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El célebre Confucio ya
dejó expresado cuáles son los pre-requisitos para
restaurar una “edad dorada”. Repasémoslos: en primer
lugar, suprimir la hipocresía. Luego, señalar la
incompetencia. En tercer término, respetar la dignidad
humana. Y por último, rectificar el mal camino. Todas
estas condiciones son imprescindibles si se quiere
desandar el camino del error. Sin embargo, pese al
tiempo transcurrido desde aquellas sentencias de
Confucio, una y otra vez nos decidimos a ignorarlas.
¿Qué falta para tomar real conciencia de la situación?
Por un lado, reconocer la crisis estructural que sufren
los hospitales. Crisis que los abarca no sólo en sus
relaciones intraorganizacionales, sino también en sus
relaciones interorganizacionales. Esto es, las fallas
también afectan a la manera en que los hospitales se
relacionan entre sí, sin que éstos puedan efectivamente
construir una red. Así, toda la cosmogonía sanitaria
queda desarticulada.
Tenemos que aceptar el deterioro del sistema, pero eso
no significa resignarse ni tampoco desconocer los
esfuerzos hechos para restablecerlos. Años de
ineficiencia no se revierten en poco tiempo. Aun así, el
compromiso debe ser revertir estos problemas en el menor
tiempo posible.
¿Qué debemos hacer? Hoy el gran reto consiste en definir
y concretar una nueva gestión pública, acorde a nuestra
nueva configuración social, para así superar un modelo
que ha agotado los mecanismos de administración clásica.
Debemos superar el desmembramiento del sistema, y
abordar las tareas que conjuguen en forma simultánea:
estrategia, estructura y cultura. De este modo, podremos
introducir técnicas de gestión al servicio de una
adecuada provisión de servicios públicos; haciendo foco
en la relación entre la situación socioeconómica y los
factores de riesgo.
La idea-fuerza que sostiene esta filosofía es la de
rescatar el papel del Estado en la sanidad,
reconsiderando en profundidad su rol rector. No podemos
darnos el lujo de un Estado “abandónico”. Por el
contrario, las políticas sanitarias deben estar
orientadas y tuteladas por la acción estatal. La
fragmentación del sistema únicamente favorece el caos y
el descontrol.
Debemos reposicionar el pensamiento médico al servicio
de nuestros pacientes, sin omitir los incentivos que
aseguren un ejercicio digno profesional. Hay que
respetar tanto al ser humano que sufre como al rol del
médico. No son cuestiones antagónicas, y una
configuración genuinamente solidaria debe dar cuenta de
ambas situaciones.
Son épocas que reclaman políticas sanitarias claras y
decididas, así como acciones concretas que involucren a
la sociedad civil en su conjunto. Son estos elementos
claves para un sistema nacional de salud, con la
finalidad expresa de una redistribución de recursos
tanto geográficamente como entre la atención primaria y
la atención hospitalaria. Necesitamos tanto un Estado
activo como una ciudadanía preocupada, y movilizada por
un nuevo sistema sanitario.
Hemos vivido épocas en las que, a cada remiendo, lo
sucedía otro. De este modo, el sistema de salud entró en
el ocaso. Hoy, aquellos paradigmas del pasado deben
actualizarse, para poder salir de la lógica del “parche
perpetuo”. Gracias a una genuina interacción entre
Estado y sociedad civil, podremos acercarnos a una
configuración más justa. Y a la vez, hay que superar
falsos consensos entre la burocracia estatal y las
corporaciones médicas, para volver a poner en el centro
de la escena al verdadero vértice de la acción: el
paciente.
Una vez establecidos estos pasos, hay que construir un
“acuerdo sanitario”, que, con el compromiso de todos los
sectores involucrados, sirva de marco para un esquema
más justo y racional. Los conflictos enmascaran
antagonismos fundamentales.
La paz sanitaria depende de un ordenamiento sanitario
general. Todo acuerdo debe contemplar tanto sus
implicancias políticas como económicas, y siempre debe
mantenerse la mira en el objetivo esencial: la salud de
nuestro pueblo.
Nadie pone en duda la acción sinérgica entre la baja
condición socioeconómica y el deterioro de la salud; lo
mismo ocurre con el desempleo y la desnutrición, y entre
la desnutrición-infección y el deterioro biológico y
mental. Esta tríada potencia los factores de riesgo,
entre los cuales podemos mencionar:
-
alteración de
conductas individuales (adicciones como el alcohol, el
tabaco, la droga, etc.).
