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La realidad sanitaria argentina funciona desde
hace años como una sinécdoque del país. Una expresión particular
que expresa al conjunto general. No es sorpresa. Qué es “el
país” sino el estado de sus instituciones principales. La
educación es, sin dudas, el otro gran sector que replica lo
mismo.
Todos estamos de acuerdo en diversos análisis sobre los
problemas y obstáculos a superar, pero nunca se logra una trans-
formación verdadera. El resultado es la reproducción ampliada de
los mismos problemas, agravados con el paso del tiempo.
Tomemos por caso la cuestión de los genéricos, que ha vuelto a
la agenda tras una revisión propuesta por el actual gobierno. No
me queda más que repetir lo vertido en este y otros medios hace
más de veinte años cuando surgió la iniciativa, allá por 2002.
Nunca un medicamento puede ser de segunda; y esto también abarca
al genérico, su empleo es de la misma categoría y se trata de un
recurso terapéutico tan válido como cualquier otra medicación
cuando se ajusta a un criterio de estricto rigor científico: los
genéricos deben corresponderse en principio activo, calidad y
cantidad de la droga utilizada.
El problema es, por un lado, que nuestro sistema sanitario no ha
instrumentado los medios (ni entonces ni ahora) para establecer
rigurosamente las condiciones que deben cumplir los medicamentos
genéricos: biodisponibilidad (nivel de concentración de la
droga) y bioequivalencia (efecto terapéutico).
Por otro lado, tampoco ha reforzado una concepción del
medicamento como un bien social y por lo tanto de consumo
preferente. La no atención de estos requisitos primarios abre la
posibilidad a la aparición de imitaciones de menor calidad y,
consecuentemente, distinta acción clínica (con las consecuencias
nefastas que ello supone, y a veces, hay que decirlo, son
letales).
Se trata de una medida que expresa una conducta regresiva dada
la carencia de respaldo y sostén de los esenciales y legítimos
criterios médicos de prescripción y esquema terapéutico.
No es más ni menos que permitir que sean el paciente y el
farmacéutico los que elijan qué medicamento consumirá el prime-
ro; lo cual constituye un error en un país donde las farmacias
son en gran parte atendidas por empleados y facultativos que no
poseen la formación clínica para prescribir, y donde el Estado
sigue sin atender la función de agencia sanitaria que monitoree
la atención médica.
Si bien la Administración Nacional de Medicamento Alimentos y
Tecnología (ANMAT) ha realizado acuerdos con instituciones
científicas y universidades, carece de una estructura
bioquímica-clínica y administrativa acorde para realizar la
tarea de coordinación y fiscalización efectiva sobre la puesta
en funcionamiento de un sistema de prescripción de genéricos.
En definitiva, cuando se trata un tema como este, se está
obligado a considerar lo que se ha hecho desde entonces (2002) a
la fecha, ya que se muestra la modalidad de enfrentar los
problemas y objetivar las consecuencias y responsabilidades
asumidas (y a asumir).
De ahí que este tema requiera un cambio de ópticas más profundo,
con la necesidad de lograr (lógicas) convergencias sólidas; así
como un cambio de metodología de trabajo, factor éste que
reconoce no sólo la importancia del componente biológico sino de
sus efectos económicos y sociales. No nos estamos refiriendo a
insumos secundarios sino a uno que alude a la vida y a la
muerte. No omitamos las necesidades básicas en este tema, como
son la salud y la educación.
Una de las claves para superar el gran intríngulis del campo
sanitario, podría ser cambiar el enfoque. En lugar de limitarnos
a reseñar los obstáculos, pasar a advertir las potencias que
anidan incluso en los aspectos problemáticos y conflictivos.
Porque no será eludiendo el conflicto que lograremos sortear la
crisis, sino atravesándolo con las herramientas que tenemos
disponibles, aunque a veces un poco oxidadas por falta de uso, o
readecuándolas a otra finalidad.
