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La reciente medida del gobierno nacional que liberaliza la
comercialización de ciertos medicamentos obliga a una
rediscusión profunda sobre uno de los elementos del universo
sanitario, que lo ubique en su importancia relativa y que eche
luz al conjunto del que forma parte. Para ello, proponemos
diferenciar la condición, la situación, la posición y el
contexto.
La condición de la medida, o en términos más amplios, de las
medidas de política sanitaria del gobierno, refieren a su
especificidad; pero la misma no existe en el vacío, sino en una
situación estructural determinada. Asimismo, existen distintas
posiciones sociales (gradaciones de poder en sus diversas
variantes) en dicha situación; y, por último, existe un contexto
más acotado (coyuntural) en el cual se desenvuelve.
El tema no debe ser banalizado desde su contexto reducido, como
si fuera un contrapunto Cristina-Milei o como si se tratara de
una “payada”, ya que el mismo demanda un urgente tratamiento
científico-tecnológico con visión y misión
socioeconómica-cultural, que se ajuste a nuestra realidad
sanitaria y viabilidad financiera. Téngase en cuenta que los
medicamentos tienen un valor importante, desde ya, pero en un
lugar subordinado en el marco de una estructura sanitaria amplia
(se reduce a uno de los elementos aportados por el componente
proveedor de insumos al sistema).
La situación de indefensión sanitaria está opacamente instalada
en nuestro país y se hace fundamental reconocerla y calibrarla
adecuadamente en su totalidad. Lo habíamos advertido con
claridad señalando la tríada de negligencia, ignorancia e
impericia, puesta de manifiesto en el manejo de la pandemia
(mejor conceptualizada con el término de sindemia, que advierte
sobre la inseparabilidad de la amenaza viral con las condiciones
sociales, ambientales, económicas, como así también las
estructuras del sistema de salud y el contexto cultural). Además
del desmanejo en su momento, también es notoria la ausencia de
tareas de evaluación crítica y planificación de recuperación
posterior. Hoy, a esta falta de planificación estratégica y de
consistencia en la gobernanza en el área, se suma una medida de
una magnitud negativa imponderable en sus efectos
desencadenantes.
Claro que si sólo se analizaran estas variables se pasaría por
alto la importancia del conflicto de las distintas posiciones en
juego: laboratorios privados versus laboratorios estatales,
entre otros; que no debe confundirse con la dicotomía
“regulación” versus “libre mercado”. Pero las propuestas
enunciadas periodísticamente y en la propia disputa política son
una clara muestra de desconocimiento del concepto de salud como
“bien en red” y sus interacciones en el tejido socioeconómico y
cultural actual. Vulneran además el concepto mismo de comunidad,
entendida por Giovanni Sartori como “un compartir que de alguna
manera une”, como así también la irrenunciable responsabilidad
estatal.
Primero hay que tener conciencia y conocimiento de qué es un
medicamento, siguiendo el valor de la experiencia de su empleo
y, a partir de ahí, reconocer la complejidad del tema y los
intereses en éste involucrados. Donde la salud debe ser la
prioridad planteada en una modelización de sistemas complejos,
los cuales, siguiendo a René Thom, no pueden comprenderse por
medio de variables de estado, sino que deben ser monitoreados
estudiando las variables de control (es decir las que limitan la
dinámica del sistema).
Se argumenta que el mayor acceso a medicamentos esenciales como
analgésicos o antihistamínicos, especialmente en comunidades
alejadas o con escaso acceso a farmacias, permite sobrellevar
urgencias específicas. Pero la medida no puede evaluarse por los
casos excepcionales o minoritarios, sino por la norma. La puerta
a la automedicación inadecuada se abre de par en par. El uso sin
supervisión profesional puede derivar en sobredosis, efectos
adversos o interacciones negativas con otros medicamentos.
