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En pocos días más, los argentinos
decidiremos democráticamente quienes
nos gobernarán por los próximos 4
años. Más allá de los resultados,
resulta un momento propicio para
pasar revista a lo realizado y
esbozar una agenda futura.
En esa mirada hacia atrás, no debe
omitirse (como frecuentemente sucede
en muchos análisis) la situación de
base, producto de la más fenomenal
crisis que el país y el sector
atravesaron en las últimas décadas
(con un país desmembrado y una
Nación que se diluía, en cesación de
pagos, con una ordenación
institucional seriamente amenazada y
un profundo cuestionamiento del
principio de autoridad), y mencionar
entonces dos períodos claramente
diferenciados: uno que va desde
comienzos de 2002, y que abarca el
2003, en que los responsables de la
salud en las provincias y en la
Nación, realizaron un importantísimo
esfuerzo, que debe medirse más por
lo que se evitó que sucediese en
términos de lesiones al sistema, por
el serio impacto de la crisis en los
servicios públicos y privados; y que
tuvo como objetivo principal evitar
que el sistema sucumbiese. La
vigorosa recreación del COFESA,
constituyó un espacio clave para esa
acción, del mismo modo que el Comité
de Crisis, que creado en ese
momento, permitió la activa
participación de los distintos
actores del sector, cuya muy
prudente acción, aún más allá de
este espacio, cabe acotar, fue un
invalorable aporte para capear el
temporal. Un segundo período
(2004-2007) está signado por los
acuerdos alcanzados en el Plan
Federal de Salud, fruto de los
cuales se ha reposicionado la
atención primaria como modelo
prestador esencial del sistema; se
ha garantizado el acceso a
medicamentos a los más pobres a
través del programa Remediar, se ha
instaurado el programa de salud
sexual y procreación responsable, se
ha aumentado la cobertura de
inmunización, y se ha disminuido
fuertemente la tasa de mortalidad
infantil, entre otros logros.
En resumen, podríamos decir que se
ha producido una poderosa
recuperación de la función de
rectoría del Ministerio de Salud
Nacional, en especial de las
dimensiones de aquellas que tienen
que ver con las funciones esenciales
de salud pública , la conducción
sectorial y la regulación.
Hacia el futuro, la Argentina
enfrenta dos fuertes desafíos en
salud: proteger el terreno ganado y
garantizar el acceso de toda la
población a servicios y medicamentos
sin las brechas actuales (en
términos de calidad, oportunidad,
etc.), fruto de la gran segmentación
del sistema.
Justamente dentro de esa función
rectora a la que hicimos referencia,
se encuentran otras dimensiones: la
armonización del financiamiento (en
términos de monitoreo y ajuste de
las complementariedades en los
recursos de las diferentes fuentes
para asegurar acceso equitativo a
los servicios de salud para la
población); la armonización de la
provisión de servicios (en términos
de promover las complementariedades
entre diversos proveedores de
servicios y grupos de usuarios y
extender la cobertura en la atención
de salud de manera equitativa y
eficiente), y la garantía de
aseguramiento. Está claro que las
dos primeras están lejos de ser
cumplidas, y ello no es resultado de
la desidia del Ministerio de Salud
Nacional, sino de la conjunción de
dos factores cuya solución transita
por los terrenos de las decisiones
políticas y de la calidad
institucional, que, en serio, nos
conducirán a ser un país en serio
(sin perdón de la redundancia).
El primer factor es la rígida
relación jurídica e institucional
entre Nación y Provincias en nuestro
sistema federal, que requerirá un
consenso realmente serio para su
redefinición (que seguramente supera
la decisión de un tercer senador o
la nacionalización del sistema
previsional). El segundo, de más
sencilla resolución (en serio) es la
integración (en serio) a la
conducción sectorial del Ministerio
de Salud, del sistema nacional de
obras sociales, el Pami y la
regulación de los seguros privados.
Porque aun, cuando los índices de
empleo y pobreza se encuentran en
franca mejoría, ésta y el desempleo,
continúan siendo elevados, por lo
cual la clara mejora experimentada
en la recaudación y los servicios de
las obras sociales y del Pami, no
deben ocultar la necesidad de una
articulación entre ellas (en todas
sus expresiones: nacionales,
provinciales, universitarias, etc.),
los servicios del subsector público
y el aseguramiento privado.
No intentarlo, en las excepcionales
condiciones de crecimiento de la
economía y de mejora de los
indicadores que disponemos, pueden
llevarnos a que posiblemente en
algunos años hablemos de una
oportunidad perdida (en serio). O lo
que es peor, que confirmemos el
pensamiento de Bertrand Russell:
Gran parte de las dificultades por
las que atraviesa el mundo se deben
a que los ignorantes están
completamente seguros y los
inteligentes llenos de dudas. |