|
La desregulación de precios de medicamentos es una política que,
analizada desde diferentes contextos, genera una multiplicidad
de debates en torno a su justificación económica, por un lado, y
a su impacto en la salud pública por otro. Más aún cuando ambas
cuestiones terminan vinculándose como reflejo del nuevo orden
económico que parece irse delineando.
En términos generales, desregular en este campo implica reducir
o eliminar los controles que tradicionalmente han existido en el
sector farmacéutico, de manera que los precios se fijen por la
libre interacción entre la oferta y la demanda -sin intervención
del Estado- y de esta forma llevarlos a su baja y facilitar el
acceso.
El problema es que, aunque esta política busque servir a la
competencia y la innovación, también trae aparejada una serie de
eventos sociales complejos y problemáticos, resultantes de las
condiciones que el libre juego del mercado impone al heterogéneo
mundo de los consumidores/pacientes.
En el campo sanitario, desregular implica romper con el rol
tradicional del Estado desde la consideración de la salud como
un bien meritorio, al que en cierta forma éste debe tutelar para
reducir desigualdades.
Si bien es posible contraponer las fallas del mercado con las
que también posee el Estado para entender que las regulaciones
no siempre generan los beneficios que se esperan, lo que no se
puede negar es que la salud requiere incorporar mecanismos
específicos de regulación para
evitar que la exacerbación de las barreras de acceso a la
atención de la enfermedad acentúe las asimetrías sociales.
Desregular el precio de los medicamentos o aumentar la oferta de
los de venta libre es parte del pensamiento que hace a la
liberalización impulsora de la eficiencia del mercado. Estimando
que la competencia entre laboratorios y sus productos - en este
caso en un mercado que se caracteriza por la copia y no la
innovación - llevará a que exista una amplia variedad de
moléculas con diferentes precios y bonificaciones que podrían
favorecer la elección por parte del usuario.
El problema es que la asimetría de información y la presión de
los laboratorios para que se prescriban sus productos más el
peso del nombre de fantasía hace muy compleja tal libertad de
elección. Esto sumado a que el opaco mercado de medicamentos no
funciona de forma tradicional, ya que existe un fenómeno que es
la demanda inelástica por el cual el nivel de consumo no
responde directamente a las variaciones de precios y se mantiene
casi constante.
Y que los pacientes -especialmente los crónicos que requieren
determinada medicación para su control o mejora- quedan rehenes
de eventuales acuerdos corporativos en la fijación del precio.
Sin agregar las cuestiones de marketing de las empresas
farmacéuticas sobre consumidores, y especialmente enfocadas en
los prescriptores.
En la Argentina, donde el acceso a la salud está reconocido como
derecho, pero falla como resultado de una Política de Estado de
la que carece, y sin haber transitado un proceso de reforma
ordenado, adecuado y justo para el sistema que debe
administrarla, nunca ha existido una política regulatoria clara
que esté vinculada al precio del medicamento. Sabiendo incluso
que el mercado farmacéutico registra para muchas moléculas los
precios más elevados de
América Latina y que los porcentajes de ganancia de los
intermediarios nunca han sido sujeto de regulación alguna.
Ciertamente, la tendencia a liberar precios y ampliar el
segmento de medicamentos de venta libre como parte de políticas
de estabilización y ordenamiento fiscal en un modelo segmentado
y profundamente fragmentado genera incertidumbre respecto del
futuro del acceso equitativo al medicamento, transformado cada
vez más en un bien económico.
Paradójicamente para lo que se pretendería lograr, uno de los
impactos sociales inmediatos de la desregulación en el campo del
medicamento ha sido el aumento del precio. Especialmente de los
de uso crónico o para patologías complejas. Las moléculas son
cada vez más caras (con relación a los ingresos de la población)
y sus precios se elevan en forma permanente, muchas veces por
encima del Índice de Precios al Consumidor.
