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APUNTES SOBRE EFICIENCIA
Todos los que administran un
patrimonio, desde la más humilde ama
de casa hasta el CEO de una
multinacional, procuran que el gasto
sea lo más eficiente posible. Este
principio es el que lleva a la
señora a comprar las verduras de
estación, que nos alimentan mejor
cuando están más baratas y al
ejecutivo a renovar la flota de su
gran aerolínea con unidades Airbus y
no Boeing, porque las primeras
gastan menos combustible por
pasajero transportado/Km.
Ambos tratan de obtener el máximo
beneficio del dinero gastado.
La financiación de la prestación de
salud parece no seguir este
principio, sino el inverso.
NECESIDADES INFINITAS VS. RECURSOS
FINITOS
Una de las definiciones de la
economía política dice que es la
ciencia de administrar recursos
finitos para satisfacer necesidades
infinitas.
El gasto público es un claro ejemplo
de tendencia a la “infinitud”.
Aun en presupuestos socialmente
válidos nos encontramos con la
tendencia: Imaginemos que logramos
los recursos para que los maestros
ganen $ 2.000 o 3.000,- por turno
¿quién podría decir que no es bueno
pagarles el doble? O si la
prestación mínima jubilatoria fuera
de $4.000,- ¿Por qué no llevarla a
6.000 así la pasan mejor? Lo mismo
podemos decir del gasto edilicio o
en equipamiento informático y en
vivienda social: siempre habrá algo
mejor que cueste más.
Pero, qué pasa con el gasto médico:
GASTO EN SALUD vs. GASTO MEDICO
Cuando el Dr. Roa era funcionario de
la Superintendencia de Servicios de
Salud dio a conocer las cifras de
mortalidad por tuberculosis cada
10.000 habitantes en Londres entre
1850 y 1948, graficados en ejes
cartesianos (en tantos congresos la
exhibió, que para mí es “la curva de
Roa”). Mostraba un descenso de la
mortalidad muy pronunciado: como de
45º (en 1850 morían 100 y en 1948, 3
o 4, para la misma cantidad de
habitantes). Lo más interesante era
que en ese siglo la ciencia médica
no había avanzado mucho en el
tratamiento de la enfermedad. Las
causas de la mejora eran sanitarias:
alcantarillado y aceptación social
de medidas elementales de higiene;
urbanísticas: la destrucción de los
arrabales y su reemplazo por
viviendas dignas; laborales:
ambiente de trabajo no tóxico y
limitación de la jornada laboral.
Los progresos del sistema de salud
pública tenían baja incidencia
porque la mayor parte del siglo se
utilizaron tratamientos que ahora
sabemos eran muy poco eficaces. Una
gran mejora en la salud que poco
tiene que ver con la medicina.
EL
GASTO MEDICO
El sector salud tiene el dudoso
privilegio de administrar un gasto
progresivamente ineficiente, lo
sanitario es eficiente y cuando
entramos en el gasto médico la
ineficiencia aumenta en paralelo a
la complejidad.
Si planificamos bien, con campañas
de prevención de baja complejidad
obtenemos una eficiencia del gasto
astronómicamente superior al
tratamiento de le enfermedad
declarada. Basta comparar lo que
cuesta por persona una campaña de
prevención o de detección precoz más
el tratamiento en estadios iniciales
contra el costoso y de bajo éxito
tratamiento del cáncer declarado.
El sistema médico cubano, con baja
tecnología y buenos resultados se
funda en este principio: prevenir y
detectar tempranamente.
La medicina básica es bastante
eficiente en su ecuación
costo/beneficio.
Una vez instalada la enfermedad
grave la estadística es
desalentadora: el 70% del gasto
médico de un individuo se emplea en
“tratar” la dolencia que lo mata.
