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Decía John Rawls, el pensador que reactivó la filosofía política
con su libro clásico de 1971 Una teoría de la justicia, que la
justicia como equidad es la característica más importante de una
sociedad democrática. Que sus formas institucionales de gobierno
debieran tenerla como pilar fundamental para legitimar sus
funciones. Si partimos de la base de que cada individuo debe ser
considerado, respetado y tratado con iguales derechos, no puede
permitirse desigualdades acuciantes en materia de salud que
mutilan el potencial vital de los ciudadanos.
Una gobernanza responsable que guíe a una gestión eficiente es
la condición sine qua non para enmendar un rumbo extraviado en
materia sanitaria desde hace décadas. En un contexto social,
económico y político, cuanto menos errático y francamente
decadente. Definitivamente, las problemáticas son más complejas
de lo que a veces se pretende. La situación social de lo que
llamamos “pobreza”, por caso, incluye una variedad y amplitud de
problemas sociales estructurales que en absoluto se revierten
con una mejora en el índice de inflación. No se trata de un
simple poder de compra, sino de una estabilidad socioeconómica,
de una pertenencia comunitaria, de una proyección de futuro de
progreso, de contención familiar, de integración social, de
adscripción ciudadana a un país; de acceso a infraestructura
básica, de rutinas de cuidado propio y ajenos, de cultural
laboral.
El contexto más amplio, global y epocal, se caracteriza por
profundas e inciertas modificaciones en los procesos productivos
y de consumo, en definitiva, en el hacer y el ser, al que le
cabe el mote de Cuarta Revolución Industrial. No importa tanto
aquí precisar estos tópicos, pero sí aclarar que nunca se trata
de alteraciones unilaterales a partir de una tecnología
específica (por caso, la Inteligencia Artificial), sino de una
amalgama de tecnologías diversas que hacen sinergia en un
espíritu cultural y una dirección económica determinada.
El desafío, a mediano plazo, pero de manera crecientemente
perentoria, es diseñar y sostener modificaciones institucionales
que ni busquen contener estos cambios de frente en un choque que
fatalmente termina en frustración, ni levantar las barreras para
dar rienda suelta a un cambio que nunca es espontáneo ni libre.
Se trata de dar un cauce adecuado y acompañado, monitoreado, con
directrices amplias pero claras con objetivos y alarmas.
Ya se observan múltiples efectos y reacciones como nacionalismos
extremos, enfrentamientos internacionales de distinta escala,
deterioro social, decadencia cívica y política. Desde la
Dirección de la división de las Américas de Human Rights Watch,
se han señalado recientemente los retrocesos en calidad
democráticas en el mundo y en la región. Frente a ello, hay
bastiones que deben servirnos de bollas civilizatorias, anclas
de humanidad y de institucionalidad para navegar estas aguas
tormentosas. Los derechos humanos, ni más ni menos, los pilares
democráticos o republicanos, la solidaridad o fraternidad y una
proyección, cuanto menos, de desarrollo económico.
En materia de salud, se sabe que el área padece una dispersión
ineficaz que requiere una reforma profunda, pero más que
impulsar unilateralmente una reforma que carezca de la
negociación suficiente, más valdría comenzar por plantar bandera
con organismos que sin grandilocuencia, pero con respaldo
político, labren y despejen el terreno para una eventual siembra
nueva.
Se impone reconocer aspectos de la realidad, generar ámbitos que
los aborden de manera sistemática y profesional, y designar un
ente responsable -Gabinete Estratégico de Gestión Operacional-
que rinda cuentas (accountability) para guiar políticas públicas
de salud. Desde allí, se podrá ir exigiendo mayores cuotas de
participación e integración a los actores fundamentales del
campo sanitario. Podemos disentir sobre organigramas,
atribuciones y alcances del sector público y privado, disputas
jurisdiccionales, y hasta, se ve, adscripciones internacionales
a la institucionalidad sanitaria global. Pero quién puede negar
la importancia vertebradora de un Observatorio Nacional de Salud
que compute y analice la realidad de la salud pública, entendida
como la salud de la población, y no la administración estatal de
una parte de ella.
