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La complejidad de la realidad crea una bruma en la verdad teñida
de apariencias que oculta la puja entre los valores morales, por
un lado, y los intereses particulares y corporativos, por el
otro. Nos encontramos, más que una encrucijada, en un laberinto
atenazante. O más bien, en el entramado de dos laberintos: el
configurado por la pandemia (Covid-19) y el recurrente de la
epidemia del dengue (aunque en algunas provincias del norte ya
constituya una endemia).
Con la pandemia, una figura apropiada es la de un avión con un
piloto en absoluta desorientación espacial, mientas que en el
actual brote de dengue se asemeja más a un barco averiado, como
se encuentra nuestro país, y subsumido en este temporal
epidémico. Su línea de vida o línea de flotación máxima (límite
superior hasta el cual un barco puede ser cargado sin
comprometer su seguridad) se ve desbordada.
Sobre todo, si comprobamos el impacto del actual nivel de
pobreza e indigencia, al que se adiciona el incremento de la
cantidad de villas miserias y población “sin hogar” (homeless).
Claro diferencial con la pandemia, ya que se agudizó
negativamente la configuración social pospandémica, sobre la que
se instala la epidemia de dengue. Lo que recuerda la observación
de la Carrera de la Reina Roja (de Lewis Carroll en Alicia a
través del espejo), cuando afirma:
“-Hija mía, en este país hay que correr lo más rápido posible
para quedar en tu sitio, en un entorno que cambia todo el
tiempo”.
Las fallas pueden apuntarse como una convergencia de tres
pilares: la vulnerabilidad de la sociedad y del campo sanitario
(mal podemos llamarlo sistema), la indirección, principio que
señala cuando un agente racional se niega a hacer en dos pasos
lo que es imposible de realizar en uno (por caso, elaborar una
estrategia para paliar la pandemia sin conocer previamente la
teoría epidémica) y la teoría de Bayes sobre la probabilidad de
un suceso A, a partir de un suceso B, conociendo su tasa de
correlación (con la situación endémica del dengue en Brasil,
Paraguay y Bolivia, difícilmente nos tendría que sorprender el
actual brote).
Repasemos los antecedentes ignorados. La Teoría epidémica de
Reed y Frost (1928): agente patógeno-huésped
susceptible-ambiente. La Convención de Ginebra (1960), con
requisitos epidemiológicos para un control capacitado y
efectivo. Y las alertas emitidas, especialmente la de la OMS en
2015, cuando su directora, Margaret Chan, alertó sin eufemismos
y con indicaciones específicas la necesidad de los países de
prepararse para una pandemia.
Como se ve, sólo con cinismo puede afirmarse que la pandemia fue
algo desconocido, en todo caso, se trató de algo inesperado
(aunque esperable), pero sobre todo de algo ignorado.
A propósito del dengue, existió una serie de antecedentes que en
su falta de resultados indican el vacío operacional, reflejado
en los titulares de los diarios:
2003 “Simposio
internacional contra el dengue en Misiones”.
2009 “Definen
una estrategia regional (Argentina, Paraguay y Bolivia) para el
dengue”.
2022 “Paraguay
y Brasil constituyeron un frente estratégico para eliminar
criaderos de mosquitos”. Aquí está ausente Argentina, que en
este 2024 señala a la región noreste y noroeste cómo dengue de
carácter endémico (no epidémico).
De ahí la necesidad de estar incorporado a este frente
estratégico que obliga a una acción continua y conjunta, dado
que los mosquitos no tienen pasaporte fronterizo.
En definitiva, con el dengue se evidencian brotes cíclicos cada
vez más intensos y virulentos, con profundos desestabilizadores:
cambio climático, deforestación, inmigración y turismo. Frente a
un episodio caracterizado como fenómeno socio-político-cultural,
existe la ausencia de un planteo sistémico sanitario y
científico metodológico, pese a tener una serie de herramientas
para la evaluación de políticas sanitarias (institutos
existentes a la espera de coordinación). Y, como si fuera poco,
podemos retrotraernos a 1945, cuando Carlos Alberto Alvarado,
creó la LAMI, Lucha Antimosquito Integral, planteando que se
trataba de “2 meses de lucha y 10 meses de trabajo activo”. Se
trata de prevenir el próximo brote, y no de correr detrás de la
catástrofe.