Entonces, ¿está el Estado protegiendo el bienestar de la
población al permitir una comercialización más amplia, o
delegando su obligación de garantizar un uso seguro? Existe el
riesgo de que el medicamento deje de percibirse como una
herramienta para cuidar la salud y se vea como un producto de
consumo más. El Estado tiene la irrenunciable obligación de
proteger la salud de sus ciudadanos, y desregular la venta
implica una erosión en dicha responsabilidad. En todo caso, se
impondría complementar la medida con una alfabetización en salud
y una regulación estricta de la publicidad.
Es conocida la legislación sobre medicamentos del gobierno de
Arturo Illia (1963-1966) que puso en jaque su presidencia. Se
trató de un proyecto de ley orientado a poner en discusión a los
medicamentos como bienes sociales, lo cual implicaba correrlos
de la categorización de bienes meramente económicos. Se trataba
de una estrategia para abrir un debate necesario y garantizar el
acceso a medicamentos a toda la población (“regular y efectuar
el control del aumento de los precios de los medicamentos tanto
en su etapa de producción como de comercialización”). Luego de
meses de intensos debates, fueron promulgadas las leyes N°
16.462 y 16.463. A partir de su reglamentación, el paquete de
leyes conocido como “Ley Oñativia”, en referencia al ministro de
Salud Arturo Oñativia, detonó un período de tensiones con el que
el gobierno debió convivir a partir de agosto de 1964, y que no
cejaron hasta que fuera destituido en el golpe de 1966.
Como cita Juan Carlos Veronelli en Los orígenes institucionales
de la Salud Pública en la Argentina, el ministro Oñativia estaba
convencido desde 1957, cuando se sacó de la jurisdicción del
Ministerio el Laboratorio de Investigaciones Farmacológicas, y
sobre todo desde 1959, cuando se eliminó todo respaldo legal
ministerial, de que “el organismo rector de la sanidad nacional
no fue más que un simple espectador de la deformación permanente
del mercado y de la estructuración de vicios que fueron
alterándolo en profundidad en todos sus aspectos (…) Las medidas
reglamentarias de ambas leyes son el punto de partida de un
complejo proceso en el que juegan intereses que dificultan su
necesaria regulación”.
Se trata de un problema estructural (no precisamente nuevo, pero
en una situación y contexto determinada) que requiere una
planificación estratégica global del sistema sanitario. Por
ello, en una situación de emergencia sanitaria, a la solidaridad
debe sumarse racionalidad y capacidad de gestión de los recursos
existentes. Desde el punto de vista científico se debe
racionalizar la prescripción y el manejo del medicamento. Se
hace necesario, por otra parte, configurar un perfil
epidemiológico del país y de las necesidades farmacológicas
relacionadas, que abarque también: fiabilidad del diagnóstico,
criterio terapéutico y aspectos económicos. Para ello hay que
reforzar la concepción del medicamento como bien social y de
consumo preferente, sin la cual quedaría abierta la posibilidad
a la aparición de imitaciones de menor calidad y distinta acción
clínica.
El estadio de desgarramiento (disloque socioeconómico-cultural)
y falta de normas claras respecto a la participación orientativa
en investigación, desarrollo e innovación del campo
científico-tecnológico obliga a maximizar los recursos de toda
el área sanitaria mediante una integración (y no fusión) del
sistema de salud. Que mantenga en el centro la salud de los
pacientes, es decir, la vida y dignidad de las personas.
Por todo esto, debemos reivindicar el rol del Estado como
garante responsable con la correspondiente idoneidad
institucional y articulación eficiente de sus órganos
específicos (Ministerio de Salud, COFESA, ANMAT) para ubicarnos
en la perspectiva de un Sistema Federal Integrado de Salud
(SFIS).
| (*)
Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”, Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Coautor junto al Dr.
Vicente Mazzáfero de
“Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “Una vida plena
para los adultos
mayores” (2024) “La
Salud que no tenemos”
(2019); “Argentina
Hospital, el rostro
oscuro de la salud”
(2018); “Claves
jurídicas y
Asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “En búsqueda de
la salud perdida”
(2009); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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