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Las nuevas situaciones sociales requieren nuevos términos... Por
“genocidio” nos referimos al ataque a la estructura de una
nación, de un grupo étnico o de un grupo social. Esta palabra,
acuñada por el autor (1) para denotar una vieja práctica en su
desarrollo moderno, está conformada de la palabra griega antigua
genos (raza, tribu) y la palabra latina cidio (matar).
En términos generales, el genocidio no significa necesariamente
la destrucción inmediata de una nación. Se trata más bien de
significar un plan coordinado de diferentes acciones encaminadas
a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de los
distintos grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar a esos
grupos.
Los objetivos de tal plan podrían ser la desintegración de las
instituciones políticas y sociales, de la cultura, el sistema
educativo, los sentimientos nacionales y la existencia económica
de distintos grupos, y la destrucción de la seguridad, la
libertad, la salud, la dignidad e incluso las vidas de las
personas que pertenecen a esos grupos.
El genocidio se dirige contra algunos colectivos como una
entidad, y las acciones involucradas están dirigidas contra
individuos, no en su capacidad individual, sino como miembros de
esos grupos.
La historia del siglo XX aportó innumerables ejemplos de esta
situación. Sin dejar de lado las sobradas veces en que se
efectivizó en siglos anteriores.
Hay que agregar a estas definiciones el tema social.
Nuestro país se caracterizó -en toda su historia- por ser
solidario y formar una sociedad solidaria. Esto se plasmó en la
Constitución Nacional, desde el Preámbulo mismo y a través de
distintos artículos como el 14 y el 14 bis. La legislación sobre
el tema fue una de las más adelantadas en el Continente e
incluso en el mundo.
El sistema de salud
Nuestro sistema, si bien fragmentado hasta límites cada vez más
peligrosos, mantuvo la característica extraordinaria de la
atención universal. Un enorme valor que en estas columnas hemos
ponderado como un valor humanístico y social, que constituye el
contrato social de los argentinos, hoy en peligro.
La desregulación proyectada por esta administración, con
invasión de subsectores -voluntaria o involuntariamente acabara
dañando al espíritu solidario del sistema.
El atentar contra la Ley N° 18.610 que sentó las bases de un
sistema de salud de los trabajadores nos llevará a un destino
incierto.
La Ley N° 18.610 estructuró un régimen de obras sociales
organizadas por actividades laborales, con formas de conducción
heterogéneas y una financiación mínima mediante aportes y
contribuciones a cargo de los beneficiarios y de los
empleadores. (2)
Hay que entender de que se trata esto: la liberación de que cada
trabajador pueda elegir una obra social o la medicina prepaga
vulnera -de nuevo- al sistema solidario.
El espíritu de la Ley 18.610, entre tantos ítems, hace que cada
obra social al tener personas con un oficio determinado pueda
epidemiológicamente atenderlas por las enfermedades propias del
oficio.
Además, se producirá un nuevo descreme ya que los candidatos al
traspaso serán los sanos, jóvenes y de buenos ingresos: los que
son negocio. Esto ya pasó con el decreto 9/93.
Como el pase sería directo -aún no está reglamentado- se
facilita el mecanismo, con la consiguiente atracción mediante el
marketing de las empresas de medicina prepaga.
Entiéndase bien, no está mal que todos puedan elegir quién será
el que les brinde salud. Pero se está mezclando subsectores con
finalidades diferentes: uno comercial y otro solidario.
En el proyecto de desregulación de la nueva administración no se
atacan los problemas del sistema:
El control de calidad de las prestaciones de salud, es decir
darle al Ministerio de Salud las herramientas modernas para
realizar dicho control.
No se fortalece el sistema de la ANMAT para que ingresen
fármacos con medicina basada en la evidencia y de acuerdo con
protocolos internacionales probados.
Un tema irresoluto aun es la remuneración del equipo de salud.
La lucha contra el pluriempleo que convierte a sus miembros en
personas indignas, con disminución del número de médicos y
enfermeros, por los bajos salarios y dificulta la capacitación
constante para cumplir adecuadamente con las funciones
científicas, tanto en diagnósticos de certeza, así como con las
terapéuticas dinámicas para el tratamiento de las patologías.
Un apartado en este punto es el deterioro económico de todos los
sub- sectores del sistema de salud argentino.
El incremento de los medicamentos a niveles insostenibles, tanto
en los de baja complejidad, como en los de alto costo y baja
incidencia a precios imposibles de financiar.
En este punto hay que recalcar que los de ingeniería molecular,
que cada vez son más frecuentes en el uso -sobre todo en
oncología-, se vuelven impagables. Los insumos en general tienen
una inflación más elevada que la general, qué de por si es
tremenda.
Los prestadores privados sufren de esta inflación sin respuesta
acorde del sistema financiador, dado que los ingresos de estos
últimos están siempre por debajo de la inflación.
El sistema argentino es más bien un sistema prestacional de
salud. Este concepto se origina en la fragmentación del sistema.
No hay un standard de fiscalización homogénea nacional, las
estadísticas en general son difusas, la implementación de
políticas apropiadas de prevención es compleja por la
independencia federal de los ejecutivos sanitarios provinciales.
La distribución de los prestadores de todos los subsistemas se
concentra fundamentalmente en las grandes urbes, dejando amplios
sectores geográficos sin cobertura o con cobertura muy alejada.
La distribución de la complejidad es errática.
El sistema público se verá sobrecargado por los que se caigan
del sistema de medicina prepaga, así como de las obras sociales
nacionales. Sin un apoyo del tesoro nacional, los magros
presupuestos de algunas provincias no podrán paliar el duro
momento que se avecina.
Hay que pensar que el aumento brutal de los alimentos producirá
más desnutrición, más obesidad por la sobrecarga en la ingesta
de hidratos de carbono y grasas, y la disminución en la dieta de
los argentinos de las proteínas de alta calidad producirá en
nuestros niños patologías irreversibles, así como un desarrollo
neurológico con atrasos. Se acelerará la incidencia de las
patologías propias de estas dietas hipergrasas.
Se verá afectado en general el índice de desarrollo humano
(IDH), indicador que mide el desarrollo humano de un país a
través de dimensiones de salud, educación y economía.
Hemos dicho en artículos anteriores que no se puede dejar
librado al mercado la salud ni la educación. Ya lo dijo Raúl
Alfonsín: “el mercado no construye ni hospitales ni escuelas”.
(3)
Concepto que abarca más que estas palabras, ya que los sistemas
biológicos son imperfectos y se ajustan a las leyes del caos:
son conceptos humanísticos, que el mercado no enarbola como
principio.
Estamos en presencia de un genocidio social, que cambiará, como
dije nuestro contrato social, nuestra historia como país y
nuestra manera de ser como república independiente.
Estamos a tiempo aun, para retomar el camino todos los actores
del sistema de salud y los ciudadanos de a pie para volver por
la senda de la integración y la defensa de lo que supimos
conseguir.
Referencias:
(1) El término fue acuñado y definido por primera vez por el
jurista judío-polaco Raphael Lemkin, que en 1939 había huido del
holocausto y encontrado asilo en los Estados Unidos. En su libro
“El poder del Eje en la Europa ocupada”, publicado en 1944,
definió así el genocidio.
(2)
www.boletinoficial.gob.ar/seccion/primera/19700305?rubro=10003
(3) https://youtu.be/4NWLpgc0K0I?si=6keluaMZ1NKRJVL0
| (*) Director Médico
Nacional - Obra Social de los Trabajadores de Televisión |
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