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En el año 2013, en su libro Democracia y secreto, el
recientemente fallecido Norberto Bobbio, uno de los más
grandes filósofos contemporáneos de la política, hace
mención de que, “en ocasiones, por debajo del poder
visible se vislumbra un gobierno que opera en las
sombras, un “sottogoverno” que actúa en la oscuridad más
perfecta, un poder invisible que se forma y organiza
para obtener beneficios ilícitos o recabar ventajas…”.
Después de muchos años de describir ante auditorios
diversos, la actualidad de nuestro sistema de salud, la
pregunta habitual al final de esas disertaciones es cual
es la forma de solucionar los problemas, y más allá de
las explicaciones técnicas, siempre queda flotando la
necesidad de explicar ese “sottogoverno”, que
maravillosamente descripto por el italiano, parece haber
sido escrito para ser aplicado a nuestro sistema de
salud.
Las complejas interacciones entre pacientes,
proveedores, financiadores, legisladores y la política
en general, hacen particularmente vulnerable a la
corrupción del sector salud, debilitando su gobernanza y
fortaleciendo su inequidad, y no es un fenómeno local,
sino global, que, en las estimaciones mundiales del
gasto sanitario, representaría al menos el 7%, unos
500.000 millones de dólares estadounidenses.
Y constituye, con la falla en la prestación de
servicios, en la coordinación de la atención, el
sobretratamiento o atención de bajo valor, la falla en
los precios, y la complejidad administrativa, uno de los
componentes del denominado “gasto basura”, que el
Instituto de Medicina de EE. UU. describió en 2010, y
fueron actualizados por Berwick y Hackbarth en el año
2012.
La OCDE, ha estimado que el derroche en el gasto en
salud representa una cuarta parte del gasto total de los
sistemas de salud de sus países miembros, sin embargo,
en EE. UU. este llegaría al 50%, según un estudio de
Price Waterhouse, y Shrank, Rogstad y Parekh estimaron
en 2019, que fluctuaría entre 760 y 935 mil millones de
dólares, lo que representa aproximadamente el 25% del
gasto total en atención médica. De ellos, entre 58.500 y
83.900 millones de dólares al año corresponden a fraude
y abuso. (1)
La corrupción puede ocurrir en cualquier nivel e
involucrar a cualquier actor dentro del sistema, y se
correlaciona con malos resultados en salud: tasas más
altas de mortalidad infantil, menor esperanza de vida,
tasas más bajas de vacunación y más altas de resistencia
a los antibióticos.
Hoy estamos viviendo una importante catástrofe sanitaria
en la Argentina, producida en apariencia por la
manufactura incorrecta de un medicamento, al que además
no se le requirió trazabilidad. Los productos de baja
calidad pueden ser resultado de la inexperiencia técnica
o la capacidad regulatoria débil, o inadecuada para
garantizar la autenticidad de estos productos.
La OMS, en 2017, estimo, que el 20% de los medicamentos
contra la malaria, el 17% de los antibióticos y el 9% de
los anestésicos/analgésicos que circulan a nivel mundial
(en países de todos los niveles de ingresos) son de baja
calidad o falsificados.
Producir y distribuir medicamentos con malas prácticas
de manufactura representa una de las formas de
corrupción, pero la capacidad de asombro no se agota, y
aunque ya nada nos asombra ni asusta, las novedades
sobre la “participación” de una droguería al comprador
parece una cuestión casi de práctica habitual en el
sector, y parte del programa de la política.
Las relaciones financieras inapropiadas entre actores
del sistema de salud (funcionarios gubernamentales,
médicos y otros profesionales de la salud, compañías
farmacéuticas, de dispositivos médicos, de seguros)
están motivadas por el enriquecimiento financiero por
encima de la indicación médica, el bienestar del
paciente y/o la salud pública, y tienen el potencial de
resultar en intervenciones médicamente innecesarias o
intervenciones más costosas que enriquecen
financieramente a los proveedores a expensas de los
pacientes o los financiadores.
Otra manifestación potencial de relaciones inapropiadas
en el nivel más alto de gobierno incluye la
desregulación del sector para beneficiar a grupos de
interés específicos.
La facturación fraudulenta es otra forma de corrupción
que consiste en obtener reembolsos por servicios o
artículos que no se proporcionaron, que fueron más
complejos que lo que se proporcionó o que fueron
médicamente innecesarios; como el ausentismo frecuente o
no autorizado, cuando los trabajadores del sector
público eligen participar en actividades privadas
durante sus horas de trabajo.
Entre los factores que impulsan el ausentismo, se
incluyen salarios bajos en el sector público, falta de
supervisión, rendición de cuentas, y entornos de trabajo
deficientes. Los pagos informales a proveedores
individuales e institucionales, que se realizan fuera de
los canales de pago oficiales, tienen motivaciones
subyacentes similares a las descritas para el
ausentismo: los bajos salarios públicos o los
insuficientes honorarios privados.
En su presentación en el AmCham Health Forum el Ministro
de Salud hizo referencia a un sistema de salud “muy
hipócrita...”, y coincido absolutamente con él.
Despojarnos de esa hipocresía es condición sine qua non
para sentarnos en una mesa de convergencia en búsqueda
de una reforma que haga al sistema más eficiente y
equitativo.
Esa misma hipocresía explica porque muchas veces los
“que saben” o los más calificados no acceden a algunos
cargos. Es muy probable que no lo hagan por su
“ineficiencia” para facilitar algunos de estos
intercambios, y en todos los gobiernos hay poco espacio
para quienes no saben generar recursos para la política.
Bibliografía:
Gee J, Button M, The
financial cost of healthcare fraud 2014. PKF Littlejohn
LLP and University of Portsmouth, estiman el costo del
fraude en la atención médica en un promedio del 6,2% del
gasto mundial ( 5,65 billones), lo que asciende a 350
mil millones en términos absolutos.
| (*) Presidente del
Instituto de Política, Economía y Gestión en
Salud (IPEGSA) |
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