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Las provincias argentinas siempre tuvieron la salud como una
función subsidiaria del Estado respecto a la preeminencia de las
organizaciones de la seguridad social y del privado. Ese
contexto jurídico, político y social generó pocos incentivos a
crear y sostener un seguro público o un servicio público estatal
orientado abarcar a toda la población.
Siempre se consideró la salud como la alternativa de los pobres
y los desocupados que no tenían la opción de la seguridad social
o el privado y como consecuencia creció y se deformó como un
ámbito de atención de pobres y desocupados sin ningún
empoderamiento dado que “no pagan” para acceder.
El sesgo de pobreza en los servicios públicos argentinos es muy
perjudicial para su funcionamiento por la falta de motivación de
los prestadores de ese sistema. La voluntad y la dedicación solo
dura un tiempo, luego inexorablemente el entusiasmo desaparece y
la realidad de un sistema que no paga bien, que no protege y no
contiene se vuelve una especie de proceso kafkiano del cual
todos quieren escapar, pero no pueden.
Es allí cuando comienza a interactuar con el sistema utilizando
aquello que les conviene y dejando pasar los compromisos
mayores. Conste que solo estoy haciendo una descripción y no
echándole la culpa a nadie por una actitud defensiva y
protectora de sus propios intereses. Es una cuestión de
supervivencia.
Pasan los años y las provincias no asumen el protagonismo
sanitario que exige la circunstancia y el destino. No aparece
ese instante donde todo se aclara y los actores políticos
comprenden que la salud es una función que deben organizar y
gestionar ellos desde el ámbito provincial y pensando en todos
los habitantes y en como interactuar con los otros actores
privados.
Con la degradación económica del país y procesos de reforma del
Estado las provincias no solo han recibido la estructura
hospitalaria pública nacional (finales de los 70 y los noventa)
sino que la población que fue perdiendo empleo formal comienza a
no poder pagar las obras sociales y prepagas y termina
atendiéndose en los servicios públicos estatales de salud. Pero
además las obras sociales provinciales se han ido convirtiendo
en el asegurador más importante de la provincia de la mano del
crecimiento del empleo público en la provincia y
municipalidades.
Nos encontramos en este caso con un panorama diferente según la
provincia. Podríamos ensayar una clasificación muy burda basada
en la calidad y extensión de los servicios estatales de salud
que tiene cada provincia y los servicios privados que ofrece.
En ese sentido provincias como Neuquén, San Luis o Misiones
cuentan con inversiones relevantes en lo público y un privado
realmente lamentable que intenta sobrevivir, en tanto que
provincias como Mendoza, Córdoba o Santa Fe conviven con un
robusto sistema público con un privado bien plantado y con
posibilidades de brindar prestaciones de calidad.
Siempre sin excepción de cualquier provincia la estrategia de
atención primaria está ausente o es muy deficiente. Obviamente
el peor parado es lo estatal, porque en el privado mirado desde
el punto de vista de rentabilidad le ha convenido siempre
invertir en sistemas más complejos de diagnóstico, atención
médica especializada e internación antes que en sistemas de
atención primaria que son más intensivos en recursos humano
médico.
Las provincias argentinas con sus gobernadores hoy son
responsables directos de la atención de la salud de la mayoría
de las personas que habitan las misma y siguen haciéndose los
distraídos sin darle la relevancia que tienen sus acciones o
mejor dichos sus inacciones o amateurismo en el abordaje de la
problemática de salud de la población.
La política argentina ignoró durante más de 20 años de
democracia el valor y la importancia de la inflación y el
equilibrio fiscal como entorno básico para pensar en crecimiento
económico y la competitividad.
Pero desde hace mucho más años la política ignoró la evidencia
sobre los beneficios de una estrategia de atención primaria, que
son sólidos como lo demostró Barbara Starfield. Como lo es
también la evidencia que la inversión preferente en hospitales
por encima de la AP supone mayor mortalidad.
A pesar de esta realidad los políticos se tiran de cabeza para
inaugurar hospitales sin prestar demasiada atención al resto de
los dispositivos: será por el ego de dejar algo para la
posterioridad o por ignorancia popular sobre cuáles son las
estrategias más efectivas para mejorar la cobertura de salud o
simplemente se trata de algo más pedestre porque se pueden
esconder y robar con la obra pública y la compra de equipamiento
y no con el pago de salario a un equipo médico de atención
primaria que trabaje motivado.
Es cierto que salud sigue siendo un factor que no mueve las
encuestas y la opinión nuestra de los expertos tiene el sesgo de
trabajar en el tema y ver la profundidad del problema de acceso
y calidad de servicios según la cobertura. La población no tiene
elementos para percatarse de estas diferencias acerca de contar
con un médico de familia o no, con un centro de salud cercano
donde poder concurrir y recibir una orientación solvente y de
calidad.
