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Desde la década del 50 las autoridades de protección social de
todos los países se dedicaron a discutir sobre la manera de
resolver los costos crecientes de la atención médica. Recordemos
que la 2da Guerra Mundial había concluido a mediados de 1945,
que durante la conflagración se habían incorporado las
sulfamidas y la penicilina, y que en 1948 se crearon el
emblemático Servicio Nacional de Salud británico (National
Health Service-NHS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Junto a otros hitos, desencadenarían en el siglo siguiente una
catarata de innovaciones, en el tratamiento de las infecciones,
en la prevención inmunológica de las enfermedades contagiosas,
así como en la organización de los servicios de salud y su
cobertura financiera.
Al mismo tiempo la población adquirió nuevos fenómenos
colectivos: a) una transición epidemiológica, donde la carga de
enfermedad se desplazó desde el predominio de las
infectocontagiosas, hacia el de trastornos crónicos vinculados a
mejores niveles de vida; b) una transición demográfica, debida
al crecimiento de la expectativa de vida, donde los mayores de
65 años invirtieron la pirámide poblacional, al compás de la
progresiva urbanización de las viviendas.
Tras la tendencia a estrategias de estado de bienestar de las
décadas del 50 al 80, el imperativo de la globalización encontró
a la industria farmacéutica en condiciones de aprovechar la
explosión de las comunicaciones, la internacionalización de la
producción y la acelerada inmediatez proporcionada por la
cibernética.
Las empresas transnacionales exhibieron un particular dinamismo
para comprar activos de industrias nacionales, así como
organizar redes multinacionales de investigación, producción,
fraccionamiento y distribución. Estos mercados precozmente
globalizados, no enfrentaron organismos internacionales con
poder de regulación para establecer condiciones de
comercialización, criterios de cobertura, evaluar eficacia
terapéutica e incorporar las innovaciones a guías de práctica
clínica.
La propia OMS puede sugerir recomendaciones y consensos
normativos, pero no tiene poder fiscalizador para introducir
nuevas normas en los países. Los que no cuentan con organismos
propios de vigilancia, deben adherir a decisiones adoptadas por
entidades equivalentes de EE. UU., el Reino Unido o la Comunidad
Europea.
Desde la década del 80, la influencia de las empresas
farmacéuticas fue creciente en el financiamiento de
investigaciones, planificación de ensayos terapéuticos,
organización de eventos científicos y colaboración de líderes de
opinión en diversas especialidades, incluyendo publicaciones. En
algunos casos, ciertos consensos técnicos pueden desplazar
umbrales de normalidad, induciendo un mayor consumo de las
medicaciones crónicas asociadas.
Hubo enormes avances en equipamientos de diagnóstico por
imágenes y bioquímicos, procedimientos endoscópicos, cirugía
angioplástica y monitoreo del medio interno. Pero la vanguardia
del incontenible crecimiento económico de la atención fue
ocupada por nuevos medicamentos, destinados a modular los
factores etiopatogénicos íntimos y la especificidad genética de
las enfermedades.
Los criterios políticos para afrontar esta tendencia, desde la
conducción del Sistema de Salud, son múltiples. Podrían
delinearse los más extendidos: a) los instrumentos de
diagnóstico y tratamiento que logran modificar
significativamente la historia natural de las enfermedades son
limitados (1); b) el conjunto de beneficios de los sistemas de
cobertura social no puede poner en riesgo su continuidad; c)
pese a que jurídicamente los derechos individuales son
prioritarios, los recursos de atención médica dependen de la
sustentabilidad del sistema; d) las innovaciones deben demostrar
mejoras significativas respecto a los medios existentes en
términos de calidad de vida; e) los organismos de evaluación de
tecnologías deben verificar el rigor científico de los estudios
previos; f) las terapéuticas innovativas deben poder
reproducirse a escala industrial, y g) las agencias de
evaluación deben intervenir en la recomendación del grado de
cobertura a otorgar.
Las respuestas institucionales de los países para afrontar estos
desafíos dependen de la estructura de sus regímenes de
protección social. México, que se basó en grandes agencias de
Seguro Social (IMSS, ISSSTE), comenzó en los ’90 con una
Comisión Nacional de Arbitraje Médico (CoNAMed), que emitía
recomendaciones extrajudiciales en conflictos de cobertura entre
aseguradores y usuarios; más tarde se creó el Centro Nacional de
Excelencia Tecnológica en Salud (CeNETec).
El Reino Unido, según el principio de financiamiento y
prestaciones a cargo del Estado, creó el National Institute for
Health and Care Excellence (NICE), a fin de revisar los costos
crecientes de las innovaciones; sus amplias facultades alcanzan
a definir el nivel de cobertura.
Otros países europeos desarrollaron organismos similares: el
Institut für Qualität und Wirtschaftlichkeit im Gesundheitswesen
(IQWiG) de Alemania; la Red Española de Agencias de Evaluación
de Tecnologías Sanitarias (Comunidades Autónomas) de España; la
Haute Autorité de Santé (HAS) de Francia, y la Statens Beredning
för Medicinsk Utvärdering (SBMU) de Suecia.
Forman parte de la International Network Agencies of Health
Technology Assessment (INAHTA). En América Latina también pueden
mencionarse la Comissão Nacional de Incorporação de Tecnologías
no SUS (CITec) de Brasil y el Instituto de Evaluación
Tecnológica en Salud (IETS) de Colombia. (2)
En la Argentina el proceso se efectuó a través de varios pasos,
no como parte de una estrategia gradualista, sino por nuevos
objetivos de sucesivos gobiernos. Desde 1970 las entidades de
Seguridad Social (SeS) contribuyeron a un fondo de
redistribución, que sólo alcanzaba a las Obras Sociales (OS’s)
sindicales (un 35% de la población).
Actualmente denominado Sistema Único de Redistribución (SUR), es
un régimen de reintegros para tratamientos de alto costo,
taxativamente definidos. Desde 2010 se propuso extender este
mecanismo a la totalidad de la SeS, mediante un reaseguro
universal para todas las coberturas, incluyendo la Medicina
prepaga. En 2016 se propuso la creación de una Agencia Nacional
de Evaluación de Tecnología (AgNET), cuyo trámite parlamentario
neutralizó su efectividad. En 2023 se procuró una mayor
participación política, creando la Comisión Nacional de
Evaluación de Tecnologías Sanitarias y Excelencia Clínica (CoNETEC).
El actual Gobierno anunció la creación de una Agencia Nacional
de Evaluación del Financiamiento de Tecnologías Sanitarias (ANEFiTS).
Si se observa la secuencia de propuestas, la evolución fue: a)
un mecanismo corporativo de redistribución; b) una agencia que
evalúe la efectividad de las innovaciones tecnológicas; c) una
comisión de consenso político de los actores vinculados al
mercado farmacéutico, y d) una agencia que vigile la
sustentabilidad de la cobertura de la SeS. Éste parece el
escalón definitivo, un régimen que garantice acceso, equidad y
viabilidad.
Bibliografía:
1) Nolte y McKee identificaron 32 grupos de diagnósticos por
rangos de efectividad del CIE 10-OMS; BMJ 2003, 327:1129. Ver en
Healthcare Access and Quality Index based on mortality from
causes amenable to personal health care in 195 countries,
1990-2015. The Lancet; 390: 231-66. Online May 18, 2017.
2) Lifschitz E y col: Agencias de Evaluación de Tecnologías
Sanitarias en Argentina. ¿Por qué, para qué, cómo? Fundación
Sanatorio Güemes, Buenos Aires, 2018: 73-157.
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