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El conflicto que atraviesa hoy el Hospital Garrahan no es un
hecho aislado ni un problema coyuntural: es el síntoma más
visible de una distorsión profunda en el sistema de formación
médica, especialmente en el rol de los médicos residentes. Lo
que alguna vez fue concebido como un espacio privilegiado de
formación científica, hoy se encuentra viciado en su contenido
pedagógico por una lógica de explotación laboral encubierta, y
en donde los residentes son utilizados como vanguardia funcional
del aparato sindi- cal de los hospitales.
La situación no es nueva, pero se ha agravado. Si bien el
Garrahan en particular merece una distinción por su calidad muy
superior a la media, el sistema de residencias en general se
encuentra bastardeado. Basta observar cómo se ha naturalizado
que los residentes -médicos en etapa de formación- cubran
guardias excesivas, suplan a médicos de planta y trabajen sin
supervisión, aun cuando estas prácticas están expresamente
prohibidas por la normativa vigente. En los hechos, la
residencia ha dejado de ser una escuela para convertirse en una
pieza auxiliar dentro de un sistema hospitalario debilitado, que
genera par- ches en lugar de planes.
Las residencias médicas no son una formalidad del sistema
sanitario: constituyen una de las bases estratégicas de las
políticas de salud pública. Lejos de ser un simple eslabón
laboral, este sistema está diseñado para que el profesional de
la salud continúe su formación en una especialidad de manera
intensiva y rigurosa en contextos reales, integrando el saber
académico con la experiencia práctica en el territorio, y con
ello, construir perfiles profesionales de alta calidad técnica y
humana.
La distorsión, como vemos, no es sólo práctica, también
conceptual. Como señalaba el doctor Carlos Gianantonio, creador
de las residencias pediátricas en el Hospital Gutiérrez, en
1972: “La situación de los residentes se ha distorsionado y
transformado en mano de obra barata. Motivo por el cual, para
evitar esta distorsión, habría que cerrarlas y encontrar otra
matriz formativa”. Su advertencia no fue menor: hablaba de un
sistema que debía garantizar el desarrollo científico de nuevos
profesionales, y que hoy apenas logra sostenerlos en condiciones
mínimas de dignidad, en un contexto de crisis económica, donde
muchos residentes necesitan el salario como suplemento
imprescindible, que en muchos casos sus familias no pueden
cubrir.
Las etapas formativas originales de la residencia -ciencia
teórica, imitación, práctica supervisada e investigación
crítica- han sido reemplazadas por una única exigencia: sostener
la demanda asistencial como si fueran médicos de planta, sin
acompañamiento ni tiempo para el aprendizaje reflexivo. Esta
única exigencia les priva de su derecho a una formación
técnico-práctica integral.
A esta distorsión funcional se suma una distorsión
organizacional. La ausencia de una conducción médica clara,
junto con lógicas burocráticas anquilosadas -como la que encarna
actualmente la dirección del Garrahan- ha convertido a uno de
los hospitales emblema de América Latina en un espacio donde los
desajustes estratégicos se vuelven cada vez más notorios.
Retomar el pensamiento estratégico implica repensar el rol del
Hospital Garrahan como vanguardia: una nave capitana que hoy
navega sola en el espacio sanitario, sin la flotilla de
hospitales de menor complejidad con la que debería articularse
orgánicamente, en función de la construcción de un necesario e
imprescindible Sistema Federal Integrado de Salud.
En este escenario aparece una figura conocida pero rara vez
vinculada a la salud pública: el ñoqui. El ingreso de personal
sin funciones reales -por razones políticas o clientelares- se
ha naturalizado en muchas áreas del Estado. En el sistema de
salud, esto implica no sólo un desvío de recursos, sino la
consolidación de lo que podríamos llamar obesidad institucional:
estructuras que “engordan” pero no funcionan, que consumen sin
producir valor público. Los ñoquis no son la causa de esta
obesidad, pero sí su síntoma más visible.
Y la obesidad, se sabe, no se combate con motosierra. Requiere
diagnóstico, conducción y políticas serias y sostenidas. Es
decir, gobierno, no reflejos. Y aquí radica el núcleo del
conflicto: mientras se precariza a quienes deberían estar en el
centro de la formación médica, se sostiene un modelo de gestión
opaco, que responde más a equilibrios de poder que a objetivos
institucionales.
