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 Columna

    

EL ESPEJISMO SANITARIO:
ENTRE LA ILUSIÓN Y LA DOLOROSA REALIDAD

“Actuar es fácil, pensar es difícil,
actuar según se piensa es aún más difícil”
Johann Wolfgang von Goethe

Por el Doctor Ignacio Katz


El conflicto que atraviesa hoy el Hospital Garrahan no es un hecho aislado ni un problema coyuntural: es el síntoma más visible de una distorsión profunda en el sistema de formación médica, especialmente en el rol de los médicos residentes. Lo que alguna vez fue concebido como un espacio privilegiado de formación científica, hoy se encuentra viciado en su contenido pedagógico por una lógica de explotación laboral encubierta, y en donde los residentes son utilizados como vanguardia funcional del aparato sindi- cal de los hospitales.
La situación no es nueva, pero se ha agravado. Si bien el Garrahan en particular merece una distinción por su calidad muy superior a la media, el sistema de residencias en general se encuentra bastardeado. Basta observar cómo se ha naturalizado que los residentes -médicos en etapa de formación- cubran guardias excesivas, suplan a médicos de planta y trabajen sin supervisión, aun cuando estas prácticas están expresamente prohibidas por la normativa vigente. En los hechos, la residencia ha dejado de ser una escuela para convertirse en una pieza auxiliar dentro de un sistema hospitalario debilitado, que genera par- ches en lugar de planes.
Las residencias médicas no son una formalidad del sistema sanitario: constituyen una de las bases estratégicas de las políticas de salud pública. Lejos de ser un simple eslabón laboral, este sistema está diseñado para que el profesional de la salud continúe su formación en una especialidad de manera intensiva y rigurosa en contextos reales, integrando el saber académico con la experiencia práctica en el territorio, y con ello, construir perfiles profesionales de alta calidad técnica y humana.
La distorsión, como vemos, no es sólo práctica, también conceptual. Como señalaba el doctor Carlos Gianantonio, creador de las residencias pediátricas en el Hospital Gutiérrez, en 1972: “La situación de los residentes se ha distorsionado y transformado en mano de obra barata. Motivo por el cual, para evitar esta distorsión, habría que cerrarlas y encontrar otra matriz formativa”. Su advertencia no fue menor: hablaba de un sistema que debía garantizar el desarrollo científico de nuevos profesionales, y que hoy apenas logra sostenerlos en condiciones mínimas de dignidad, en un contexto de crisis económica, donde muchos residentes necesitan el salario como suplemento imprescindible, que en muchos casos sus familias no pueden cubrir.
Las etapas formativas originales de la residencia -ciencia teórica, imitación, práctica supervisada e investigación crítica- han sido reemplazadas por una única exigencia: sostener la demanda asistencial como si fueran médicos de planta, sin acompañamiento ni tiempo para el aprendizaje reflexivo. Esta única exigencia les priva de su derecho a una formación técnico-práctica integral.
A esta distorsión funcional se suma una distorsión organizacional. La ausencia de una conducción médica clara, junto con lógicas burocráticas anquilosadas -como la que encarna actualmente la dirección del Garrahan- ha convertido a uno de los hospitales emblema de América Latina en un espacio donde los desajustes estratégicos se vuelven cada vez más notorios.
Retomar el pensamiento estratégico implica repensar el rol del Hospital Garrahan como vanguardia: una nave capitana que hoy navega sola en el espacio sanitario, sin la flotilla de hospitales de menor complejidad con la que debería articularse orgánicamente, en función de la construcción de un necesario e imprescindible Sistema Federal Integrado de Salud.
En este escenario aparece una figura conocida pero rara vez vinculada a la salud pública: el ñoqui. El ingreso de personal sin funciones reales -por razones políticas o clientelares- se ha naturalizado en muchas áreas del Estado. En el sistema de salud, esto implica no sólo un desvío de recursos, sino la consolidación de lo que podríamos llamar obesidad institucional: estructuras que “engordan” pero no funcionan, que consumen sin producir valor público. Los ñoquis no son la causa de esta obesidad, pero sí su síntoma más visible.
