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 Columna

    

LA HISTORIA EN PRESENTE PERPETUO:
A CINCO AÑOS DE LA PANDEMIA

“En el hoy están los ayeres”
Jorge Luis Borges

Por el Doctor Ignacio Katz


El quinto aniversario del inicio de la pandemia del covid nos compele a un balance, a una retrospectiva, pero sobre todo a una mirada prospectiva. Claro que son posibles muchas interpretaciones, y por eso mismo puede ser provechoso sopesar la distancia con la advertencia que Walter Benjamin hacía sobre la historia y el progreso.
Es por demás conocido su fragmento a propósito del cuadro Angelus Novus, a partir del cual la historia del progreso es una catástrofe que amontona ruina sobre ruina, y que genera tanto pavor que impide mirar al futuro de frente. “La pandemia” es hoy un recuerdo doloroso para algunos y casi nostálgico para otros, una especie de curiosidad histórico-biográfica. Pero en general se comparte la sensación de ocupar un pasado que se quiere dejar atrás.
La pandemia, por el contrario, todavía es un tiempo actual, y no podemos evaluarlo bajo el prisma de la historia, aunque mayormente se pretenda enterrarlo y casi olvidarlo como un trauma. El mero hecho de nombrarlo y rememorar aspectos y anécdotas, e incluso estadísticas, no implica una evaluación seria ni un análisis genuino. El desafío pasa por desentrañar su núcleo esencial.
Dijimos desde un principio que la pandemia corría un telón que mostraba una realidad, pero pasados ya cinco años podemos asegurar que no se la quiso ver. Se evidenciaron múltiples fallas, pero se optó por el (auto) engaño. “Volvamos a la normalidad”, se pedía, y “volvimos”, pero, precisamente, la “normalidad” era y es el verdadero problema.
El coronavirus, lo mismo que el dengue y otros virus e infecciones, muestran la falla estructural de un planteo sistemático sanitario y científico-tecnológico. Constituyen un fenómeno político, social y cultural (además de económico), un verdadero stress test para la sanidad pública, que nos compele a recordar a Mario Bunge, quien señaló que no hay estructura sin sistema, ni sistema sin función, función sin órgano, ni órgano sin finalidad.
En este caso, la finalidad es la salud, y el órgano debe ser un Gabinete Estratégico de Gestión Operacional (en lugar de un Comité de crisis), que debería contar con componentes que ya existen, pero no están articulados y, por tanto, tampoco a- provechados. Para así responder a los requisitos de un “tablero de comando” al servicio de la tríada planificación-gestión-e- valuación, en una situación dinámica e inestable. En este sentido, resultan provechosas las enseñanzas de René Thom, quien desarrollara la modelización de los sistemas complejos y las nociones topológicas frente a las catástrofes.
Muy lejos de estos planteos que hacíamos desde el inicio de la pandemia (e incluso antes, a propósito del dengue) que buscan desentrañar la complejidad del asunto, se apeló por el contrario a simplificaciones como “salud o economía”, o “cuarentena sí, cuarentena no”, o reducir toda la respuesta sanitaria a conseguir lo más rápido posible la vacuna que fuera.
El falso dilema de “salud o economía”, por caso, eludía la dimensión real tanto de la naturaleza sanitaria como de la realidad económica y su inseparable nexo. Sus consecuencias fueron nefastas en ambos niveles. Miles y hasta millones de ciudadanos debían salir a ganarse la vida, a costa de exponerse al contagio mientras que algunos podían limitar su exposición, en parte gracias al trabajo de los primeros. Por solo mencionar lo evidente.
Los defectos de una sociedad ciega, de una economía desigual y de una sanidad astillada y degradada fueron expuestos, pero no parecen haber impelido a transformaciones profundas ni mucho menos. Apenas, acaso, a desilusiones políticas y búsquedas de alternativas altisonantes.
En términos de “números”, tenemos “más de 130.000 muertos” que oculta diferenciar cuáles fueron muertos por covid, con covid o por desatención de otras patologías, entre ellas alteraciones cardíacas, pulmonares, entre otras, potenciadas además porque los Centros de Atención Primaria (CAP) fueron transformados en vacunatorios. Por no citar los geriátricos, obligando a los adul- tos mayores al sedentarismo forzado y al aislamiento prolongado.