Esto afecta en particular a los sectores más vulnerables
-jubilados y pacientes portadores de dolencias de largo plazo y
población de bajos ingresos- quienes los necesitan para
controlar eventuales reagudizaciones o bien iniciar
tratamientos. Particularmente, el quinto quintil de población
consume estadísticamente el 75% de lo que destina a atención de
su salud en remedios, sin descuentos por cobertura social ni
provisión gratuita, siendo el más inelástico al ingreso y
actuando dicho gasto en forma manifiestamente regresiva.
La contradicción entre inelasticidad y elevación permanente del
precio lleva a que muchos pacientes deban abandonar el
tratamiento, o se les haga complejo mantener la adherencia al
mismo dado el alto costo que demanda su compra. Algo que en
forma lenta pero estadísticamente demostrable va condicionando
el aumento de la morbimortalidad por causas prevenibles.
Este problema se percibe con mayor impacto en el sector público
estatal, que debe absorber los costos sanitarios y sociales que
impactan a tales segmentos de la población, resultado de
tratamientos interrumpidos y sus complicaciones.
Adicionalmente, la desregulación de precios profundiza las
desigualdades sociales ya que mientras quienes poseen algún tipo
de cobertura sea de un seguro social o privado pueden acceder a
descuentos o a reintegros, los que solo disponen de cobertura
pública enfrentan una oferta muy limitada de medicamentos, o
directamente deben pagar directamente en farmacia para
obtenerlos. Algo que según el tipo de patología puede acercarlos
a los límites del gasto catastrófico.
Aunque la Ley de Prescripción por Nombre Genérico (Ley 25.649)
está vigente, en la práctica los laboratorios líderes y sus
marcas comerciales tienen fuerte influencia sobre médicos y
farmacias, lo que limita el acceso a copias o genéricos más
baratos. De allí que una simple hipertensión mal tratada por
falta de adherencia al tratamiento dado el costo de los
medicamentos necesarios puede desencadenar complicaciones
irreversibles y al mismo tiempo erogaciones impredecibles.
En casi todos los países, cuando la cobertura de salud es
amplia, el Estado tiende a regular de alguna forma el precio del
medicamento, ya sea fijando precios tope, negociando en forma
directa o limitando aumentos. E incluso efectuando comparaciones
de precios entre países vecinos.
Si lo que se pretende es evitar los efectos negativos de un
mercado sin regulaciones en un campo altamente sensible como es
el tratamiento de las enfermedades -especialmente cuando las
desigualdades en ingresos y accesibilidad son notorias- los
gobiernos pueden aplicar uno o varios mecanismos regulatorios
para lograrlo.

Existen numerosos procedimientos ya probados y exitosos que
pueden garantizar el acceso equitativo, seguro y asequible a los
medicamentos evitando abusos y protegiendo a los ciudadanos,
además de incentivar la in- novación responsable y garantizar la
calidad y seguridad de los medicamentos. Se trata de tenerlos
presentes, contribuir a abrir el debate y garantizar la
sustentabilidad de los sistemas de salud.
Garantizar el derecho a la salud, si de eso se trata, requiere
políticas públicas que no solo procuren la eficiencia económica
sino también la eficiencia técnica en la protección de los
sectores más vulnerables de la sociedad.
El problema de la desregulación de precios en el mercado de
medicamentos, con un comportamiento de los laboratorios que no
favorece la baja de precios ni tampoco permite la competencia
para una misma calidad aprobada entre idéntico producto impone
dos dilemas, uno ético y otro político.
¿Es aceptable para la sociedad que el acceso a la salud este
determinado por la capacidad de pago? ¿Es legítimo pretender un
acceso equitativo a los tratamientos -muchas veces cuestión de
vida o muerte- si desde el lado de la oferta no existen otras
razones que no sean el manejo del mercado sanitario, la
rentabilidad extraordinaria y el aumento permanente del market
share? Las preguntas están. Solo falta analizar de qué lado y
como vienen las respuestas.
|