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 Columna

    

UNA TRANSFORMACIÓN INDISPENSABLE
PARA UNA TRANSICIÓN INEVITABLE

“La verdad exige que los elementos
dispares sean reunidos”
Paul Klee

Por el Doctor Ignacio Katz


La realidad sanitaria argentina funciona desde hace años como una sinécdoque del país. Una expresión particular que expresa al conjunto general. No es sorpresa. Qué es “el país” sino el estado de sus instituciones principales. La educación es, sin dudas, el otro gran sector que replica lo mismo.
Todos estamos de acuerdo en diversos análisis sobre los problemas y obstáculos a superar, pero nunca se logra una trans- formación verdadera. El resultado es la reproducción ampliada de los mismos problemas, agravados con el paso del tiempo.
Tomemos por caso la cuestión de los genéricos, que ha vuelto a la agenda tras una revisión propuesta por el actual gobierno. No me queda más que repetir lo vertido en este y otros medios hace más de veinte años cuando surgió la iniciativa, allá por 2002.
Nunca un medicamento puede ser de segunda; y esto también abarca al genérico, su empleo es de la misma categoría y se trata de un recurso terapéutico tan válido como cualquier otra medicación cuando se ajusta a un criterio de estricto rigor científico: los genéricos deben corresponderse en principio activo, calidad y cantidad de la droga utilizada.
El problema es, por un lado, que nuestro sistema sanitario no ha instrumentado los medios (ni entonces ni ahora) para establecer rigurosamente las condiciones que deben cumplir los medicamentos genéricos: biodisponibilidad (nivel de concentración de la droga) y bioequivalencia (efecto terapéutico).
Por otro lado, tampoco ha reforzado una concepción del medicamento como un bien social y por lo tanto de consumo preferente. La no atención de estos requisitos primarios abre la posibilidad a la aparición de imitaciones de menor calidad y, consecuentemente, distinta acción clínica (con las consecuencias nefastas que ello supone, y a veces, hay que decirlo, son letales).
Se trata de una medida que expresa una conducta regresiva dada la carencia de respaldo y sostén de los esenciales y legítimos criterios médicos de prescripción y esquema terapéutico.
No es más ni menos que permitir que sean el paciente y el farmacéutico los que elijan qué medicamento consumirá el prime- ro; lo cual constituye un error en un país donde las farmacias son en gran parte atendidas por empleados y facultativos que no poseen la formación clínica para prescribir, y donde el Estado sigue sin atender la función de agencia sanitaria que monitoree la atención médica.
Si bien la Administración Nacional de Medicamento Alimentos y Tecnología (ANMAT) ha realizado acuerdos con instituciones científicas y universidades, carece de una estructura bioquímica-clínica y administrativa acorde para realizar la tarea de coordinación y fiscalización efectiva sobre la puesta en funcionamiento de un sistema de prescripción de genéricos.
En definitiva, cuando se trata un tema como este, se está obligado a considerar lo que se ha hecho desde entonces (2002) a la fecha, ya que se muestra la modalidad de enfrentar los problemas y objetivar las consecuencias y responsabilidades asumidas (y a asumir).
De ahí que este tema requiera un cambio de ópticas más profundo, con la necesidad de lograr (lógicas) convergencias sólidas; así como un cambio de metodología de trabajo, factor éste que reconoce no sólo la importancia del componente biológico sino de sus efectos económicos y sociales. No nos estamos refiriendo a insumos secundarios sino a uno que alude a la vida y a la muerte. No omitamos las necesidades básicas en este tema, como son la salud y la educación.
Una de las claves para superar el gran intríngulis del campo sanitario, podría ser cambiar el enfoque. En lugar de limitarnos a reseñar los obstáculos, pasar a advertir las potencias que anidan incluso en los aspectos problemáticos y conflictivos. Porque no será eludiendo el conflicto que lograremos sortear la crisis, sino atravesándolo con las herramientas que tenemos disponibles, aunque a veces un poco oxidadas por falta de uso, o readecuándolas a otra finalidad.
No se trata simplemente de una reingeniería institucional; ni tampoco de una ilusoria purificación de actores e intereses. Se trata de un objetivo mucho más profundo y ambicioso, en un aspecto, pero que debe ser encausado de manera modesta, generando la transformación en un proceso sinérgico que se potencie a sí mismo de manera gradual.
La prueba de tenacidad pasa por poner en primer y firme lugar a la finalidad, que no es otra cosa que la salud como potencial vital, es decir, producir salud, generar una atención integral de salud de manera eficiente, oportuna y equitativa. Con ese faro, las reformas serán monitoreadas según se aproximen o no al resultado buscado.
Con qué contamos. Con una revolución digital y una ciencia de datos que da un salto adelante respecto a la informática de hace veinte años, con avances de ciencia y tecnología permanentes, que deben, por ello mismo, ser vigilados; con nuevas formas y formatos de funcionamiento de la economía, llamado “plataformización” o economía de plataformas.
Detengámonos en esto último. El término refiere a una novedosa asociación en red de empresas y clientes en donde estos pasan de ser simples consumidores a ser parte del proceso pro- ductivo. Traducido al área de salud, sería, por ejemplo, darle el lugar que se merece a las historias clínicas de los pacientes. En suma, se trata de una posibilidad de transformación que debe encontrar la forma de congeniar y asociar partes de manera colaborativa para obtener un producto que aporte un plus en lugar de un subóptimo.
Esto quiere decir que a la hora de repensar una indispensable reorganización sanitaria que busque integrar (mas no fusionar) sus subsistemas, actores, jurisdicciones, etc., existen mecanismos operativos que podrían adaptarse al desafío.
Resulta inocuo idear un sistema de salud perfecto, se trata más bien de encontrar las estrategias, formatos, marco legal, logístico y de gestión para que los efectores de salud, las asociaciones profesionales, los sindicatos y sus obras sociales, encausen un funcionamiento que los potencie no en sus intereses inmediatos, pero sí en el objetivo final. En dicho proceso, claro está, se deberían evidenciar y purgar vicios y desviaciones.
Por último, si la ciencia brinda múltiples herramientas para afrontar los cambios necesarios, el motor de la transformación no puede venir de otro lado que no sea de una voluntad política, encarnada en individuos, líderes, gobernantes, amén de organizaciones sociales diversas.
Se necesita, pues, de la dualidad complementaria del político y el científico sobre la cual disertara Max Weber hace ya más de cien años. La ciencia, en su sentido amplio de conocimientos rigurosos, instrumental tecnológico y de pensamiento lógico, permite labrar el camino crítico que identifique causas y efectos.
Pero es la lógica del político la que debe sostener un principio, un objetivo, una finalidad y encausar las fuerzas sociales hacia dicho objetivo. El ingeniero sabe construir el puente, pero qué territorios conectar es una decisión política. El científico resuelve un problema. El político decide sobre un dilema.
Hacia el final de su conferencia sobre “La política como profesión”, Weber nos deja este recordatorio: “La política consiste en un esfuerzo tenaz y enérgico por taladrar tablas de madera dura. Este esfuerzo requiere pasión y perspectiva. Puede afirmarse, y toda la experiencia histórica lo confirma, que el hombre jamás habría podido alcanzar lo posible si no se hubiera lanzado siempre e incesantemente a conquistar lo imposible”.


(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua - Mendoza; Coordinador del área de Salud Pública, del Depto. de Investigación de la Facultad de Ciencias Médicas, Universidad de Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Co Autor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” (2012); “La Fórmula Sanitaria” (2003).

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