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Los precios relativos de la medicina prepaga parecen el
motivo central de los problemas del sistema de salud.
Hay un cerrado silencio sobre los problemas verdaderos,
los cuales se han agravado fruto de una crisis
persistente y una situación macroeconómica que desde
hace varios años aumenta el deterioro del nivel calidad
y distribución de la cobertura: la atención pública que
con reducción de presupuestos hace frente a una cada vez
mayor población que busca cobertura en los hospitales
públicos, la seguridad social que baja su nivel con la
reducción de ingresos, por caída de salarios reales e
incremento de costos; la abrupta modificación de precios
relativos que usa como variable de ajuste los honorarios
médicos; la compleja situación fiscal de clínicas y
sanatorios, etc.
Para avanzar en la solución de gran parte de esos
problemas resulta fundamental una concepción que
comprenda la totalidad del sistema y la clara
determinación de responsabilidades de los dis- tintos
niveles de gobierno, que no se resuelve exclusivamente
en un debate parlamentario, ni con la sanción de una
ley, sino que debe ser resultado de un proceso de
interactuación de los más variados actores, y de una
secuencia de decisiones para construir consenso sobre la
dirección de las reformas.
Todos conocemos las dificultades para abordar una
solución integral a los problemas de eficiencia y
equidad del sistema, en un país con una organización muy
acentuada de la autonomía provincial pero muy débil en
la definición de prioridades de políticas e instancias
coordinadoras. Los desafíos que presenta la provisión de
servicios públicos de salud son mucho mayores y de más
complejidad que otras políticas públicas.
El estado de salud no depende exclusivamente del acceso
a los servicios, el modelo de atención o su forma de
financiamiento, existen numerosos factores
extrasectoriales que tienen gran incidencia sobre los
resultados y que deben ser considerados en el diseño de
las políticas, la experiencia internacional muestra que
aún países con sistemas de cobertura universal presentan
importantes diferencias en los resultados, que tienen
que ver con estos factores.
La necesidad de articular sistemas diferentes y brindar
soluciones flexibles no responde exclusivamente al
reconocimiento de una estructura federal muy difícil de
modificar, hay que definir cuidadosamente el papel de
los diferentes niveles de gobierno, que debe ser
consensuado, y producto de una construcción lenta y
persistente que incluya de manera central la cotidiana
gestión de los sistemas.
En toda república federal, la Nación, a través de
diferentes instituciones, tiene a su cargo la
responsabilidad de coordinación y armonización de los
sistemas, y la compensación de diferencias regionales,
pues en salud pública no es posible sostener que la
provisión de salud en una jurisdicción no afecta el
bienestar de poblaciones vecinas, por las importantes
disparidades entre necesidades y recursos.
Adquiere aquí una especial dimensión como pilar de las
políticas sociales compensadoras, el régimen de reparto
de fondos entre Nación y provincias, que no ha logrado
acuerdos duraderos en las últimas décadas. En la
definición de este acuerdo descansa la posibilidad de
construir un sistema de salud más equitativo y
sustentable financieramente. Los avances hacia una
atención pública con mayor grado de descentralización
han predominado las ultimas 4 décadas, derivando en 24
sistemas en los que la responsabilidad de la provisión
de servicios descansa en los gobiernos provinciales, y
atenta con la existencia de un nivel único de cobertura
pública.
Las políticas de descentralización deberían estar
orientadas a transferir funciones que permitan mejoras
en la asignación de recursos, cuidando aspectos de
equidad que involucran al sistema en su conjunto, pero
el apoyo es débil: un reducido monto de gasto fiscal
limitado a programas asistidos que no han sido
determinantes del curso de las políticas provinciales,
ni contaron con capacidad técnica ni económica a nivel
nacional para supervisar el destino de esos fondos.
La paulatina devaluación de la moneda doméstica implica
una necesaria revisión de la suficiencia del gasto, pues
aun cuando se mantiene un elevado nivel como porcentaje
del PBI, la nueva relación cambiaria resulta exigua en
términos de insumos, medicamentos y otras tecnologías
con costos asociados al tipo de cambio.
La experiencia internacional muestra que no se trata de
reformas mágicas de efectos automáticos, sino que
involucran significativas modificaciones institucionales
que requieren un tiempo de maduración, y de un sendero
de reformas, dominado por la confianza mutua, la
búsqueda de consensos, la definición de prioridades
claras, la articulación en una estrategia de mediano
plazo, definir los mínimos comunes denominadores que las
jurisdicciones deberán cumplir para contar con la
asistencia de la Nación y la integración y articulación
del sistema alrededor de la reforma de la atención
pública, la promoción de una APS resolutiva, y la
construcción de redes de atención.
Las restricciones financieras y la necesidad
impostergable de brindar una cobertura homogénea y
aceptable a la población sin seguro imponen la búsqueda
de una mayor coordinación de los subsectores permitiendo
la integración de infraestructura y recursos públicos,
privados y de la seguridad social, y el gobierno
nacional debe ser responsable de acortar la distancia
que separa provincias ricas y pobres respecto de la
disponibilidad de recursos y capacitación en materia de
atención pública.
Un verdadero federalismo significa respeto por las
soluciones que decida cada jurisdicción, sin que la
Nación abandone sus responsabilidades, en especial en
materia de equidad. Toda reforma no podrá efectivizarse
si no se acompaña de un claro mecanismo financiero que
asegure la viabilidad de las políticas diseñadas, y allí
está involucrada la discusión sobre el federalismo
fiscal y el reparto de recursos, que se debería resolver
con la sanción de una nueva ley de coparticipación en la
cual salud y educación deberían ocupar el lugar central
del debate.
Creer que una vez que individuos e instituciones con
poder hayan comprendido la gravedad de la crisis y la
necesidad de ponerle remedio se darán una palmada en el
pecho, reconocerán que están equivocadas y darán
instantáneamente un cambio de 180 grados a su conducta,
o suponer que cualquier cambio por el mero hecho de
contribuir a la equidad solo necesita ser explicado para
ser adoptado es una ingenuidad.
Ello implica no verse atrapado por el “se debe... o el
hay que hacer”: la mayoría de las cosas que ocurren y
las que no, es porque determinados sectores poderosos
asi lo quieren. Eso explica la ausencia de soluciones
verdaderas. Todo el mundo sabe perfectamente lo que se
debería o tendría que hacer. El mejor manejo de la salud
no es un problema científico que requiera más
investigación y datos, sino un problema político de
movilizar apoyos para intervenir contra la oposición del
poder de genuinos intereses organizados.
| (*) Presidente del
Instituto de Política, Economía y Gestión en
Salud (IPEGSA). |
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