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 Columna

       

EL PAÍS DEL NO ME ACUERDO

¡Ay de aquel que no tiene Patria!
Nietzsche

Por el Dr. Mauricio Klajman  dr.mklajman@gmail.com


Cualquier análisis de la situación de la política en la Argentina debe enmarcarse en el fenómeno de la sociedad fragmentada. Ella es la base social propia de las democracias restringidas y denota una sociedad en la que, mediante distintas estrategias de fragmentación, transformando a la sociedad en un conjunto de grupos aislados, que se declaran la guerra entre sí y adquieren una condición dual de víctimas y victimarios. De este modo, se evita la construcción de mayorías y se condiciona de un modo estructural a la democracia, evitando que se convierta en una democracia transformadora.
La fragmentación de la sociedad es una estrategia de los poderes dominantes y la sociedad fragmentada es la situación de gran parte de la población, que no sólo está alejada del poder, sino afectada en su propia capacidad de aspirar a lograr el bienestar social. (1)
La fragmentación de la sociedad, como estrategia de poder, busca construir o fabricar grupos sociales aislados, y busca generar prácticas de conflicto entre esas minorías, e incluso las mayorías, logrando un control social horizontal, que involucra a esos mismos grupos sociales en una relación víctima-victimario, dual y cambiante.
La sociedad fragmentada es la condición de nuestro pueblo, trabado en contradicciones superficiales, desorientados respecto a objetivos comunes, imposibilitados de asumir luchas colectivas. La fragmentación implica estrategias de desorientación. La sociedad fragmentada implica una mayoría -y a veces un pueblo entero- que ha perdido el rumbo de su propia causa nacional.
La fragmentación, repetimos, es una estrategia de los poderes dominantes. Esta estrategia se basa en la puesta en marcha de ciertos mecanismos que constituyeron una verdadera política de desorientación social que actúa, fundamentalmente, en tres niveles:

a) la atomización de la sociedad en grupos;

b) la orientación de esos grupos hacia fines exclusivos y parciales, que no susciten adhesión;

c) la anulación de su capacidad negociadora para celebrar pactos. (2)