La vacuna más precoz del mundo fue celebrada como un gran avance de la ciencia, cuando se trató de una especie de chivo expiatorio positivo, una salvaguardia de toda la impotencia generada por el sistema sanitario, político, económico y social. Pretendida casi como una cura milagrosa, algo que las vacunas no son por definición. Su precisa medición es ardua y variable, además de continua, pero en definitiva menos importante que la evaluación del completo proceso de atención sanitaria.
La pregunta más crucial podría ser: ¿estamos más preparados que hace cinco años para una nueva -y distinta- pandemia? La respuesta no es lineal, pero hay muy pocos elementos consistentes -si acaso alguno- que lleven a una respuesta afirmativa. Lo cierto es que las prioridades que nos había impuesto la pandemia no las hemos reparado: seguimos sin médicos (distribuidos de manera racional en especialidades y territorios y disponibilidad de atención equitativa), sin personal de enfermería suficiente y jerarquizado, sin la infraestructura adecuada, sin los equipos ejecutivos de gestión, sin siquiera un Observatorio Nacional de Salud que genere datos fidedignos e información permanente, y un largo etc.
Se sigue ocultando además que existieron alertas, como la que explicitó en 2015 la OMS, dando normas de prevención ante la posibilidad de una pandemia, de una manera específica y clara. Lo mismo se silenciaron los aportes básicos de la teoría epidémica que data de 1928, elaborada por Reed y Frost; o la propia Convención de Ginebra de 1960 con protocolos sobre escenarios pandémicos.
Pero lo que es más grave, en la actualidad debemos sumar un “gran paso hacia atrás” de nuestro país, al quedar voluntariamente al margen del reciente acuerdo de la OMS. Un pacto vinculante de colaboración mundial ante eventuales pandemias futuras, que incluye desde un sistema de acceso a patógenos a una cadena mundial de suministro y una red logística, entre otras cuestiones.
Hemos advertido sobre la gravedad de quedar relegados de la principal red sanitaria global, con un gesto de superioridad irrisorio, y lo falaz de suponer en ello algún atributo de soberanía, cuando se trata más bien de lo contrario (teniendo en cuenta los tratados internacionales de jerarquía constitucional que nos hacen parte del organismo).
Por último, más allá de responsabilidades en la dirección de la política sanitaria, se trata de transparentar estos y otros errores para aprender de ellos. Es indiscutible que ciertas medidas de interdicción y hasta de aislamiento son necesarias en una pandemia, pero mantener por un año a personas mayores encerradas en un departamento o un geriátrico afecta su salud motriz, emocional, e inmunológica de manera demasiado costosa.
Así como la falta de ingresos en amplios sectores sociales vulnerables agrava uno de los mayores factores de enfermedad: la pobreza. Porque, como también se dijo en su momento, más que pandemia se trató de una sindemia, en la que convergen distintas problemáticas sanitarias que abrevan en la especificidad de cada sociedad.
Hemos mencionado alguna vez la idea de otra pandemia, una más silenciosa y por ello más insidiosa: la pandemia de la ignorancia, la negación y la negligencia. El miedo y la ceguera cognitiva terminan por atrofiar el pensamiento crítico y debilitar el juicio colectivo. Pero hay algo aún más alarmante: la persistencia del autoengaño.
Porque la mayor trampa no fue no haber previsto lo imprevisible, sino haber actuado como si tuviéramos un sistema sanitario eficiente cuando en realidad no lo teníamos. Reconocer esa ausencia estructural -más allá de esfuerzos individuales y logros parciales- no es un acto de pesimismo, sino el primer paso indispensable para construir algo real. Como suele decirse, re- conocer el problema es el primer paso para superarlo.


(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”, Universidad Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua - Mendoza; Director de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Concepción del Uruguay – UCU. Coautor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “Una vida plena para los adultos mayores” (2024) “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2004-2018); “Claves jurídicas y asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” (2012); “En búsqueda de la salud perdida” (2009); “La Fórmula Sanitaria” (2003).

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