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Columna


Conductas saludables
Por el Doctor Ignacio Katz
   

El célebre Confucio ya dejó expresado cuáles son los pre-requisitos para restaurar una “edad dorada”. Repasémoslos: en primer lugar, suprimir la hipocresía. Luego, señalar la incompetencia. En tercer término, respetar la dignidad humana. Y por último, rectificar el mal camino. Todas estas condiciones son imprescindibles si se quiere desandar el camino del error. Sin embargo, pese al tiempo transcurrido desde aquellas sentencias de Confucio, una y otra vez nos decidimos a ignorarlas.
¿Qué falta para tomar real conciencia de la situación? Por un lado, reconocer la crisis estructural que sufren los hospitales. Crisis que los abarca no sólo en sus relaciones intraorganizacionales, sino también en sus relaciones interorganizacionales. Esto es, las fallas también afectan a la manera en que los hospitales se relacionan entre sí, sin que éstos puedan efectivamente construir una red. Así, toda la cosmogonía sanitaria queda desarticulada.
Tenemos que aceptar el deterioro del sistema, pero eso no significa resignarse ni tampoco desconocer los esfuerzos hechos para restablecerlos. Años de ineficiencia no se revierten en poco tiempo. Aun así, el compromiso debe ser revertir estos problemas en el menor tiempo posible.
¿Qué debemos hacer? Hoy el gran reto consiste en definir y concretar una nueva gestión pública, acorde a nuestra nueva configuración social, para así superar un modelo que ha agotado los mecanismos de administración clásica. Debemos superar el desmembramiento del sistema, y abordar las tareas que conjuguen en forma simultánea: estrategia, estructura y cultura. De este modo, podremos introducir técnicas de gestión al servicio de una adecuada provisión de servicios públicos; haciendo foco en la relación entre la situación socioeconómica y los factores de riesgo.
La idea-fuerza que sostiene esta filosofía es la de rescatar el papel del Estado en la sanidad, reconsiderando en profundidad su rol rector. No podemos darnos el lujo de un Estado “abandónico”. Por el contrario, las políticas sanitarias deben estar orientadas y tuteladas por la acción estatal. La fragmentación del sistema únicamente favorece el caos y el descontrol.
Debemos reposicionar el pensamiento médico al servicio de nuestros pacientes, sin omitir los incentivos que aseguren un ejercicio digno profesional. Hay que respetar tanto al ser humano que sufre como al rol del médico. No son cuestiones antagónicas, y una configuración genuinamente solidaria debe dar cuenta de ambas situaciones.
Son épocas que reclaman políticas sanitarias claras y decididas, así como acciones concretas que involucren a la sociedad civil en su conjunto. Son estos elementos claves para un sistema nacional de salud, con la finalidad expresa de una redistribución de recursos tanto geográficamente como entre la atención primaria y la atención hospitalaria. Necesitamos tanto un Estado activo como una ciudadanía preocupada, y movilizada por un nuevo sistema sanitario.
Hemos vivido épocas en las que, a cada remiendo, lo sucedía otro. De este modo, el sistema de salud entró en el ocaso. Hoy, aquellos paradigmas del pasado deben actualizarse, para poder salir de la lógica del “parche perpetuo”. Gracias a una genuina interacción entre Estado y sociedad civil, podremos acercarnos a una configuración más justa. Y a la vez, hay que superar falsos consensos entre la burocracia estatal y las corporaciones médicas, para volver a poner en el centro de la escena al verdadero vértice de la acción: el paciente.
Una vez establecidos estos pasos, hay que construir un “acuerdo sanitario”, que, con el compromiso de todos los sectores involucrados, sirva de marco para un esquema más justo y racional. Los conflictos enmascaran antagonismos fundamentales.
La paz sanitaria depende de un ordenamiento sanitario general. Todo acuerdo debe contemplar tanto sus implicancias políticas como económicas, y siempre debe mantenerse la mira en el objetivo esencial: la salud de nuestro pueblo.
Nadie pone en duda la acción sinérgica entre la baja condición socioeconómica y el deterioro de la salud; lo mismo ocurre con el desempleo y la desnutrición, y entre la desnutrición-infección y el deterioro biológico y mental. Esta tríada potencia los factores de riesgo, entre los cuales podemos mencionar:

  • alteración de conductas individuales (adicciones como el alcohol, el tabaco, la droga, etc.).

