|
Cualquier análisis de la situación de la política en la
Argentina debe enmarcarse en el fenómeno de la sociedad
fragmentada. Ella es la base social propia de las democracias
restringidas y denota una sociedad en la que, mediante distintas
estrategias de fragmentación, transformando a la sociedad en un
conjunto de grupos aislados, que se declaran la guerra entre sí
y adquieren una condición dual de víctimas y victimarios. De
este modo, se evita la construcción de mayorías y se condiciona
de un modo estructural a la democracia, evitando que se
convierta en una democracia transformadora.
La fragmentación de la sociedad es una estrategia de los poderes
dominantes y la sociedad fragmentada es la situación de gran
parte de la población, que no sólo está alejada del poder, sino
afectada en su propia capacidad de aspirar a lograr el bienestar
social. (1)
La fragmentación de la sociedad, como estrategia de poder, busca
construir o fabricar grupos sociales aislados, y busca generar
prácticas de conflicto entre esas minorías, e incluso las
mayorías, logrando un control social horizontal, que involucra a
esos mismos grupos sociales en una relación víctima-victimario,
dual y cambiante.
La sociedad fragmentada es la condición de nuestro pueblo,
trabado en contradicciones superficiales, desorientados respecto
a objetivos comunes, imposibilitados de asumir luchas
colectivas. La fragmentación implica estrategias de
desorientación. La sociedad fragmentada implica una mayoría -y a
veces un pueblo entero- que ha perdido el rumbo de su propia
causa nacional.
La fragmentación, repetimos, es una estrategia de los poderes
dominantes. Esta estrategia se basa en la puesta en marcha de
ciertos mecanismos que constituyeron una verdadera política de
desorientación social que actúa, fundamentalmente, en tres
niveles:
a) la atomización de la sociedad en grupos;
b) la orientación de esos grupos hacia fines exclusivos y
parciales, que no susciten adhesión;
c) la anulación de su capacidad negociadora para celebrar
pactos. (2)
Generalmente los diversos mecanismos de desorientación producen
efectos en los tres niveles, aunque existen algunos
específicamente dirigidos hacia alguno de esos niveles en
particular. En primer lugar, una estrategia de fragmentación
necesita romper el horizonte de la totalidad. Este horizonte de
la totalidad constituye, por una parte, el espacio en el que se
proyectan los objetivos trans- grupales, es decir, que pueden
ser compartidos por otros grupos; por otra parte, constituye el
espacio en el que los pactos políticos son posibles, es decir,
el ámbito en el que los sujetos del consenso se reconocen a sí
mismos como potenciales aliados (y no como enemigos) y donde el
consenso se hace efectivo por el acuerdo.
Francis Fukuyama en su artículo/libro sobre el fin de la
historia en los 90 nos habla del fin de esa historia y
equivocadamente se tomó como la muerte de las ideologías. En
realidad, Fukuyama explicaba el comienzo de una nueva historia
con ideologías distintas de las conocidas por entonces y la
preeminencia de algunas sobre otras. Tuvo una razón parcial ya
que, en realidad las ideologías se trans- formaron en procesos
mixtos y nuevos. (3)
El fin de la historia no era el fin de la historicidad…
Mediante esta prédica se rompe el horizonte de la totalidad, ya
que la ideología implica un análisis de la realidad que aspira a
brindarnos una comprensión de la sociedad y de la práctica
política, igualmente abarcadora. Existe otro mecanismo para
destruir la capacidad utópica de los grupos sociales. (4)
El que hemos descripto, busca anular el espacio de la totalidad.
El que ahora analizaremos busca ocupar todo ese espacio,
eliminarlo por saturación. A este mecanismo lo denominamos
Milenarismo. El milenarismo (5) se presenta como una versión de
la historia y del desarrollo político de nuestras sociedades
según el cual hubo una antigua época de oro, donde nuestro país
gozaba de una buena situación social y económica, el progreso
era constante, las clases políticas cultas y responsables, la
moneda fuerte y, en general, se vivía una época de prosperidad y
bienestar.
