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Se dice que la medida de la inteligencia es la habilidad para
cambiar. Por lo tanto, la inteligencia aplicada al cambio no
debe resultar solo una cuestión de la mejor retórica o el más
florido discurso, sino también un elemento central para lograr
modificar la gestión de algo que no funciona. Por ejemplo, en
ciertas cuestiones vinculadas a la política de salud.
Precisamente, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) acaba
de publicar en fecha reciente un informe denominado “Gasto
Inteligente en Salud” (1), por medio del cual plantea la
necesidad de incorporar estrategias y herramientas para que esta
premisa no sea solo una mera aspiración, sino que resulte un
componente habitual en la toma de decisiones de la política
sanitaria.
Sostiene que muchos países de América Latina podrían obtener
mejores indicadores de salud para sus poblaciones con el dinero
que hoy gastan, más allá que la presión sobre tal gasto se
potencie a medida que incorporan nuevas tecnologías y
medicamentos de muy alto precio. Y cuando es necesario ofrecer
mejores respuestas al doble cambio demográfico y epidemiológico
que resulta en el envejecimiento de la población y su asociación
con mayor prevalencia en el tiempo de las enfermedades crónicas.
Esto lleva a reconocer en dicho informe que obtener más recursos
para la salud -en un contexto de menor crecimiento económico,
endeudamiento e inflación crónica- se transforma en un
particular desafío.
De allí la oportunidad de aplicar mejor la inteligencia para
gastar de forma más eficiente en salud cuando movilizar recursos
nuevos y adicionales para la salud es más que un simple desafío.
Resulta más oportuno -por ejemplo- reorientar los recursos hacia
estrategias e intervenciones que otorguen más valor a cada peso
que se gasta, sin dilapidarlo en procesos y tratamientos
cualitativamente inefectivos. Por ejemplo, lograr que una mejor
costo/efectividad de tal gasto permita ampliar en tres a cinco
años más la expectativa de vida con el mismo porcentaje del PBI
que se aplica hoy a salud.
Desarrollar una política sanitaria orientada no a recortar
fondos en forma arbitraria y poco clara sino a generar un gasto
más inteligente es un camino para la eficiencia, sin dejar de
lado otros aspectos como son la transparencia, la mejora de los
incentivos y la atenuación de los conflictos de interés con su
impacto en la judicialización de la salud que distorsiona el
sentido final de dicho gasto. Existen muchos mecanismos para
alcanzar ese objetivo y optimizar así el costo de oportunidad de
la utilización de recursos.
Un ejemplo es adquirir o proveer bienes como insumos,
dispositivos médicos y medicamentos destinados a tratamientos de
alto costo que efectivamente agreguen mayo valor en términos de
calidad de vida, garantizando el uso sistemático de protocolos
de tratamiento con garantías explicitas y a costos más bajos. O
encontrar maneras de ad- ministrar su adquisición a un costo
menor. Como también gastar menos en insumos o prestaciones de
servicios inadecuados que resulten perjudiciales, inútiles o
aporten escaso o ningún valor a los pacientes.
Para esto es fundamental potenciar la evaluación critica del uso
de la tecnología innovadora a fin de establecer procesos de
priorización explícita en salud, y aplicarla a la toma de
decisiones respecto de la autorización de venta, precio de
mercado y uso de dispositivos y medicamentos con poder de
monopolio. Analizando al mismo tiempo el mecanismo de
financiación de dichas tecnologías a la vez de ciertas conductas
oportunísticas de sus proveedores en el mercado sanitario. Dando
lugar así a un modelo de gestión inteligente del gasto sobre el
espacio clínico y la microgestión operativa del sistema, de
forma tal que los países del continente puedan lograr una
reducción de sus costos asistenciales si introducen mejores
procesos de regulación y compra, con una simultánea
reorientación de recursos destinada a ampliar coberturas de
atención con mejor calidad y más costo/efectivas. De esta forma,
un gasto en salud que se estime inteligente tendrá éxito cuando
su conceptualización se incorpore en forma regular y sistemática
a las decisiones políticas del sistema de salud.
En el mercado sanitario, uno de los instrumentos de regulación
inteligente y posible de aplicar para avanzar en ese sentido en
el campo de los nuevos medicamentos “innovadores” con patente
vigente y posición monopólica -tal como oncológicos y para
tratamientos especiales (OYTE)- es la fijación de precios
máximos en base a contrastarlos con los de otros países.
