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 Columna

    

DESCIFRANDO EL LABERINTO SANITARIO: ENTRE LA VULNERABILIDAD Y LA INCOMPETENCIA

“No hay estructura sin sistema, ni sistema sin función,
ni función sin órgano, ni órgano sin finalidad”
Mario Bunge

Por el Doctor Ignacio Katz


La complejidad de la realidad crea una bruma en la verdad teñida de apariencias que oculta la puja entre los valores morales, por un lado, y los intereses particulares y corporativos, por el otro. Nos encontramos, más que una encrucijada, en un laberinto atenazante. O más bien, en el entramado de dos laberintos: el configurado por la pandemia (Covid-19) y el recurrente de la epidemia del dengue (aunque en algunas provincias del norte ya constituya una endemia).
Con la pandemia, una figura apropiada es la de un avión con un piloto en absoluta desorientación espacial, mientas que en el actual brote de dengue se asemeja más a un barco averiado, como se encuentra nuestro país, y subsumido en este temporal epidémico. Su línea de vida o línea de flotación máxima (límite superior hasta el cual un barco puede ser cargado sin comprometer su seguridad) se ve desbordada.
Sobre todo, si comprobamos el impacto del actual nivel de pobreza e indigencia, al que se adiciona el incremento de la cantidad de villas miserias y población “sin hogar” (homeless). Claro diferencial con la pandemia, ya que se agudizó negativamente la configuración social pospandémica, sobre la que se instala la epidemia de dengue. Lo que recuerda la observación de la Carrera de la Reina Roja (de Lewis Carroll en Alicia a través del espejo), cuando afirma:
“-Hija mía, en este país hay que correr lo más rápido posible para quedar en tu sitio, en un entorno que cambia todo el tiempo”.
Las fallas pueden apuntarse como una convergencia de tres pilares: la vulnerabilidad de la sociedad y del campo sanitario (mal podemos llamarlo sistema), la indirección, principio que señala cuando un agente racional se niega a hacer en dos pasos lo que es imposible de realizar en uno (por caso, elaborar una estrategia para paliar la pandemia sin conocer previamente la teoría epidémica) y la teoría de Bayes sobre la probabilidad de un suceso A, a partir de un suceso B, conociendo su tasa de correlación (con la situación endémica del dengue en Brasil, Paraguay y Bolivia, difícilmente nos tendría que sorprender el actual brote).
Repasemos los antecedentes ignorados. La Teoría epidémica de Reed y Frost (1928): agente patógeno-huésped susceptible-ambiente. La Convención de Ginebra (1960), con requisitos epidemiológicos para un control capacitado y efectivo. Y las alertas emitidas, especialmente la de la OMS en 2015, cuando su directora, Margaret Chan, alertó sin eufemismos y con indicaciones específicas la necesidad de los países de prepararse para una pandemia.
Como se ve, sólo con cinismo puede afirmarse que la pandemia fue algo desconocido, en todo caso, se trató de algo inesperado (aunque esperable), pero sobre todo de algo ignorado.
A propósito del dengue, existió una serie de antecedentes que en su falta de resultados indican el vacío operacional, reflejado en los titulares de los diarios:

2003 “Simposio internacional contra el dengue en Misiones”.
2009 “Definen una estrategia regional (Argentina, Paraguay y Bolivia) para el dengue”.
2022 “Paraguay y Brasil constituyeron un frente estratégico para eliminar criaderos de mosquitos”. Aquí está ausente Argentina, que en este 2024 señala a la región noreste y noroeste cómo dengue de carácter endémico (no epidémico).

