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Muchos sistemas de salud, en las Américas, resultan poco
eficaces para mejorar o mantener la salud de la
población, que es consecuencia de conductas y estilos de
vida, el ambiente, la genética y, solo, por último, el
propio sistema.
Ese discurso fue puntualizado en Alma-Ata, que planteó
que la conquista del más alto nivel de salud exige de la
intervención de otros sectores sociales y económicos;
que la población tiene derecho y deber de participar en
la planificación e implementación de las acciones de
salud, y fue confirmado por la Carta de Ottawa
postulando dos ejes: la APS como estrategia y la
implementación de políticas saludables basadas en la
promoción y prevención.
Pese al aparente acuerdo en ese discurso, los sistemas
continuaron predominantemente con modelos curativos y
hospitalocéntricos, y las reformas de salud de los
noventa, de corte más económico que sanitario, en su
mayoría buscaron contener el gasto. Pero los costos
continuaron creciendo, porque la cantidad de
prestaciones aumentó; en algunos casos, como resultado
de su propia eficacia: brindaron respuestas adecuadas a
las necesidades de la población, que vive más y demanda
prestaciones más caras y por más tiempo.
Así, desde fines de los ochenta, el esfuerzo se centró
en reformar los sistemas debido a que cada vez resultan
más caros y con rendimientos sanitarios decrecientes. La
OMS cedió protagonismo a los organismos de crédito
internacional, y se plantearon reformas de los sistemas
y servicios, o transformaciones más o menos amplias, que
introdujeron cambios en la definición del derecho a la
salud, la estructura de poder sectorial, las bases
financieras, y la organización de los modelos de
atención.
Estas reformas se apoyaban en la premisa de la fuerte
ineficiencia del Estado en la provisión de servicios y
la búsqueda de incentivos de mercado para lograr una
relación más adecuada entre oferta y demanda, más que en
la promoción, prevención y combate a enfermedades
prevalentes.
Durante los últimos veinte años todos los países
iniciaron reformas con propuestas diferentes, desde la
preocupación en extender la cobertura y garantizar
niveles equitativos de acceso y prestación, además de un
mayor control sobre los costos, y aún cuando los
sistemas imperantes fueran diferentes terminaron en
propuestas muy homogéneas, con eje en la mancomunación
de fondos, modelos de atención basados en la APS y redes
integradas de servicios de salud, con participación
público-privada.
La tendencia más acentuada en la definición de las
fuentes de financiación de los sistemas consiste hoy en
el abandono del financiamiento de la salud con el
trabajo y su reemplazo por otras fuentes. En los modelos
de atención, se trata la dimensión técnica más
específica, que expusimos más arriba, y se establece la
organización y división del trabajo médico. En el modelo
de gestión se definen las prioridades del sistema, las
decisiones que deben ser tomadas desde la conducción,
quién las toma, cómo se toman, y se definen los
principios y valores que lo guían.
Formular políticas de salud implica decidir que rol
desempeña el Estado en salud. Como el proveer
información para mejorar las decisiones, dirigida a los
consumidores (la publicidad de los riesgos del hábito de
fumar, la educación para la salud, la advertencia sobre
efectos colaterales o substancias tóxicas, o la
información de las listas de espera que hay en los
hospitales), a los proveedores de atención (los derechos
de los asegurados), y también difundiendo información
sobre los patrones de enfermedad y los efectos y riesgos
de los procedimientos médicos.
O establecer las condiciones bajo las cuales se
practicarán las actividades de salud, fijando las pautas
para el ejercicio de las profesiones médicas, o
acreditando a los hospitales. En términos más generales,
los gobiernos pueden influenciar la actividad privada de
la atención médica, combinando la regulación con algunos
incentivos financieros para equilibrar los costos, pero
sin financiación pública (la modulación referida en las
funciones esenciales de salud pública).
La regulación estatal es común en la industria del
seguro, la importación de equipamiento y medicamentos, y
en la protección de la calidad de los alimentos. También
se financia la prestación de servicios, sean brindados
en instalaciones públicas o no, involucrando, el pago de
prestaciones en seguros o la oferta de servicios para
toda la población, a través del presupuesto público, con
instalaciones de propiedad pública y personal de esa
administración.
Cuando se decide financiar los servicios de salud con
fondos públicos, se presenta la disyuntiva de sí
proveerlos a través de instalaciones propias o pagar a
privados para que los suministren, y las incógnitas son:
¿es más económico producir algo que comprarlo a un
proveedor externo?, y las dificultades de hacer cumplir
los contratos y evitar el fraude en el trato con los
proveedores.
También se dictan normativas, para exigir que individuos
o instituciones hagan algo; mandatos usualmente
especificados por ley, que luego se bosquejan por la
regulación, como los que estipulan que los empleadores
contribuyan con fondos de la seguridad social para
otorgar cobertura a sus empleados o cubrir un conjunto
explícito de prestaciones médicas para la población
asegurada.
Asimismo, pueden imponer mandatos a los individuos, por
ejemplo, exigiendo que los chicos que ingresan a la
escuela estén inmunizados. Regular un mercado es
corregir sus fallas, en general a través de normas e
incentivos. Sin embargo, en salud, con frecuencia los
organismos reguladores no son los únicos que establecen
las normas a ser cumplidas, y las funciones de dictar
normas y financiar pueden superponerse o existir en
forma independiente.
Por ejemplo, cuando el Poder Legislativo sanciona leyes
que obligan a brindar determinada cobertura, introduce
deberes no solo para los financiadores de dichos
servicios sino para los organismos de control, y en
muchos casos complican su actividad, si las leyes no
contemplan las fuentes de financiación para las
prestaciones que exigen.
La demanda de un bien es función de las preferencias de
sus consumidores y del precio con que es ofrecido en el
mercado, pero en salud esto no es como en cualquier otro
mercado. Kenneth Arrow decía que “los mecanismos
habituales por los cuales los mercados aseguran
cantidades y calidades de los productos no tienen
grandes implicancias en el sector salud”.
Pareciera que, la gobernabilidad de un sistema de salud
(y el logro de su sostenibilidad financiera), no pasan
por desregular o facilitar la libertad de elección, sino
por lograr un rol inteligente (e indelegable) del
Estado.
El abandono de esta función se traduce en graves
consecuencias: los servicios de salud resultan cada vez
más caros; enfermedades que deberían estar erradicadas
atacan con más fuerza; el uso irracional de medicamentos
se constituye en una dañina epidemia, y lo más grave: la
persistencia de morir de acuerdo con el código postal
puede continuar siendo una mancha humillante para
nuestra democracia.
| (*) Presidente del
Instituto de Política, Economía y Gestión en
Salud (IPEGSA). |
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