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Una nueva muleta acaba
de ser incorporada a nuestro fracturado sistema de
salud: se trata de los copagos. Cuando con descaro se
sobrepasa el límite, se obtiene por resultado el
desprecio de la fraternidad y se desenmascara la falsa
solidaridad. Con el imperativo de conciencia y el
espíritu crítico que la aguda situación sanitaria
impone, es hora, entonces, de reflexionar sobre esta
nueva manifestación del parche perpetuo.
Muchos interrogantes se abren. ¿Cómo podríamos conjugar
esta etapa “de moda” de la medicina preventiva (que
siguió a aquella del hospital de autogestión, la que a
su vez fue suplantada por el médico de cabecera y ésta,
a su turno, por el médico de familia) con esta
imposición del copago? Además ¿cómo se podría armonizar
el llamado copago con el Programa Médico Obligatorio de
Emergencia? ¿Y cómo puede elaborarse una justificación
del copago ante las patologías crónicas?
El desequilibrio financiero, que podría ser aprovechado
para un profundo replanteo sanitario, se malgasta al
cercenar el espíritu solidario, que supo ser enunciado
como basamento en la creación de las obras sociales.
Sanear el derroche (componente de la clásica fórmula
argentina que suma de modo perverso derroche más
carencia) hubiera sido un objetivo adecuado y oportuno,
pero una vez más se malogra la posibilidad.
Estos copagos sólo sirven para entretener al proletario
médico, que ha perdido su condición de profesional
liberal, con una propina, cuyo destino final (el médico
o la prepaga) debería inscribirse en el capítulo de los
subsidios encubiertos. Esto tiene una consecuencia más
grave aún es que los copagos destruyen el concepto de
solidaridad, puesto que se aplican en un momento de
verdadera necesidad.
La obsolescencia no es sólo edilicia, como podríamos
creer si leemos a la ligera las noticias de la prensa.
La actual condición sanitaria es resultante de
condicionamientos estructurales perimidos. Cuando nos
referimos a las estructuras perimidas, no planteamos la
necesidad de restaurarlas sino de actualizarlas. Esta
actualización debe ir en correspondencia con una Nueva
Arquitectura Organizacional que eslabone la asistencia
médica desde la atención primaria hasta la internación,
pasando por las prestaciones ambulatorias. En este
sentido debemos enfatizar, aunque resulte obvio, la
necesaria incorporación de la informática y de la
tecnología adecuada, a sabiendas de que en la Argentina,
y tanto en el sector privado como en el público, su
adquisición se alejó de toda planificación y, su uso, de
toda racionalidad.
Valga aquí el ejemplo del Hospital Moyano: no se trata
de reparar pabellones hospitalarios sino de llevar
adelante políticas innovadoras en la atención
psiquiátrica, que desde ya implicarán, entre otras
consecuencias, la transformación de las instalaciones en
los centros específicos.
En segundo término, las estructuras perimidas no se
revierten con medidas puntuales, como los copagos. Este
tipo de medidas ocasionales carecen de valor si no están
articuladas dentro de una planificación del conjunto
sanitario. No se trata de desconocer, por ejemplo, la
carencia de anestesistas ni las modalidades poco felices
de su accionar comercial. Menos aún, las características
de contratación de los profesionales, que llegan al
colmo en la situación de los changarines de guardia. No
es posible caer en el grotesco de enunciar planes de
medicina preventiva y al mismo tiempo imponer los
copagos. Menos aún, llevar esta medida a las obras
sociales, que a su vez se autocalifican “solidarias”.
Por último, para expresar con elocuencia el grado de
conciencia que indique el punto al que hemos llegado,
deberíamos apelar, en vez de al índice de mortalidad, al
índice de sufrimiento social. Con el mismo énfasis con
el que se defiende la propiedad privada, debemos
defender la propiedad pública. Es dentro de esta última
que la salud juega un rol trascendente en su doble
misión de respetar la dignidad humana y de posibilitar
que perviva la medicina (y junto con ella, también, la
salud de gestión privada).
