:: REVISTA MEDICOS | Medicina Global | La Revista de Salud y Calidad de Vida
 
Sumario
Institucional
Números Anteriores
Congresos
Opinión
Suscríbase a la Revista
Contáctenos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

 

:: Infórmese con REVISTA MEDICOS - Suscríbase llamando a los teléfonos (5411) 4362-2024 /  (5411) 4300-6119 ::
  
Columna  

EL QUE CALLA OTORGA... COMO DECÍA MI ABUELITA

Por el Dr. Rubén Torres (*)

 
La solidaridad constituye el pilar constitutivo de los sistemas de seguridad social y de salud, y pocos indicadores dicen más de una sociedad y de su preocupación por el bienestar de sus ciudadanos que un sistema de salud equitativo y eficiente.
La fortaleza de un sistema de salud depende de la fortaleza de esa preocupación.
La sociedad argentina está fragmentada y ha sedimentado un cierto sentimiento común fuertemente individualista.
En democracia se han desvirtuado algunas formas de convivencia, el individualismo extremo, la creación de fake news y un caos, que diseñan ingenieros y ejecutan influencers, parecen haber transformado la comunidad en un conjunto de individuos.
Esto permite comprender la situación actual de la política, y explica que ciertas injusticias sean el precio por pagar para que la inflación baje. Estamos generando el crecimiento de una mayor desigualdad social, y la creencia de que solo es posible la salvación individual.
Pareciera haber dos Argentinas: una en la cual cada uno sigue en lo suyo, y otra llena de tragedias y desgracias, pero ajenas. La perturbadora imagen a la que asistimos azorados hace pocos días de una mujer muerta en un bingo, alrededor de la cual varias personas seguían apostando en las máquinas tragamonedas como si no hubiera pasado nada, parece una trágica expresión de esta situación.
Gran parte de la ciudadanía reacciona solidariamente frente a la desgracia ajena, y sería injusto generalizar, pero parece vislumbrarse o aparecer, un síntoma social: el de una sociedad que mira sus intereses individuales, con indiferencia y apatía hacia el de los otros.
Una sociedad anestesiada frente al dolor de muchos hermanos, y cada vez más desentendida de la política como forma de organización de la comunidad, parece dispuesta a tolerar un poder con rasgos intolerantes a cambio de imprescindibles mejoras de la economía.
Es natural que juzguemos al gobierno por sus resultados económicos, en un país que durante décadas estuvo sumido en la inestabilidad, el déficit y la inflación, con un Estado colonizado por más militantes que trabajadores y trabado por regulaciones inútiles, pero en salud, las políticas que solo promueven competencia y consumo fomentan la “retirada moral”.
El “Nadie se salva solo”, escuchado en el Eternauta da lugar a la idea de solidaridad social, a que se necesita educación y salud de calidad, institucionalidad, y una economía que tenga en cuenta al conjunto de la población.
Nuestras sociedades se han vuelto más divididas, y no es sorprendente que la solidaridad que se necesita para construir un sistema de salud de alta calidad sea escasa.
Que el sistema privado de salud tenga una cobertura oportuna (no digo eficiente), solo pone en evidencia la ineficiencia de lo que se gestiona desde el sector público. Hay quienes miran hacia otro lado mientras sostienen con enorme esfuerzo un plan de seguro privado, sin reclamar por el legítimo derecho de un acceso universal y equitativo a prestaciones públicas de salud que garanticen este derecho para todos los argentinos.
Debemos abandonar el cuidado de la propia quinta, y que no nos importe aquello que a nosotros no nos toca, ese individualismo, que nada tiene que ver con la iniciativa individual sino con la miseria de no ver o hablar de aquello que a mí no me toca, y que los demás se las arreglen.
Es imprescindible, tanto como es inaceptable para una sociedad democrática que el lugar en que se nace o vive defina cuándo y de que se muera una persona.
La corrupción que permeó en varios de los gobiernos, la debacle del sistema educativo, la degradación de la justicia y el colapso de la salud pública, son catástrofes a las cuales la sociedad asistió con resignación, pero también con cierto desinterés.
En democracia, la confianza pública constituye una cuestión compleja porque no solo es vertical sino también horizontal (O’Donnell la llamó “accountability horizontal”). No alcanza con que la sociedad legitime, de abajo hacia arriba, a través del voto o las encuestas, a sus gobernantes, y luego “finja demencia”.
Sería válido preguntarse qué puede hacer el ciudadano de a pie frente a situaciones que lo superan, pero el reproche debiera dirigirse a los sectores que debieran representarlos socialmente y se refugian en el silencio o se encogen de hombros, defendiendo exclusivamente sus intereses personales o sectoriales.
¿Podríamos seguir en esta anomia si líderes políticos sectoriales, la academia o las cámaras empresariales se expresarán públicamente pidiendo respuestas? El prestigio, influencia y credibilidad de muchas de estas instituciones esta debilitado y en jaque por estas actitudes. Y esa anomia no es solo responsabilidad de los gobiernos.

Para decirlo académicamente: los que callan también eligen, según decía Brecht, o en jerga coloquial, el que calla otorga, como decía mi abuelita
.

(*) Presidente del Instituto de Política, Economía y Gestión en Salud (IPEGSA)
 

SUMARIO
 

 

Copyright 2000-2025- Todos los derechos reservados, Revista Médicos