No sorprende, entonces, que según un informe reciente publicado
por Clarín (30/05/2025), la Argentina haya caído 16 posiciones
en el ranking de calidad de élites científicas y profesionales.
Porque cuando se desestructura una escuela de excelencia -como
en los casos del Gutiérrez y el Garrahan-, las consecuencias se
hacen sentir en el cuerpo social. Las víctimas reales de esta
crisis son los pacientes, que pierden el acceso a una atención
integral, humanizada y técnicamente sólida. También lo son los
jóvenes médicos que, en lugar de formarse como especialistas,
son usados como tapones de emergencia en un sistema que ya no
cura, no educa ni protege.
Toda esta situación no debe enmascarar la ausencia de gobernanza
sanitaria. No se trata de caer en fenómenos de reduccionismo
situacional, como si la solución del Garrahan fuera la solución
de la política sanitaria pediátrica. Ya hace años que hablamos
de la ausencia y necesidad de pediatras, pero omitimos la
necesidad de maestros para esa formación y sitios vitales, como
el que el Garrahan representa. ¿Cómo evitar que un hecho valioso
en lo micro, como la supervivencia de uno de los pocos nidos de
maestros que aun conservamos; termine ocultando la ausencia de
una planificación estratégica en salud?
En el plano comunicacional, el conflicto es utilizado como si se
tratara una catástrofe intempestiva, un rayo en una noche clara.
Nada de eso. La falta de política nacional al respecto hoy se
exterioriza en el Garrahan, pero hace 25 años se exteriorizaba
en el Posadas. Hemos visto que, desde entonces, en este hospital
no ha habido solución. Si bien el Hospital Garrahan y Posadas
cuentan con un número de camas similar (587 en el Garrahan y 619
en el Posadas), los estudios sobre cada paciente y el tiempo de
giro-cama, muestran por qué esa medida cuantitativa ha dejado de
ser válida para evidenciar las diferencias entre hospitales, que
son estructurales y profundas.
El Hospital Garrahan aloja a 270 residentes dentro de un
programa de formación de posgrado con un cuerpo docente sólido,
que enfrenta una medicina de alta complejidad y tecnología
intensiva. Allí, los residentes se forman en un entorno de
excelencia académica, con supervisión y responsabilidad
progresiva, bajo un verdadero modelo de enseñanza-aprendizaje.
En contraste, el Hospital Posadas sostiene una simulación o
espejismo de alta complejidad: su envergadura edilicia no se
traduce en complejidad médica ni en calidad formativa. Sus casi
600 residentes, la mayoría sin acceso real a tutores ni a
trayectos formativos consistentes, funcionan principalmente como
fuente de mano de obra barata.
Mientras en el Garrahan los residentes se forman bajo la
conducción de la Dirección de Docencia e Investigación y
responden a criterios institucionales claros, en el Posadas la
ausencia de un cuerpo docente estable, de planificación
académica y de condiciones de aprendizaje convierte a la
residencia en una estrategia de sustitución laboral, con uso
político avalada y sostenida por el sindicalismo.
En definitiva, lo que se degrada no es solo una estructura de
residencia, sino una concepción entera de la salud pública:
aquella que concebía la medicina como una ciencia rigurosa, con
vocación humanista y compromiso institucional, y no como una
tabla de salvación improvisada para gestionar la decadencia.
| (*)
Doctor en Medicina por
la Universidad Nacional
de Buenos Aires (UBA).
Director Académico de la
Especialización en
“Gestión Estratégica en
organizaciones de
Salud”, Universidad
Nacional del Centro -
UNICEN; Director
Académico de la Maestría
de Salud Pública y
Seguridad Social de la
Universidad del
Aconcagua - Mendoza;
Director de la Comisión
de Ciencia y Tecnología
de la Universidad de
Concepción del Uruguay –
UCU. Coautor junto al
Dr. Vicente Mazzáfero de
“Por una reconfiguración
sanitaria pos-pandémica:
epidemiología y
gobernanza” (2020).
Autor de “Una vida plena
para los adultos
mayores” (2024) “La
Salud que no tenemos”
(2019); “Argentina
Hospital, el rostro
oscuro de la salud”
(2004-2018); “Claves
jurídicas y
asistenciales para la
conformación de un
Sistema Federal
Integrado de Salud”
(2012); “En búsqueda de
la salud perdida”
(2009); “La Fórmula
Sanitaria” (2003). |
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