  • contaminaciones medioambientales.

  • desigualdades distributivas.

  • aplicación de tecnología que no siempre se traduce en conductas racionales de atención médica.

Hoy es necesario, aunque sea crudo, aceptar que un sistema de salud se construye, que requiere de un gradualismo que comienza por el conocimiento de un mapa sanitario, de una planificación estratégica y de políticas operativas que tengan como finalidad la justa dignidad del hombre. Hay que buscar un planteo holístico del conjunto que integran los distintos componentes de ese capital biológico que llamamos “salud”.
Por otro lado, hay que combinar adecuadamente los niveles “macro”, “meso” y “micro”, en cuanto a las políticas sanitarias. Si solamente se anuncian planes puntuales, el devenir de los procesos históricos los esteriliza. Y si las formulaciones se mantienen en el plano de la abstracción, tampoco sirven, porque el sufrimiento sanitario es minuto a minuto.
De ahí que la elaboración de políticas de salud y de políticas de gestión no deba reducirse al análisis de los llamados determinantes de la salud sino que éstos deben ser enhebrados en forma conjunta con los factores predisponentes y condicionantes sociales.
Una acción estatal coordinada debe articular ambos niveles. Un ejemplo ilustra esta situación, y es el de las infecciones hospitalarias. En la Argentina, ese tipo de infecciones históricamente han sido más elevadas de lo que podrían ser. El deber del Estado es instalar el tema en la agenda, y activar los recursos que tiene a disposición para combatir ese problema.
En ese marco, se está elaborando el Programa Regional de Seguridad Biológica, programa que se inspira en la necesidad de ampliar funcionalmente el número de camas de internación disponibles en el sector público de atención de salud, basándose en la disminución del tiempo de estadía de internación por paciente, que según estudios preliminares, rondaría en un promedio de 30 días. La prolongación de la estadía en el sector público de atención de salud se basa fundamentalmente en tres grandes causas:

  • la sobrecarga de la demanda.

  • la demora en la resolución del diagnóstico.

  • la complicación de las infecciones hospitalarias.

A mayor tiempo de internación, mayor es el riesgo de contraer una infección hospitalaria, lo cual a su vez provoca un aumento de la estadía de internación. Esta situación genera un círculo vicioso que es necesario detener utilizando un abordaje múltiple, y eso se propone este Programa Regional. Se trata sí de políticas estratégicas que deben convocar a la participación activa de toda la sociedad, vale acá el concepto expresado por Alfred Stern: “Nuestros destinos individuales dependen en gran medida de la suerte de la colectividad en que vivimos.”
“La asamblea de la Organización Mundial de la Salud promovió en 2004, la creación de la Alianza Mundial por la Seguridad del Paciente, que -bajo el lema “Atención limpia es atención segura”- estableció como primer objetivo “el mejoramiento de la higiene de manos del personal de la salud”. Según un informe de setiembre de 2008, 87 países (entre ellos la Argentina) se habían comprometido en esa estrategia. La OMS considera “el alcohol en gel” como el método más efectivo y accesible para la higiene de manos, y recomienda “proveer a los trabajadores de salud con implementos para la higiene de manos basado en alcohol de fácil acceso en el lugar de atención del paciente” A partir de 2009, la OMS efectuará “un evento mundial anual focalizado en mejorar la higiene de manos y controlar las infecciones hospitalarias”.
Ya Semmelweiss había advertido la gravedad de las infecciones hospitalarias, y la relativa simpleza con las que se las podía combatir. Sin pérdida de tiempo, tenemos que activar las herramientas necesarias para recoger el legado de aquel médico, y aliviar dolores evitables. Ya no hay espacio para fórmulas caducas ni para el gatopardismo. El futuro es hoy, y está en nuestras manos construir los elementos para lograr una salud de calidad para todos los argentinos. Pieza por pieza, y con el compromiso de los sectores involucrados, podremos armar un sistema sanitario que pulverice desde las infecciones hospitalarias hasta las patologías más complejas, pero curables, si existe el marco apropiado.

Ignacio Katz, Doctor en Medicina (UBA), Autor de: “En búsqueda de la Salud Perdida” (EDULP), Responsable Científico Académico del Observatorio de Economía y Gestión de Salud de la Universidad Nacional de La Plata.

 

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