Quizás una de las políticas más utilizadas en el contexto
internacional, especialmente por su alto impacto en este
componente del gasto. Extensible a Dispositivos Médicos
Implantables de reciente presencia en el mercado, en ambos casos
carentes de una adecuada efectividad contrastada. En este marco
de política se define primero una canasta de países desde donde
se tomarán precios, y posteriormente se efectúa una estimación
común para sintetizar los precios observados y generar el precio
de referencia como un factor central al momento de establecer la
negociación de precios con la industria. El precio de referencia
fijará así el máximo posible a ser financiado en el mercado para
cada medicamento observado.
Estas políticas de regulación de precios cuentan con validación
de la propia Organización Mundial de la Salud. Para tal fin los
países estructuran distintos modelos regulatorios y -en su
mayoría- aplican variadas estrategias en forma simultánea. Sin
dejar de lado posibles efectos adversos derivados del
comportamiento estratégico de la industria en respuesta a tal
política, reconociendo que muchos países generan acuerdos
confidenciales con ésta para obtener diferentes niveles de
descuentos o reembolso, lo cual disminuye indirectamente el
precio del medicamento en el mercado. Una de tales estrategias
consiste en establecer -como en su momento lo aplicó Colombia o
lo posee Brasil- un Observatorio de Precios para el cual se
plantea escoger como grupo de países comparadores por ejemplo a
los con proximidad geográfica, por la facilidad de obtención de
datos y de ajustar el precio por los tipos de cambio entre
países.
En el marco de la gestión del gasto inteligente en salud, un
Observatorio de Precios de Referencia Externos es una
herramienta transparente y aceptada a nivel internacional para
priorizar explícitamente el destino de una parte del gasto en
salud que viene creciendo aceleradamente. Su información suele
ser de fácil acceso, y permite ser utilizada de diversas formas.
Sea para fijar directamente el precio de los MAP que serán
financiados, establecer el precio máximo con que se autoriza el
ingreso de un medicamento al mercado o informar respecto de
negociación de precios entre los financiadores y la industria.
Lo más común es que se aplique sólo a aquellas moléculas nuevas
que poseen patente vigente.
Como ejemplo, en una investigación llevada a cabo personalmente
que corresponde al mes de febrero del corriente año -incluyendo
trece Medicamentos de Alto Precio (MAP) e idéntica composición
con posición monopólica- en mercados de tres países elegidos, es
posible observar la evidente diferencia de precio de venta al
público (PVP) respecto de la Argentina (Tabla 1).

Como simple dato comparativo, siempre la información cuando
despeja el velo de la ignorancia otorga poder de negociación. Si
los datos comparativos obtenidos de otros países están
debidamente analizados, las fuentes de información son claras y
el proceso de demostración exhibe transparencia, termina
logrando respaldo entre los stakeholders. Y estos, si bien
pueden dar por sentada la complejidad de la situación actual de
su mercado sanitario, podrán disponer de una herramienta
efectiva para mejorar la administración de los procesos de
adquisición, búsqueda de ofertas y negociación de precios.
En un marco de políticas de negociación en salud, las
estrategias para lograr mejores acuerdos diferirán según el tipo
de tecnologías, ya que mercados, productos, proveedores y
compradores/financiadores suelen ser múltiples. El problema de
este proceso es que pueden generarse cuestiones tales como la
presión de la industria por la incorporación de medicamentos o
dispositivos con escaso valor terapéutico demostrado, no contar
el regulador con la capacidad suficiente para quitarle
financiación a una molécula que agrega escaso valor terapéutico
cuando ya se extendió su uso o bien ser complejo recuperar el
pago por el sobreprecio aplicado durante el período de ventana
que va de su incorporación al mercado sanitario a la validación
de efectividad contrasta.
El mismo BID sostiene que un gasto inteligente en salud también
implica buscar los mejores precios del mercado, teniendo en
cuenta que es posible encontrar medicamentos y servicios de
salud de igual eficacia a precios muy diferentes entre países de
una misma región. Aquellos que gasten de forma más inteligente
podrán conseguir que sus presupuestos en salud lleguen más lejos
pagando menos y obteniendo iguales resultados.
En conclusión, el documento del BID sugiere que cada vez son más
los Gobiernos que reconocen los beneficios de un gasto en salud
inteligente, y buscan evidencias que sirvan de base para lograr
la priorización explícita en salud. Una de ellas puede estar en
un Observatorio internacional de Precios de Medicamentos. Ya
que, sin duda, un gasto inteligente tendrá éxito cuando se lo
logre incluir como una metodología regular y sistemática
respecto de la toma de decisiones políticas por parte de los
sistemas de salud.
Referencia:
1) Banco Interamericano de Desarrollo. “Gasto inteligente en
salud. Como hacer que cada peso cueste”. Washington. 2023..
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