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 Opinión

    
SALUD, POBREZA Y NIÑEZ VULNERABLE ESPEJOS DE LA DECADENCIA SOCIAL 
 
Por
el Dr. Sergio Horis Del Prete (*)


Cada vez que el INDEC revela los números oficiales de la pobreza en nuestro país, el resultado es una profundización del drama social. Hundirse en las carencias, además de la pérdida de expectativas, no es más que adentrarse en el opaco mundo de la penuria social con toda su gama de problemáticas.
Pero una cosa es exponer el porcentaje de pobres desde la presunción de una línea económica que divide la sociedad entre incluidos y excluidos del mercado y de la posibilidad de contar con una canasta básica de bienes y servicios, y otra muy diferente desagregarlos e identificar dentro de este amplio grupo a los estructurales, el sector más cristalizado en esa posición social y en condiciones de abismal desventaja respecto del resto. Incluido el universo de los nuevos pobres que se van sumando al ritmo de la paradójica y acelerada movilidad social descendente.
Por cierto, el dato de 70,8% de pobreza infantil del primer trimestre de 2024 y de una indigencia del 34,4% es más que alarmante. Respecto de la pobreza sobre la niñez vulnerable, vinculada a la pérdida de derechos básicos como educación vivienda adecuada o salud, el 42,6 % de estos chicos sufre al menos una privación (5,4 millones) y un 16,7 % tiene una privación considerada severa (2,1 millones).
Este drama no es nuevo. La Argentina viene enfrentando desde hace décadas un grave problema económico, social y sanitario frente a la pobreza, más complejo que la simple enunciación de cifras y situaciones particulares. Numéricamente desconocidos, pero geográficamente identificables en los márgenes urbanos de las grandes ciudades y con mayores carencias de todo tipo, el universo definido como pobre ha quedado configurado por un amplio colectivo social disperso entre tres círculos concéntricos, donde se juega su destino.
En el círculo más externo y dinámico están quienes entran y salen de esa frontera económica de bienes y servicios en función de que nivel de ingresos alcanzan y de la dinámica inflacionaria. El círculo más profundo lo componen 1.2 millones de familias, es decir, entre 4 y 5 millones de personas que viven en asentamientos y barrios de emergencia con ingresos que los sepultan en la indigencia, bajo condiciones de alta vulnerabilidad y en muchos casos prisioneros de las carencias, del narco y de la marginalidad.
Entre ambos existe un tercer círculo de pobres que tratan de salir del pantano social con dignidad, esfuerzo y trabajo precario, envían a sus hijos a la escuela procurando algún progreso social futuro y cuidan de su salud, aunque sus pauperizados ingresos apenas si les permiten cubrir alimentos y escasos servicios básicos.
Las mayores dificultades de la condición de pobreza extrema surgen del daño colateral múltiple que producen los déficits crónicos no resueltos sobre su condición de vida, manteniéndolos en un malestar permanente. Carecer de vivienda digna, agua segura de consumo, saneamiento ambiental básico, trabajo y posibilidades de acceder a buenos servicios de salud y educativos. Viejos males conocidos y no resueltos que potencian su exclusión y marginalidad. Y los llevan a vivir en los márgenes de una sociedad que -además- suele estigmatizarlos en el estereotipo del delito.
El modelo de exclusión a que quedan sometidos forma parte de un fenómeno creciente de vida en “guettos” aislados y amurallados por barreras físicas artificiales, que impiden su integración social y solo ayudan a profundizar el deterioro individual y colectivo. Se van transformando en una especie de “infraclase”, sin valor de mercado -como sugiere Zygmut Baumann- y cada vez más alejados de la posibilidad de consumir dentro de la lógica libremercadista, solo visibles desde el supuesto “peligro” que representan para el resto del colectivo social.
El problema más sensible de la exclusión son los niños y adolescentes. Sometidos a la interacción directa entre nivel socio económico y salud, se exponen al impacto que ciertos factores tienen sobre sus habilidades cognitivas presentes y futuras. Su salud resulta un espejo que refleja las mayores inequidades. Hay estudios publicados internacionalmente en donde se advierte que las relaciones e interacciones con el medio y sus determinantes actúan modelando áreas del cerebro que controlan el comportamiento humano (por ejemplo, la habilidad de concentrarse en algo) e impactan en el resultado educativo (como aprender a leer).
Y está científicamente comprobado que quienes conviven en un entorno de pobreza significativa y violencia barrial muestran imágenes de progresivo debilitamiento de las conexiones neuronales en el cerebro joven, así como una menor interacción en tiempo real en áreas cerebrales vinculadas con la conciencia, el juicio y los procesos éticos y emocionales.