Y la obesidad, se sabe, no se combate con motosierra. Requiere diagnóstico, conducción y políticas serias y sostenidas. Es decir, gobierno, no reflejos. Y aquí radica el núcleo del conflicto: mientras se precariza a quienes deberían estar en el centro de la formación médica, se sostiene un modelo de gestión opaco, que responde más a equilibrios de poder que a objetivos institucionales.
No sorprende, entonces, que según un informe reciente publicado por Clarín (30/05/2025), la Argentina haya caído 16 posiciones en el ranking de calidad de élites científicas y profesionales. Porque cuando se desestructura una escuela de excelencia -como en los casos del Gutiérrez y el Garrahan-, las consecuencias se hacen sentir en el cuerpo social. Las víctimas reales de esta crisis son los pacientes, que pierden el acceso a una atención integral, humanizada y técnicamente sólida. También lo son los jóvenes médicos que, en lugar de formarse como especialistas, son usados como tapones de emergencia en un sistema que ya no cura, no educa ni protege.
Toda esta situación no debe enmascarar la ausencia de gobernanza sanitaria. No se trata de caer en fenómenos de reduccionismo situacional, como si la solución del Garrahan fuera la solución de la política sanitaria pediátrica. Ya hace años que hablamos de la ausencia y necesidad de pediatras, pero omitimos la necesidad de maestros para esa formación y sitios vitales, como el que el Garrahan representa. ¿Cómo evitar que un hecho valioso en lo micro, como la supervivencia de uno de los pocos nidos de maestros que aun conservamos; termine ocultando la ausencia de una planificación estratégica en salud?
En el plano comunicacional, el conflicto es utilizado como si se tratara una catástrofe intempestiva, un rayo en una noche clara. Nada de eso. La falta de política nacional al respecto hoy se exterioriza en el Garrahan, pero hace 25 años se exteriorizaba en el Posadas. Hemos visto que, desde entonces, en este hospital no ha habido solución. Si bien el Hospital Garrahan y Posadas cuentan con un número de camas similar (587 en el Garrahan y 619 en el Posadas), los estudios sobre cada paciente y el tiempo de giro-cama, muestran por qué esa medida cuantitativa ha dejado de ser válida para evidenciar las diferencias entre hospitales, que son estructurales y profundas.
El Hospital Garrahan aloja a 270 residentes dentro de un programa de formación de posgrado con un cuerpo docente sólido, que enfrenta una medicina de alta complejidad y tecnología intensiva. Allí, los residentes se forman en un entorno de excelencia académica, con supervisión y responsabilidad progresiva, bajo un verdadero modelo de enseñanza-aprendizaje.
En contraste, el Hospital Posadas sostiene una simulación o espejismo de alta complejidad: su envergadura edilicia no se traduce en complejidad médica ni en calidad formativa. Sus casi 600 residentes, la mayoría sin acceso real a tutores ni a trayectos formativos consistentes, funcionan principalmente como fuente de mano de obra barata.
Mientras en el Garrahan los residentes se forman bajo la conducción de la Dirección de Docencia e Investigación y responden a criterios institucionales claros, en el Posadas la ausencia de un cuerpo docente estable, de planificación académica y de condiciones de aprendizaje convierte a la residencia en una estrategia de sustitución laboral, con uso político avalada y sostenida por el sindicalismo.
En definitiva, lo que se degrada no es solo una estructura de residencia, sino una concepción entera de la salud pública: aquella que concebía la medicina como una ciencia rigurosa, con vocación humanista y compromiso institucional, y no como una tabla de salvación improvisada para gestionar la decadencia.


(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”, Universidad Nacional del Centro - UNICEN; Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua - Mendoza; Director de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Concepción del Uruguay – UCU. Coautor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “Una vida plena para los adultos mayores” (2024) “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2004-2018); “Claves jurídicas y asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” (2012); “En búsqueda de la salud perdida” (2009); “La Fórmula Sanitaria” (2003).

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