|
El quinto aniversario del inicio de la pandemia del covid nos
compele a un balance, a una retrospectiva, pero sobre todo a una
mirada prospectiva. Claro que son posibles muchas
interpretaciones, y por eso mismo puede ser provechoso sopesar
la distancia con la advertencia que Walter Benjamin hacía sobre
la historia y el progreso.
Es por demás conocido su fragmento a propósito del cuadro
Angelus Novus, a partir del cual la historia del progreso es una
catástrofe que amontona ruina sobre ruina, y que genera tanto
pavor que impide mirar al futuro de frente. “La pandemia” es hoy
un recuerdo doloroso para algunos y casi nostálgico para otros,
una especie de curiosidad histórico-biográfica. Pero en general
se comparte la sensación de ocupar un pasado que se quiere dejar
atrás.
La pandemia, por el contrario, todavía es un tiempo actual, y no
podemos evaluarlo bajo el prisma de la historia, aunque
mayormente se pretenda enterrarlo y casi olvidarlo como un
trauma. El mero hecho de nombrarlo y rememorar aspectos y
anécdotas, e incluso estadísticas, no implica una evaluación
seria ni un análisis genuino. El desafío pasa por desentrañar su
núcleo esencial.
Dijimos desde un principio que la pandemia corría un telón que
mostraba una realidad, pero pasados ya cinco años podemos
asegurar que no se la quiso ver. Se evidenciaron múltiples
fallas, pero se optó por el (auto) engaño. “Volvamos a la
normalidad”, se pedía, y “volvimos”, pero, precisamente, la
“normalidad” era y es el verdadero problema.
El coronavirus, lo mismo que el dengue y otros virus e
infecciones, muestran la falla estructural de un planteo
sistemático sanitario y científico-tecnológico. Constituyen un
fenómeno político, social y cultural (además de económico), un
verdadero stress test para la sanidad pública, que nos compele a
recordar a Mario Bunge, quien señaló que no hay estructura sin
sistema, ni sistema sin función, función sin órgano, ni órgano
sin finalidad.
En este caso, la finalidad es la salud, y el órgano debe ser un
Gabinete Estratégico de Gestión Operacional (en lugar de un
Comité de crisis), que debería contar con componentes que ya
existen, pero no están articulados y, por tanto, tampoco a-
provechados. Para así responder a los requisitos de un “tablero
de comando” al servicio de la tríada planificación-gestión-e-
valuación, en una situación dinámica e inestable. En este
sentido, resultan provechosas las enseñanzas de René Thom, quien
desarrollara la modelización de los sistemas complejos y las
nociones topológicas frente a las catástrofes.
Muy lejos de estos planteos que hacíamos desde el inicio de la
pandemia (e incluso antes, a propósito del dengue) que buscan
desentrañar la complejidad del asunto, se apeló por el contrario
a simplificaciones como “salud o economía”, o “cuarentena sí,
cuarentena no”, o reducir toda la respuesta sanitaria a
conseguir lo más rápido posible la vacuna que fuera.
El falso dilema de “salud o economía”, por caso, eludía la
dimensión real tanto de la naturaleza sanitaria como de la
realidad económica y su inseparable nexo. Sus consecuencias
fueron nefastas en ambos niveles. Miles y hasta millones de
ciudadanos debían salir a ganarse la vida, a costa de exponerse
al contagio mientras que algunos podían limitar su exposición,
en parte gracias al trabajo de los primeros. Por solo mencionar
lo evidente.
Los defectos de una sociedad ciega, de una economía desigual y
de una sanidad astillada y degradada fueron expuestos, pero no
parecen haber impelido a transformaciones profundas ni mucho
menos. Apenas, acaso, a desilusiones políticas y búsquedas de
alternativas altisonantes.
En términos de “números”, tenemos “más de 130.000 muertos” que
oculta diferenciar cuáles fueron muertos por covid, con covid o
por desatención de otras patologías, entre ellas alteraciones
cardíacas, pulmonares, entre otras, potenciadas además porque
los Centros de Atención Primaria (CAP) fueron transformados en
vacunatorios. Por no citar los geriátricos, obligando a los
adul- tos mayores al sedentarismo forzado y al aislamiento
prolongado.