Pero algo está cambiando. Nadie la tiene fácil, ni las obras
sociales ni las prepagas y por supuesto mucho menos el sector
público. O se comienza un abordaje profesional de la gestión o
la crisis terminará arrasando con las consecuencias sociales y
políticas que esto tiene. Personas que no reciben las
medicaciones o las prestaciones necesarias porque no hay
recursos suficientes para hacer frente a todo lo que se
establece con derecho, personas que llegan tarde a identificar
el cáncer y otras enfermedades y que no tienen los estudios
diagnósticos preventivos en tiempo y forma.
Es cierto que la priorización no le gusta a nadie, pero lo que
tenemos que saber es que es inevitable. Recursos escasos y
demanda infinita solo puede resolverse explicitando las
prioridades y construyendo un programa médico obligatorio que
permita alcanzar la sustentabilidad de los sistemas.
Lo innovador sin resultados, sin evidencias quedará para que lo
compre de su bolsillo el que quiera experimentar. No se puede
seguir financiando prestaciones y medicaciones que no demuestren
costo efectividad y que actúan como placebos para dejar
contentos a los pacientes para beneplácito de los proveedores
que lograr colocar sus productos.
Pero si todo fuera tan fácil porque no lo hacen. Es que hoy la
discusión más profunda es entre aquellos medicamentos que
aumentan los gastos, pero también en diferente medida aumentan
los beneficios alcanzados. El objetivo será medir en cuanto
aumentan los beneficios clínicos relativos de cada uno de ellos
y cuales debemos financiar solidariamente y cuáles no.
La Argentina desde sus inicios no cuenta con un sistema de
atención primaria que contenga y guie a la población en la
materia. Tenemos una historia sanitaria muy poco vinculada con
la prevención y el cuidado y mantenimiento de la salud sino por
el contrario de recuperación de la salud pérdida, siempre vamos
detrás del acontecimiento medular y esto nos acompañó en todas
las épocas las de bonanza y la de crisis.
Nuestros héroes sanitarios son los grandes cirujanos, los
grandes médicos de los establecimientos sanitarios antes que los
médicos de atención primaria que sostienen y contienen la salud
poblacional. Y es cierto también que el comportamiento de los
médicos de primaria no ha tenido la convicción ni la capacidad
de convencimiento suficiente de la política para revertir esta
situación.
Un párrafo aparte para los periodistas que solo ven todo lo que
brilla y que están prendados por la fascinación tecnológica sin
tener en cuenta el valor de la atención médica de base. El
periodismo solo ayuda a distorsionar aún más el gap existente
entre lo efectivo y lo superficial. Mostrando como grandes
sistemas aquellos que más gastan cuando en realidad deberían ver
los resultados sanitarios de la población.
Ni siquiera las crisis pudieron revertir esta tendencia a
financiar hospitales, tecnologías, especialidades en desmedro de
financiar centros de salud preparados para responder la mayoría
de las patologías y con equipamiento y personal formado, además
de las conexiones y digitalización necesarias.
Siempre las autoridades políticas se han visto influidas por la
fascinación tecnológica que representa el hospital. Ahora esta
situación puede estar matándonos. El hospital de excelencia
necesita en primer lugar trabajar mucho (prueba y error) y
aprendizaje del equipo médico; en segundo lugar, tener casos que
sean compatibles con su nivel de complejidad y no llenarse de
casos simples (resfriados, o falta de vitaminas o de hierro) que
pueden atenderse tranquilamente en otros centros de menor
complejidad. Esto constituye una clara y flagrante ineficiencia
del sistema.
Si el hospital es muy bueno y la atención primaria no funciona,
no filtra, no selecciona la gente que llega, el éxito puede
convertirse en fracaso por la presión innecesaria que recibe el
hospital de toda aquella población que puede y debe atenderse en
un centro de salud porque es lo recomendable. Incluso desde el
punto de vista de evitar poner en contacto personas sanas con
casos complejos como los que concurren al hospital.
En consecuencia, la atención primaria ayuda a equilibrar el
flujo de personas que llega al hospital y fundamentalmente a
segmentar y seleccionar quien debe ir. Pero el problema es el
desprestigio y la baja capacidad de atención de los centros de
salud que no suelen estar preparados para este desafío de
filtrar, de priorizar los pacientes que ingresan al sistema.
Por supuesto que el centro de salud no puede ser autosuficiente
y que requiere apoyarse en las especialidades y es por eso que
en algunos ámbitos del país Rosario y CABA han surgido los
denominados CEMAR que ayudan atender y contener la demanda de
especialidades siempre logrando que la gente no vaya al hospital
que está reservado para la mayor complejidad.
Hoy el eje de la gobernanza de los sistemas sanitarios
provinciales es la construcción y mantenimiento de una red de
atención primaria de primer nivel conectada con los centros de
mayor complejidad, pero preparada y con capacidad para resolver
la mayoría de los casos que le lleguen y derivar aquellos que no
puede resolver y que exigen intervenciones de mayor complejidad.
Ojalá que nuestros gobernantes comiencen a visualizar, así como
hicieron con la inflación y el déficit fiscal la relevancia de
la atención primaria como el funcionamiento de base para poder
pensar en mejorar el acceso y la calidad de los resultados en
salud
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