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Como en tantos otros campos del
debate público, se ha naturalizado la idea que la base de
nuestros problemas es de índole económica. Una explicación
totalizadora que supone que no existe relación entre el costo y
el objeto del gasto, y que, corregida la macro, se rectificaría
el rumbo en un entorno virtuoso.
Para esta mirada no existe axiología sino sólo asientos
contables. No hay teleología, sino ordenamiento de cuentas. Pero
para que esa idea se sostenga, es necesario que exista un relato
que la sustente y la retroalimente. Un nuevo decir, que nos guíe
en medio de la desesperanza. Esto, ya lo hemos visto. Se lo
llama confundir. O simplemente mentir.
Así, pareciera que el problema más importante para nuestro
sistema de salud es el aumento inclemente de las cuotas de las
empresas de medicina prepaga. Es cierto. Fue despiadado, y
agravado porque se trata de un mercado oligopólico, productor de
bienes inelásticos no transables que factura predatadamente para
afrontar costos posdatados en un entorno altamente
inflacionario.
Pero no es menos cierto que afecta al 15% de nuestra sociedad,
que corre el riesgo de no poder acceder a un seguro voluntario
al que se volcó por deficiencias y omisiones que sufren
-ciertamente en distinto grado - el 85% restante en un contexto
de pauperización, desempleo creciente y deterioro de las
condiciones de existencia.
El debate se centra en el precio de la prima de un seguro -
insisto - voluntario-, como si de ello dependiera la salud del
conjunto de la población, mientras se naturaliza el impacto de
la pobreza del 58% o el 18.9% de indigencia (INDEC 27/04/24)
como determinante de la salud de nuestros niños.
Todavía no hemos recuperado la expectativa de vida que precedió
a la pandemia. La reemergencia de enfermedades
infecto-contagiosas generan estragos aún no debidamente
registrados. Las dificultades de acceso son cada vez mayores. El
deterioro general del sistema ajusta por calidad, oportunidad y
efectividad.
Atravesamos una epidemia que incomprensiblemente es calificada
como “brote” apalancados en su (afortunadamente) baja letalidad
para esconder la imprevisión, la impericia, y el abandono de las
funciones esenciales de salud pública. Todo ello, en un sistema
quebrado. ¿Y el centro del debate sectorial se centra en la
cuota de la prepaga?
Se trata nuevamente, de posicionar a un enemigo, para así
distraer al que no puede defenderse.
Contradiciendo su palabrerío y su norma, tras haber definido al
monopolio como creador de riqueza y liberado los precios a la
“fuerzas del mercado”, ahora se presenta al empresario en salud
como un abusador serial que, más allá de cuan justo le quepa el
sayo, es ubicado en ese sitial para la orquestación de un relato
capaz de quitar de escena el corrimiento del Estado en la salud
de la población.
Lo que se presenta como central es subalterno y lo que se omite
es lo verdaderamente trascendente. De lo contrario, no se
entiende que se excluya en aquella definición a la industria
farmacéutica (171% de incremento desde noviembre/23 al presente.
57% por encima del IPC).
Casi en simultáneo, el vocero presidencial comunicó como un
éxito la contracción de $ 140.000 Millones en las partidas del
Ministerio de Salud, a través de reducciones en planta política,
subsidios y ajustes varios, y la finalización del Plan de
Prevención del Embarazo Adolescente No Intencional (Plan ENIA).
Más allá del sesgo ideológico detrás de la supresión del ENIA a
pesar de su impacto en la escolaridad adolescente y en la tasa
de mortalidad infantil, cabe preguntarse por el destino de los
recursos ahorrados. ¿Prevención de la próxima recurrencia del
Dengue? ¿Provisión de drogas a pacientes oncológicos o HIV (+)?
¿De vacunas, tal vez? Esos 140.000 millones representan el 5,4 %
del presupuesto ministerial. No existe análisis costo beneficio
que contraponga motosierra al costo de oportunidad o al
beneficio social del gasto.
En otras palabras: mientras se elimina un programa de
efectividad comprobada e impacto cierto, se invoca la
infalibilidad del mercado, para pasar a admitir una denostada
falla de mercado (competencia imperfecta, asimetría de
información, colusión, abuso de posición dominante) a partir de
la fijación arbitraria de precios sin evaluación efectiva del
coste cierto de los servicios ofrecidos.
Se pasa así de un castigo brutal al bolsillo de pagadores al
riesgo cierto de quebranto de prestadores y financiadores, sin
contemplar que tal medida incidirá necesariamente en la calidad
y la oportunidad de las prestaciones. Es poner a jugar a Murray
Rothbard y Guillermo Moreno en el mismo equipo. Biblia y
Calefón. Péndulo y decadencia.
Mientras tanto, los actores sectoriales, en un entendible
sálvese quien pueda seguimos defendiendo nuestra posición
relativa, o incluso aguardando que el rumbo se corrija desde una
rectoría inexistente. No será así.
Es imperioso tener presente que, junto con la irrenunciable
defensa de nuestro sustento y nuestros derechos, es
imprescindible defender y sostener los principios de
solidaridad, equidad y justicia que impulsaron nuestra vocación
como médicos.
Asegurar como principio irrenunciable la defensa de aquel
sistema de salud que fue y todavía es motivo de orgullo por su
integridad, su acceso y su gratuidad en el sitio de atención.
Corregir sus inequidades a partir de la universalidad de su
canasta prestacional, garantizar su sustentabilidad a través de
la asignación eficiente de los recursos disponibles, incluyendo
en ello la remuneración del equipo de salud. Un sistema y una
política de salud.
Ello no será posible desde la defensa acrítica del declive que
venimos transitando, ni desde la reivindicación de modelos que
la historia dejó en el camino. Pero tampoco desde una lógica que
en los hechos entiende a la salud como un privilegio para
quienes pueden financiarla a través de su propio peculio,
mientras condena a los más vulnerables a una enfermedad o una
muerte evitable.
Estamos en medio de una disputa en la que lo que está en juego
tiene que ver con nuestro proyecto de sociedad, nuestro futuro y
el de quienes seguirán en el camino después. No se trata sólo de
reivindicaciones. Es tiempo también, de retomar los sueños.
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