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El
mundo se ha visto sorprendido este
año por una mutación viral
importante, tal la aparición del
H1N1, novedoso aporte que mezcla
genes aviarios, porcinos y humanos.
No demasiado virulento aunque sí
hábilmente expansivo, quizás gracias
a las bondades de la globalización.
Tal sucedió con el SARS en el 2003
(gripe aviaria) que invadió el
sudeste asiático y luego se trasladó
a Europa. La OMS y sus mecanismos
actuaron en consecuencia generando
acciones no siempre bien diseñadas
ni siempre bien pensadas, que
contribuyeron a una confusión de
grandes proporciones.
Por entonces, ocurrieron ciertos
hechos que aportaron dudas genuinas
sobre el origen viral, los que
curiosamente se han reiterado en
esta oportunidad, ajustados a los
tiempos que corren.
Más allá de aquello que la
“inteligencia colectiva” (social)
rápidamente detecta, las autoridades
sanitarias locales contribuyeron en
algunos casos a acrecentar los focos
de confusión manipulando datos
epidemiológicos, asistenciales, y
forenses, sin asumir que la gente
tiene sus mecanismos de inmunidad
informativa bastante bien
desarrollados y supera casi sin
dificultad la usualmente pobre
imaginación de los funcionarios
políticos y político-técnicos.
Los unos se preocupan por asegurar
que el genoma viral es
replicante-universal, mientras que
se fundamentan en que los
indicadores epidemiológicos no
difieren substancialmente de
aquellos que se representan cada año
por la expresión de la influenza
tradicional. Al mismo tiempo, los
otros (sociedad) perciben que no
todo lo que se dice es toda la
verdad y hasta quizás, ni siquiera
una parte substanciosa de la misma.
Dicha conducta incrementa el
sentimiento de indefensión social…
No obstante ello, los países con
economías emergentes (sumergidas
diría yo) no están acosados
solamente por el H1N1, sino por un
volumen significativo de problemas
epidemiológicos que no han ameritado
consideración política alguna,
algunas de dicha expresiones podrían
ser: las hepatitis, chagas-mazza,
hanta-virus, encefalitis de San Luis,
meningitis, leishmaniasis, malaria,
dengue, sida, tuberculosis, y el
etcétera que vendría a ser un virus
multifacético que comprende o puede
hacerlo cualquier cosa que desde la
función pública no se percibe… o
simplemente se niega, por las dudas.
En tal sentido, cabe un
reconocimiento diferencial y
“monumental” al personal sanitario
que ha intervenido por estas horas
en resolver esta “novedad viral” con
los escasos medios (casi nulos)
disponibles, como también a las
Sociedades Científicas que han hecho
un aporte genuino a favor de
asistencialistas y pacientes.
¿Cuántos son estos últimos?, no
tiene demasiada importancia salvo
para las estadísticas siempre
odiosas ya que el paciente, aun
siendo parte de ellas, prefiere
estar en los números azules y no en
los rojos (decesos).
Una vez más, el equipo de salud ha
sacado “conejos de la galera” para
sortear la dificultad y ello, aun
cuando el Estado Nacional nunca lo
pague y mucho menos lo reconozca… no
tiene precio.
Pero la verdadera pandemia no es
ésta ni tampoco se representa en la
circunstancia. Antes bien, el drama
se centra en todo aquello que
políticamente “no se hace” cuando
corresponde partiendo del supuesto
(infame, negligente, impericial) de
que la calamidad nunca va a ocurrir.
De este modo la exclusión y
marginación sociales se acrecientan
y arrastra a la desnutrición e
incapacidades acumulativas y se
trasforma en el caldo de cultivo
adecuado para que cualquier problema
por mínimo que este sea, se
transforme finalmente en un tsunami
de daños que nunca se terminarán de
medir y que tampoco se dejarán de
padecer…
Como siempre repito, los ejemplos
son todos odiosos y no vale la pena
traerlos a colación, total con ello
no se resuelve nada…
Recorriendo las páginas médicas y
epidemiológicas del mundo, se
aprecia que algunos se destacan por
su capacidad de planificación al
tiempo que otros lo hacen por su
capacidad para subestimar lo
inevitable. En salud, negar,
subestimar, despreciar, negar,
manipular, tergiversar, deberían ser
verbos excluidos por LEY, sin
embargo muchos economistas persisten
en sostener que la salud es un hecho
económico con consecuencias sociales
y no reconocen que es exactamente a
la inversa: “un hecho social con
consecuencias económicas”, que
cuanta menos atención reciba peor
daño sufrirá impactando brutalmente
en los presupuestos.