En nuestro país, el repliegue del Estado -forma cínica
de referirse a su mutilación- va mostrando la
desprotección que impera en el campo sanitario. Una vez
más, el calificado estado de excepción transparenta el
escenario en el que se despliega el área de la salud. En
él, el ser humano se ha transformado en un nuevo
consumidor. Continuamos mirándonos en el espejismo
neoliberal, que vuelve con su archiconocida receta:
¿Y la transformación?
¿Y la evolución? ¿Cuándo? Seguimos aceptando la lógica
de laissez faire del mercado, y la asimilamos con
pasividad y una buena dosis de anestesia social. Es hora
de encarar normas sociales y productivas que posibiliten
arribar a lo sustancial: una vida digna.
Del mismo modo, debemos entender mejor los mecanismos de
compensación económica, dado que la fragmentación del
sistema asistencial hace que frente a un “bien
prevalente” como es la salud, las prácticas comerciales
adopten formas de “dueños y señores” ante los
requerimientos de los pacientes, siendo de hecho un modo
de sumisión; es decir, quedando aquéllos subordinados a
imperativos de lucro.
No se trata de una pregunta retórica. La búsqueda de la
respuesta pone al descubierto la real situación
sanitaria. El sistema de salud está enfermo, y son
muchos los síntomas que lo demuestran: se realizan
intervenciones quirúrgicas que no corresponden
(apendicitis e histerectomías, entre otras); se
solicitan análisis de laboratorio en cantidad desmedida
(se calcula que el 90 % da valores normales); el mal uso
de fármacos ocasiona 100.000 internaciones hospitalarias
al año (“La Nación”, 7 de enero de 2007); no existen los
diagnósticos protocolizados; 80.000 personas quedan sin
atención y se postergan 650 cirugías por los paros en
los hospitales (“Clarín”, 16 de marzo de 2007); vuelve a
amenazar el dengue...
Se impone tratar el tema de la salud con todo rigor
científico; es decir, con los conocimientos y la
tecnología que afortunadamente ya poseemos. ¿Puede ser
compensada la falta de decisión, coraje e imaginación?
De ningún modo. Su ausencia es irreemplazable.
La elaboración y puesta en marcha de una planificación
estratégica sanitaria no puede dejarse a un lado por
razones contingentes o de urgencia. Por el contrario,
son sólo las soluciones elaboradas y articuladas las que
posibilitan la puesta en marcha de la construcción de un
Sistema Integrado de Salud.
No podemos ignorar la disgregación a la que fue sometida
nuestra trama social. Por ello, se vuelve perentorio
elaborar una planificación estratégica y operacional que
procure revertir la actual insuficiencia multiorgánica y
articule un plan de coyuntura con un plan maestro
nacional.
Para revertir la condición sanitaria se necesita un
tablero de comando que esté implementado por la función
de Agencia Sanitaria. La función de Agencia es el
recurso idóneo para rescatar la solidaridad del
chantaje, que hoy toma el nombre de los copagos.
Los llamados a la toma de conciencia no pueden ser
estigmatizados como posiciones alarmistas; menos aún,
ser calificados con ligereza de apocalípticos. Responden
a impulsos genuinos que reconocen las necesidades del
pueblo y tienen como objetivo recomponer la dignidad
humana como categoría primaria.
La nominación de Estado benefactor para las etapas
pasadas es falsa, ya que la primera y mínima razón de la
noción del Estado es la de brindar protección a su
pueblo. Pensarlo de otro modo implica distorsionar el
concepto de país y reducirlo al concepto de territorio
productor de bienes. Bienes destinados a otro país, que
haya superado el rango de colonia.
En síntesis, hay que crear un verdadero Sistema
Integrado de Salud que nos permitirá recuperar los
calificativos de libertad y justicia, que juntamente con
el de soberanía nos permiten ser Nación.
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Ignacio Katz, Doctor en Medicina
(UBA) ,
Autor de: “Argentina Hospital,
El rostro oscuro de la salud” ,
(Edhasa, 2004). |
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