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Hemos naturalizado hasta tal punto la crisis sectorial que
parece que constituye un paisaje que no conmueve. Pero, aun así,
se profundiza día a día.
En medio de una fiscalidad destruida, el sector público recibe
una demanda creciente de población desplazada de otros sistemas
de cobertura, en un escenario de agravamiento de las condiciones
sanitarias de la población. 12 millones de personas en pobreza,
dos millones en indigencia (entiéndase bien: hambre) suponen un
determinante absoluto para generar y agravar las condiciones por
las que enfermar y morir.
Como consecuencia de la caída de la masa salarial, la mora en
los aportes y el incremento de los costos de la canasta de
salud, la seguridad social se encuentra literalmente quebrada.
Se es- tima que el valor capitario del PMO oscilaría en unos $
15 - 18.000, y con esos valores, entre el 70 y el 80% de las
entidades que integran el seguro social no alcanzan a cubrirlo.
Fuentes de redistribución como el propio FSR han perdido
capacidad de soporte financiero y subsisten como complementos
marginales de un modelo que perdura gracias a transferencias
discrecionales no contributivas por parte del Tesoro.
Un sistema que se estima que en 2020 gastó el 10.8 % de su PBI
en salud (Ministerio de Salud. 2022) pero que desde entonces ve
decrecer su participación relativa en el gasto público social, y
lo que es igualmente de grave, va perdiendo paulatinamente la
gratuidad en el punto de atención, con lo cual, aquel decremento
se compensa con gasto de bolsillo, llevando a un modelo más
inequitativo e injusto.
Un País en el que el desfinanciamiento del recurso profesional
ha generado que impere la deserción, la decepción y la
desatención. En el que la reemergencia de enfermedades como
consecuencia de la caída de acciones preventivas terapéuticas y
de rehabilitación, modula un nuevo paradigma epidemiológico que
nos retrocede en la historia e impactará sobre la
morbimortalidad cardiovascular, la incidencia y gravedad del
resto de las ENT, la expectativa y la calidad de vida. En el que
mueren 49 mujeres cada 100.000 nacimientos.
En el que ante la falta de provisión de insumos y el déficit de
recurso humano se pierde el sentido de la oportunidad e incluso
el de la calidad de la asistencia. En el que se reesteriliza
forzadamente por carencia de insumos. En el que el precio de los
medicamentos escala aún por encima de un IPC espiralizado
limitando o llevando al abandono de tratamientos. Se entiende…
entre la adherencia a un tratamiento, o a un plato de comida, la
elección es obvia.
Un País que en estos días está definiendo qué País será en los
próximos tiempos...
Sin embargo, la rectoría del sistema pareciera vivir en otro
País. O mejor dicho en otro PAIS. (¿O quizás sería mejor
enunciarlo como otro PAISS?). Que ante una crisis terminal como
la expuesta responde con una declamación afirmando que “La Salud
Pública es un derecho fundamental que debe garantizar el Estado”
(04/10/23).
En un País en el que el financiamiento del insostenible seguro
de salud para la tercera edad se hace a expensas de otro PAIS
(Impuesto Para una Argentina Inclusiva y Solidaria), establecido
como consecuencia de una restricción necesariamente distorsiva
en tanto no diferencia por capacidad contributiva ni por
finalidad del gasto, y que está destinado a desaparecer como
consecuencia de la insostenibilidad de la brecha cambiaria que
el mismo tributo colaboró a generar.
En un País en el que a dos meses de finalizar la gestión dispone
la creación de un PAISS a través de una Resolución ministerial
que pretende instalar un sendero de convergencia de programas y
financiamientos en curso a través de una Resolución que, de un
modo similar al que la asimilable 518/2019 de la entonces
Secretaría de Salud denominó PACES, es tan frágil y derogable
como aquella.
Un País en el que el PAISS presentado por una gestión que
termina, tras sesenta (60!) considerandos, establece un
PAISS-PS: Plan Argentino Integrado de Servicios de Salud-Plan de
Servicios de “uso obligatorio para todo el Sistema de Salud”,
asumiendo que permitirá “dar respuesta a las demandas de la
población y que, en tal sentido y con la finalidad de lograr el
cumplimiento de los lineamientos dispuestos por el Señor
Presidente de la Nación Argentina, corresponde establecer un
Programa Nacional que permita la concreción de los mismos y
establezca mecanismos para el financiamiento de la salud
consolidados e institucionalizados”.
Un País que a dos meses de finalizar la gestión de un Ministerio
sordo a los dramas y reclamos cotidianos, anuncia que el
financiamiento del PAISS, y en particular del Fondo Nacional de
Equidad en Salud (FONES) (Res.518/2019 y 1507/2020) - a cargo de
“cubrir las brechas de cobertura, acceso y calidad existentes en
las jurisdicciones participantes respecto de las prestaciones
específicas de alta complejidad, baja incidencia y alto precio
correspondientes a líneas de cuidado de salud definidas en el
Plan de Servicios de Salud” se financiará con el 4% del valor
capitario de un programa preexistente (!), por aportes
eventuales (!) del Tesoro, de las Obras Sociales y Provincias
que adhieran (!) y de recursos residuales preexistentes, pero
disponiendo en la reglamentación una compleja polinómica que
determina en definitiva un devengado sujeto a disponibilidad y
no a demanda de recursos.
Un País en el que, el flujo de recursos requerido para la
necesaria integración del sistema, se basa en un stock de
financiamiento por vía de endeudamiento externo, y es, por
tanto, limitado, finito y condicionado (línea de Crédito
Condicional para Proyectos de Inversión (CCLIP) N° AR-O0021 y el
Contrato de Préstamo BID N° 5744/OC-AR).
Un País en el que la oportunidad de un decreto crepuscular se
relaciona más con la necesidad de dar cumplimiento a los
acuerdos contractuales que tal préstamo dispone, que al
establecimiento de un consenso sectorial que pavimente el camino
de dicha integración.
En un País que sigue sin pensar un sistema de salud para el
País. Que reclama imperiosamente seriedad, compromiso,
racionalidad y destino.
Lo que nos falta
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