Las imágenes obtenidas utilizando RNM demuestran una marcada disminución de sustancia gris en el hipocampo vinculado a la memoria (soporte del procesamiento de la información y el comportamiento), en el lóbulo frontal (asociado al proceso de decisión, resolución de problemas, control del impulso, juicio y comportamiento social y emocional), y en el temporal (procesos de lenguaje, visión y audición y de conciencia de sí mismo).
Precisamente, áreas que asociadas resultan cruciales respecto de seguir instrucciones, poner atención y mejorar el aprendizaje global. ¿Pasa todo el tema de la salud por la cura? No. También pasa por anticiparse a la enfermedad. Estimular positivamente o no el cerebro en forma temprana durante la infancia será el determinante psíquico para que las conexiones neuronales se fortalezcan o bien se reduzcan, lo que puede generar un daño irreversible en el patrón futuro de desarrollo psicosocial.
¿Por qué es urgente focalizar acciones que generen un impacto sanitario y social sobre la infancia altamente vulnerable, que a futuro será parte de las nuevas generaciones económicamente activas del país? Porque quienes han investigado el comportamiento del cerebro frente a los determinantes sociales sostienen que éste dispone de neuroplasticidad (capacidad de modificar su propia estructura y aumentar el número de conexiones neuronales) entre el momento del nacimiento y la primera infancia, condición que luego irá disminuyendo con el tiempo, aunque sin llegar nunca a cero.
Esto implica la necesidad de incorporar también a sus madres -a veces adolescentes- criadas en la pobreza y con pocas probabilidades de haber desarrollado suficientes habilidades intelectuales al proceso de estímulo a sus hijos. Sabiendo además que entre los 15 a 30 años existe una segunda posibilidad de aumento de tal neuroplasticidad, lo que significa que, con entrenamiento y práctica suficiente, adolescentes y adultos jóvenes altamente vulnerables pueden quedar en mejor condición para adaptarse al entorno conflictivo en el que viven, y lograr superarlo.
No podemos predecir la vuelta de la movilidad social ascendente como motor social. Ignoramos el tiempo que falta para ello y venimos de una larga historia a la inversa. Tampoco una salud con igualdad de oportunidades. Pero planificar y gestionar en lo inmediato una política sanitaria efectiva sobre la población infantil más vulnerable y en alto riesgo que potencie su desarrollo intelectual y sus capacidades puede ser el único camino para obtener resultados a futuro, dejando atrás la insuficiencia e ineficiencia de los planes asistencialistas focalizados y la relatividad de las transferencias condicionadas.
No basta entonces solo con paliar el hambre. Es urgente elaborar un programa socio - sanitario de promoción integral de la salud psicofísica focalizado en los niños y jóvenes altamente vulnerables, donde todas las jurisdicciones provinciales se comprometan a llevarlo adelante a fin de promover su mejor desarrollo, inclusión e inserción social y darles la oportunidad de ser parte de la potencialidad de las generaciones futuras. La ciencia ya ha demostrado en forma concreta el impacto de las carencias.
Pero el dilema del presente es que más allá de lo coyuntural, en un contexto económico donde los logros seguirán siendo lentos e imprecisos y la salud y la educación no llegarán a todos por igual, no pensar acciones integradas que reviertan estas complejas situaciones alarmantes resulta una trampa mortal.
Es urgente pensar y potenciar nuevas políticas sanitarias y sociales destinadas a niños en alto riesgo. Y esto implica romper definitivamente con el modelo clientelista y cortoplacista cristalizador de la pobreza, e invertir recursos a lo largo del tiempo y en forma continuada para gestionar ya no más programas asistencialistas, sino generadores de efectos concretos que provoquen un impacto decisivo frente a esta realidad desigual y exclusora.
La sociedad ya no otorga más espacio a los slogans facilistas. En la medida que los recursos financieros se hagan cada vez más inequitativos y restrictivos, las oportunidades de las familias pobres de invertir en el desarrollo social de sus hijos también se tornarán cada vez más desiguales. Sabemos que no hay peor pobreza que la de un niño con un cuerpo pobre en salud y un cerebro pobre en educación. Son espejos de la decadencia social. Lo que falta son decisiones políticas. Claras y acertadas.



(*) Director de la Cátedra Libre de Análisis de Mercados de Salud. Universidad Nacional de La Plata. Argentina

 
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