Cada dólar que no se invierta en la
Atención Primaria se pagará por dos
en el segundo nivel, pero será
matemáticamente geométrico en el
tercer nivel. No obstante que la
ecuación haya sido verificada
científicamente, los funcionarios de
este lado del mundo emergente no
entienden de fórmulas, mucho menos
de planificaciones estratégicas y ni
qué hablar de tableros de control
que permitan anticipar las “crisis”
y disminuir los “caos”.
Habitualmente, la urgencia eclipsa a
la prioridad.
Pero pandemia no es una palabra, aún
cuando sirva para definir algo,
constituye per se una situación
crítica que amerita acciones
coordinadas de un montón de
estamentos y aquella remanida frase
de “estamos aprendiendo” aparece
como una justificación propia de las
impericias. Y más allá de la palabra
y su significancia, las personas no
son números ni tampoco estadísticas
impersonales, son individuos con
derechos elementales básicos que
deben ser garantizados por los
estados a los cuales pertenecen. Lo
expuesto es un más o menos sí, más o
menos no, aún cuando la salud de las
personas no lo sea de ninguna forma.
En nuestro país (la Argentina),
nadie mide los días laborales caídos
porque son tantos que no habría
fórmula matemática que los
cuantifique, pero lo mismo sucede
con los seguros laborales caídos,
los días educativos perdidos, etc.
aún cuando ello impacte
dramáticamente en la economía (PBI,
gasto social consolidado, y más).
Esa parte de las estadísticas
(importante por cierto) no parecen
tener significancia política alguna.
Es por demás llamativo cómo habiendo
una Secretaría que se ocupa de los
precios de los productos, no tuvo en
cuenta el desmadre de los precios de
aquellos insumos prioritarios para
resolver la coyuntura facilitando
que los mismos se quintuplicasen a
favor de pocos y en desmedro de los
muchos. Ello revela una vez más que
el país carece de políticas sociales
ciertas, mal que nos pese.
Algunas de las medidas adoptadas han
sido efectivas y justo es
reconocerlo. Coordinar el ámbito
público con el privado a efecto de
evitar las tediosas saturaciones de
los servicios ha sido una de ellas.
De ello, debería extraerse la
experiencia en forma de mecanismo
legislativamente homologado para que
ante una emergencia semejante el
problema se resuelva de forma
conjunta con costos a cargo del
Estado Nacional. La pauta es o
deberían serlo condiciones propias
de “epidemia” o “pandemia” que no
requieren pasar por otra coyuntura
vergonzosa como lo fue la emergencia
sanitaria con el dengue, que en vez
de salvaguardar vidas protegió
pellejos políticos. No le hace bien
al estado de derecho.
Por estas horas los organismos
internacionales que trabajan
seriamente (aunque no lo parezca o
aunque mucha gente lo desconozca,
nosotros tenemos unos cuantos…)
están siguiendo muy de cerca las
expresiones virales de la influenza
y están emitiendo comunicados que se
actualizan tan pronto como existe
una novedad de fondo. Ello es
importante como política pública a
favor de los pacientes y sus
familias, por ende de la sociedad,
usualmente subestimada.
Un país en serio, demanda
“inteligencia sanitaria” ya que
funcionario público puede ser
cualquiera. La inteligencia
sanitaria se construye con
coordinación genuina y ella se arma
mediante planificaciones
estratégicas a largo plazo, fundadas
en presupuestos ciertos y atendiendo
las necesidades de la población y no
las visiones de los que ejecutan la
función pública.
Siendo testigo del avance y
crecimiento de la acción coordinada
de las sociedades de pacientes en el
mundo entero, demostrando que las
carencias de gestión que hay desde
los ministerios y sus secretarías
son temibles y afectan al universo
de pacientes, y observando que las
carencias de unos (funcionarios) se
revelan en contraposición a las
capacidades usualmente
descalificadas de los miles que
asumen como propias acciones
omitidas por el estamento político,
aparece como prudente efectuar un
fuerte llamado de atención para que
se modifique el curso de lo actuado
hasta aquí… no sea cosa que a algún
otro virus se le ocurra mutar en un
hepta-genoma indescifrable y alguien
se quede sin argumentos para
justificar lo habitualmente
injustificable que es el subestimar
al prójimo.
Conclusión: la verdadera pandemia es
la impericia de la función pública…
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