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La solidaridad constituye el pilar constitutivo de los
sistemas de seguridad social y de salud, y pocos
indicadores dicen más de una sociedad y de su
preocupación por el bienestar de sus ciudadanos que un
sistema de salud equitativo y eficiente.
La fortaleza de un sistema de salud depende de la
fortaleza de esa preocupación.
La sociedad argentina está fragmentada y ha sedimentado
un cierto sentimiento común fuertemente individualista.
En democracia se han desvirtuado algunas formas de
convivencia, el individualismo extremo, la creación de
fake news y un caos, que diseñan ingenieros y ejecutan
influencers, parecen haber transformado la comunidad en
un conjunto de individuos.
Esto permite comprender la situación actual de la
política, y explica que ciertas injusticias sean el
precio por pagar para que la inflación baje. Estamos
generando el crecimiento de una mayor desigualdad
social, y la creencia de que solo es posible la
salvación individual.
Pareciera haber dos Argentinas: una en la cual cada uno
sigue en lo suyo, y otra llena de tragedias y
desgracias, pero ajenas. La perturbadora imagen a la que
asistimos azorados hace pocos días de una mujer muerta
en un bingo, alrededor de la cual varias personas
seguían apostando en las máquinas tragamonedas como si
no hubiera pasado nada, parece una trágica expresión de
esta situación.
Gran parte de la ciudadanía reacciona solidariamente
frente a la desgracia ajena, y sería injusto
generalizar, pero parece vislumbrarse o aparecer, un
síntoma social: el de una sociedad que mira sus
intereses individuales, con indiferencia y apatía hacia
el de los otros.
Una sociedad anestesiada frente al dolor de muchos
hermanos, y cada vez más desentendida de la política
como forma de organización de la comunidad, parece
dispuesta a tolerar un poder con rasgos intolerantes a
cambio de imprescindibles mejoras de la economía.
Es natural que juzguemos al gobierno por sus resultados
económicos, en un país que durante décadas estuvo sumido
en la inestabilidad, el déficit y la inflación, con un
Estado colonizado por más militantes que trabajadores y
trabado por regulaciones inútiles, pero en salud, las
políticas que solo promueven competencia y consumo
fomentan la “retirada moral”.
El “Nadie se salva solo”, escuchado en el Eternauta da
lugar a la idea de solidaridad social, a que se necesita
educación y salud de calidad, institucionalidad, y una
economía que tenga en cuenta al conjunto de la
población.
Nuestras sociedades se han vuelto más divididas, y no es
sorprendente que la solidaridad que se necesita para
construir un sistema de salud de alta calidad sea
escasa.
Que el sistema privado de salud tenga una cobertura
oportuna (no digo eficiente), solo pone en evidencia la
ineficiencia de lo que se gestiona desde el sector
público. Hay quienes miran hacia otro lado mientras
sostienen con enorme esfuerzo un plan de seguro privado,
sin reclamar por el legítimo derecho de un acceso
universal y equitativo a prestaciones públicas de salud
que garanticen este derecho para todos los argentinos.
Debemos abandonar el cuidado de la propia quinta, y que
no nos importe aquello que a nosotros no nos toca, ese
individualismo, que nada tiene que ver con la iniciativa
individual sino con la miseria de no ver o hablar de
aquello que a mí no me toca, y que los demás se las
arreglen.
Es imprescindible, tanto como es inaceptable para una
sociedad democrática que el lugar en que se nace o vive
defina cuándo y de que se muera una persona.
La corrupción que permeó en varios de los gobiernos, la
debacle del sistema educativo, la degradación de la
justicia y el colapso de la salud pública, son
catástrofes a las cuales la sociedad asistió con
resignación, pero también con cierto desinterés.
En democracia, la confianza pública constituye una
cuestión compleja porque no solo es vertical sino
también horizontal (O’Donnell la llamó “accountability
horizontal”). No alcanza con que la sociedad legitime,
de abajo hacia arriba, a través del voto o las
encuestas, a sus gobernantes, y luego “finja demencia”.
Sería válido preguntarse qué puede hacer el ciudadano de
a pie frente a situaciones que lo superan, pero el
reproche debiera dirigirse a los sectores que debieran
representarlos socialmente y se refugian en el silencio
o se encogen de hombros, defendiendo exclusivamente sus
intereses personales o sectoriales.
¿Podríamos seguir en esta anomia si líderes políticos
sectoriales, la academia o las cámaras empresariales se
expresarán públicamente pidiendo respuestas? El
prestigio, influencia y credibilidad de muchas de estas
instituciones esta debilitado y en jaque por estas
actitudes. Y esa anomia no es solo responsabilidad de
los gobiernos.
Para decirlo académicamente: los que callan
también eligen, según decía Brecht, o en jerga
coloquial, el que calla otorga, como decía mi abuelita.
| (*) Presidente del
Instituto de Política, Economía y Gestión en
Salud (IPEGSA) |
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