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Más
allá de la intensa disputa acaecida
en los últimos 100 días entre el
Gobierno y el sector rural, y de las
verdades que puedan corresponderle a
cada uno, pero sí en la seguridad de
que la salud constituye una poderosa
herramienta de redistribución
social, cabría ahora preguntarse si
el destino aparente de los fondos
planteado por la Sra. Presidenta
contribuirá a alcanzar ese objetivo.
Mucho más cuando la bandera de la
redistribución del ingreso es
enarbolada igualmente por
oficialismo y oposición, aunque a
esta última la asiste la ventaja de
la imposibilidad de evaluar la
eficacia de sus propuestas más allá
de sus dichos.
Las políticas de redistribución
resultan, en cualquier circunstancia
y bajo cualquier gobierno, difíciles
y costosas de instrumentar,
especialmente en términos de
popularidad política, pues generan
junto con el aplauso de los
favorecidos (los menos favorecidos
en términos de riqueza) una intensa
reacción y repulsa por parte de los
“desfavorecidos” (los más
favorecidos en términos de riqueza).
Por ello, estas acciones
redistributivas sobre los más
favorecidos (en términos de riqueza)
de la sociedad requieren que las
políticas públicas a diseñar para
orientar los recursos privados y su
distribución guarden una coherencia
técnica irreprochable que ayude a
hacer más consistente y transparente
el mecanismo de solidaridad.
Esto adquiere una mayor importancia
cuando en nuestro país, un régimen
impositivo poco progresivo y un
mecanismo de subsidios
deficientemente orientado tiende a
invertir la carga solidaria
favoreciendo a los más protegidos
(ricos o no) de la población.
Por ello, uno de los destinos
proyectados para las retenciones en
disputa, la construcción de 30
nuevos hospitales parece ofrecer una
paupérrima oportunidad de mejorar la
distribución de la riqueza.
En primer lugar, el gasto de
bolsillo del 40% de la población más
pobre (quintiles 1 y 2) está
dirigido casi en un 50% a la compra
de medicamentos, y un 25% restante a
la atención ambulatoria, mientras
que la hospitalización afecta menos
del 10% de este gasto. Resulta
importante establecer, que los
gastos referidos representan para
una gran parte de estos hogares, lo
que definiríamos como “gasto
catastrófico”, pues ponen en serio
riesgo su subsistencia.
La inversión en atención primaria de
la salud (en serio), la garantía de
distribución gratuita de
medicamentos, o aun la
disponibilidad de agua potable y
cloacas harían sí realista la
intención de la redistribución.
Por otra parte, la incorporación de
nuevos hospitales a un esquema
organizativo y de gestión que
constituye uno (sino el principal)
problema del sistema de salud
argentino, poco contribuiría a la
satisfacción de los supuestos
beneficiarios.
La oferta de camas hospitalarias no
constituye un problema central del
sistema de salud (con algunas
excepciones puntuales, como por
ejemplo ciertas zonas del Gran
Buenos Aires), como sí lo constituye
su ausencia de calidad,
funcionamiento y gestión, donde esa
oferta existe (como por ejemplo
ciertas zonas del Gran Buenos
Aires).
Posiblemente una adecuada
modificación de la ley de obras
sociales, que incluya la tan
reclamada (aunque poco eficiente en
términos de equidad) regulación de
la medicina prepaga, rediseño o
integración del Pami a la seguridad
social (en todos los términos),
corrección técnica de ese horror
llamado monotributo y especialmente
regulación seria de esa aberración
conocida como “desregulación”,
anteceden en las prioridades a la
construcción de hospitales, y sólo
vienen después de la garantía de
cumplimiento (en igualitarios
términos de oportunidad y calidad)
del PMO para TODOS los argentinos, y
no sólo para algunos , casualmente
en términos de redistribución, los
más protegidos por el sistema.
Caso contrario seguiremos
discutiendo en el Parlamento (y
aplaudiendo entusiastamente), la
incorporación por ley al PMO de
nuevas coberturas,…para algunos (los
más favorecidos), mientras otros...
(los menos favorecidos) no alcanzan
ninguna cobertura, … o alcanzan
alguna en deprimentes condiciones de
calidad y oportunidad.
Por ello, esta aparente disputa
entre la política de redistribución
del ingreso del Gobierno y la
avaricia desmedida de un sector,
puede resultar una interesante
oportunidad para destinar fondos en
condiciones de transparencia y
calidad institucional
irreprochables, que devuelvan a cada
argentino la confianza que nunca
debió perder en la capacidad del
Estado para mejorar la vida de
todos, pero muy especialmente la de
aquellos que menos tienen, y
pareciera que en salud, (los
hospitales) no son el camino.
Desafortunadamente, tal como está
formulada la propuesta
gubernamental, no tiene potencial
para impactar sobre los niveles de
pobreza, la Sra. Presidenta de la
Nación puede estar segura que
existen opciones de política que
tendrán un impacto mucho mayor en la
reducción de la pobreza que las
medidas que acaba de anunciar.
La sociedad argentina podría
beneficiarse mucho, de escuchar las
propuestas que los Sres.
Legisladores poseen sobre cuáles son
las prioridades y cómo podrían
emplearse los tributos que se
obtendrán, para de esta forma
también abandonar la idea de que el
crecimiento es bueno por sí solo,
porque a la luz de los resultados
cabría preguntarse si no sería mejor
crecer menos y distribuir mejor, por
lo menos en calidad de vida, para
aquellos (más allá del número)
pobres que aún persisten en la
Argentina. Los ciudadanos tenemos
derecho a escuchar este debate, los
legisladores tienen el deber de
darlo. |