El deterioro institucional no se soluciona recortando de-
pendencias ni limitando atribuciones o liberalizando ventas. La
mejora en la calidad institucional se revierte con trabajo y
constancia. En esta materia, nuestro país debe mejorar en
calidad institucional. Según el ranking de calidad de
administración pública de la Universidad de Oxford, nuestro país
presenta un pobre desempeño. En nuestra región, Uruguay lidera
el ranking con un envidiable puesto 20 entre 120 naciones en el
índice anual de la Blavatnik School of Government de la
Universidad británica, que analiza 82 métricas agrupadas en
cuatro dominios: estrategia y liderazgo, políticas públicas,
ejecución nacional y personas y procesos. Chile lo sigue en la
región con el puesto 27, Brasil y Colombia en el puesto 32, y
Argentina… en el 62.
La decisión de abandonar la Organización Mundial de la Salud
(OMS) por parte del gobierno nacional parece apuntar a un chivo
expiatorio externo que evita asumir las propias faltas pasadas y
presentes en la gobernanza sanitaria. Que la OMS no haya estado
a la altura que le correspondía en el manejo de la pandemia del
Covid-19 es parte de un debate más amplio, pero la participación
en dicho organismo forma parte de adscripciones a tratados
internacionales con jerarquía constitucional, por lo que mal
puede leerse como imposiciones ajenas a la soberanía nacional.
El concepto de salud global constituye una parte de la salud
pública, por lo cual debemos trabajar sobre la realidad y no
teorizar sobre la verdad. Resulta infantil, por no decir
peligroso, pretender darle la espalda a la columna vertebral de
la red internacional sanitaria, que será mejor o peor, pero es
la realmente existente. No se puede desertar de la realidad. En
tiempos en que además de posverdad se ha empezado a hablar de
pos-confianza, hagamos lo posible para no caer en la pos-salud.
Para ello, el norte deben ser las prioridades planteadas con
toda claridad: seguimos sin médicos (los hay en términos
absolutos, pero no distribuidos de manera racional en
especialidades y territorios y disponibilidad de atención
equitativa), sin personal de enfermería suficiente y
jerarquizado, sin la infra- estructura adecuada, sin los equipos
ejecutivos de gestión, y un largo etcétera.
La base indispensable para una adecuada gestión sanitaria a
nivel nacional y federal, podemos graficarla como una mesa
sanitaria que debe asentarse en cuatro patas:
1) Observatorio Nacional de Salud.
2) Ordenamiento Territorial sanitario según nivel de
complejidad.
3) Articulación en red con criterios de sostenibilidad.
4) Ley de ordenación de las profesiones sanitarias.
Una mesa de trabajo sobre la cual, recuperando un pensamiento
crítico, se sustente una planificación estratégica acorde a
fines concretos, con administración responsable. Así se podría
alcanzar un nuevo paradigma sanitario que conjugue la diversidad
coordinando un sistema de salud dinámico en correspondencia con
las pautas científico-técnicas y a una población en constante
evolución.
Tal sería un aporte a la democracia del siglo XXI: construir
gobernabilidad al fortalecer instituciones que se legitiman
brindando soluciones a problemas acuciantes y permanentes. Solo
así lograremos revertir el largo estancamiento argentino y
proyectar una nación próspera.
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Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”, Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Director de la Comisión
de Ciencia y Tecnología
de la Universidad de
Concepción del Uruguay –
UCU. Coautor junto al
Dr. Vicente Mazzáfero de
“Por una reconfiguración
sanitaria pospandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “Una vida plena
para los adultos
mayores” (2024) “La
Salud que no tenemos”
(2019); “Argentina
Hospital, el rostro
oscuro de la salud”
(2004-2018); “Claves
jurídicas y
asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “En búsqueda de
la salud perdida”
(2009); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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