Cada país tiene su propia versión milenarista, según sus propias
condiciones históricas y presentes. (6)
Es obvio que se trata de una visión simplista, mesiánica,
relativa y sesgada, pero la estrategia milenarista consiste,
precisamente, en instalar en la conciencia social una idea de
pérdida, la sensación de que antes estábamos bien y luego
estuvimos mal. Tal simplificación del análisis histórico tiene
entre sus objetivos facilitar la fractura que requiere la
ruptura de la totalidad.
¡Sólo importa recuperar el pasado de gloria, la abundancia de
los viejos tiempos! ¿No hemos escuchado frases de este tipo en
muchos discursos oficiales de nuestro país? ¿Esas frases no son
un lugar común del análisis político que realizan muchos de
nuestros gobernantes?... cualquiera sea el espacio político…
De este modo se produce un nuevo factor de desorientación: el
presente se define como algo nuevo, como una nueva fundación,
que no tiene que saldar ninguna deuda con el pasado; pero, a la
vez, se presenta como la restauración de un tiempo idílico. La
estrategia milenarista busca apropiarse de la historia y con
ella busca adueñarse de la conciencia histórica, generando un
vaciamiento de la conciencia colectiva.
Ahora bien, si se pierde la conciencia histórica, se pierde
también la posibilidad de definir el futuro, ya que el presente
se convierte en el único espacio libre. Y esto es precisamente
lo que busca la versión milenarista. El futuro ya está definido
y legitimado porque es la restauración de la edad de oro.
Estos párrafos son el análisis desde la sociología y la ciencia
política de lo que sucede -exacerbado- en el ámbito de la salud.
Hemos escrito en artículos anteriores sobre la integración del
sistema de salud argentino. Pero con la hiperfragmentación de la
sociedad en general, cada vez ese objetivo se vuelve
inconsistente y más alejado de nuestras realidades.
En la Argentina, la fragmentación constituye el gran problema
del sistema de salud. La falta de coordinación entre los
subsistemas público, de seguridad social y privado evidencia
fallas a la hora de proveer cobertura de salud, generando
dificultades en el acceso, así como problemas en la calidad de
la atención.
A esto se agrega un nuevo subsistema mediante la creación del
sistema de váuchers. De resultado incierto y parecería ser para
desfinanciar al sistema público.
Llamaré la atención -además de los enumerados en artículos
anteriores- que sería importante una revisión del sistema de
salud argentino en general.
Es imposible una desregulación total como la implementada.
Varios ejemplos ya existen: el desmesurado aumento de los
valores de la medicina prepaga, el incremento de los
medicamentos a niveles insostenibles por los financiadores, la
desvinculación del Estado nacional de la provisión de
medicamentos de alto costo y baja incidencia a pacientes graves,
las comunicaciones de incrementos sanatoriales sin negociación
posible y sobre todo la desfinanciación de los ingresos del
equipo de salud.
¿Alguien cree posible que con lo que se abona por honorarios
médicos que el sistema podrá continuar siendo viable?
La desaparición de oferta para las guardias médicas en general y
en particular de algunas especialidades lo demuestra.
No existirán algunas especialidades en el futuro próximo.
Es hora de que revisemos de verdad el sistema de salud
argentino, que pensemos que los que saben deben tener el tablero
de control y que se planifique una integración mediante la
complementariedad y la sinergia de todo el sistema. Esto es ya o
nos quedaremos sin sistema.
Hay que tomar de una vez por todas la determinación de acabar
con los analfabetos funcionales del control del sistema.
Un país sin salud, o con una salud para pocos -que no garantiza
calidad, ya que no hay políticas gubernamentales de control- nos
llevará a una irremediable sociedad con patologías agudas y
crónicas en aumento, quitándole la calidad de vida a los
argentinos tal como estábamos acostumbrados.
Bibliografía:
1) Remede a l acceleration/Hartmut Rosa/Philosophie Magazine
Editeur/París 2018.
2) La era del individuo tirano/Eric Sadin/Caja Negra/2022.
3) Francis Fukuyama / El fin de la historia y el ultimo hombre/
1ª Edición 1992/Brookfield Book/New York/USA.
4) La crisis del estado de bienestar y el agotamiento de las
energías utópicas/Jünger Habermas /Península/Barcelona /1984.
5) El milenarismo por Montero Díaz, Santiago y Manga/Edit.
Complutense/Madrid/2015.
6) Milenarismo/Mario Morales /Gedisa/Madrid/2009.
|