-
contaminaciones
medioambientales.
-
desigualdades
distributivas.
-
aplicación de
tecnología que no siempre se traduce en conductas
racionales de atención médica.
Hoy es necesario,
aunque sea crudo, aceptar que un sistema de salud se
construye, que requiere de un gradualismo que comienza
por el conocimiento de un mapa sanitario, de una
planificación estratégica y de políticas operativas que
tengan como finalidad la justa dignidad del hombre. Hay
que buscar un planteo holístico del conjunto que
integran los distintos componentes de ese capital
biológico que llamamos “salud”.
Por otro lado, hay que combinar adecuadamente los
niveles “macro”, “meso” y “micro”, en cuanto a las
políticas sanitarias. Si solamente se anuncian planes
puntuales, el devenir de los procesos históricos los
esteriliza. Y si las formulaciones se mantienen en el
plano de la abstracción, tampoco sirven, porque el
sufrimiento sanitario es minuto a minuto.
De ahí que la elaboración de políticas de salud y de
políticas de gestión no deba reducirse al análisis de
los llamados determinantes de la salud sino que éstos
deben ser enhebrados en forma conjunta con los factores
predisponentes y condicionantes sociales.
Una acción estatal coordinada debe articular ambos
niveles. Un ejemplo ilustra esta situación, y es el de
las infecciones hospitalarias. En la Argentina, ese tipo
de infecciones históricamente han sido más elevadas de
lo que podrían ser. El deber del Estado es instalar el
tema en la agenda, y activar los recursos que tiene a
disposición para combatir ese problema.
En ese marco, se está elaborando el Programa Regional de
Seguridad Biológica, programa que se inspira en la
necesidad de ampliar funcionalmente el número de camas
de internación disponibles en el sector público de
atención de salud, basándose en la disminución del
tiempo de estadía de internación por paciente, que según
estudios preliminares, rondaría en un promedio de 30
días. La prolongación de la estadía en el sector público
de atención de salud se basa fundamentalmente en tres
grandes causas:
-
la sobrecarga de la
demanda.
-
la demora en la
resolución del diagnóstico.
-
la complicación de las
infecciones hospitalarias.
A mayor tiempo de
internación, mayor es el riesgo de contraer una
infección hospitalaria, lo cual a su vez provoca un
aumento de la estadía de internación. Esta situación
genera un círculo vicioso que es necesario detener
utilizando un abordaje múltiple, y eso se propone este
Programa Regional. Se trata sí de políticas estratégicas
que deben convocar a la participación activa de toda la
sociedad, vale acá el concepto expresado por Alfred
Stern: “Nuestros destinos individuales dependen en gran
medida de la suerte de la colectividad en que vivimos.”
“La asamblea de la Organización Mundial de la Salud
promovió en 2004, la creación de la Alianza Mundial por
la Seguridad del Paciente, que -bajo el lema “Atención
limpia es atención segura”- estableció como primer
objetivo “el mejoramiento de la higiene de manos del
personal de la salud”. Según un informe de setiembre de
2008, 87 países (entre ellos la Argentina) se habían
comprometido en esa estrategia. La OMS considera “el
alcohol en gel” como el método más efectivo y accesible
para la higiene de manos, y recomienda “proveer a los
trabajadores de salud con implementos para la higiene de
manos basado en alcohol de fácil acceso en el lugar de
atención del paciente” A partir de 2009, la OMS
efectuará “un evento mundial anual focalizado en mejorar
la higiene de manos y controlar las infecciones
hospitalarias”.
Ya Semmelweiss había advertido la gravedad de las
infecciones hospitalarias, y la relativa simpleza con
las que se las podía combatir. Sin pérdida de tiempo,
tenemos que activar las herramientas necesarias para
recoger el legado de aquel médico, y aliviar dolores
evitables. Ya no hay espacio para fórmulas caducas ni
para el gatopardismo. El futuro es hoy, y está en
nuestras manos construir los elementos para lograr una
salud de calidad para todos los argentinos. Pieza por
pieza, y con el compromiso de los sectores involucrados,
podremos armar un sistema sanitario que pulverice desde
las infecciones hospitalarias hasta las patologías más
complejas, pero curables, si existe el marco apropiado.
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Ignacio Katz,
Doctor en Medicina (UBA), Autor
de: “En búsqueda de la Salud
Perdida” (EDULP), Responsable
Científico Académico del
Observatorio de Economía y
Gestión de Salud de la
Universidad Nacional de La Plata. |
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