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El 22 de octubre pasado tuvimos la definición de los candidatos
que pasan al ballotage que confirman el apotegma de Carlos
Menem: “Para ganar no hay que decir lo que se debe hacer. Si
hubiese dicho mi programa no hubiese ganado”.
El conglomerado privado del sistema de salud que comenzó
organizándose con el poder concedido a las obras sociales
administradas por sindicatos o por empresas con la ley 18.610,
se agregó luego la creación del Instituto de Servicios Sociales
para Jubilados y Pensionados para hacer política desde el
Estado, se amplío con el crecimiento desmesurado del sector
privado prestador durante los años setenta, y se consolidó luego
con el crecimiento de los laboratorios farmacéuticos y la
aparición de la medicina prepaga durante la primavera menemista
de los años noventa hoy constituyen uno de los sectores
económicos que gestionan una cantidad ingente de recursos con
muy escasos controles y evaluaciones.
Este conglomerado se ha convertido en actores en relevantes para
el financiamiento de los partidos políticos. Es por ello que los
partidos prefieren dejar el funcionamiento de los mismos bajo la
sombra y la oscuridad informativa.
Hemos escuchado hablar a los referentes de los candidatos sobre
los grandes consensos (agencia de evaluación de tecnologías,
fortalecimiento del COFESA, integración de programas nacionales,
recursos humanos en salud) que está muy bien y sin dudas son
problemáticas de interés para toda la población donde el Estado
nacional tiene influencia e incidencia en las decisiones
correspondientes. Y está muy bien que así sea, es necesario
consensos mayoritarios para determinadas transformaciones que
involucran grandes colectivos sociales.
Pero al mismo tiempo se han ignorado menciones o referencias a
problemas que arrastramos desde hace muchos años y para los
cuales la política nacional parece no tener una propuesta o por
lo menos no querer plantear algunas ideas de manera explícita y
concreta (Me viene a la mente un recuerdo del “No hagan olas
muchachos” que nos dijo Carlos Reutemann en una reunión de
trabajo).
Me refiero en primer lugar a tomar alguna definición respecto
del PAMI (1% del PBI) que ha quedado como un emergente de una
cobertura nacional que ha demostrado sus limitaciones y, en
segundo lugar, pero no menos importante la reconversión,
adecuación o modernización de la Seguridad Social (2% del PBI).
Como se puede observar estábamos hablando de 3% del PBI del país
que utilizan de manera inadecuada generando costos evitables que
le quitan potencia a la gran inversión que hace la población
para financiar la salud de estos importantes sectores de la
población (jubilados y pensionados, trabajadores formales,
etc.).
La política en términos generales y de manera hipócrita actúa
como si la Argentina tuviera un sistema público universal para
atender a los 47 millones de habitantes, cuando la realidad
cruda y dura demuestra que el sistema público argentino a duras
penas da respuesta para un tercio de la población y de manera
muy deficientes.
Sería muy bueno para la calidad de las leyes que los
legisladores responsables de la aprobación de estas se
atendieran en el sistema público y no tuvieran cobertura privada
de esa manera podrían tener de manera realista una experiencia
de lo que es tener en la Argentina cobertura pública exclusiva.
No debemos olvidar que dos tercios restantes se atienden en
esquemas de seguridad social muy fragmentados y variados (obras
sociales nacionales, prepagas, obras sociales provinciales y el
PAMI).
No hay dudas que la población que se atiende exclusivamente en
el sector público merece una especial atención porque son los
más vulnerables y los que están en peores condiciones de
sobrevivir a las amenazas del cambio climático, nuevas
pandemias, enfermedades crónicas, pero también raras y de alto
costo y baja incidencia. Es por ello que organizamos en su
momento el Grupo PAIS para poner el foco sobre este sector
desposeído y olvidado.
Sus problemas de agua potable, cloacas, viviendas hacinadas,
pobre educación, condiciones de pobreza constituyen
determinantes que los dejan en inferioridad de condiciones y que
requieren de la organización y buen funcionamiento de un sistema
de prevención, cuidado y mantenimiento de la salud.
Ese primer nivel de atención verdadero filtro y contención no
está presente en ninguna provincia argentina y todavía no es
visualizado como una prioridad. En este capítulo los Estados
provinciales están en deuda no tenemos registro de gobernadores
que quieran organizar la salud de las provincias y pongan proa
hacia ese objetivo.
La influencia del enfoque biologista y hospitalocéntrico
constituyen miradas muy acotadas para comprender las necesidades
epidemiológicas y sociosanitarias de los tiempos que vivimos. Y
esto es compartido por la sociedad que muchas veces ignora estas
definiciones y por la clase política que no demuestra el menor
interés en involucrarse y revertir esa tendencia.
En la Argentina se destina casi un 7% del PBI a la salud de
manera obligatoria. Una buena organización y gestión podría
tener mejores resultados con su uso que los que obtiene el
sistema sanitario argentino.
Países como Italia o España cuentan con ese financiamiento para
brindar salud a la población general. La gestión importa y mucho
en estas instancias y requiere de modelos que funcionen, que
gasten bien los recursos evitando el despilfarro, controlando la
corrupción y midiendo los resultados.
La ominosa fragmentación del sistema convierte su funcionamiento
en excesivamente costoso para los resultados obtenidos
(mortalidad materna, mortalidad infantil, esperanza de vida) y
sobre todo con una gran variabilidad según el tipo de cobertura
y el lugar donde vivan los ciudadanos.
No es lo mismo vivir en una provincia que en la otra, estar en
una ciudad que, en el ámbito rural, tener prestadores cerca que
no tenerlos, tener cobertura formal que no tener, y así
podríamos seguir enumerando una cantidad de factores que marcan
la distancia entre la salud que reciben unos y otros habitantes
en el territorio.
