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 Columna

       

GENOCIDIOS

Por el Dr. Mauricio Klajman (*) mklajman@satsaid.com.ar


Las nuevas situaciones sociales requieren nuevos términos... Por “genocidio” nos referimos al ataque a la estructura de una nación, de un grupo étnico o de un grupo social. Esta palabra,
acuñada por el autor (1) para denotar una vieja práctica en su desarrollo moderno, está conformada de la palabra griega antigua genos (raza, tribu) y la palabra latina cidio (matar).
En términos generales, el genocidio no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación. Se trata más bien de significar un plan coordinado de diferentes acciones encaminadas a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de los distintos grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar a esos grupos.
Los objetivos de tal plan podrían ser la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, el sistema educativo, los sentimientos nacionales y la existencia económica de distintos grupos, y la destrucción de la seguridad, la libertad, la salud, la dignidad e incluso las vidas de las personas que pertenecen a esos grupos.
El genocidio se dirige contra algunos colectivos como una entidad, y las acciones involucradas están dirigidas contra individuos, no en su capacidad individual, sino como miembros de esos grupos.
La historia del siglo XX aportó innumerables ejemplos de esta situación. Sin dejar de lado las sobradas veces en que se efectivizó en siglos anteriores.
Hay que agregar a estas definiciones el tema social.
Nuestro país se caracterizó -en toda su historia- por ser solidario y formar una sociedad solidaria. Esto se plasmó en la Constitución Nacional, desde el Preámbulo mismo y a través de distintos artículos como el 14 y el 14 bis. La legislación sobre el tema fue una de las más adelantadas en el Continente e incluso en el mundo.

El sistema de salud

Nuestro sistema, si bien fragmentado hasta límites cada vez más peligrosos, mantuvo la característica extraordinaria de la atención universal. Un enorme valor que en estas columnas hemos ponderado como un valor humanístico y social, que constituye el contrato social de los argentinos, hoy en peligro.
La desregulación proyectada por esta administración, con invasión de subsectores -voluntaria o involuntariamente acabara dañando al espíritu solidario del sistema.
El atentar contra la Ley N° 18.610 que sentó las bases de un sistema de salud de los trabajadores nos llevará a un destino incierto.
La Ley N° 18.610 estructuró un régimen de obras sociales organizadas por actividades laborales, con formas de conducción heterogéneas y una financiación mínima mediante aportes y contribuciones a cargo de los beneficiarios y de los empleadores. (2)
Hay que entender de que se trata esto: la liberación de que cada trabajador pueda elegir una obra social o la medicina prepaga vulnera -de nuevo- al sistema solidario.
El espíritu de la Ley 18.610, entre tantos ítems, hace que cada obra social al tener personas con un oficio determinado pueda epidemiológicamente atenderlas por las enfermedades propias del oficio.
Además, se producirá un nuevo descreme ya que los candidatos al traspaso serán los sanos, jóvenes y de buenos ingresos: los que son negocio. Esto ya pasó con el decreto 9/93.
Como el pase sería directo -aún no está reglamentado- se facilita el mecanismo, con la consiguiente atracción mediante el marketing de las empresas de medicina prepaga.
Entiéndase bien, no está mal que todos puedan elegir quién será el que les brinde salud. Pero se está mezclando subsectores con finalidades diferentes: uno comercial y otro solidario.
En el proyecto de desregulación de la nueva administración no se atacan los problemas del sistema:
El control de calidad de las prestaciones de salud, es decir darle al Ministerio de Salud las herramientas modernas para realizar dicho control.
No se fortalece el sistema de la ANMAT para que ingresen fármacos con medicina basada en la evidencia y de acuerdo con protocolos internacionales probados.
Un tema irresoluto aun es la remuneración del equipo de salud.
La lucha contra el pluriempleo que convierte a sus miembros en personas indignas, con disminución del número de médicos y enfermeros, por los bajos salarios y dificulta la capacitación constante para cumplir adecuadamente con las funciones científicas, tanto en diagnósticos de certeza, así como con las terapéuticas dinámicas para el tratamiento de las patologías.
Un apartado en este punto es el deterioro económico de todos los sub- sectores del sistema de salud argentino.
El incremento de los medicamentos a niveles insostenibles, tanto en los de baja complejidad, como en los de alto costo y baja incidencia a precios imposibles de financiar.
En este punto hay que recalcar que los de ingeniería molecular, que cada vez son más frecuentes en el uso -sobre todo en oncología-, se vuelven impagables. Los insumos en general tienen una inflación más elevada que la general, qué de por si es tremenda.
Los prestadores privados sufren de esta inflación sin respuesta acorde del sistema financiador, dado que los ingresos de estos últimos están siempre por debajo de la inflación.
El sistema argentino es más bien un sistema prestacional de salud. Este concepto se origina en la fragmentación del sistema. No hay un standard de fiscalización homogénea nacional, las estadísticas en general son difusas, la implementación de políticas apropiadas de prevención es compleja por la independencia federal de los ejecutivos sanitarios provinciales.
La distribución de los prestadores de todos los subsistemas se concentra fundamentalmente en las grandes urbes, dejando amplios sectores geográficos sin cobertura o con cobertura muy alejada. La distribución de la complejidad es errática.
El sistema público se verá sobrecargado por los que se caigan del sistema de medicina prepaga, así como de las obras sociales nacionales. Sin un apoyo del tesoro nacional, los magros presupuestos de algunas provincias no podrán paliar el duro momento que se avecina.
Hay que pensar que el aumento brutal de los alimentos producirá más desnutrición, más obesidad por la sobrecarga en la ingesta de hidratos de carbono y grasas, y la disminución en la dieta de los argentinos de las proteínas de alta calidad producirá en nuestros niños patologías irreversibles, así como un desarrollo neurológico con atrasos. Se acelerará la incidencia de las patologías propias de estas dietas hipergrasas.
Se verá afectado en general el índice de desarrollo humano (IDH), indicador que mide el desarrollo humano de un país a través de dimensiones de salud, educación y economía.
Hemos dicho en artículos anteriores que no se puede dejar librado al mercado la salud ni la educación. Ya lo dijo Raúl Alfonsín: “el mercado no construye ni hospitales ni escuelas”. (3)
Concepto que abarca más que estas palabras, ya que los sistemas biológicos son imperfectos y se ajustan a las leyes del caos: son conceptos humanísticos, que el mercado no enarbola como principio.
Estamos en presencia de un genocidio social, que cambiará, como dije nuestro contrato social, nuestra historia como país y nuestra manera de ser como república independiente.
Estamos a tiempo aun, para retomar el camino todos los actores del sistema de salud y los ciudadanos de a pie para volver por la senda de la integración y la defensa de lo que supimos conseguir.


Referencias:

(1) El término fue acuñado y definido por primera vez por el jurista judío-polaco Raphael Lemkin, que en 1939 había huido del holocausto y encontrado asilo en los Estados Unidos. En su libro “El poder del Eje en la Europa ocupada”, publicado en 1944, definió así el genocidio.
(2) www.boletinoficial.gob.ar/seccion/primera/19700305?rubro=10003
(3) https://youtu.be/4NWLpgc0K0I?si=6keluaMZ1NKRJVL0



(*) Director Médico Nacional - Obra Social de los Trabajadores de Televisión


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