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Opinión


INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y AUDITORÍA MÉDICA:
DE LA REVISIÓN DEL PASADO A LA GESTIÓN DEL FUTURO
  

Por el Dr. David Aruachan (*)

La auditoría médica ha sido, históricamente, un engranaje indispensable para el funcionamiento de los sistemas de salud. Garantizar que las prestaciones sean correctas, que la facturación refleje lo efectivamente realizado y que los recursos se utilicen con eficiencia ha requerido, durante décadas, un trabajo exhaustivo y manual.
Expedientes interminables, historias clínicas revisadas una a una y profesionales que, más que auditores, parecían corredores de resistencia. Ese modelo, que alguna vez fue el único posible, resulta hoy anacrónico frente a los avances de la digitalización y la irrupción de la inteligencia artificial (IA).
La salud digital constituye un ecosistema en el que confluyen historias clínicas electrónicas, plataformas de telemedicina, dispositivos portátiles, aplicaciones móviles y grandes bases de datos administrativas. Es allí donde la IA despliega todo su potencial: algoritmos capaces de procesar volúmenes masivos de información en segundos, identificar patrones invisibles al ojo humano, detectar anomalías y anticipar errores o fraudes antes de que se produzcan. En la práctica, esto significa pasar de una auditoría ex post -reactiva, parcial y tardía- a una auditoría predictiva y preventiva, que funciona en tiempo real y analiza la totalidad de los casos.
Los beneficios son evidentes. En primer lugar, la eficacia: tareas repetitivas como la validación de codificaciones o la búsqueda de inconsistencias pueden automatizarse, liberando al profesional para concentrarse en lo que realmente requiere juicio clínico y criterio ético. En segundo lugar, la calidad: la capacidad de la IA para procesar universos completos de información eleva la precisión, reduce el margen de error y permite descubrir situaciones inusuales que antes quedaban ocultas en los muestreos. Y, en tercer lugar, la economía: menos rechazos, menos reprocesos y mayor previsibilidad en los flujos financieros.
El impacto ya se observa en distintas latitudes. Empresas como Gebbs Healthcare han implementado auditorías automatizadas que no solo revisan el 100% de los registros, sino que también clasifican la gravedad de los hallazgos y proponen acciones correctivas. Casos similares muestran ahorros de miles de horas mensuales y reducciones de hasta el 40% en tiempos de documentación, con precisiones cercanas al 99,5%. En la Argentina, obras sociales y hospitales comienzan a integrar módulos de auditoría inteligente que permiten cruzar millones de datos en cuestión de horas, identificar recetas duplicadas o internaciones innecesarias y optimizar procesos clínico-administrativos.
Sin embargo, más allá de la fascinación tecnológica, conviene subrayar lo esencial: la IA no reemplaza al auditor, lo potencia. El algoritmo no interpreta matices clínicos ni pondera dilemas éticos. Lo que hace es señalar dónde mirar, advertir sobre patrones anómalos y proponer alternativas. La última palabra, la que define la pertinencia de un procedimiento o la validez de un reclamo, sigue siendo humana. La verdadera transformación ocurre cuando la máquina descarga al profesional de lo rutinario y le permite enfocarse en la toma de decisiones estratégicas.
Ahora bien, la incorporación de IA en auditoría y facturación médica no está exenta de desafíos. La privacidad de los datos es un requisito ineludible: el manejo de información sensible exige estándares robustos de seguridad y marcos regulatorios claros. El sesgo algorítmico constituye otro riesgo: si los datos de entrenamiento reproducen desigualdades estructurales, los resultados también lo harán.
Además, la falta de capacitación puede transformar a la IA en una caja negra incomprensible para quienes la utilizan, debilitando su legitimidad. Y, en todos los casos, la supervisión humana sigue sien- do obligatoria: automatizar sin control es una invitación al error.
La cuestión ética resulta particularmente relevante. ¿Quién es responsable si un algoritmo se equivoca y sugiere la aprobación de una práctica indebida? ¿Cómo garantizar la transparencia de los modelos? ¿Qué grado de autonomía otorgar a los sistemas de auditoría inteligente?
Estas preguntas, lejos de invalidar el uso de la IA, obligan a pensar en marcos de gobernanza que incluyan a profesionales de la salud, especialistas en datos, reguladores y usuarios. La tecnología, como todo instrumento poderoso, requiere reglas claras y controles adecuados.
Otro punto crítico es la elección del proveedor. No todas las soluciones de IA son iguales y un error en la selección puede tener consecuencias graves. Validar los modelos en poblaciones locales, exigir métricas sobre falsos positivos y negativos, conocer los mecanismos de actualización y garantizar el soporte técnico son pasos básicos. Igualmente, es necesario que los contratos establezcan con precisión la propiedad y el uso de los datos: la información clínica pertenece a los pacientes y a las instituciones, nunca al proveedor.
En este contexto, la auditoría médica deja de ser una actividad orientada a “cazar culpables” y se convierte en una herramienta para rediseñar procesos, capacitar equipos y prevenir errores. El foco se desplaza de la sanción a la mejora continua. Y esto no es menor: implica un cambio cultural profundo, donde la detección temprana de inconsistencias se transforma en una oportunidad de aprendizaje organizacional.
En definitiva, la IA es a la auditoría médica lo que un detector de metales es a un buscador: no reemplaza la experiencia, pero señala dónde excavar. Ahorra tiempo, evita esfuerzos innecesarios y multiplica las posibilidades de hallazgo. El valor no reside en la herramienta por sí misma, sino en la capacidad del profesional para interpretar lo que encuentra y tomar decisiones informadas.
Estamos ante una transición histórica. De la auditoría retrospectiva y manual a la auditoría predictiva, integral y en tiempo real. De procesos fragmentados a ecosistemas digitales interconectados. De un rol centrado en la revisión de expedientes a un rol estratégico en la gestión sanitaria. Y, sobre todo, de una práctica burocrática a una función que contribuye directamente a mejorar la calidad de la atención y la sostenibilidad del sistema de salud.
La pregunta, entonces, no es si la IA reemplazará al auditor. La verdadera cuestión es si los auditores -y los gestores de salud en general- estarán preparados para aprovechar las posibilidades que la tecnología ofrece. Porque la IA no sustituirá al profesional de la auditoría médica; sustituirá al que no sepa trabajar con ella.

 

(*) Médico. Especialista en Economía y Gestión en Salud. Exviceministro de Salud de la Nación. Expresidente del Grupo Unión Personal. Exgerente General de la Superintendencia de Servicios de Salud de la Nación.

 

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