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En el espacio sanitario, la Argentina combina históricas
dificultades con nuevos y complejos desafíos. Por un lado,
navegar entre la crisis macroeconómica y sus efectos y
paralelamente mantener el funcionamiento del sistema de salud y
sostener la incorporación creciente de tecnologías de alto
precio, que transforman muchas enfermedades en de alto costo.
Dadas las particularidades que viene demostrando la propia puja
distributiva en el contexto de un modelo cada vez más
desarticulado, fragmentado y segmentado al que solo pudo unir
transitoriamente la pandemia, el incremento sostenido del costo
de incorporar la demanda de nuevas tecnologías de tipo
innovador-disruptivo -sean medicamentos o Dispositivos Médicos
Implantables (DMI)- más la creciente judicialización de su
cobertura, viene dando lugar a una profundización del conflicto
entre financiadores y prestadores.
Así, lo que se van delimitando son los márgenes del precario
equilibrio existente entre demanda y posibilidad de cobertura
efectiva. La espiralización inflacionaria, sumada a la
devaluación sostenida de la moneda y al aumento de precios de la
propia tecnología resulta una combinación de externalidades que
pone al sistema al borde de la tormenta perfecta.
Mientras tanto, los daños colaterales se expresan a partir de
múltiples necesidades urgentes de resolver, en un contexto donde
dos tercios de la población aún logran mantener una cobertura
formal en tanto el tercio restante es atendido exclusivamente en
el subsector público.
Escenarios que dan lugar a una multiplicación de ineficiencias
asignativas con consecuencias severas para la igualdad de
oportunidades respecto de las propias personas que demandan
respuestas del sistema en su conjunto.
En América Latina hay dos detonantes de la explosión del gasto
sanitario: la entrada abrupta de tecnologías innovadoras de alto
costo que implicó un aumento en su uso, con significativas
diferencias de precios entre países.
Particularmente en la Argentina, los medicamentos innovadores de
alto precio (que poseen cobertura total y precio real cero para
la demanda) se llevan un porcentaje cada vez mayor del
presupuesto sanitario, del orden del 34% del gasto total en
medicamentos del PMO.
Específicamente, los biotecnológicos son cada vez más
sofisticados y no solo se trata de moléculas sino de genes de
reemplazo, así como avances en la ingeniería de proteínas que
proporcionan plataformas para el desarrollo de nuevas
construcciones de anticuerpos, por ejemplo, moléculas
bioespecíficas de activación de células T (BiTE).
Comprar terapias que curen a todos los enfermos sería obvio en
un mundo ideal, pero la realidad en los sistemas de salud se
presenta mucho más compleja.
Sea porque a pesar de la enorme cantidad de innovaciones no
todas demuestran efectividad contrastada frente a las patologías
a las cuales se dirigen, porque los nuevos tratamientos resultan
muy caros o porque los recursos financieros para solventarlos
siempre tienen un límite concreto. Tanto para los medicamentos
como para los dispositivos implantables.
Progresivamente, la gestión sanitaria comienza a deslizarse
técnicamente hacia la premisa de gastar en lo que efectivamente
aporte más valor a la población en términos de salud. Es decir,
en tratamientos que no solo ofrezcan más tiempo de vida sino
mejor calidad de la misma, permitiendo disfrutarla con mayor
bienestar. Esto implica encontrar mecanismos como la alineación
del valor (terapéutico) y del precio.
El problema surge del hecho que los nuevos medicamentos
oncológicos poseen una diferencia de precios demasiado elevada
si se los compara con otros de eficacia equivalente, indicados
para patologías con incidencias y mortalidad similares.
Esto cristaliza importantes consecuencias no solo sobre la
equidad en el acceso a tales tratamientos, sino respecto del
costo de oportunidad que resulta para la propia sostenibilidad
de los sistemas sanitarios.
No hay mayor injusticia social que, apelando a las lógicas del
mercado, la industria multiplique astronómicamente el precio de
algunos tratamientos mientras -en un escenario económico de
presiones por dicha sostenibilidad- resulte obligado restar
recursos a otras enfermedades igualmente importantes.
