aguarda.
Algunos datos de nuestra realidad parecen corroborar esa
teoría: nuestra crisis no es de ahora: a fines de 2020,
el ingreso real de los argentinos era el mismo que en
2005, y que, en 1979, solo 10% superior al de 1974.
A fines de 2019, solo el 19,6% de la población en edad
de trabajar tenía un empleo privado formal y contribuía
a un sistema previsional, que desde 2016 es universal.
El presupuesto aprobado para el parlamento bonaerense
para 2023 represento un 123% de aumento respecto del año
anterior (superior al 95% de inflación acumulada durante
aquel año), y los recursos de esa Legislatura se
multiplicaron exponencialmente desde que durante la
gobernación de Scioli, el presupuesto de las cámaras
paso de ser un 1,2% de las partidas de Administración
General, a ser el mismo porcentaje de las partidas
globales de la provincia (incluyendo el Instituto de
Previsión Social y organismos descentralizados).
A la hora de votar esos presupuestos, los legisladores
hacen causa común, y los aprueban sin chistar sin
diferencias entre oficialistas y opositores.
Ni la izquierda, que declama que los legisladores
deberían cobrar lo mismo que los docentes, ni los
libertarios, que se proclaman anticasta, opinaron en
diciembre, cuando los presupuestos de ambas cámaras se
votaron en la sesión en que se sancionó el presupuesto
de la provincia, sin que ningún legislador hiciera uso
de la palabra.
La Cámara de Diputados de esa legislatura realizo 10
sesiones, y la de senadores 11, durante el año pasado,
menos de una por mes.
Mientras tanto, entre acusaciones de locura, y
escandalosos episodios de corrupción, se “debaten” las
“propuestas” de los candidatos a la presidencia, que
vale la pena recordar, prácticamente no incluyen ítems
de salud.
No resulta entonces sorprendente, que haya explotado en
el país, la crisis de representación de la democracia, y
la desvirtuación de la política como motor del cambio,
que ha tenido otras manifestaciones globales.
Una expresión de esa crisis, es la idea de que el
mercado restablecerá la libertad que el Estado conculca,
y entonces no debería sorprender que en condiciones de
sufrimiento y hartazgo, ese argumento gane cada vez más
popularidad, mientras los políticos se ocupan de sus
intereses personales, y no prestan atención a las
demandas de quienes los eligieron (recuerda a Max Weber,
que los llamaba “especialistas sin espíritu, hedonistas
sin corazón; nulidades que se imaginan haber alcanzado
un estadio de la humanidad superior a todos los
anteriores”), y millones de ciudadanos pobres y
defraudados y de jóvenes sin futuro demonizan al Estado
y la política.
Y lo más serio de esa crisis es la supresión de la idea
de Nación, de comunidad, como organización que comparte
costumbres, ilusiones, éxitos, frustraciones y una
lengua.
Sin embargo, una sociedad no vive sin utopías, sin un
sueño de dignidad, de respeto a la vida y de convivencia
pacífica entre las personas y pueblos.
Si no las tenemos nos refugiaremos en los intereses
individuales y grupales y perderemos el sentido del bien
común.
No podemos permitirnos que los egoísmos e intereses
individuales o grupales conviertan en utopías las ideas
justas.
En estos borrascosos tiempos electorales vale la pena
recordar aquel pensamiento de Víctor Hugo, según el cual
la rutina es el pasado que se obstina en seguir, y la
utopía el porvenir que se esfuerza en nacer
| (*) Presidente del
Instituto de Política, Economía y Gestión en
Salud (IPEGSA). |
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