La vacuna más precoz del mundo fue celebrada como un gran avance
de la ciencia, cuando se trató de una especie de chivo
expiatorio positivo, una salvaguardia de toda la impotencia
generada por el sistema sanitario, político, económico y social.
Pretendida casi como una cura milagrosa, algo que las vacunas no
son por definición. Su precisa medición es ardua y variable,
además de continua, pero en definitiva menos importante que la
evaluación del completo proceso de atención sanitaria.
La pregunta más crucial podría ser: ¿estamos más preparados que
hace cinco años para una nueva -y distinta- pandemia? La
respuesta no es lineal, pero hay muy pocos elementos
consistentes -si acaso alguno- que lleven a una respuesta
afirmativa. Lo cierto es que las prioridades que nos había
impuesto la pandemia no las hemos reparado: seguimos sin médicos
(distribuidos de manera racional en especialidades y territorios
y disponibilidad de atención equitativa), sin personal de
enfermería suficiente y jerarquizado, sin la infraestructura
adecuada, sin los equipos ejecutivos de gestión, sin siquiera un
Observatorio Nacional de Salud que genere datos fidedignos e
información permanente, y un largo etc.
Se sigue ocultando además que existieron alertas, como la que
explicitó en 2015 la OMS, dando normas de prevención ante la
posibilidad de una pandemia, de una manera específica y clara.
Lo mismo se silenciaron los aportes básicos de la teoría
epidémica que data de 1928, elaborada por Reed y Frost; o la
propia Convención de Ginebra de 1960 con protocolos sobre
escenarios pandémicos.
Pero lo que es más grave, en la actualidad debemos sumar un
“gran paso hacia atrás” de nuestro país, al quedar
voluntariamente al margen del reciente acuerdo de la OMS. Un
pacto vinculante de colaboración mundial ante eventuales
pandemias futuras, que incluye desde un sistema de acceso a
patógenos a una cadena mundial de suministro y una red
logística, entre otras cuestiones.
Hemos advertido sobre la gravedad de quedar relegados de la
principal red sanitaria global, con un gesto de superioridad
irrisorio, y lo falaz de suponer en ello algún atributo de
soberanía, cuando se trata más bien de lo contrario (teniendo en
cuenta los tratados internacionales de jerarquía constitucional
que nos hacen parte del organismo).
Por último, más allá de responsabilidades en la dirección de la
política sanitaria, se trata de transparentar estos y otros
errores para aprender de ellos. Es indiscutible que ciertas
medidas de interdicción y hasta de aislamiento son necesarias en
una pandemia, pero mantener por un año a personas mayores
encerradas en un departamento o un geriátrico afecta su salud
motriz, emocional, e inmunológica de manera demasiado costosa.
Así como la falta de ingresos en amplios sectores sociales
vulnerables agrava uno de los mayores factores de enfermedad: la
pobreza. Porque, como también se dijo en su momento, más que
pandemia se trató de una sindemia, en la que convergen distintas
problemáticas sanitarias que abrevan en la especificidad de cada
sociedad.
Hemos mencionado alguna vez la idea de otra pandemia, una más
silenciosa y por ello más insidiosa: la pandemia de la
ignorancia, la negación y la negligencia. El miedo y la ceguera
cognitiva terminan por atrofiar el pensamiento crítico y
debilitar el juicio colectivo. Pero hay algo aún más alarmante:
la persistencia del autoengaño.
Porque la mayor trampa no fue no haber previsto lo imprevisible,
sino haber actuado como si tuviéramos un sistema sanitario
eficiente cuando en realidad no lo teníamos. Reconocer esa
ausencia estructural -más allá de esfuerzos individuales y
logros parciales- no es un acto de pesimismo, sino el primer
paso indispensable para construir algo real. Como suele decirse,
re- conocer el problema es el primer paso para superarlo.
| (*)
Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”, Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Director de la Comisión
de Ciencia y Tecnología
de la Universidad de
Concepción del Uruguay –
UCU. Coautor junto al
Dr. Vicente Mazzáfero de
“Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “Una vida plena
para los adultos
mayores” (2024) “La
Salud que no tenemos”
(2019); “Argentina
Hospital, el rostro
oscuro de la salud”
(2004-2018); “Claves
jurídicas y
asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “En búsqueda de
la salud perdida”
(2009); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
|