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Columna


El copago: un freno a la equidad…
Por el Doctor Ignacio Katz

“…los errores avanzan…”
Gastón Bachelard
   

Una nueva muleta acaba de ser incorporada a nuestro fracturado sistema de salud: se trata de los copagos. Cuando con descaro se sobrepasa el límite, se obtiene por resultado el desprecio de la fraternidad y se desenmascara la falsa solidaridad. Con el imperativo de conciencia y el espíritu crítico que la aguda situación sanitaria impone, es hora, entonces, de reflexionar sobre esta nueva manifestación del parche perpetuo.
Muchos interrogantes se abren. ¿Cómo podríamos conjugar esta etapa “de moda” de la medicina preventiva (que siguió a aquella del hospital de autogestión, la que a su vez fue suplantada por el médico de cabecera y ésta, a su turno, por el médico de familia) con esta imposición del copago? Además ¿cómo se podría armonizar el llamado copago con el Programa Médico Obligatorio de Emergencia? ¿Y cómo puede elaborarse una justificación del copago ante las patologías crónicas?
El desequilibrio financiero, que podría ser aprovechado para un profundo replanteo sanitario, se malgasta al cercenar el espíritu solidario, que supo ser enunciado como basamento en la creación de las obras sociales. Sanear el derroche (componente de la clásica fórmula argentina que suma de modo perverso derroche más carencia) hubiera sido un objetivo adecuado y oportuno, pero una vez más se malogra la posibilidad.
Estos copagos sólo sirven para entretener al proletario médico, que ha perdido su condición de profesional liberal, con una propina, cuyo destino final (el médico o la prepaga) debería inscribirse en el capítulo de los subsidios encubiertos. Esto tiene una consecuencia más grave aún es que los copagos destruyen el concepto de solidaridad, puesto que se aplican en un momento de verdadera necesidad.
La obsolescencia no es sólo edilicia, como podríamos creer si leemos a la ligera las noticias de la prensa. La actual condición sanitaria es resultante de condicionamientos estructurales perimidos. Cuando nos referimos a las estructuras perimidas, no planteamos la necesidad de restaurarlas sino de actualizarlas. Esta actualización debe ir en correspondencia con una Nueva Arquitectura Organizacional que eslabone la asistencia médica desde la atención primaria hasta la internación, pasando por las prestaciones ambulatorias. En este sentido debemos enfatizar, aunque resulte obvio, la necesaria incorporación de la informática y de la tecnología adecuada, a sabiendas de que en la Argentina, y tanto en el sector privado como en el público, su adquisición se alejó de toda planificación y, su uso, de toda racionalidad.
Valga aquí el ejemplo del Hospital Moyano: no se trata de reparar pabellones hospitalarios sino de llevar adelante políticas innovadoras en la atención psiquiátrica, que desde ya implicarán, entre otras consecuencias, la transformación de las instalaciones en los centros específicos.
En segundo término, las estructuras perimidas no se revierten con medidas puntuales, como los copagos. Este tipo de medidas ocasionales carecen de valor si no están articuladas dentro de una planificación del conjunto sanitario. No se trata de desconocer, por ejemplo, la carencia de anestesistas ni las modalidades poco felices de su accionar comercial. Menos aún, las características de contratación de los profesionales, que llegan al colmo en la situación de los changarines de guardia. No es posible caer en el grotesco de enunciar planes de medicina preventiva y al mismo tiempo imponer los copagos. Menos aún, llevar esta medida a las obras sociales, que a su vez se autocalifican “solidarias”.
Por último, para expresar con elocuencia el grado de conciencia que indique el punto al que hemos llegado, deberíamos apelar, en vez de al índice de mortalidad, al índice de sufrimiento social. Con el mismo énfasis con el que se defiende la propiedad privada, debemos defender la propiedad pública. Es dentro de esta última que la salud juega un rol trascendente en su doble misión de respetar la dignidad humana y de posibilitar que perviva la medicina (y junto con ella, también, la salud de gestión privada).
En nuestro país, el repliegue del Estado -forma cínica de referirse a su mutilación- va mostrando la desprotección que impera en el campo sanitario. Una vez más, el calificado estado de excepción transparenta el escenario en el que se despliega el área de la salud. En él, el ser humano se ha transformado en un nuevo consumidor. Continuamos mirándonos en el espejismo neoliberal, que vuelve con su archiconocida receta:

  • ajuste de presupuesto

  • modificación de tarifas

  • reforzar con nombramientos una estructura fosilizada.