Respecto a la vulnerabilidad, el politólogo colombiano Gustavo
Wilches-Chaux la define en su libro La vulnerabilidad global
como “la incapacidad de una comunidad para absorber, mediante
autoajuste, los efectos de un determinado cambio en su medio
ambiente, o sea, su inflexibilidad o incapacidad para adaptarse
a ese cambio, que para la comunidad constituye un riesgo. La
vulnerabilidad determina la intensidad de los daños que produzca
la ocurrencia efectiva del riesgo sobre la comunidad”. Así, los
desastres son el producto del riesgo (probabilidad de
materialización de una amenaza) y la vulnerabilidad. La pandemia
fue la misma en todos los países y a la vez no lo fue, de
acuerdo a su grado de vulnerabilidad.
En nuestro país, existen resistencias que impiden la
flexibilidad e innovación que necesitamos. Desde antes que
estuviera de moda hacerlo, hablaba ya de castas, preocupadas por
la defensa de los privilegios admitidos más que por lograr, a
través de iniciativas innovadoras, transformaciones evolutivas.
Dando lugar (o conviviendo) con las sectas -casas de cristal- en
las que predomina el interés constitutivo superior y todo se
sacrifica a su cohesión, que posee una moral hecha de evasión
para mantener la inmovilidad: statu quo. Al decir de Edgar Faure:
“la inmovilidad se ha puesto en marcha y no sé cómo pararla”. Es
el propio cinismo vestido de pragmatismo como una engañosa
virtud. Para la secta, la sociedad no existe salvo como insumo,
donde adquiere formas tales como es hoy la cartelización de las
prepagas. Cómo bien dice Roger Caillois “para el hombre servil
la humanidad nada tiene que ver con el mérito sino con la
utilidad”.
Desde antes de la pandemia y hasta hoy, brilla por su ausencia
en nuestro país una Gerencia Pública Contable, que transparente
las asignaciones de dinero y recursos; una Agencia de
Información y Comunicación, que centralice de manera
sistemática, cauta y responsable el conocimiento de la situación
y de las re- comendaciones a la población; el establecimiento
meridiano de las prioridades, que pasan por mitigar el
sufrimiento; y finalmente, pero no menos importante, un Registro
de Fallas y Éxitos para desaprender y aprender, la verdadera
esencia del oficio médico: conocimiento científico + práctica
clínica = experiencia.
Todo lo anterior se puede sintetizar en la falta de gobernanza
de un Estado que debe asumir su rol en el área sanitaria y su
responsabilidad de garante intransferible en la aplicación de la
ecuación sanitara: salud pública y gobernanza sanitaria. Máxime
con un actual ministro que deslinda la responsabilidad del
órgano nacional de salud pública en descentralizaciones
jurisdiccionales y comportamientos particulares. Desconociendo
así su función específica de subsidiariedad que impone
cooperación y ayuda mutua. Es decir, su compromiso de
participación, de manera tal que la democracia llegue a la
salud.
Sin negar la necesidad de un mayor compromiso ciudadano, la
primera responsabilidad es del Estado, que aún carece del órgano
base para este combate. Este núcleo ausente y de vigencia
inagotable es el Gabinete Estratégico de Gestión Operacional (GE
de GO) que, desde el Consejo Federal de Salud (COFESA), debería
desplegar un Tablero de Comando idóneo, no con meros asesores
circunstanciales (opinólogos), sino con la capacidad, compromiso
y responsabilidad correspondientes frente a esta crítica
situación que atravesamos.
| (*)
Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”, Universidad
Nacional del Centro de
la Provincia de Buenos
Aires (UNICEN); Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza
(UDA); Director de la
Comisión de Ciencia y
Tecnología de la
Facultad de Ciencias
Médicas de la
Universidad de
Concepción del Uruguay
(UCU); Coautor junto al
Dr. Vicente Mazzáfero de
“Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “La Salud que
no tenemos” (2019);
“Argentina Hospital, el
rostro oscuro de la
salud” (2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “En búsqueda de
la salud perdida”
(2009); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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