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Había una vez un sistema llamado residencias. En él, miles de
profesionales de la salud se formaban cada año, aprendiendo no
solo la teoría, sino a decidir bajo presión, a trabajar en
equipo, a acompañar en silencio. Las residencias han sido, desde
hace décadas, la forma en que la sociedad garantiza que quien
nos cuida no solo ha leído libros, sino que ha practicado lo
suficiente.
En los sistemas sanitarios, en particular fuera de América
latina, la residencia no es un complemento, es el núcleo de la
formación de los especialistas. Allí se aprende haciendo, bajo
supervisión progresiva, con responsabilidad creciente. Y es,
también, el último eslabón antes del ejercicio autónomo, por
ello es parte del sistema formativo y con fuerte participación
de las universidades. La Argentina, con un modelo mixto entre lo
formativo y lo asistencial, ha sostenido con esfuerzo un esquema
que tiene fuerte base en el sistema de salud.
Pero algo se resquebraja. Entre graduados que no las elijen,
normativas que no aportan soluciones, exámenes bajo sospecha y
falta de articulación institucional, el sistema de residencias
en la Argentina atraviesa una de sus peores crisis de
legitimidad.
El nuevo reglamento: entre
avances formales y retrocesos reales
En 2025, el Ministerio de Salud aprobó un nuevo Reglamento
General para el Sistema Nacional de Residencias (Res.
2109/2025). Se presenta como una modernización del marco
anterior, vigente desde 2015. Uno de los puntos más críticos es
la consolidación del régimen de “beca institucional” (¿A qué
instituciones se refiere no había autonomía institucional en el
sistema de salud público?), que mantiene a los residentes en una
situación de formación no laboralizada.
No hay aportes jubilatorios. No hay derechos equivalentes al
trabajo médico. Se legitima un modelo ambiguo, donde se exige
como a un trabajador, pero se reconoce como a un estudiante.
Además, se habilita un aumento en la carga de guardias mensuales
con un descanso post guardia parcial, lo que contradice las
recomendaciones de salud laboral en el ámbito sanitario, y puede
afectar la seguridad de los pacientes.
Tal vez lo más destacado es el intento de articulación con las
universidades. Aunque no profundiza en el modelo del vínculo
parece un intento de darle contexto académico de formación de
postgrado. Aunque la residencia sigue siendo, jurídicamente, un
camino optativo, sin que se integre como etapa formativa
obligatoria.
Cómo si esto fuera poco el
escándalo del Examen Único: síntomas de un sistema vulnerable
El Examen Único Nacional de Residencias Médicas es una
evaluación de conocimientos de grado para los aspirantes a
residencias, y es elaborada, coordinada y supervisada por el
Ministerio de Salud. Implementado a partir de 2011, este examen
surgió como una herramienta para unificar y homologar los
distintos procesos provinciales, extendiéndose progresivamente
hasta cubrir casi todo el territorio nacional hacia 2019 (sólo
la provincia de Córdoba no participa).
La prueba se complementa con el promedio de la carrera y, en
muchos casos, con entrevistas u otros criterios definidos según
el concurso distrital. Los resultados se utilizan para generar
el orden de mérito al momento de asignar los cupos en más de
setenta especialidades.
Este año en el Examen Único Nacional de ingreso a residencias
médicas, realizado el 1° de julio de 2025, se detectaron
resultados incongruentes. Entre los puntajes más altos había
estudiantes cuyos resultados no se condecían con su rendimiento
académico de grado, y un número inusual de egresados de
universidades extranjeras muy puntuales los que también
aparecían entre los primeros puestos con notas superiores a
90/100.
Se hablo de filtración, de falta de control y del uso de la
tecnología. La respuesta oficial fue reactiva, el Ministerio
sus- pendió el ranking y convocó a 268 aspirantes a rendir
nuevamente el examen. Se inició también un cruce de datos con
migraciones. Estas medidas no aplicaron un criterio estadístico
sólido para definir a quiénes se incluía, ni se cruzaron
antecedentes académicos, que podrían haber ayudado a separar el
fraude de la excelencia legítima.
¿Cuál fue el problema real?, si fue una filtración maliciosa, si
hubo insuficiente control y por ende posiblidades de copia, pasa
a ser una anécdota. La presencia de extranjeros no es el
problema, sino algo que merece ser analizado y políticas
específicas que requieren análisis de datos y decisiones
inteligentes.
La forma de resolver el conflicto no merece demasiado análisis,
con sus idas y vueltas, y una construcción psicométricamente
cuestionable solo nos devuelve la necesidad de proteger
preventivamente este proceso con políticas concretas en el
futuro. Queda claro que el proceso de selección es vulnerable y
requiere un urgente blindaje tecnológico y recursos suficientes
para generar controles adecuados.
Lo sucedido no es solo un episodio escandaloso, se convirtió en
la excusa para poner fin a una de las pocas políticas públicas
en salud que había atravesado distintos gobiernos y mantenido un
consenso básico. Es, además, una advertencia. La situación
expone la radiografía de un sistema que, en lugar de
fortalecerse, aparece cada vez más cuestionado y sometido a
decisiones que no aumentan su atractivo ni su capacidad de
retener talento.
En lugar de promover una mayor integración, se fomenta la
fragmentación, ahora incluso a nivel distrital, en un esquema
que ya mostraba serias dificultades para articular entre actores
clave como universidades, hospitales, gobiernos y sociedades
científicas.
El Examen Único Nacional fue, durante más de una década, un
instrumento valioso cuya consolidación demandó un enorme
esfuerzo. Su eliminación no es un mero cambio administrativo:
nos hace retroceder al menos 15 años, desmantelando una
herramienta central para la planificación del capital humano en
salud.
Este tipo de examen está presente en muchos países que priorizan
la calidad de sus sistemas sanitarios, desde España, Estados
Unidos, Canadá, Francia u Holanda, hasta naciones cercanas como
México y otros países latinoamericanos, inde- pendientemente de
su organización federal o unitaria.
Si las residencias y su sistema de admisión pierden
credibilidad, la salud pierde su sostén ético; y si el ingreso
se fragmenta en múltiples exámenes, obligando a los aspirantes a
peregrinar de una convocatoria a otra, se reducirá la cantidad y
diversidad de médicos que acceden a la formación especializada.
Nadie quiere un profesional cuya formación esté en duda, y para
garantizarlo la residencia es clave. Pero tampoco ningún joven
médico debería sentir que su futuro depende de un sistema que no
sabe, o no quiere, cuidarlo.
Cuidar lo que funciona
En medio de la crisis, en ámbitos de salud crece el consenso
sobre algo que hasta hace poco era objeto de debate y es que la
residencia debería ser obligatoria para ejercer como
especialista. Y para ello debe estar protegida, jerarquizada y
articulada. Para lograrlo es necesario que se fortalezca el
sistema, se financie, se asegure la supervisión, y la evaluación
de la calidad de formación. Que universidades, Estado y
profesionales trabajen en conjunto en normas claras que aseguren
esos principios.
Había una vez un sistema llamado residencias. Que no se
convierta en un cuento del pasado.
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