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Siendo que las estadísticas
gobiernan el mundo y viendo que los
indicadores epidemiológicos están
señalando que la mano viene “mal”,
cabe analizar expectativas,
tendencias y el sentido último de
las conveniencias. Existen hoy
cuestiones conceptuales que nadie
puede negar. Una de ellas es que el
perfil infectológico del planeta ha
cambiado gracias al uso irracional,
indiscriminado, y estratégicamente
conducido de los antibióticos, tanto
en seres humanos como en animales de
consumo (vacas, pollos, cerdos,
cabras, etc.) La consecuencia es
simple y concreta, muchos
antibióticos no sirven para la
finalidad terapéutica para la cual
fueron creados y esta situación se
revela en muchos casos en menos de
veinticinco años de
comercialización.
No obstante ello la primera premisa
que se esgrime, numerológicamente
hablando, es la que sigue:
1. El grupo poblacional que más
crece se ubica en el grupo de la
tercera edad, medido claro está en
los Estados Unidos de Norteamérica
[Las únicas estadísticas confiables
provienen de allí o del grupo
europeo ya que lo demás es apenas un
dibujo que acomoda indicadores a las
conveniencias políticas de los
oportunistas de turno]. Esto
demuestra con precisión que los
Estados (poder político) deberán
estudiar seriamente cómo enfrentar
este crecimiento en los próximos
cien años. Aunque parezca utópico,
se deberá pensar cómo dar cobertura
de salud para patologías cada vez
más complejas y por ende más caras
ya que la cartesiana que se proyecta
con una pendiente ascendente
relativamente suave se reflejará en
una demanda de recursos geométricos
(ese cuadro no aparece en ninguna
declaración estadística a la Nación
Americana que se hace cada año en el
Congreso de aquel país…).
2. Traducido, mientras los >65 años
suben por ascensor, los <65 años lo
hacen por escalera. La tasa de
natalidad en el mundo desciende en
forma directamente proporcional a la
canibalización de los recursos
económicos y su concentración en
países con alta capacidad
productiva. Mucho hincapié se hace
en la importancia de la longevidad
atribuible a mejores diagnósticos,
mejores medicinas, y una supuesta
mejor calidad de vida que a decir
verdad nadie mide por las dudas que
el resultado real y verificable no
sea el esperado…
3. Los países que aún sostienen
altas tasas de natalidad son
aquéllos donde la mayoría de sus
poblaciones concentran altos índices
de pobreza y marginalidad (donde
tener un hijo implica un sentido de
pertenencia singular). Sin embargo
allí, la morbi-mortalidad infantil
es dramáticamente significativa y
como siempre, los índices nunca
dicen toda la verdad.
El segundo factor peligroso y
altamente inestabilizante de
cualquier sistema es que los hombres
y mujeres en actividad que aportan a
los seguros de salud (públicos o
privados) tienen un crecimiento
menor y además son universalmente
menos con lo cual sin ser “genio” su
contribución no será suficiente para
compensar la proyección geométrica
del plano “necesidades-demandas”.
Si hoy, el modelo americano es el
que más recursos demanda (ver
números 46, 47, 48 y 49 de Revista
Médicos) siendo el que más gasto de
bolsillo genera en aquellos que
están “cubiertos” por él, ¿qué será
de cara al futuro?, ¿no terminará el
mundo entero contribuyendo a que 250
millones de personas estén cómodas?,
¿a qué precio?... Algo anda mal en
la conceptualización fundamental
pero está mucho peor en el análisis
y planificación tanto política
sanitaria como
empresaria-estratégica. En especial
cuando veamos lo que sigue:
Entre los años 1965 y siguiendo las
tendencias en escalas expresadas
cada cinco años, muestran una
realidad terrible. En los Estados
Unidos de Norteamérica allá por los
sesenta se atendía muchísima más
gente con bastante menos dinero, sin
embargo desde el 90 en adelante los
gastos en salud entre los americanos
se geometrizaron en un fenómeno
semejante a una ola de tsunami,
incrementándose proporcionalmente
los niveles de exclusión.
Se aprecia entonces que en menos de
40 años los costos de salud en los
Estados Unidos de Norteamérica han
crecido exponencialmente sin
corresponderse con un aumento en la
calidad de la atención en salud
(alcanza con introducirse en alguna
guardia de hospital público).