De ahí la necesidad de estar incorporado a este frente estratégico que obliga a una acción continua y conjunta, dado que los mosquitos no tienen pasaporte fronterizo.
En definitiva, con el dengue se evidencian brotes cíclicos cada vez más intensos y virulentos, con profundos desestabilizadores: cambio climático, deforestación, inmigración y turismo. Frente a un episodio caracterizado como fenómeno socio-político-cultural, existe la ausencia de un planteo sistémico sanitario y científico metodológico, pese a tener una serie de herramientas para la evaluación de políticas sanitarias (institutos existentes a la espera de coordinación). Y, como si fuera poco, podemos retrotraernos a 1945, cuando Carlos Alberto Alvarado, creó la LAMI, Lucha Antimosquito Integral, planteando que se trataba de “2 meses de lucha y 10 meses de trabajo activo”. Se trata de prevenir el próximo brote, y no de correr detrás de la catástrofe.
Respecto a la vulnerabilidad, el politólogo colombiano Gustavo Wilches-Chaux la define en su libro La vulnerabilidad global como “la incapacidad de una comunidad para absorber, mediante autoajuste, los efectos de un determinado cambio en su medio ambiente, o sea, su inflexibilidad o incapacidad para adaptarse a ese cambio, que para la comunidad constituye un riesgo. La vulnerabilidad determina la intensidad de los daños que produzca la ocurrencia efectiva del riesgo sobre la comunidad”. Así, los desastres son el producto del riesgo (probabilidad de materialización de una amenaza) y la vulnerabilidad. La pandemia fue la misma en todos los países y a la vez no lo fue, de acuerdo a su grado de vulnerabilidad.
En nuestro país, existen resistencias que impiden la flexibilidad e innovación que necesitamos. Desde antes que estuviera de moda hacerlo, hablaba ya de castas, preocupadas por la defensa de los privilegios admitidos más que por lograr, a través de iniciativas innovadoras, transformaciones evolutivas. Dando lugar (o conviviendo) con las sectas -casas de cristal- en las que predomina el interés constitutivo superior y todo se sacrifica a su cohesión, que posee una moral hecha de evasión para mantener la inmovilidad: statu quo. Al decir de Edgar Faure: “la inmovilidad se ha puesto en marcha y no sé cómo pararla”. Es el propio cinismo vestido de pragmatismo como una engañosa virtud. Para la secta, la sociedad no existe salvo como insumo, donde adquiere formas tales como es hoy la cartelización de las prepagas. Cómo bien dice Roger Caillois “para el hombre servil la humanidad nada tiene que ver con el mérito sino con la utilidad”.
Desde antes de la pandemia y hasta hoy, brilla por su ausencia en nuestro país una Gerencia Pública Contable, que transparente las asignaciones de dinero y recursos; una Agencia de Información y Comunicación, que centralice de manera sistemática, cauta y responsable el conocimiento de la situación y de las re- comendaciones a la población; el establecimiento meridiano de las prioridades, que pasan por mitigar el sufrimiento; y finalmente, pero no menos importante, un Registro de Fallas y Éxitos para desaprender y aprender, la verdadera esencia del oficio médico: conocimiento científico + práctica clínica = experiencia.
Todo lo anterior se puede sintetizar en la falta de gobernanza de un Estado que debe asumir su rol en el área sanitaria y su responsabilidad de garante intransferible en la aplicación de la ecuación sanitara: salud pública y gobernanza sanitaria. Máxime con un actual ministro que deslinda la responsabilidad del órgano nacional de salud pública en descentralizaciones jurisdiccionales y comportamientos particulares. Desconociendo así su función específica de subsidiariedad que impone cooperación y ayuda mutua. Es decir, su compromiso de participación, de manera tal que la democracia llegue a la salud.
Sin negar la necesidad de un mayor compromiso ciudadano, la primera responsabilidad es del Estado, que aún carece del órgano base para este combate. Este núcleo ausente y de vigencia inagotable es el Gabinete Estratégico de Gestión Operacional (GE de GO) que, desde el Consejo Federal de Salud (COFESA), debería desplegar un Tablero de Comando idóneo, no con meros asesores circunstanciales (opinólogos), sino con la capacidad, compromiso y responsabilidad correspondientes frente a esta crítica situación que atravesamos.


(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN); Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua - Mendoza (UDA); Director de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Concepción del Uruguay (UCU); Coautor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” (2012); “En búsqueda de la salud perdida” (2009); “La Fórmula Sanitaria” (2003).

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