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La afirmación del notable sociólogo
Zigmunt Baumant, de que las
creencias no necesitan ser
coherentes para ser creíbles,
encuentra un magnífico ejemplo en el
sistema de salud de los
monotributistas, cuya inconcebible e
increíble historia pareciera
comenzar a adquirir algún ribete de
coherencia.
Desde la implementación del sistema
advertimos de las gravísimas
falencias que el mismo tiene desde
el punto de vista de la teoría del
seguro, transformándose, para
quienes desarrollamos labor
académica en el campo de la
seguridad social, en un prodigioso
ejemplo de lo que no se debe hacer
en un seguro de salud.
Paso a mencionar algunos ejemplos:
1. El aporte para salud (al igual
que el jubilatorio) es fijo, y no
progresivo con el ingreso de los
beneficiarios. De esta forma quienes
ganan un promedio de $ 1.000 por mes
(1a categoría) aportan lo mismo que
quienes poseen un ingreso promedio
de $ 6.000 por mes. Esto contradice
un principio básico de la seguridad
social: el de la solidaridad, por el
cual quienes más ganan más aportan.
2. En la misma línea, el aporte al
Fondo Solidario de Redistribución
(tal vez el más poderoso mecanismo
de equilibrio solidario del sistema
de obras sociales) tampoco es
progresivo, por lo cual cuando es
necesario cubrir las prestaciones de
alto costo y baja incidencia, el
subsidio es regresivo: los
trabajadores en relación de
dependencia que menos ganan,
subsidian las prestaciones de los
monotributistas que más ganan.
3. El valor del aporte fue fijado
conforme al monto del llamado
subsidio nominativo, con el cual
sabiamente la ley compensaba a
través del Fondo Solidario de
Redistribución a aquellos
beneficiarios cuyo aporte y
contribución del 9% sobre sus
salarios -los más bajos del
sistema-, no alcanzaban para cubrir
el costo del Programa Médico
Obligatorio. Por lo tanto dicho
valor no refleja el costo de dicho
Programa, sino solamente alrededor
del 45% del mismo, poniendo entonces
en peligro la sustentabilidad
económica del sistema. Cabe aclarar
que la fijación de este valor como
referencia, fuertemente resistido
por el área de salud en las
discusiones que precedieron a la
implementación del sistema (contando
en ese momento, por primera vez, con
un estudio actuarial de los costos
del PMO), fue sostenido e impuesto
por las autoridades económicas y
fiscales de la época, que vieron con
lógica, la posibilidad de
aseguramiento en salud como un
incentivo para el pago de impuestos.
4. El error más grave lo representa,
posiblemente, la tácita autorización
que el sistema otorga para conformar
el llamado “abuso moral” a favor de
los beneficiarios, y en detrimento
de las aseguradoras (las obras
sociales); pues con el solo pago
voluntario del aporte, este otorga
el acceso a la totalidad de los
servicios. Con lo cual, además, con
un pago menor al de todos los
trabajadores en relación de
dependencia (aproximadamente el 27 %
de lo que aporta este trabajador con
el mismo ingreso), se adquiere el
derecho al mismo servicio. Con esta
facilidad, uno puede entonces elegir
asegurarse exclusivamente cuando se
enferma, lesionando así, además, la
solidaridad que existe en el sistema
entre sanos y enfermos (para hacerlo
más gráfico, el resultado sería el
mismo que se lograría si las
aseguradoras de automóviles
aseguraran los vehículos luego de
robados o chocados).
Este diseño (de allí lo inconcebible
e increíble) puede adquirir un dejo
de racionalidad (posiblemente el
único), si se lleva a cabo la
modificación del aporte
relacionándolo con el valor
estimativo del costo del PMO de
acuerdo al riesgo de enfermar por
edad y sexo, tal como se propone (y
como nosotros, desde la
Superintendencia de Servicios de
Salud habíamos postulado en las
discusiones con las autoridades
económicas y los legisladores al
momento de su implementación).
Si bien esto representa un claro
progreso, debe tenerse en cuenta,
que no soluciona los errores clave
del diseño. Por supuesto, no influye
sobre el mencionado en el acápite 4,
permitiendo continuar con el
“fraude” legitimado jurídicamente
contra las aseguradoras.
Tampoco resuelve los puntos 1 y 2,
pues los aportes siguen sin tener
relación con los ingresos, con lo
cual la solidaridad respecto al uso
del Fondo Solidario de
Redistribución continua invertida
desde quienes menos ganan hacia
quienes más ganan.
El punto 3 también continua sin
resolverse pues no existe mecanismo
solidario, ya que cada cual aporta
en función de su probable gasto y
probabilidad de enfermar, sin
mecanismo solidario respecto de
quienes poseen una probabilidad
mayor.
En definitiva, en un país que, como
en el nuestro, la enorme
fragmentación, unida a un alto gasto
de bolsillo, acentúan la inequidad
(en términos no solo económicos,
sino de calidad y accesibilidad del
sistema), el sistema de salud de los
monotributistas, constituye un
ejemplar muestrario de fragmentación
e inequidad; y los parches que se le
agregan, a falta de una modificación
total del mismo; resultan ni chicha
ni limonada.
Probablemente cuando en pocos años
más, el sistema solidario quiebre,
fruto de estos horrores del diseño,
recordemos (si realmente somos un
país en serio) que la salud no es un
bien individual, ni de consumo, sino
comunitario y solidario, y decidamos
llevar a cabo las reformas profundas
necesarias, que aumenten la
cobertura pero en un marco de
solidaridad, equidad y
sostenibilidad financiera, caso
contrario, deberemos tener a mano
las excusas habituales: corrupción
de los dirigentes; falta de
transparencia; y otros, que por el
estilo, justifiquen nuestra
impericia, negligencia y desidia en
la construcción de las políticas
sociales y la renuncia del Estado a
ejercer el papel de control que
realmente le corresponde. |