Piénsese, no obstante, que el costo
es sólo una parte del precio que
paga el supuesto beneficiario o que
invierten los Estados serios (no
quedan muchos por estos lares), lo
cual indica que el crecimiento
representado en la “inversión” para
los unos o el “gasto” para los
otros, ha sido dramático.
Entiéndase, esto se traduce como que
“alguien debe pagar el/los daño/s
colateral/es” [¿yo señor?].
Al menos sabemos que en Estados
Unidos de Norteamérica por cada
dólar invertido (no gastado como
dicen los integrantes del poder
político tercermundista) en salud,
us$ 0.304 corresponden al sistema
asistencial, us$ 0.213 a los
Servicios Médicos privados, us$
0.100 a los medicamentos éticos
(bajo receta), us$ 0,073 a los
gastos administrativos y a los
costos netos, us$ 0,084 a los
servicios de enfermería
domiciliaria, quedando un remanente
de us$ 0,225 que componen otros
destinos. Centavos más o menos, ése
es el cuadro actual (2004). Insisto
con la figura ya expresada en notas
anteriores, más del 50% de ese dólar
sale del bolsillo del beneficiario
para salvar los desequilibrios del
modelo inequitativo. Todo ello
indica que algo anda mal en dicha
ecuación y mucho peor en la fórmula.
Por su parte, si de medicamentos se
trata, el universo de genéricos que
se consume en el mundo civilizado es
muchísimo menor al que se cree o se
declama por estas tierras y su
volumen difícilmente alcanza el 10%
y ello solamente en muy pocos
países. Aun cuando la demanda
crezca, la biotecnología y las
drogas de invención siempre lo harán
más (con un impacto totalmente
diferente desde luego).
El problema de los medicamentos
genéricos es algo semejante a un
“burlesque” orquestado para
disimular esas realidades sociales
que nadie tiene ganas de ver ni
aceptar. Unos se conforman al tiempo
que otros “manipulan” indicadores.
No obstante ello, podría definirse
sin temor a equivocarnos que los
“genéricos” representan una película
que sirve únicamente para entretener
las pobrezas que genera y acumula el
tercer mundo. El problema de fondo
no se resuelve. La proporción de
gente enferma crece,
epidemiológicamente el planeta se
complica cada día más, muchas
campañas de inmunización se están
tornado inefectivas (sarampión,
poliomielitis, pertusis -tos
ferina-, etc.) y creer que esto no
afectará al conjunto de la raza
humana es un error en que se suele
incurrir mediando el pensamiento
simplista de que cada cual está
libre de formar parte de las
estadísticas.
En Estados Unidos de Norteamérica el
consumo de genéricos desde 1984
hasta el año 2004 se multiplicó por
3, sin embargo nadie explica
claramente dónde van a parar dichas
unidades, de la misma forma que
nadie evalúa que a pesar de
semejante crecimiento, la demanda de
los medicamentos patente o de última
generación han crecido de igual
manera.
En Estados Unidos de Norteamérica
los medicamentos genéricos son
demandados por una inmensa masa de
marginados que no tienen acceso a
cobertura de salud alguna (superan
los 40 millones de personas, ¿42?) Y
ése no es un dato menor. Valga para
que de una vez por todas terminemos
de mentirnos a nosotros mismos. No
sirve creer que estamos mejor cuando
en realidad todo nos indica que
estamos cada vez peor, más aislados,
más empobrecidos, con un sistema de
salud pública colapsado (que no debe
medirse por la calidad de los
Hospitales Juan A. Fernández ni por
el Cosme Argerich de Buenos Aires),
con un modelo de seguro social
sindical que favorece a algunos en
desmedro de los muchos [aún cuando
el discurso diga lo contrario] y
donde las personas y sus médicos
están a merced de las conveniencias,
siempre oscuras, indefinidas,
imprecisas, que favorecen
descalificar a las variables de
ajuste permanente (médicos y sus
pacientes) antes que asumir que
hacen falta soluciones de fondo y
ya.
Mientras tanto, Usted y yo apenas
somos números perdidos dentro de
alguna estadística imprecisa.
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