LA
EFICIENCIA AL EXTREMO
Si aplicamos el principio de
eficiencia en la economía de la
salud, tal como se lo hace en otras
actividades, podemos llegar a
negarnos a financiar el tratamiento
de las enfermedades terminales o que
estadísticamente lo son en un alto
porcentaje o el cuidado de la salud
de los mayores de determinada edad
alegando que la estadística dice que
de todas maneras van a vivir muy
poco, el tratamiento es caro y los
resultados positivos muy escasos así
que: solamente cuidados paliativos…
y a morirse sin dolor.
La idea la obtuve de una película de
ciencia ficción pesimista y subleva
por su frialdad.
Pero: debe haber eficiencia en la
economía de la salud, si queremos
mantener el sistema ya que los
recursos son finitos y las
necesidades no.
GASTO EN SALUD O FINANCIACION DE LA
ESPERANZA (VANA) UNA CONTRADICCION
INSUPERABLE
¿Dónde se cruzan la curva de la
eficiencia con la del despilfarro?
Nadie discute que se gaste mucho
dinero en la prolongación de una
vida (¿cuánto cuesta un trasplante
cardíaco?) inclusive si esa
prolongación es estadísticamente
dudosa, aunque algún límite debe
haber, pero… dónde está ese
razonable punto en el cual gastamos
todo lo necesario sin despilfarrar.
Desde la óptica del financiador, no
limitada por la ética, podemos
llegar a extremos como el de la
película de ciencia ficción
pesimista. Si introducimos la ética
llegaremos a financiar tratamientos
basados en la evidencia, aunque sean
caros y de baja eficiencia.
Desde la óptica individual el gasto
es potencialmente infinito: si
nuestra vida o la de nuestros hijos
está en peligro y la ciencia oficial
no nos da esperanza, a quién no le
gustaría tentar suerte con un
tratamiento experimental en el
extranjero que cueste “unos pocos”
cientos de miles o aún millones de
dólares…igual tenemos una sola vida
y lo paga el financiador. La misma
situación planteada en cualquier
otro ámbito sería considerada como
delictiva o al menos crudamente
egoísta, pero cuando está en juego
la vida, despierta comprensión.
En los casos extremos, nunca habrá
una forma de conciliar el punto de
vista colectivo con el individual,
solamente podemos aspirar a vivir la
contradicción.
¿QUIEN DECIDE?
La decisión debería estar en manos
de autoridades que decidan criterios
generales y contrapongan
adecuadamente el interés individual
con el colectivo.
El punto de corte, en nuestra
opinión estaría dado por los
tratamientos que aun caros tengan
respaldo científico, o sea: medicina
basada en la evidencia sumada a
fondos destinados a financiar los
tratamientos de alto costo y baja
incidencia.
Pero, no siempre hemos tenido
funcionarios así, en verdad la mayor
parte del tiempo el organismo de
superintendencia ha sido demasiado
permeable a los intereses inmediatos
de los financiadores lo que se
tradujo en limitar al máximo las
prestaciones mínimas y no admitir
excepciones. Las prepagas también
“hicieron lo suyo” al negarse a
aplicar la ley 24.754 (“Prepagas
Judicialización de la cobertura”
Revista Médicos Nº 26). Esa política
de funcionarios públicos, obras
sociales y privados llevó a una
creciente intervención judicial.
¿Y
CUANDO DECIDEN LOS JUECES?
Suelen volcarse a la protección de
los intereses netamente
individuales, muchas veces sin
ningún fundamento científico, porque
es más fácil decirle al agonizante
“sí” que “no” (Qué es el “derecho a
la salud” y quién su deudor Revista
Médicos Nº 24) a punto tal que la
intervención judicial se encuentra
“fuera de madre” (Amparos en Salud:
¿Contradicción insuperable? Revista
Médicos Nº 45) y si no causa un daño
insuperable al sistema es porque el
paciente suele morir al poco tiempo
de recibir el tratamiento que
seguramente lo salvaría.
PROPUESTAS:
“Vivir la contradicción” cuando es
insuperable: la salud no es un
sector para débiles de carácter.
Funcionarios públicos y privados con
criterio ágil para incorporar los
nuevos tratamientos y facultades
para admitir excepciones con base
científica.
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