Especialmente cuando, por ejemplo, menos de la mitad de los
tratamientos oncológicos incorporados al mercado aportan alto
valor terapéutico y permiten al paciente mejorar su
supervivencia o aumentar su calidad de vida.
El balance entre costo, efectividad y costo de oportunidad de
financiar una nueva tecnología en salud debe ser analizado en
profundidad no solo desde la perspectiva sanitaria, sino desde
la social. La sociedad suele expresa sus preferencias
seleccionando las intervenciones que paga y sus precios.
Cuando hay un discriminante monopolista que decide por cada
persona, las preferencias y las posibilidades de pagar se
diluyen y los financiadores deben enfrentar -a partir de un
presupuesto fijo- cuestiones que no pueden manejar, como la
inflación de costos y la devaluación del tipo de cambio
peso-dólar.
Especialmente cuando la posibilidad de mejora efectiva en la
sobrevida de una determinada enfermedad -presentada por el
fabricante como alentadora- requiere confirmación contrastada
mediante más estudios y seguimiento a largo plazo. En ese caso,
el problema principal surge del precio a pagar durante el
tratamiento sin une evidencia significativa.
Entonces, lo que se paga por un medicamento o un dispositivo
implantable es solo una expresión del valor relativo que se
aplica a algunas enfermedades sobre otras, sea por voluntad del
profesional interviniente o eventualmente como resultado de la
judicialización asociada al conflicto de interés por su no
reconocimiento por parte del financiador si subsisten dudas
sobre su efectividad real.
Especialmente en el caso de los medicamentos, que son las
tecnologías en salud con mayor participación en frecuencia (81%)
y en valor (75%). Todo lo cual no hace más que dar una nueva
señal para ampliar la cuota de mercado a determinado producto y
proveedor, y significa una serie de ganancias económicas, por
precio y por cantidad, especialmente para la industria
farmacéutica.
Una reforma del sistema de salud en nuestro país puede estar en
riesgo por falta de capacidad institucional a la hora de
enfrentar ordenadamente la presión tecnológica. Por tal motivo,
debiera incluir una serie de estrategias centrales para resolver
la opacidad del mercado de tecnologías sanitarias, así como
mejorar la gestión del gasto y la equidad de acceso al uso de
las terapias innovadoras y disruptivas.
La creación de un Instituto de Evaluación de Tecnologías
Sanitarias (ITES) de carácter autónomo y autárquico, dotado de
informes vinculantes y recomendaciones aceptadas por todos los
actores incluyendo la justicia, la construcción de un
Observatorio internacional de precios de medicamentos e insumos
innovadores, un Fondo para cobertura del Alto Costo y la
aplicación de regulaciones de precios a los medicamentos que
surjan del análisis entre países formarían parte de ellas.
La estrategia de regulación de precios de medicamentos
innovadores, un instrumento no implementado en la Argentina a
diferencia de otros países de la región como Brasil, Chile,
Colombia y Uruguay, sumada a la aplicación de Acuerdos de Riesgo
Compartido, permitiría contar con experiencias exitosas
destinadas a mejorar la eficiencia del modelo de compra y
mejorar su acceso sin poner en riesgo la sustentabilidad del
sistema.
A este instrumento debiera sumarse también la promoción de
competencia, sea por medio del incentivo al desarrollo local o
regional de biosimilares, de importaciones paralelas, subsidios
para sustitución de importaciones y modificaciones a los
mecanismos tradicionales de adquisición, incluyendo la
conformación de oligopsonios de compras conjuntas y
consolidadas.
Lograr resultados de mejor gestión económica sobre la tecnología
innovadora en salud requiere una política de Estado que se
estructure a partir de logro del consenso político adecuado y
necesario que permita poner en marcha una reforma integral del
sistema.
Construir un espacio de Acuerdo Sanitario y definir la necesidad
de una confluencia de objetivos en el campo de la política de
medicamentos y tecnologías entre los responsables políticos y
los principales actores sectoriales para enfrentar el desafío
del alto costo en salud, se transforma en una instancia
fundamental para contribuir a garantizar el derecho a la salud
de todos los ciudadanos.
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