|
Desde hace poco tiempo
la Iglesia hizo explicitó lo que la sociedad argentina
ya percibía: el incremento de la pobreza. Más allá de
las estadísticas (poco creíbles) oficiales -ya que las
cifras del INDEC la orillan en torno al 15%- o las que
proporcionaron la Iglesia -cercana al 40%- u otras de
valores intermedios y cualquiera fuera el valor más
cercano a la realidad, el hecho fue calificado como
“escandaloso”, circunstancia que además de ser
reconocida por el gobierno la convierte ahora (ante la
imposibilidad de desconocer la realidad) en su bandera.
Hoy la “lucha contra la pobreza” se ha convertido en el
nuevo baluarte de lucha de quienes a pesar del
crecimiento no pudieron lograr el desarrollo.
Parece incomprensible que luego de la crisis del 2001 y
de haber sorteado con aparente éxito -declamado como
“crecimiento a una tasa constante y promedio de entre el
6,6 y 8,8% anual” durante 6 años- nos encontremos que el
mismo no ha alcanzado a todos y que muchos viven en
condiciones de indignidad.
Valga lo anterior para comprender que “el trabajo” -que
obviamente tiene precondiciones para permitir “trabajo
digno” y calificado- resulta un valor imprescindible
pero no suficiente para mejorar las condiciones de vida
y posibilitar el acceso a diferentes bienes que
permitirían salir de la condición de “ser pobre”.
En nuestro país desde hace tiempo el INDEC ha dejado de
ser una fuente confiable por la manipulación de sus
datos.
Esto significa que atados a alguna de las formas de
medición, uno puede suponer que una familia ha dejado de
ser pobre sin que sus condiciones de vida cambien.
Incluso muchos compatriotas hoy (aun con trabajo) se
mantienen en situación de pobreza. Se estima que el 15%
de los trabajadores en condiciones de regularidad
laboral son pobres.
Lo cierto es que además de los empleados que a pesar de
serlo son pobres y según los datos que ofrece el mismo
INDEC -que deberán ser tomadas con cautela dadas sus
permanentes manipulaciones- y comparando el 2° trimestre
del 2008 con el mismo período del 2009:
• La PEA aumentó en 101 mil personas por incremento
demográfico solamente (la PEA alcanza al 49,6% de la
población).
• Pero el empleo total sólo aumentó en 5 mil (sin
efectuar disquisiciones sobre su calidad).
• La diferencia entre lo que aumentó la PEA y los que
consiguieron alguna forma de empleo es de 96 mil
personas que incrementan la legión de desocupados.1
La explicación parece sencilla pues en realidad no ha
habido creación de fuentes de empleo, se ha
desincentivado la inversión, se ha generado la
desconfianza y a la par queda solo el Estado por sus
organizaciones o los planes de ayuda como la única
perspectiva de inclusión, que resulta sólo un paliativo
de inconsistente sustentabilidad.
Lo anterior es sin considerar que casi el 50 % de la
población empleada se encuentra en condiciones de
informalidad, lo que le impide acceder a los beneficios
en salud, previsionales y otros que el trabajo formal
ofrece y que ha crecido en mayor proporción que el
empleo formal (la ligera expansión del empleo total se
ha sostenido a expensas del empleo precario).2
Sin embargo y a contramano de lo anterior, he leído en
un matutino que los recursos por cotizaciones de los
activos, se han incrementado para los seguros sociales
de salud (entiéndase obras sociales nacionales y Pami),
a pesar de no haberse incrementado el número total de
aportantes. Ello merece algunas consideraciones.
Se considera al sistema “superavitario”, pero ello es
desconocer la enorme cantidad de cuestiones no
resueltas: las enormes deudas pendientes (precisamente
con enorme prevalencia en las poblaciones más pobres).
Muchas de estas enfermedades (tuberculosis y TBC
resistente, leishmaniasis, chagas, paludismo, dengue,
etc.) subsisten por las condiciones sociales y de vida
de nuestros conciudadanos, como de la insuficiente
acción del Estado.
Ellas son el emergente social en salud, sólo la punta
del iceberg, pero mucho nos queda sin ver y sin abordar
en las profundidades del sistema.
Otro aspecto (por cierto legítimo), referido al aumento
de la recaudación de los seguros sociales, es el
incremento logrado en los acuerdos por aumentos
salariales, como además la eliminación de los “topes” en
las cotizaciones, todo lo que incorpora una masa
dineraria mayor.
