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La auditoría médica ha sido,
históricamente, un engranaje
indispensable para el funcionamiento
de los sistemas de salud. Garantizar
que las prestaciones sean correctas,
que la facturación refleje lo
efectivamente realizado y que los
recursos se utilicen con eficiencia
ha requerido, durante décadas, un
trabajo exhaustivo y manual.
Expedientes interminables, historias
clínicas revisadas una a una y
profesionales que, más que
auditores, parecían corredores de
resistencia. Ese modelo, que alguna
vez fue el único posible, resulta
hoy anacrónico frente a los avances
de la digitalización y la irrupción
de la inteligencia artificial (IA).
La salud digital constituye un
ecosistema en el que confluyen
historias clínicas electrónicas,
plataformas de telemedicina,
dispositivos portátiles,
aplicaciones móviles y grandes bases
de datos administrativas. Es allí
donde la IA despliega todo su
potencial: algoritmos capaces de
procesar volúmenes masivos de
información en segundos, identificar
patrones invisibles al ojo humano,
detectar anomalías y anticipar
errores o fraudes antes de que se
produzcan. En la práctica, esto
significa pasar de una auditoría ex
post -reactiva, parcial y tardía- a
una auditoría predictiva y
preventiva, que funciona en tiempo
real y analiza la totalidad de los
casos.
Los beneficios son evidentes. En
primer lugar, la eficacia: tareas
repetitivas como la validación de
codificaciones o la búsqueda de
inconsistencias pueden
automatizarse, liberando al
profesional para concentrarse en lo
que realmente requiere juicio
clínico y criterio ético. En segundo
lugar, la calidad: la capacidad de
la IA para procesar universos
completos de información eleva la
precisión, reduce el margen de error
y permite descubrir situaciones
inusuales que antes quedaban ocultas
en los muestreos. Y, en tercer
lugar, la economía: menos rechazos,
menos reprocesos y mayor
previsibilidad en los flujos
financieros.
El impacto ya se observa en
distintas latitudes. Empresas como
Gebbs Healthcare han implementado
auditorías automatizadas que no solo
revisan el 100% de los registros,
sino que también clasifican la
gravedad de los hallazgos y proponen
acciones correctivas. Casos
similares muestran ahorros de miles
de horas mensuales y reducciones de
hasta el 40% en tiempos de
documentación, con precisiones
cercanas al 99,5%. En la Argentina,
obras sociales y hospitales
comienzan a integrar módulos de
auditoría inteligente que permiten
cruzar millones de datos en cuestión
de horas, identificar recetas
duplicadas o internaciones
innecesarias y optimizar procesos
clínico-administrativos.
Sin embargo, más allá de la
fascinación tecnológica, conviene
subrayar lo esencial: la IA no
reemplaza al auditor, lo potencia.
El algoritmo no interpreta matices
clínicos ni pondera dilemas éticos.
Lo que hace es señalar dónde mirar,
advertir sobre patrones anómalos y
proponer alternativas. La última
palabra, la que define la
pertinencia de un procedimiento o la
validez de un reclamo, sigue siendo
humana. La verdadera transformación
ocurre cuando la máquina descarga al
profesional de lo rutinario y le
permite enfocarse en la toma de
decisiones estratégicas.
Ahora bien, la incorporación de IA
en auditoría y facturación médica no
está exenta de desafíos. La
privacidad de los datos es un
requisito ineludible: el manejo de
información sensible exige
estándares robustos de seguridad y
marcos regulatorios claros. El sesgo
algorítmico constituye otro riesgo:
si los datos de entrenamiento
reproducen desigualdades
estructurales, los resultados
también lo harán.
Además, la falta de capacitación
puede transformar a la IA en una
caja negra incomprensible para
quienes la utilizan, debilitando su
legitimidad. Y, en todos los casos,
la supervisión humana sigue sien- do
obligatoria: automatizar sin control
es una invitación al error.
La cuestión ética resulta
particularmente relevante. ¿Quién es
responsable si un algoritmo se
equivoca y sugiere la aprobación de
una práctica indebida? ¿Cómo
garantizar la transparencia de los
modelos? ¿Qué grado de autonomía
otorgar a los sistemas de auditoría
inteligente?
Estas preguntas, lejos de invalidar
el uso de la IA, obligan a pensar en
marcos de gobernanza que incluyan a
profesionales de la salud,
especialistas en datos, reguladores
y usuarios. La tecnología, como todo
instrumento poderoso, requiere
reglas claras y controles adecuados.
Otro punto crítico es la elección
del proveedor. No todas las
soluciones de IA son iguales y un
error en la selección puede tener
consecuencias graves. Validar los
modelos en poblaciones locales,
exigir métricas sobre falsos
positivos y negativos, conocer los
mecanismos de actualización y
garantizar el soporte técnico son
pasos básicos. Igualmente, es
necesario que los contratos
establezcan con precisión la
propiedad y el uso de los datos: la
información clínica pertenece a los
pacientes y a las instituciones,
nunca al proveedor.
En este contexto, la auditoría
médica deja de ser una actividad
orientada a “cazar culpables” y se
convierte en una herramienta para
rediseñar procesos, capacitar
equipos y prevenir errores. El foco
se desplaza de la sanción a la
mejora continua. Y esto no es menor:
implica un cambio cultural profundo,
donde la detección temprana de
inconsistencias se transforma en una
oportunidad de aprendizaje
organizacional.
En definitiva, la IA es a la
auditoría médica lo que un detector
de metales es a un buscador: no
reemplaza la experiencia, pero
señala dónde excavar. Ahorra tiempo,
evita esfuerzos innecesarios y
multiplica las posibilidades de
hallazgo. El valor no reside en la
herramienta por sí misma, sino en la
capacidad del profesional para
interpretar lo que encuentra y tomar
decisiones informadas.
Estamos ante una transición
histórica. De la auditoría
retrospectiva y manual a la
auditoría predictiva, integral y en
tiempo real. De procesos
fragmentados a ecosistemas digitales
interconectados. De un rol centrado
en la revisión de expedientes a un
rol estratégico en la gestión
sanitaria. Y, sobre todo, de una
práctica burocrática a una función
que contribuye directamente a
mejorar la calidad de la atención y
la sostenibilidad del sistema de
salud.
La pregunta, entonces, no es si la
IA reemplazará al auditor. La
verdadera cuestión es si los
auditores -y los gestores de salud
en general- estarán preparados para
aprovechar las posibilidades que la
tecnología ofrece. Porque la IA no
sustituirá al profesional de la
auditoría médica; sustituirá al que
no sepa trabajar con ella.
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(*)
Médico. Especialista en
Economía y Gestión en Salud.
Exviceministro de Salud de
la Nación. Expresidente del
Grupo Unión Personal.
Exgerente General de la
Superintendencia de
Servicios de Salud de la
Nación.
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