No se trata simplemente de una reingeniería institucional; ni
tampoco de una ilusoria purificación de actores e intereses. Se
trata de un objetivo mucho más profundo y ambicioso, en un
aspecto, pero que debe ser encausado de manera modesta,
generando la transformación en un proceso sinérgico que se
potencie a sí mismo de manera gradual.
La prueba de tenacidad pasa por poner en primer y firme lugar a
la finalidad, que no es otra cosa que la salud como potencial
vital, es decir, producir salud, generar una atención integral
de salud de manera eficiente, oportuna y equitativa. Con ese
faro, las reformas serán monitoreadas según se aproximen o no al
resultado buscado.
Con qué contamos. Con una revolución digital y una ciencia de
datos que da un salto adelante respecto a la informática de hace
veinte años, con avances de ciencia y tecnología permanentes,
que deben, por ello mismo, ser vigilados; con nuevas formas y
formatos de funcionamiento de la economía, llamado “plataformización”
o economía de plataformas.
Detengámonos en esto último. El término refiere a una novedosa
asociación en red de empresas y clientes en donde estos pasan de
ser simples consumidores a ser parte del proceso pro- ductivo.
Traducido al área de salud, sería, por ejemplo, darle el lugar
que se merece a las historias clínicas de los pacientes. En
suma, se trata de una posibilidad de transformación que debe
encontrar la forma de congeniar y asociar partes de manera
colaborativa para obtener un producto que aporte un plus en
lugar de un subóptimo.
Esto quiere decir que a la hora de repensar una indispensable
reorganización sanitaria que busque integrar (mas no fusionar)
sus subsistemas, actores, jurisdicciones, etc., existen
mecanismos operativos que podrían adaptarse al desafío.
Resulta inocuo idear un sistema de salud perfecto, se trata más
bien de encontrar las estrategias, formatos, marco legal,
logístico y de gestión para que los efectores de salud, las
asociaciones profesionales, los sindicatos y sus obras sociales,
encausen un funcionamiento que los potencie no en sus intereses
inmediatos, pero sí en el objetivo final. En dicho proceso,
claro está, se deberían evidenciar y purgar vicios y
desviaciones.
Por último, si la ciencia brinda múltiples herramientas para
afrontar los cambios necesarios, el motor de la transformación
no puede venir de otro lado que no sea de una voluntad política,
encarnada en individuos, líderes, gobernantes, amén de
organizaciones sociales diversas.
Se necesita, pues, de la dualidad complementaria del político y
el científico sobre la cual disertara Max Weber hace ya más de
cien años. La ciencia, en su sentido amplio de conocimientos
rigurosos, instrumental tecnológico y de pensamiento lógico,
permite labrar el camino crítico que identifique causas y
efectos.
Pero es la lógica del político la que debe sostener un
principio, un objetivo, una finalidad y encausar las fuerzas
sociales hacia dicho objetivo. El ingeniero sabe construir el
puente, pero qué territorios conectar es una decisión política.
El científico resuelve un problema. El político decide sobre un
dilema.
Hacia el final de su conferencia sobre “La política como
profesión”, Weber nos deja este recordatorio: “La política
consiste en un esfuerzo tenaz y enérgico por taladrar tablas de
madera dura. Este esfuerzo requiere pasión y perspectiva. Puede
afirmarse, y toda la experiencia histórica lo confirma, que el
hombre jamás habría podido alcanzar lo posible si no se hubiera
lanzado siempre e incesantemente a conquistar lo imposible”.
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Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”; Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Coordinador del área de
Salud Pública, del
Depto. de Investigación
de la Facultad de
Ciencias Médicas,
Universidad de
Concepción del Uruguay,
Entre Ríos. Co Autor
junto al Dr. Vicente
Mazzáfero de “Por una
reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que
no tenemos” (2019);
“Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la
salud” (2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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