|
Tradicionalmente, la actividad profesional del médico ha tenido
un calificativo humanista, en virtud de que sus acciones están
orientadas hacia el mejoramiento del bienestar biopsicosocial
del individuo, tutelando la salud y la vida, dos de los valores
de mayor importancia para el ser humano.
La formación profesional del médico no sólo toma en cuenta los
avances científicos, sino también la dimensión ética de sus
aplicaciones, de tal forma que el principio de beneficencia,
característico de su profesión, adquiere relevancia en un doble
plano.
Bajo dicho principio, el médico ha puesto al servicio de su
paciente los conocimientos que posee, así como las habilidades y
destrezas adquiridas en el transcurso de su ejercicio
profesional.
También, y en forma determinante, ha dispuesto de sus cualidades
personales, de su naturaleza racional y su deseo de aliviar la
situación desafortunada del paciente, fundando su actuar en
principios éticos de aplicación universal.
Es imprescindible comprender, que todo ello ha constituido la
piedra basal de la relación médico-paciente, permitiendo que el
lugar ostentado por los profesionales resultara poco menos que
sagrado.
Es así que, a través de la historia, al establecer un
diagnóstico, y definir un tratamiento y un pronóstico sobre la
evolución del estado de salud del paciente, genera en éste
determinadas expectativas, por lo general positivas, cuando el
profesionista ha sabido conjugar favorablemente el aspecto
técnico con el interpersonal; se habla entonces de una atención
adecuada, que el paciente califica incluso como una atención con
calidad.
Debe recordarse que el paciente siempre ha buscado atención
médica para aliviar sus malestares físicos, pero también
demanda, por su estado emocional, que el médico comprenda su
forma de ser y de sentir; que entienda sus características
personales; su modo de vida, miedos y aspiraciones, así como sus
creencias, temores y satisfacciones.
Comprender este conjunto de necesidades del paciente, para
favorecer su estado de salud, le ha dado al médico un estatus
que pocas profesiones han logrado en el devenir de la humanidad.
La confianza del paciente ha significado para el médico el
reconocimiento a su calidad profesional y ética, al depositar en
él sus esperanzas para recuperar su salud, preservar la vida e
incluso tener una muerte digna, pues en muchas ocasiones sus
afecciones rebasan el estado físico para ubicarse en el plano
espiritual.
De esta manera, la historia ha registrado que la actividad
profesional del médico se sustenta en una relación de confianza,
prestigio y reconocimiento al benefactor, en la cual, la ciencia
y la ética se conjugan para satisfacer diversas necesidades.
Con el tiempo los avances científicos y tecnológicos han
contribuido, en el campo de la ciencia médica, a superar añejos
rezagos en el ámbito social. Ello trajo prestigio y respeto para
quienes hicieron de la medicina su profesión, encumbrándolos aún
más en una relación de carácter paternalista cuyo sentido
humanitario se hacía evidente al ejercer la medicina en
beneficio del paciente, no obstante que su actuar excluía, por
lo regular, el punto de vista y la voluntad del enfermo.
La aparición de formas distintas de apreciar la realidad desde
otras perspectivas ideológicas y la propia dinámica de las
relaciones sociales que han originado un vuelco en el sistema de
valores y convicciones sociales, sumado a la influencia de los
medios de comunicación y el acceso a la información han
transformado la relación del paciente con el médico y en general
con el equipo de salud, haciéndolo más crítico, más consciente
de su derecho a la autodeterminación al afirmar su
individualismo.
A lo anterior, se agregan los incontrovertibles avances en la
ciencia y la tecnología, que a la vez que magnifican las
posibilidades de ofrecer mejorías sustanciales para abatir las
enfermedades, también limitan la actuación del médico y obligan
a una atención multidisciplinaria del paciente debido a la gran
especialización de la ciencia médica.
De algún modo, el margen de aparición de una contingencia
desfavorable para la salud del paciente es mayor, pues no
obstante que no ha variado el sentido humanitario de la
profesión, los errores pueden suceder en cualquier momento en
virtud de que el médico, aún con la alta precisión que puede
ofrecer el uso de la tecnología, sigue y seguirá siendo un ser
humano, en tanto que la medicina se desarrolla en un ámbito de
incertidumbre tal, que la posibilidad de errar no es totalmente
evitable, como sucede en cualquier otra actividad profesional.
Adicionalmente, cuando por diversas circunstancias en el
transcurso de la atención médica no se obtienen los resultados
esperados, factores como la desinformación, la falta de
comunicación con su médico e inclusive la intervención de
terceros ajenos a esta relación, pueden distorsionar la
apreciación del acto médico, originando que el paciente atribuya
estos resultados desfavorables más a un acto de mala práctica
que a la simple y llana evolución natural de la enfermedad.
La actitud del médico, por otra parte, contribuye en muchas
ocasiones a la existencia de una comunicación deficiente, de tal
suerte que no obstante contar con los conocimientos y
habilidades suficientes para actuar con bases científicas, con
pericia y diligencia, sus desatenciones generan desconfianza y
con ello una respuesta de la paciente contraria a sus
expectativas.
No hay que olvidar que, por su estado afectivo, el paciente es
más receptivo a las atenciones, pero también a las descortesías,
lo que constituye en muchas ocasiones parámetros sobre la
calidad del servicio.
De ahí que las demandas por mala práctica tengan un origen
multifactorial, aunque su aumento es un hecho que no pasa
desapercibido, como tampoco lo es su vinculación con el concepto
de medicina defensiva, tan arraigado en algunos países
desarrollados de Europa, así como en los Estados Unidos de
Norteamérica.
Es conocido el incremento de costos resultantes de la aplicación
de criterios de “medicina defensiva” en países con una cultura
altamente litigiosa en materia de controversias médicas.