Pero esto tiene su contrapartida: si no existe un
incremento proporcional -en monto- del Sistema
Automático Nominativo (el 70% del Fondo Solidario de
Redistribución), la diferencia se incrementa (por
afiliado) entre obras sociales de gremios con mejores
acuerdos salariales respecto de aquellas con salarios
más bajos, por lo que aumentan las diferencias y muchas
no llegan “al piso” de ingresos necesarios hoy, por
afiliado.
El incremento de ingresos favoreció a las obras sociales
comprendidas en las leyes 23.660/1 y al Pami. Y dentro
de aquéllas a las de mejores ingresos salariales,… pero
no a todas, con lo que la solidaridad horizontal aparece
comprometida.
El sistema de seguridad social resulta un componente
esencial del sistema de salud en la Argentina. Más de 22
millones de personas se encuentran cubiertas por el
mismo.
Las obras sociales provinciales, las Universitarias, las
del Poder Legislativo y otras, marchan por su propio
rumbo, caracterizando un sistema atomizado, tal como los
sistemas público/estatales (con sus enormes disparidades
entre provincias) lo hacen y en el mismo sentido
contribuyen los múltiples seguros privados de salud sin
una regulación adecuada.
Mientras, los prestadores (públicos y privados) intentan
maximizar sus magros ingresos y la mayor parte de los
financiadores recurren a malabares financieros, para
sostener las prestaciones de sus afiliados.
Todos sabemos de lo que estamos hablando.
También sabemos que por lo mismo (entre otras causas)
somos ineficientes e inequitativos,… lo que parece que
no sabemos es cómo salir de esta verdadera trampa.
Nos ocupamos denodadamente y con todos los esfuerzos de
los problemas emergentes (que convertimos en mediáticos
floreándonos en TV) y ello nos hace pensar que vamos
bien.
Mientras, los gestores del sistema de salud parecemos
mirarnos permanentemente el ombligo, descontextualizados
del país, sin darnos cuenta que nuestros problemas
radican en decisiones políticas que exceden el marco
exclusivo del sistema sanitario.
La solución de fondo es política,… que salud debe
ingresar a la agenda política con urgencia y diseñar un
modelo que contenga a todos, que sea universal (sin
desconocer las identidades de las diferentes
organizaciones de salud), que asegure equitativamente lo
que da (pero que esa canasta de prestaciones exige un
cálculo actuarial que la haga sustentable), lo que nos
introduce en el esquema de financiamiento en el que sólo
hay dos caminos: o la canasta incluye las cuestiones
prevalentes hasta donde los recursos nos permiten, o
inyectamos al sistema lo necesario para que funcione con
todo lo incluido (aunque esta última cuestión es
sumamente improbable).
Esto es que: los que pueden reciben todo y más,….
mientras que muchos no reciben ni lo imprescindible.
Solo de esta forma “salud” como bien meritorio va a ser
“superavitaria” por sus resultados, que es la mejor
forma de hacer “superavitarios” los recursos.
La disminución de las disparidades (en un país de por sí
es inexplicablemente pobre,… aunque todavía algunos
piensen “que Dios es argentino”), forma parte importante
de la agenda (y no se limita a la mentada
“re-distribución del ingreso”).
El país no espera menos que esto: que nos olvidemos de
los “ismos”,… que nos insertemos en el mundo real, que
nos organicemos como una sociedad cohesionada, que
trabajemos denodadamente por los beneficios que de
manera inteligente sepamos conseguir y que los mismos
alcancen a todos sin abismales e incomprensibles
diferencias.
Y la salud en la Argentina para plantear verdaderamente
estar en la agenda de gobierno necesita “subir el
discurso”, porque la resolución de sus problemas de
fondo, “son políticos”.
La pobreza y nuestros resultados en salud van de la
mano. Y los dos problemas -que en gran medida se
superponen- son inaceptables.
Encontrar el “como” ya es preocupación de muchos.
Según la mitología griega Eneas funda Roma a orillas del
Tiber, cuando la Sibila -una adivina que vivía en una
cueva que conducía a los infiernos- le muestra una
visión del futuro y le augura que la ciudad de Roma será
cuna de grandes héroes y centro de un gran imperio.
Eneas no supo de la gloria que acompañó a sus
descendientes mucho tiempo.
La profecía fue realidad durante varios siglos.
¿Necesitaremos a la Sibila para que nos alumbre en el
camino a recorrer? Ya que desde hace muchos años en
nuestro sistema de salud sólo hacemos retoques y
anuncios cosméticos.
1 Fuente: IDESA (Agosto de 2009) N° 299
2 Fuente: IDESA (Agosto de 2009) N° 299.
|