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El día 21 de abril pasado, el Papa Francisco I dejó de estar
entre nosotros. Más allá de las opiniones personales que cada
uno de nosotros pueda tener sobre su persona, o sobre el
ejercicio del sacerdocio o del Papado, indudablemente se trata
del argentino más importante de toda la historia de nuestro
país.
Nos parece oportuno recordar que a partir del Tratado de Letrán
firmado por el Papa Pío XI e Italia, en 1929, entre otras
cuestiones, se reconoció la existencia del Vaticano como un
Estado independiente. Es decir, la religión católica pasó a ser
la única que está representa- da por una Nación. Jorge Bergoglio,
con el nombre de Francisco I, dirigió los intereses de ese
Estado durante poco más de 12 años.
La repetida frase: “¿Cuántas divisiones (militares) tiene el
Papa?”, que pronunció de modo irónico Stalin cuando, en la
conferencia de Yalta, Churchill sugirió invitar a Pío XII a las
negociaciones de paz después de la Segunda Guerra Mundial, es el
reflejo de un error común de quienes detentan el poder, al creer
que la circunstancia que los hace poderosos es la fuerza. El
poder real reside en el ejercicio de la autoridad, no en la
fuerza. La autoridad persuade, no impone a latigazos.
En el número anterior hablamos de Zeitgeist, es decir, una
palabra alemana que se puede traducir como “espíritu de una
época”. Ahora queremos desarrollar la idea sostenida
permanentemente por Francisco I que la manera de llegar a una
vida mejor es con una mejor política. Y para él la mejor
política es el diálogo social.
En un mundo en donde la violencia, la intolerancia y la cris-
pación son -lamentablemente- moneda corriente, estamos
convencidos que debemos transitar otros caminos para disfrutar
de una sociedad mejor.
Los seres humanos tenemos y defendemos intereses coinciden- tes
de los de algunos y disímiles de los de otros. Más aún, muchos
defendemos los mismos intereses, pero vemos caminos distintos
para alcanzar su protección.
En toda sociedad, estas coincidencias y disidencias deberían
discutirse y alimentarse del respeto mutuo y comprender que,
incluso en veredas ideológicas o axiológicas opuestas, debe
primar la tolerancia hacia las ideas del prójimo.
Como decía John Stuart Mill hace casi 200 años, “la libertad y
la tolerancia son los dos pilares para fundamentar una sociedad
democrática”. Ser tolerante significa, entre otras cosas, poder
registrar al otro como un ser humano... como uno, ni más ni
menos, con quien integramos una misma comunidad, aunque todos
tengamos defectos y aciertos. En suma, el otro, aunque muy
posiblemente tenga posturas y pensamientos opuestos, no es un
enemigo al que hay que combatir.
En ocasiones se confunde la posibilidad de acordar o de generar
consensos, como una traición a ideales o como capitulación de la
defensa de intereses de un colectivo social. Casi huelga decir,
esa creencia es errada; y, lo que es peor, induce a un accionar
torpe.
Todos nosotros resignamos algo cuando nos interrelacionamos con
otros, a los efectos de poder tener una vida armónica. Para
nuestra actual idiosincrasia política, “ceder” no significa
acordar sino rendirse.
En nuestra opinión, promover el concepto colectivo de consenso
no quiere decir que no mantengamos nuestras ideas y
convicciones; sino que, en un cálculo costo-beneficio,
concluimos que es más ventajoso ponernos de acuerdo, concordar,
que imponerse. Y cuando hablamos de “costo-beneficio” estamos
mirando al colectivo social.
El 24 de mayo de 2015, Francisco I dedicó la Carta Encíclica “Laudato
si” -“Alabado seas”- a la defensa de toda la humanidad al
Planeta Tierra con la frase “Sobre el cuidado de la casa común”,
en la que exhortaba a la construcción de un mundo más justo e
inclusivo para todos.
Unos años más tarde, el 3 de octubre de 2020, Francisco I dedicó
una Carta Encíclica específica, “Fratelli Tutti” -“Hermanos
todos”-, a la fraternidad y a la amistad social. En las primeras
páginas de esta encíclica el Papa dice que: “... si en la
redacción de la Laudato si´ tuve una fuente de inspiración en mi
hermano Bartolomé, el Patriarca ortodoxo que propuso con mucha
fuerza el cuidado de la creación, en este caso me sentí
especialmente estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con
quien me encontré en Abu Dabi para recordar que Dios “ha creado
todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes
y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos
entre ellos”.
Es decir, en todas sus manifestaciones Francisco I intentó
construir puentes de amor, diálogo y consenso.
Luego de muchos años de trabajo y experiencia en el sector de la
salud, estamos convencidos que, en nuestro país, en materia de
salud, quienes desarrollamos tareas vinculadas con esta
actividad, tenemos muchas más coincidencias que diferencias.
Lógicamente tenemos las dificultades por las que atraviesa
nuestro país desde hace ya muchos años, con un subsistema de
seguridad social cuya fuente de financiamiento está constituida
por un sistema contributivo bismarckiano insuficiente en
cualquier parte del mundo, con una cantidad cada vez mayor de
pasivos respecto de los activos que dificulta su sostenimiento
en materia de cobertura médico-asistencial, con una canasta
médica de prestaciones cada vez más costosa, con un precio cada
vez más elevado de los medicamentos en una sociedad, que a su
vez, los consume en demasía; entre otras cuestiones.
Aun así, entendemos que tenemos que recorrer caminos permanentes
de diálogo para encontrar mejores soluciones. Por supuesto que
respetando los roles que cada uno tiene en este sector; algunos
con responsabilidades de gobierno, otros de administrar recursos
de los beneficiarios, otros de los prestadores y otros de los
financiadores. Todo ello para que los beneficiarios puedan
recibir un servicio de mejor calidad.
“Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar
de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume
en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente
necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el
diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo
paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a
familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no
es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda
discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que
podamos darnos cuenta” (Francisco I, Carta Encíclica Laudato
Si).
Debemos darnos la oportunidad de encontrar caminos de diálogo
que nos permitan intercambiar ideas, experiencias, propuestas
para hacer un Sistema de Salud más sustentable, de mejor calidad
y con mejores servicios.
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