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El cambio de Gobierno efectuado el 10 de diciembre de 2023,
supone no sólo nuevos funcionarios que reemplazan a los de la
gestión saliente, sino también un abrupto plan de restricciones
del gasto estatal para todas las áreas gubernamentales. El
escenario de shock en la magnitud de las erogaciones será más
agudo, por haber sido precedido por una gestión particularmente
dispendiosa, sostenida por una inflación muy acelerada, emisión
monetaria sin límites, subsidios a las tarifas de servicios y
crecimiento injustificado del empleo público. El campo de la
Salud fue específicamente afectado por la continua escasez de
recursos en los servicios públicos, el manejo discrecional y
fragmentado del conjunto de Obras Sociales (OS’s) que integran
la Seguridad Social (SeS), la intensa regulación de las empresas
de Medicina Prepaga (EMP’s) -sin embargo crecieron por la
tercerización de los afiliados de mayores ingresos de las OS’s
sindicales- y normas restrictivas para la importación de
insumos, que complicaron el normal funcionamiento de los
servicios privados.
Podría pensarse que, en un marco de restricciones del gasto
público, con el fin de reducir el severo déficit fiscal
heredado, la situación en el sistema asistencial tiene
inevitablemente que empeorar. De hecho, si el Gobierno Nacional
limita las transferencias de fondos a las provincias,
obligándolas a racionalizar -por carácter transitivo-el destino
de sus gastos, las que no sean capaces de optimizar las
asignaciones presupuestarias o promover nuevas inversiones, van
a descargar sus carencias sobre las prestaciones a la población,
que han comprometido. Cabe destacar que el centro de gravedad de
las acciones sanitarias se encuentra en las provincias, tanto en
la administración de los servicios públicos, en la gestión de
las OS’s de empleados provinciales y municipales, así como en la
ejecución de los programas preventivos diseñados a nivel
nacional. Pero se trata de 24 jurisdicciones, que pocas veces
responden eficazmente a las directivas federales. Es necesario
admitir -como punto de partida- que Argentina tiene un gasto
global en salud -se estima alrededor del 10% del PBI, incluyendo
gastos de “bolsillo”- que supera a los demás países
latinoamericanos, aunque sus resultados en las estadísticas
básicas son menores, comparándolos al menos con Chile, Uruguay y
Colombia.
Si el mayor peso de la gestión de los servicios de salud lo
soportan las provincias, dado que la Constitución Nacional les
reserva la responsabilidad de administrarlos, la estrategia más
apropiada resultará de fortalecer la capacidad de esas
jurisdicciones para integrar los recursos territoriales. Es
notoria la superposición de esfuerzos públicos y privados en
muchas ciudades, a escasa distancia entre sí, de modo que la
prioridad política consistirá en procurar que se articulen en
forma complementaria. Las provincias intervienen en la mayor
parte de los recursos de salud locales -servicios públicos y OS
provincial- pero la jurisdicción nacional retiene la gestión del
PAMI, las OS’s sindicales (o nacionales) y otras con mayor
autonomía. La decisión estratégica más significativa será,
entonces, descentralizar el PAMI -provincializando su gestión- y
promover la organización de seguros provinciales de salud (SPS’s).
Por este medio las provincias ampliarían su poder de decisión a
casi toda la población con cobertura. Si a estos instrumentos,
se agregara la cobertura estatal de los habitantes sin capacidad
contributiva, el SPS alcanzará a casi la totalidad de la
población del territorio. Los propósitos de la autoridad
sanitaria nacional deberán ser los de ordenar este proceso y
articular al conjunto de las jurisdicciones y recursos.
Un componente indispensable de la integración de los servicios
públicos y privados, será que los hospitales y centros de salud,
ejerzan en autarquía sus tareas asistenciales, adaptándolos a la
vigente Ley 17.102/67, desde la actual modalidad de “subsidio a
la oferta” (gastos a cargo del Estado y atención gratuita para
todos) a la de “subsidio a la demanda” (patrimonio del Estado y
servicios arancelados según la cobertura), que es la tendencia
mundial en el gerenciamiento de los nosocomios estatales. Este
cambio estará facilitado por la circunstancia de que todos los
usuarios gozarán de alguna cobertura (OS provincial, PAMI, OS’s
nacionales o cobertura estatal). El SPS dispondrá entonces de
prestadores públicos y priva- dos, que ejercerán su gestión con
los mismos criterios administrativos, tal como ocurre en la SeS
de los países industrializados. En esas condiciones, es
esperable que los beneficiarios del SPS no concurran al hospital
público como última instancia, como “ciudadanos de segunda”,
sino con derechos adquiridos por su “seguro”.
Una función esencial de las autoridades nacionales, sería la de
instrumentar una única tarjeta magnética de seguro de salud para
toda la población -como las tarjetas de crédito-, que
identifique al paciente, indique la entidad aseguradora
(manteniendo la confidencialidad del asegurador), y permita
facturar las prestaciones a la entidad correspondiente mediante
un posnet. Para que esto sea posible, sería necesario que todas
las organizaciones que integran la SeS, reciban sus fondos de
una única entidad recaudadora, que debite las erogaciones a cada
asegurador, tal como ocurre en Canadá, Alemania y otros países
con modelos de SeS. Al mismo tiempo se podrían implementar
normas generales de cobertura, controles de auditoría y
regímenes de premios y castigos. También se ha reiterado la
necesidad de una Agencia de Evaluación de Tecnología Sanitaria.
Las iniciativas en este sentido no han sido del todo eficaces,
porque el resultado esperado al final del proceso evaluativo es
la decisión sobre qué innovaciones deben cubrirse en función de
su efectividad, y cuáles no implican verdaderos avances
tecnológicos. Más allá de esas decisiones, será imprescindible
afrontar la virtual avalancha de medicamentos de alto costo,
sustentados en ingeniería genética y anticuerpos monoclonales,
que amenazan la sustentabilidad de todos los sistemas de
organización sanitaria. Un recurso fundamental sería la
implementación de un reaseguro de enfermedades catastróficas
para todos los regímenes de cobertura.
La dimensión de las reformas estructurales que es necesario
resolver, excede las facultades y la capacidad de negociación de
la autoridad sanitaria -sea Ministerio o Secretaría-, que sólo
dispone de un Consejo Federal de Salud (CoFeSa) escasamente
resolutivo, porque requerirá el acuerdo de autoridades electivas
(gobernadores) o dirigentes de organizaciones no gubernamentales
(p.ej. sindicalistas y empresarios) y, por supuesto,
legisladores. Este amplio escenario resta importancia a la
discusión sobre cuál debe ser el nivel jerárquico de la máxima
autoridad de Salud
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