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“La salud de los argentinos está amenazada… el sistema está
enfermo, ya ha ingresado en la sala de urgencias y hace falta
intervenir rápidamente. Hay que salvar a los trabajadores de la
salud, que son nuestro principal recurso sanitario. Hay que
salvar los establecimientos de salud públicos y privados. Hay
que salvar nuestras obras sociales” (Tobar F. Rev. Panam. Salud
Publica/Pan Am J Public Health 11(4), 2002).
“El sistema de Salud hoy está en situación crítica. Argentina
necesita un profundo cambio en la gestión de su sistema si
quiere resultados diferentes a los de los últimos 30 años... El
objetivo es tener un sistema equilibrado, con mejores niveles de
atención y prestaciones de calidad para todos los argentinos” (Russo
M. InfoBAE 01/06/24).
“Sentir, que 20 años no es nada” (Gardel C. 1939).
22 años más tarde, salvando las distancias y las fuentes
bibliográficas, el diagnóstico es el mismo. Aún proviniendo de
miradas tan divergentes como la del entonces Jefe de Gabinete
del Ministerio de Salud y el actual titular de la cartera. Y
todos, ya tanto ciudadanos, usuarios o actores del sector hemos
naturalizado ese deterioro, hasta el punto que lo que era
impensable entonces, hoy es parte del paisaje.
De aquel modelo igualitario, aunque fragmentado, que formaba
parte de nuestra identidad como nación, sólo queda aquel sesgo
primario de inequidad que poco a poco se fue cristalizando hasta
constituirse como signo identitario. La capacidad rectora del
Ministerio diluida en un entorno de ausencia e inoperancia, las
administraciones provinciales, gerenciando la escasez,
abasteciendo prestaciones, más que generando salud y un mercado
privado que progresivamente ha perdido su capacidad de proveer
aquello que sustituyó por ausencia o deficiencia del Estado.
Martin Seligman (1967) denominó “Indefensión Aprendida” a la
condición por la cual una persona o un animal ha “aprendido” a
actuar pasivamente, con la sensación subjetiva de no contar con
capacidad de modificar lo establecido incluso existiendo
posibilidades ciertas de cambio y mejora.
Pareciera que algo de ese síndrome estemos transitando como
sociedad. Nos adaptamos a niveles de pobreza estructural del
orden del 25% que ahora alcanza el 55,5%, y que la indigencia ya
sea de 17,5% (ODSA mayo 2024). Y mientras tanto escuchamos
pasivamente que “la intervención del Estado no es necesaria
porque la externalidad del consumo la resuelve el mercado”, así
como hasta hace poco el mantra era que el Estado todo lo
resuelve. Encontramos admisible se retacee la entrega de
alimentos en stock. Que se desfinancie la protección social, en
aras de un dudoso equilibrio fiscal obtenido a expensas de
quienes más la necesitan. Que se califique a la justicia social
como abominable. Poco a poco se ha aceptado que, ante iguales
necesidades, el derecho colectivo a la salud se ejerza en
función de la capacidad pre o pos datada de pago de quien lo
demande, y que ello sea factor decisivo en materia de calidad,
oportunidad y alcance de la respuesta obtenida.
Frente a esto, poco valor tienen las declamaciones huecas de las
autoridades sectoriales. Menos aún, el intento de ordenar el
sistema a partir del vértice de la pirámide social, excluyendo a
quienes ya lo único que esperan del sistema de salud es que la
beneficencia atenúe la intemperie. Transcurridos ya seis meses
de gestión, es preciso decir una vez más que no es a través de
la reducción indiscriminada del gasto público como se podrán
corregir las brechas de inequidad heredadas. Ni eliminando
programas de probado costo beneficio, ni cambiándole el color al
eterno relato que apela a una ficticia cobertura de calidad en
la seguridad social, y particularmente en los adultos mayores.
Tampoco permaneciendo imperturbables frente al incremento
despiadado del precio de los medicamentos, ni suspendiendo la
cadena de provisión de drogas oncológicas y/o de alto precio.
Más aún: aunque se explicitara una hoy inexistente plataforma en
salud, nada podría efectivamente funcionar sin atender los
determinantes sociales que condicionan y establecen los límites
de la atención sanitaria. Si la cosmovisión que guía las
acciones de gobierno modela, como sus máximos referentes así lo
manifiestan, un horizonte en el que el mercado regula por
competencia y los estados provinciales proveen lo posible a una
población cautiva, no es dable pensar siquiera en que el terreno
tienda a nivelarse. La confluencia de condiciones materiales de
existencia cada vez más precarias para casi la mitad de los
argentinos, la indolencia con la que se contempla el dolor
ajeno, el desprecio por los valores solidarios más elementales,
y por las cualidades que hacen a la dignidad de la condición
humana esterilizarán toda iniciativa.
Y pese a ello, o mejor, precisamente por ello, es necesario
intentar una respuesta viable desde el Sector mismo. Ir más allá
de la puja distributiva y propiciar la participación activa de
todos los actores para acceder a un modelo más justo y
sustentable. Sin ello, la irracionalidad que hoy impera no hará
más que profundizarse, y así se agravará aún más la desigualdad,
la ineficiencia, y la injusticia.
Cuidado. Hace más de doscientos años alguien dijo: “Un hombre
que nace en un mundo que ya es propiedad de otros, si no puede
lograr de sus padres su subsistencia, de quienes con justicia
puede demandar, y si la sociedad no requiere su trabajo, no
puede pretender derecho alguno ni a la menor porción de
alimentos y, de hecho, no tiene por qué estar donde está. En el
espléndido banquete de la Naturaleza no hay cubiertos para él.
La Naturaleza le ordena que se vaya y no tardará en ejecutar
ella misma su propia orden, si ese hombre no logra compasión de
alguno de los invitados. Si estos se levantan y le dejan sitio,
acudirán enseguida otros intrusos pidiendo el mismo favor. La
noticia de una provisión para todo el que acuda llenará la sala
con numerosos pretendientes. El orden y la armonía del banquete
desaparecerán, la abundancia que antes reinaba se convierte en
escasez; y la felicidad de los invitados es destruida ante el
espectáculo de miseria y desamparo en cualquier punto de la sala
y la clamorosa impertinencia de quienes están con justicia
indignados por no encontrar la provisión que se les acostumbró a
esperar” (Robert Malthus “Ensayo sobre el principio de
población. 1798).
Malthus se equivocó. Entre otras cuestiones, no previó que las
sociedades, particularmente durante el Siglo XX edificarían
entornos sociales en los que la solidaridad y el humanismo se
expresarían edificando estructuras de amparo y cuidados
colectivos. (C.N. art. 75, inc. 19). Esa construcción primero se
desfinanció. Más tarde se convirtió en relato y ficción. Y
ahora, aquellas sentencias perversas resurgen disfrazadas de
modernidad.
Estamos a tiempo. Por ahora.
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