¿Y la transformación? ¿Y la evolución? ¿Cuándo? Seguimos aceptando la lógica de laissez faire del mercado, y la asimilamos con pasividad y una buena dosis de anestesia social. Es hora de encarar normas sociales y productivas que posibiliten arribar a lo sustancial: una vida digna.
Del mismo modo, debemos entender mejor los mecanismos de compensación económica, dado que la fragmentación del sistema asistencial hace que frente a un “bien prevalente” como es la salud, las prácticas comerciales adopten formas de “dueños y señores” ante los requerimientos de los pacientes, siendo de hecho un modo de sumisión; es decir, quedando aquéllos subordinados a imperativos de lucro.
No se trata de una pregunta retórica. La búsqueda de la respuesta pone al descubierto la real situación sanitaria. El sistema de salud está enfermo, y son muchos los síntomas que lo demuestran: se realizan intervenciones quirúrgicas que no corresponden (apendicitis e histerectomías, entre otras); se solicitan análisis de laboratorio en cantidad desmedida (se calcula que el 90 % da valores normales); el mal uso de fármacos ocasiona 100.000 internaciones hospitalarias al año (“La Nación”, 7 de enero de 2007); no existen los diagnósticos protocolizados; 80.000 personas quedan sin atención y se postergan 650 cirugías por los paros en los hospitales (“Clarín”, 16 de marzo de 2007); vuelve a amenazar el dengue...
Se impone tratar el tema de la salud con todo rigor científico; es decir, con los conocimientos y la tecnología que afortunadamente ya poseemos. ¿Puede ser compensada la falta de decisión, coraje e imaginación? De ningún modo. Su ausencia es irreemplazable.
La elaboración y puesta en marcha de una planificación estratégica sanitaria no puede dejarse a un lado por razones contingentes o de urgencia. Por el contrario, son sólo las soluciones elaboradas y articuladas las que posibilitan la puesta en marcha de la construcción de un Sistema Integrado de Salud.
No podemos ignorar la disgregación a la que fue sometida nuestra trama social. Por ello, se vuelve perentorio elaborar una planificación estratégica y operacional que procure revertir la actual insuficiencia multiorgánica y articule un plan de coyuntura con un plan maestro nacional.
Para revertir la condición sanitaria se necesita un tablero de comando que esté implementado por la función de Agencia Sanitaria. La función de Agencia es el recurso idóneo para rescatar la solidaridad del chantaje, que hoy toma el nombre de los copagos.
Los llamados a la toma de conciencia no pueden ser estigmatizados como posiciones alarmistas; menos aún, ser calificados con ligereza de apocalípticos. Responden a impulsos genuinos que reconocen las necesidades del pueblo y tienen como objetivo recomponer la dignidad humana como categoría primaria.
La nominación de Estado benefactor para las etapas pasadas es falsa, ya que la primera y mínima razón de la noción del Estado es la de brindar protección a su pueblo. Pensarlo de otro modo implica distorsionar el concepto de país y reducirlo al concepto de territorio productor de bienes. Bienes destinados a otro país, que haya superado el rango de colonia.
En síntesis, hay que crear un verdadero Sistema Integrado de Salud que nos permitirá recuperar los calificativos de libertad y justicia, que juntamente con el de soberanía nos permiten ser Nación.
 

Ignacio Katz, Doctor en Medicina (UBA) ,
Autor de: “Argentina Hospital, El rostro oscuro de la salud” , (Edhasa, 2004).

 

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