En un contexto de práctica habitual de medicina defensiva,
médicos y pacientes responden de manera distinta, aunque en
ambos casos con efectos negativos. Los primeros, entre otras
cosas, ejerciendo de manera cautelosa su profesión, haciendo un
uso excesivo de recursos de diagnóstico, en detrimento cada vez
más de las bases clínicas y abusando de la interconsulta para
eliminar pacientes de alto riesgo, conducta ésta definida como
“medicina evasiva”.
Por su parte el paciente ha adoptado una actitud altamente
litigiosa, incentivada por la participación de terceros ajenos,
lo que a su vez orilla a los médicos a buscar protección legal
con- tratando costosos seguros de responsabilidad profesional.
Así las cosas, al tiempo que aumenta la desconfianza en la
relación entre médico-paciente, crecen los costos de la atención
médica.
La judicialización de estos conflictos usualmente acentúa la
desconfianza, debilitando la relación entre las partes y si bien
no puede desconocerse que aporta soluciones, estas se producen
tras largos procesos y muchas veces resultan temporarias. Estas
soluciones han sido establecidas por terceros cuyo objetivo ha
sido garantizar el imperio de la Ley y no satisfacer los
intereses reales de las partes, permitiendo que eventualmente el
conflicto resurja y/o repercuta sobre otros actores del Sistema.
La escasa flexibilidad del proceso judicial aplicada a
conflictos entre médicos y pacientes termina por deteriorar la
relación entre las partes, así como la imagen de los
profesionales demandados y las organizaciones involucradas. Como
si fuera poco, hemos visto que es más onerosa para el sistema.
Ya hemos planteado una de las posibles soluciones en el
horizonte: métodos de resolución de conflictos como la
mediación, o dispositivos de negociación, facilitación de
diálogos, etc. Todas ellas sin dudas moderan el incremento de
litigiosidad por mala praxis, tanto es así que el inicio de
demandas por mala praxis entre 1995 y 2020 se reducido en 55,40%
precisamente por la utilización de estos institutos/mecanismos.
La investigación acerca de los motivos por los que se inician
los reclamos por daños y perjuicios por responsabilidad
profesional médica, realizada por sobre más de 700 casos ha
resultado que se refieren por ejemplo a:
Indiferencia.
Falta de
información.
Información
posterior al hecho.
Explicación
confusa.
Explicación
clara, pero sin sentido.
Ausencia del
responsable principal.
Comentarios
negativos acerca del responsable.
Error evidente.
Negativa a
entregar la historia clínica; entrega tardía o con alteraciones.
Intentos
coercitivos de conciliación.
Apariencia
física del médico (estado de agotamiento).
Mucho se ha escrito con relación a las motivaciones reales o
aparentes de las demandas de mala praxis y la mayoría de los
autores coinciden en que si bien es proporcionalmente menor el
número de demandas que llegan a un resultado exitoso, muchos
casos de mala praxis no son demandados.
Esto nos lleva a concluir es tan importante como saber por qué
demandan los pacientes, resulta saber: ¿Por qué las víctimas de
mala praxis NO demandan?
Y la muy buena relación médico-paciente es una de las
respuestas.
Del análisis de estos motivos surge que el proceso de mediación
es el ámbito adecuado para que el médico y el paciente y/o sus
familiares puedan encontrarse, escucharse y darse explicaciones
que quizá -en el momento de la atención- influenciados por el
stress que esa situación les generó, no han logrado entender, e
involuntariamente desembocaron en un conflicto que no pudieron
manejar.
Para que se configure una mala praxis se exige la prueba de tres
elementos básicos: culpa, relación causa-efecto y daño. La
relación causa-efecto (¿fue ese error el que causó un daño o una
muerte?) es el punto de mayor debate en comunicación eficaz, el
médico y su abogado tienen el espacio para explicar que la
medicina no es una ciencia exacta y por tal razón existen
múltiples factores que -sobre la base de probabilidades médicas
razonables- pueden explicar un daño o una muerte.
Por otra parte, los gastos y los honorarios que se generan en la
mediación son ostensiblemente menores a los gastos y honorarios
de un juicio; aun en caso de que el médico gane el juicio -si al
actor se le hizo lugar al beneficio de litigar sin gastos- el
médico o su aseguradora deberán afrontar las costas del mismo
-es decir- el 50% de los honorarios de los peritos inter-
vinientes, aunque el médico obtenga una sentencia favorable.
La confianza del público en una institución de salud es
fundamental para su éxito y reputación. Sin embargo, esta
confianza puede verse comprometida por las malas prácticas
médicas. Cuando un médico comete errores o actúa de manera
negligente, no solo afecta a los pacientes individualmente, sino
que también pone en riesgo la reputación de toda la institución.
Las malas prácticas médicas pueden tener consecuencias
devastadoras para la marca institucional. Los pacientes que
experimentan resultados adversos debido a la negligencia médica
a menudo comparten sus experiencias negativas en línea y con
amigos y familiares, lo que puede dañar la reputación de la
institución. Además, las demandas por mala praxis pueden
resultar en una cobertura mediática negativa y costosos
litigios, lo que afecta aún más la imagen de la organización.
Cuando ocurren errores médicos, es importante que la institución
sea transparente al respecto. Esto significa comunicarse abierta
y honestamente con los pacientes y sus familias, disculparse
cuando sea necesario y tomar medidas para prevenir que ocurran
errores similares en el futuro.
Allí es donde la herramienta de la mediación cobra nueva- mente
sentido y apostamos fuertemente a ser puentes de construcción
saludables para lograrlo
(*) Abogadas – Mediadoras - Consultoras en Mediación Sanitaria
|