La diversidad y pluralismo se paga caro. De hecho, en Europa los
sistemas de seguridad de social destinan una cantidad un poco
mayor de recursos dada la diversidad de fondos administradores
que tienden a hacer perder las economías de escala y otras
eficiencias vinculadas con el agrupamiento y un pool de riesgo
adecuado para compensar los diferentes riesgos sanitarios de la
población.
Un camino que nos queda por recorrer es trabajar en la
integración. Todos hablan de la misma, lo que sucede es que
nunca definen quien se debe integrar cómo y con quién. Y el
problema son “los que no se dejan integrar” o quién integra a
quien. Por supuesto que estamos hablando de recursos y de
intereses.
La integración implica una racionalización en el uso de los
recursos, hay gente que deja de decidir sobre el gasto porque su
función, su trabajo o su representación ya no tiene sentido. Y
entonces, ¿quién es el actor que asume esa responsabilidad
mayúscula de brindar salud a la población y tiene que hacerse
cargo de esa responsabilidad?
Del PAMI ningún candidato habla porque se sigue considerando una
gran caja sanitaria nacional a la cual recurre el Poder
Ejecutivo de turno y en consecuencia está enmarcado en la
relación Nación - provincias. Solemos encontrar desde el 2003 a
presidentes que no están dispuestos a ceder el 1% del PBI para
que las provincias asuman la atención sanitaria de la población
de la tercera edad.
Salimos de diez años de gobierno de Menem donde se privatizaron
empresas públicas y se transfirieron servicios sanitarios y
educativos a las provincias, y luego vinieron 20 años donde se
volvió a estatizar las empresas y donde se frenó la
transferencia y se ignoró el federalismo dado que el Ejecutivo
Nacional prefirió hacer caja con los recursos para gestionarlos
a nivel central (no quiero repasar los escándalos de corrupción
de vialidad, plan cunita, y tantos programas nacionales
inexistentes que generan bajos resultados).
Claramente la integración de los recursos del PAMI al sistema
público provincial fortalecería la caja sanitaria de las
provincias otorgándole una mayor capacidad de regular y
controlar la salud en esa jurisdicción. Pero debemos ser
conscientes que en las provincias prevalece también la lógica de
mantener separadas las cajas (presupuesto y obra social
provincial) segmentando de esta manera el acceso y la calidad
sanitaria de la población que vive en la provincia.
No conozco ningún gobernador que haya intentado avanzar en la
integración de la obra social provincial con el sector público
provincial en lo que podría ser la base de sustentación de un
seguro provincial de salud.
Que va a suceder con el Instituto (PAMI) seguirá siendo un
lastre, un fondo de incentivo a la industria del medicamento
local y las clínicas y sanatorios que se caen del resto del
sistema y son sostenidos por el Instituto o definiremos
convertirlo en una punta de lanza para promover reformas de los
sistemas provinciales de salud a cambio de la transferencia de
población y recursos.
Respecto del sistema de seguridad social nacional, como hemos
observado en los últimos tiempos el trabajo en negro, el
desempleo y la recesión han terminado por reducirlo a la
cobertura del trabajo formalizado que manejado por los
sindicatos se aferra con uñas y dientes a seguir manejando y
conduciendo las obras sociales de categoría.
Siempre han cooptado la Superintendencia y la misma ha trabajado
para la protección de las pésimas administraciones sindicales
antes que por los pacientes y usuarios que debería representar.
Las obras sociales nacionales administran 2% del PBI, muchos
millones de dólares a cargo de 300 obras sociales y los acuerdos
que tienen con la medicina prepaga que son sus socios en varios
negocios.
La población de la seguridad social que aporta durante su vida
activa a su obra social cuando llega el momento de jubilarse se
la transfiere al PAMI. Esto constituye un claro desincentivo a
cuidar la salud de la población dado que en definitiva cuando la
persona sea mayor y comience el mayor consumo y utilización, en
ese momento se la pasa al Instituto.
En los últimos tiempos la población se ha estado defendiendo
mediante amparos de esta situación y por lo general termina
sucediendo que las personas se terminan quedando en su obra
social de origen. Esto debería solucionarse lo que implica tomar
una decisión respecto al futuro del Instituto.
Por otra parte, las obras sociales nacionales han perdido
importancia en términos de afiliados durante todos estos años de
recesión y repliegue económico. En muchas provincias donde no
hay trabajo formal solo están presentes con un bajo número de
afiliados que son una carga para una obra social que se gestiona
de manera centralizada.
Es probable que la organización de un seguro provincial de salud
permitirá que estos afiliados se incorporen al mismo
transfiriéndole los recursos correspondientes que aumentarían el
fondo provincial de salud.
Tarde o temprano se deberá tomar el toro por las astas y estas
decisiones que se fueron procrastinando en el tiempo deberán ser
ejecutadas. Siempre es más conveniente hacerlo de manera
planificada sin embargo, la Argentina nos enseña que las cosas
se terminan haciendo por default echándole la culpa al mercado
de tal manera que los políticos queden indemnes de estas
decisiones políticas.
La sociedad argentina se convertido con el tiempo en una
sociedad que quiere cambiar sin que el cambio la afecte. El
apotegma podría ser el ajuste hay que hacerlo, pero con los
otros.
El gran político italiano Enrico Berlinguer decía “Cuando se
piden sacrificios a la gente que trabaja se requiere un gran
consenso, una gran credibilidad política y la capacidad de
atacar los excesos y los privilegios intolerables. Si estos
elementos no están presentes, los objetivos no podrán lograrse”.
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