Generalmente los diversos mecanismos de desorientación producen efectos en los tres niveles, aunque existen algunos específicamente dirigidos hacia alguno de esos niveles en particular. En primer lugar, una estrategia de fragmentación necesita romper el horizonte de la totalidad. Este horizonte de la totalidad constituye, por una parte, el espacio en el que se proyectan los objetivos trans- grupales, es decir, que pueden ser compartidos por otros grupos; por otra parte, constituye el espacio en el que los pactos políticos son posibles, es decir, el ámbito en el que los sujetos del consenso se reconocen a sí mismos como potenciales aliados (y no como enemigos) y donde el consenso se hace efectivo por el acuerdo.
Francis Fukuyama en su artículo/libro sobre el fin de la historia en los 90 nos habla del fin de esa historia y equivocadamente se tomó como la muerte de las ideologías. En realidad, Fukuyama explicaba el comienzo de una nueva historia con ideologías distintas de las conocidas por entonces y la preeminencia de algunas sobre otras. Tuvo una razón parcial ya que, en realidad las ideologías se trans- formaron en procesos mixtos y nuevos. (3)
El fin de la historia no era el fin de la historicidad…
Mediante esta prédica se rompe el horizonte de la totalidad, ya que la ideología implica un análisis de la realidad que aspira a brindarnos una comprensión de la sociedad y de la práctica política, igualmente abarcadora. Existe otro mecanismo para destruir la capacidad utópica de los grupos sociales. (4)
El que hemos descripto, busca anular el espacio de la totalidad. El que ahora analizaremos busca ocupar todo ese espacio, eliminarlo por saturación. A este mecanismo lo denominamos Milenarismo. El milenarismo (5) se presenta como una versión de la historia y del desarrollo político de nuestras sociedades según el cual hubo una antigua época de oro, donde nuestro país gozaba de una buena situación social y económica, el progreso era constante, las clases políticas cultas y responsables, la moneda fuerte y, en general, se vivía una época de prosperidad y bienestar.
Cada país tiene su propia versión milenarista, según sus propias condiciones históricas y presentes. (6)
Es obvio que se trata de una visión simplista, mesiánica, relativa y sesgada, pero la estrategia milenarista consiste, precisamente, en instalar en la conciencia social una idea de pérdida, la sensación de que antes estábamos bien y luego estuvimos mal. Tal simplificación del análisis histórico tiene entre sus objetivos facilitar la fractura que requiere la ruptura de la totalidad.
¡Sólo importa recuperar el pasado de gloria, la abundancia de los viejos tiempos! ¿No hemos escuchado frases de este tipo en muchos discursos oficiales de nuestro país? ¿Esas frases no son un lugar común del análisis político que realizan muchos de nuestros gobernantes?... cualquiera sea el espacio político…
De este modo se produce un nuevo factor de desorientación: el presente se define como algo nuevo, como una nueva fundación, que no tiene que saldar ninguna deuda con el pasado; pero, a la vez, se presenta como la restauración de un tiempo idílico. La estrategia milenarista busca apropiarse de la historia y con ella busca adueñarse de la conciencia histórica, generando un vaciamiento de la conciencia colectiva.
Ahora bien, si se pierde la conciencia histórica, se pierde también la posibilidad de definir el futuro, ya que el presente se convierte en el único espacio libre. Y esto es precisamente lo que busca la versión milenarista. El futuro ya está definido y legitimado porque es la restauración de la edad de oro.
Estos párrafos son el análisis desde la sociología y la ciencia política de lo que sucede -exacerbado- en el ámbito de la salud.
Hemos escrito en artículos anteriores sobre la integración del sistema de salud argentino. Pero con la hiperfragmentación de la sociedad en general, cada vez ese objetivo se vuelve inconsistente y más alejado de nuestras realidades.
En la Argentina, la fragmentación constituye el gran problema del sistema de salud. La falta de coordinación entre los subsistemas público, de seguridad social y privado evidencia fallas a la hora de proveer cobertura de salud, generando dificultades en el acceso, así como problemas en la calidad de la atención.
A esto se agrega un nuevo subsistema mediante la creación del sistema de váuchers. De resultado incierto y parecería ser para desfinanciar al sistema público.
Llamaré la atención -además de los enumerados en artículos anteriores- que sería importante una revisión del sistema de salud argentino en general.
Es imposible una desregulación total como la implementada.
Varios ejemplos ya existen: el desmesurado aumento de los valores de la medicina prepaga, el incremento de los medicamentos a niveles insostenibles por los financiadores, la desvinculación del Estado nacional de la provisión de medicamentos de alto costo y baja incidencia a pacientes graves, las comunicaciones de incrementos sanatoriales sin negociación posible y sobre todo la desfinanciación de los ingresos del equipo de salud.
¿Alguien cree posible que con lo que se abona por honorarios médicos que el sistema podrá continuar siendo viable?
La desaparición de oferta para las guardias médicas en general y en particular de algunas especialidades lo demuestra.
No existirán algunas especialidades en el futuro próximo.
Es hora de que revisemos de verdad el sistema de salud argentino, que pensemos que los que saben deben tener el tablero de control y que se planifique una integración mediante la complementariedad y la sinergia de todo el sistema. Esto es ya o nos quedaremos sin sistema.
Hay que tomar de una vez por todas la determinación de acabar con los analfabetos funcionales del control del sistema.
Un país sin salud, o con una salud para pocos -que no garantiza calidad, ya que no hay políticas gubernamentales de control- nos llevará a una irremediable sociedad con patologías agudas y crónicas en aumento, quitándole la calidad de vida a los argentinos tal como estábamos acostumbrados.

Bibliografía:

1) Remede a l acceleration/Hartmut Rosa/Philosophie Magazine Editeur/París 2018.
2) La era del individuo tirano/Eric Sadin/Caja Negra/2022.
3) Francis Fukuyama / El fin de la historia y el ultimo hombre/ 1ª Edición 1992/Brookfield Book/New York/USA.
4) La crisis del estado de bienestar y el agotamiento de las energías utópicas/Jünger Habermas /Península/Barcelona /1984.
5) El milenarismo por Montero Díaz, Santiago y Manga/Edit. Complutense/Madrid/2015.
6) Milenarismo/Mario Morales /Gedisa/Madrid/2009.



 


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