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Si leemos la historia sanitaria a contrapelo, es decir,
aplicando la metodología habitual de nuestro oficio médico que
parte de las consecuencias hacia las causas, podremos precisar y
así intentar desmontar muchas de sus falencias y deformaciones.
Se trata de arribar a la episteme evitando la doxa, a sabiendas
que ya los griegos distinguían el primer término como un
conocimiento diferenciado de la técnica, y donde doxa se traduce
como opinión. Parménides lo refiere a las opiniones
-apariencias, ilusiones, engaños-, en contraposición con el
conocimiento que se encauza a la verdad y la busca.
En el estudio de los efectos de radiaciones existe la
diferenciación entre efectos estocásticos y efectos
determinísticos. Con estos últimos existe una dosis umbral por
debajo de la cual no se produce dicho efecto. Pero con los
efectos estocásticos ocurre la lesión ya que dependen de las
dosis y no se conoce el umbral. Por ejemplo, el desarrollo del
cáncer y las mutaciones genéticas. Allí pueden existir años de
latencia (efecto tardío).
En el caso de la sanidad, no hubo un derrumbe que de un día para
el otro haya hecho colapsar el edificio sanitario, sino que se
trató más bien de un incendio que lo fue destruyendo de adentro
hacia afuera, o más sutilmente, de una radiación periódica que
hizo mutar al “sistema”. Claro que hubo episodios históricos que
marcaron hiatos, tales como 1962 (cuando comenzó el éxodo de
científicos, por caso: César Milstein), el recordado 1966, y el
innegable 1976. Pero en estos cuarenta años de democracia, y a
pesar de crisis recurrentes, se trató sobre todo de una
persistente degradación institucional.
Si hacemos un ejercicio clínico de reflexión frente al caos que
predomina sobre el orden, notaremos que son un conjunto de
variables que hacen a la estructura, estrategia y cultura que
van (de)formando el resultado que se reproduce constantemente.
Si vemos más de cerca, la actual pero ya histórica fragmentación
sanitaria oculta varias cosas:
Dilución de
responsabilidad (política, profesional, institucional, etc.).
Mercadeo, esto
es, intereses, cartelización de instituciones y medicalización
(la industria farmacéutica ha subido el precio de medicamentos
de manera inusitada).
Endeblez de las
políticas sanitarias (que no distinguen planificación
estratégica reglada del empleo, de medidas y herramientas
aisladas).
Esterilización
de los “nidos de maestros” (claves para la formación y
capacitación de profesionales de la salud).
Corrupción:
lastre no sólo concerniente a la moral sino también a la
ineficiencia con efectos en el incremento de los costos en el
ámbito de la salud.
Si estos cuarenta años de democracia le han fallado a la salud
no es porque sus diversos funcionarios fueran malos y hayan
desplazado a otros buenos. Es porque, más allá de los muchos
casos particulares, no se ha construido un verdadero sistema de
transformación y ni siquiera de gestión satisfactoria. Hace
décadas que emparchamos y emparchamos, y mal administramos, con
dosis variables de buenas intenciones. No se trata solo de
ubicar a las personas adecuadas en los lugares adecuados, sino
más bien de constituir y sostener esos lugares como adecuados en
la medida en que articulen redes de operatividad,
responsabilidad y control.
La cuasi autarquía que reina en el área sanitaria, además de
implicar una ineficiente asignación de recursos, constituye la
base del problema al diluir las responsabilidades, al punto de
acercarnos a una situación de anomia: se pierde el sentido de
las leyes y sus fines, en un estado de disociación entre los
objetivos de la población y su acceso efectivo a ellos.
En otras palabras, no sirve discutir políticas con espíritu
crítico sin disponer de órganos operativos idóneos capaces de
accionar en correspondencia a las finalidades requeridas.
Cualquiera que entienda de estrategia sabe que no se pueden
cambiar las conductas si no se cambia la organización, y que no
se cambia la organización si no se cambia la estructura y la
cultura, aceptando como punto de partida la configuración social
post pandémica existente, reconociendo el rol del Estado al
asumir su responsabilidad intransferible como garante del
derecho a la protección sanitaria.
Se trata, pues, de alinear responsabilidades políticas, técnicas
y profesionales. Ni siquiera todas, pero sí la de algunos
resortes fundamentales. Las universidades y colegios de
profesionales no pueden quedar afuera de las directivas
públicas; el subsistema privado no puede quedar al margen de (o
peor, enfrentado a) una reestructuración que se limite al
sistema público; los sindicatos y obras sociales no pueden ser
un ente aislado; los distintos niveles jurisdiccionales no
pueden quedar atomizados; y un largo etcétera.
Estamos acostumbrados a centrar la atención en la
responsabilidad ex post, es decir, ante las consecuencias de la
producción de algún estado de cosas (en términos de sanción o de
reparación); pero debiéramos también reparar en la
responsabilidad ex ante, es decir en quien tiene el poder y el
deber de dar lugar a un determinado estado de cosas (o de evitar
su producción).
Esta atribución de responsabilidades prospectivas se regula no
con una simple predeterminación de acciones a realizar o evitar,
sino al atribuir al sujeto responsable la capacidad y obligación
de determinar la concreta acción a realizar para la persecución
del fin establecido. Se trata de una regulación a través de
“normas de fin” y no de “normas de acción”.
Mientras que estas últimas califican deónticamente una acción
(es decir, una lógica más bien binaria de lo correcto e
incorrecto), las normas de fin obligan a perseguir un determina-
do objetivo, delegando en el destinatario el poder discrecional
o la responsabilidad de seleccionar el medio óptimo para ello
(aquella medida que, a la luz de las circunstancias del caso
concreto y atendiendo a las posibilidades fácticas y deónticas,
maximiza el fin con el menor coste posible).
Por último, la responsabilidad del Estado Nacional en su triple
función de regulador, normatizador y garante, tanto del acceso
equitativo a los servicios del sistema de Salud como de la
correcta asignación de los recursos, no es transferible, por la
propia Constitución, aunque sí delegable bajo normas de control.
El federalismo significa que representantes locales diseñen y
administren políticas de acuerdo con las necesidades locales y
regionales; de ninguna manera implica la autarquía, el
aislamiento y la indefensión de cada provincia. Este es el
peligro de la autonomización, que es la característica de
sectores que actúan como si estuvieran emancipados de cualquier
responsabilidad y compromiso con el Estado, dada la debilidad de
la capacidad de control del mismo (y producto, en no pocas
circunstancias, de delegaciones inducidas por el mismo Estado).
Por el contrario, en virtud del principio de subsidiariedad, el
Estado Nacional debe garantizar los recursos y asistencia
necesaria a las jurisdicciones que lo necesiten. Y bajo el
principio de la regionalización debe crearse un instrumento
único de información georreferencial, que permita la gestión
eficiente de recursos para la satisfacción de las necesidades
propias de cada espacio socio territorial, mediante la
organización en red de los componentes y la fusión de fines a
cumplimentar para concretar una política sanitaria que haga del
acceso equitativo a un sistema federal integrado de salud un
derecho y no un privilegio.
No se trata de un ajuste financiero y menos aún de un mercado de
capitales: se trata del potencial vital de los argentinos, se
trata del verdadero índice de la soberanía.
| (*)
Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”; Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Coordinador del área de
Salud Pública, del
Depto. de Investigación
de la Facultad de
Ciencias Médicas,
Universidad de
Concepción del Uruguay,
Entre Ríos. Co Autor
junto al Dr. Vicente
Mazzáfero de “Por una
reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que
no tenemos” (2019);
“Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la
salud” (2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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