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“MÁS ALLÁ DE LA CONSULTA: EXPLORANDO NUEVOS CAMINOS DE COMUNICACIÓN MÉDICO-PACIENTE”
Por las Dras. Alicia Gallardo e Ingrid Kuster (*)


Tradicionalmente, la actividad profesional del médico ha tenido un calificativo humanista, en virtud de que sus acciones están orientadas hacia el mejoramiento del bienestar biopsicosocial del individuo, tutelando la salud y la vida, dos de los valores de mayor importancia para el ser humano.
La formación profesional del médico no sólo toma en cuenta los avances científicos, sino también la dimensión ética de sus aplicaciones, de tal forma que el principio de beneficencia, característico de su profesión, adquiere relevancia en un doble plano.
Bajo dicho principio, el médico ha puesto al servicio de su paciente los conocimientos que posee, así como las habilidades y destrezas adquiridas en el transcurso de su ejercicio profesional.
También, y en forma determinante, ha dispuesto de sus cualidades personales, de su naturaleza racional y su deseo de aliviar la situación desafortunada del paciente, fundando su actuar en principios éticos de aplicación universal.
Es imprescindible comprender, que todo ello ha constituido la piedra basal de la relación médico-paciente, permitiendo que el lugar ostentado por los profesionales resultara poco menos que sagrado.
Es así que, a través de la historia, al establecer un diagnóstico, y definir un tratamiento y un pronóstico sobre la evolución del estado de salud del paciente, genera en éste determinadas expectativas, por lo general positivas, cuando el profesionista ha sabido conjugar favorablemente el aspecto técnico con el interpersonal; se habla entonces de una atención adecuada, que el paciente califica incluso como una atención con calidad.
Debe recordarse que el paciente siempre ha buscado atención médica para aliviar sus malestares físicos, pero también demanda, por su estado emocional, que el médico comprenda su forma de ser y de sentir; que entienda sus características personales; su modo de vida, miedos y aspiraciones, así como sus creencias, temores y satisfacciones.
Comprender este conjunto de necesidades del paciente, para favorecer su estado de salud, le ha dado al médico un estatus que pocas profesiones han logrado en el devenir de la humanidad.
La confianza del paciente ha significado para el médico el reconocimiento a su calidad profesional y ética, al depositar en él sus esperanzas para recuperar su salud, preservar la vida e incluso tener una muerte digna, pues en muchas ocasiones sus afecciones rebasan el estado físico para ubicarse en el plano espiritual.
De esta manera, la historia ha registrado que la actividad profesional del médico se sustenta en una relación de confianza, prestigio y reconocimiento al benefactor, en la cual, la ciencia y la ética se conjugan para satisfacer diversas necesidades.
Con el tiempo los avances científicos y tecnológicos han contribuido, en el campo de la ciencia médica, a superar añejos rezagos en el ámbito social. Ello trajo prestigio y respeto para quienes hicieron de la medicina su profesión, encumbrándolos aún más en una relación de carácter paternalista cuyo sentido humanitario se hacía evidente al ejercer la medicina en beneficio del paciente, no obstante que su actuar excluía, por lo regular, el punto de vista y la voluntad del enfermo.
La aparición de formas distintas de apreciar la realidad desde otras perspectivas ideológicas y la propia dinámica de las relaciones sociales que han originado un vuelco en el sistema de valores y convicciones sociales, sumado a la influencia de los medios de comunicación y el acceso a la información han transformado la relación del paciente con el médico y en general con el equipo de salud, haciéndolo más crítico, más consciente de su derecho a la autodeterminación al afirmar su individualismo.
A lo anterior, se agregan los incontrovertibles avances en la ciencia y la tecnología, que a la vez que magnifican las posibilidades de ofrecer mejorías sustanciales para abatir las enfermedades, también limitan la actuación del médico y obligan a una atención multidisciplinaria del paciente debido a la gran especialización de la ciencia médica.
De algún modo, el margen de aparición de una contingencia desfavorable para la salud del paciente es mayor, pues no obstante que no ha variado el sentido humanitario de la profesión, los errores pueden suceder en cualquier momento en virtud de que el médico, aún con la alta precisión que puede ofrecer el uso de la tecnología, sigue y seguirá siendo un ser humano, en tanto que la medicina se desarrolla en un ámbito de incertidumbre tal, que la posibilidad de errar no es totalmente evitable, como sucede en cualquier otra actividad profesional.
Adicionalmente, cuando por diversas circunstancias en el transcurso de la atención médica no se obtienen los resultados esperados, factores como la desinformación, la falta de comunicación con su médico e inclusive la intervención de terceros ajenos a esta relación, pueden distorsionar la apreciación del acto médico, originando que el paciente atribuya estos resultados desfavorables más a un acto de mala práctica que a la simple y llana evolución natural de la enfermedad.
La actitud del médico, por otra parte, contribuye en muchas ocasiones a la existencia de una comunicación deficiente, de tal suerte que no obstante contar con los conocimientos y habilidades suficientes para actuar con bases científicas, con pericia y diligencia, sus desatenciones generan desconfianza y con ello una respuesta de la paciente contraria a sus expectativas.
No hay que olvidar que, por su estado afectivo, el paciente es más receptivo a las atenciones, pero también a las descortesías, lo que constituye en muchas ocasiones parámetros sobre la calidad del servicio.
De ahí que las demandas por mala práctica tengan un origen multifactorial, aunque su aumento es un hecho que no pasa desapercibido, como tampoco lo es su vinculación con el concepto de medicina defensiva, tan arraigado en algunos países desarrollados de Europa, así como en los Estados Unidos de Norteamérica.
Es conocido el incremento de costos resultantes de la aplicación de criterios de “medicina defensiva” en países con una cultura altamente litigiosa en materia de controversias médicas.
En un contexto de práctica habitual de medicina defensiva, médicos y pacientes responden de manera distinta, aunque en ambos casos con efectos negativos. Los primeros, entre otras cosas, ejerciendo de manera cautelosa su profesión, haciendo un uso excesivo de recursos de diagnóstico, en detrimento cada vez más de las bases clínicas y abusando de la interconsulta para eliminar pacientes de alto riesgo, conducta ésta definida como “medicina evasiva”.
Por su parte el paciente ha adoptado una actitud altamente litigiosa, incentivada por la participación de terceros ajenos, lo que a su vez orilla a los médicos a buscar protección legal con- tratando costosos seguros de responsabilidad profesional.
Así las cosas, al tiempo que aumenta la desconfianza en la relación entre médico-paciente, crecen los costos de la atención médica.
La judicialización de estos conflictos usualmente acentúa la desconfianza, debilitando la relación entre las partes y si bien no puede desconocerse que aporta soluciones, estas se producen tras largos procesos y muchas veces resultan temporarias. Estas soluciones han sido establecidas por terceros cuyo objetivo ha sido garantizar el imperio de la Ley y no satisfacer los intereses reales de las partes, permitiendo que eventualmente el conflicto resurja y/o repercuta sobre otros actores del Sistema.
La escasa flexibilidad del proceso judicial aplicada a conflictos entre médicos y pacientes termina por deteriorar la relación entre las partes, así como la imagen de los profesionales demandados y las organizaciones involucradas. Como si fuera poco, hemos visto que es más onerosa para el sistema.
Ya hemos planteado una de las posibles soluciones en el horizonte: métodos de resolución de conflictos como la mediación, o dispositivos de negociación, facilitación de diálogos, etc. Todas ellas sin dudas moderan el incremento de litigiosidad por mala praxis, tanto es así que el inicio de demandas por mala praxis entre 1995 y 2020 se reducido en 55,40% precisamente por la utilización de estos institutos/mecanismos.
La investigación acerca de los motivos por los que se inician los reclamos por daños y perjuicios por responsabilidad profesional médica, realizada por sobre más de 700 casos ha resultado que se refieren por ejemplo a:

Indiferencia.
Falta de información.
Información posterior al hecho.
Explicación confusa.
Explicación clara, pero sin sentido.
Ausencia del responsable principal.
Comentarios negativos acerca del responsable.
Error evidente.
Negativa a entregar la historia clínica; entrega tardía o con alteraciones.
Intentos coercitivos de conciliación.
Apariencia física del médico (estado de agotamiento).

Mucho se ha escrito con relación a las motivaciones reales o aparentes de las demandas de mala praxis y la mayoría de los autores coinciden en que si bien es proporcionalmente menor el número de demandas que llegan a un resultado exitoso, muchos casos de mala praxis no son demandados.
Esto nos lleva a concluir es tan importante como saber por qué demandan los pacientes, resulta saber: ¿Por qué las víctimas de mala praxis NO demandan?
Y la muy buena relación médico-paciente es una de las respuestas.
Del análisis de estos motivos surge que el proceso de mediación es el ámbito adecuado para que el médico y el paciente y/o sus familiares puedan encontrarse, escucharse y darse explicaciones que quizá -en el momento de la atención- influenciados por el stress que esa situación les generó, no han logrado entender, e involuntariamente desembocaron en un conflicto que no pudieron manejar.
Para que se configure una mala praxis se exige la prueba de tres elementos básicos: culpa, relación causa-efecto y daño. La relación causa-efecto (¿fue ese error el que causó un daño o una muerte?) es el punto de mayor debate en comunicación eficaz, el médico y su abogado tienen el espacio para explicar que la medicina no es una ciencia exacta y por tal razón existen múltiples factores que -sobre la base de probabilidades médicas razonables- pueden explicar un daño o una muerte.
Por otra parte, los gastos y los honorarios que se generan en la mediación son ostensiblemente menores a los gastos y honorarios de un juicio; aun en caso de que el médico gane el juicio -si al actor se le hizo lugar al beneficio de litigar sin gastos- el médico o su aseguradora deberán afrontar las costas del mismo -es decir- el 50% de los honorarios de los peritos inter- vinientes, aunque el médico obtenga una sentencia favorable.
La confianza del público en una institución de salud es fundamental para su éxito y reputación. Sin embargo, esta confianza puede verse comprometida por las malas prácticas médicas. Cuando un médico comete errores o actúa de manera negligente, no solo afecta a los pacientes individualmente, sino que también pone en riesgo la reputación de toda la institución.
Las malas prácticas médicas pueden tener consecuencias devastadoras para la marca institucional. Los pacientes que experimentan resultados adversos debido a la negligencia médica a menudo comparten sus experiencias negativas en línea y con amigos y familiares, lo que puede dañar la reputación de la institución. Además, las demandas por mala praxis pueden resultar en una cobertura mediática negativa y costosos litigios, lo que afecta aún más la imagen de la organización.
Cuando ocurren errores médicos, es importante que la institución sea transparente al respecto. Esto significa comunicarse abierta y honestamente con los pacientes y sus familias, disculparse cuando sea necesario y tomar medidas para prevenir que ocurran errores similares en el futuro.
Allí es donde la herramienta de la mediación cobra nueva- mente sentido y apostamos fuertemente a ser puentes de construcción saludables para lograrlo

  

(*) Abogadas – Mediadoras - Consultoras en Mediación Sanitaria


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