|
Los costos en tiempos de crisis suelen caer
especialmente sobre las espaldas de los que menos
recursos tienen. El año pasado, el estallido de los
mercados financieros no fue la excepción. En ese
contexto, se comprende la idea del Presidente de los
Estados Unidos Barack Obama, de reformar el sistema de
salud de su país, y nos retrotrae a los intentos que, en
el mismo sentido, hiciera Franklin Roosevelt en los 30.
Por supuesto, las trabas de aquel tiempo comparten
líneas ideológicas con las que actualmente debe afrontar
la gestión demócrata en Washington.
El New Deal, Nuevo Trato, Nuevo Reparto de Cartas, como
se traduciría al español fue un conjunto de medidas
económicas puestas en marcha por Roosevelt entre 1933 y
1937, para actuar de forma enérgica sobre las causas de
la grave crisis de 1929. Esta nueva política económica
se fundaba en el intervencionismo estatal. Y una de las
áreas sobre las que se pretendía intervenir era la de la
seguridad social.
La comisión designada por Roosevelt a tal efecto
concluyó: “Estados Unidos tiene los recursos económicos,
la capacidad organizadora y la experiencia técnica para
resolver este problema.” Pero las presiones de las
corporaciones médicas y del establishment obligaron al
presidente a reducir su proyecto a la entrega de una
subvención federal correspondiente a los gastos de salud
de las familias más pobres y a la autorización de
considerar los gastos de seguros privados como
fiscalmente deducibles.
En 1937, la AMA (Asociación Médica Americana), impulsó
el desarrollo del seguro privado y así surgieron Blue
Cross para los gastos hospitalarios y la Blue Shield
para los honorarios médicos. El proyecto Wagner-Murray
de desarrollar un sistema de seguridad social fue
denunciado por aquellos tiempos como “el primer paso
hacia un sistema totalitario de tipo soviético cuyos
médicos serían los vigilantes y los esclavos” y fue
rechazado por el Congreso.
Recién en 1965, otra administración demócrata, comandada
por Lyndon B. Johnson, crea dos programas de seguro
público de salud:
• el Medicaid para persones pobres.
• el Medicare para los mayores de 65 años.
Hoy, ambos programas son subvencionados por el Estado,
de hecho, un asegurador enmascarado.
Mientras tanto, la realidad muestra las limitaciones del
seguro privado ante la pobreza y la desigualdad social.
Ese panorama lleva a detectar el mal a conjurar: la
sinergia negativa que conllevan enfermedad y pobreza,
sin por eso obviar la necesidad de corrección de las
distorsiones que el accionar vigente posee.
Llegados a este punto, es interesante señalar un dato.
No es que Estados Unidos gaste poco en salud, sino que
gasta mal. Estamos hablando de un país en que el gasto
total de salud es de los más altos en el mundo: entre lo
que destina el sector público y el privado, supera los
dos billones de dólares anuales, y aun así tiene 48
millones de ciudadanos sin cobertura. Para estas
personas, una consulta médica de rutina puede costar 100
dólares, pedir una ambulancia 500 dólares y dos días de
internación pueden significar cerca de 10 mil dólares. Y
para quienes son despedidos de sus trabajos, esa pérdida
conlleva casi siempre perder el seguro médico privado.
La crisis desatada el año pasado, pero con pleno impacto
en el corriente, es, según el economista y Premio Nobel
Paul Krugman, “la más grave desde la Gran Depresión” de
los 30. Esto llevó a que Obama estime que tres son las
áreas críticas y por lo tanto prioritarias para el
sostenimiento y la prosperidad de su país: energía,
educación y salud. Y agregó el presidente de EE.UU.:
“Somos la única democracia del mundo que no garantiza la
cobertura médica universal a sus ciudadanos.”
Obama recordó que hace casi un siglo, otro presidente
estadounidense, Teodoro Roosevelt, propuso una reforma
del sistema de salud y que desde entonces casi todos los
jefes de Estado y congresos han enfrentado ese desafío
de una manera u otra. De ahí que, según el actual primer
mandatario “ha llegado el momento de aprobar la reforma
sanitaria”. Pero la oposición republicana ha acusado a
Obama de querer “socializar” la medicina, cuando su
manifiesta estrategia es competir con los caros seguros
de salud privado mediante una oferta estatal.
¿El debate es fundamentalmente ideológico? ¿Solamente
está en juego bloquear la llamada “opción pública”? ¿O
en realidad se pretende mantener la oscuridad de un
sistema, en particular en relación a sus costos
desmesurados, que encubren despilfarro e ineficiencia?
Un ejemplo de ello es la excesiva cantidad de estudios a
los que frecuentemente son sometidos los pacientes, al
no tener un expediente médico centralizado y
computarizado.
Entre los opositores más fuertes a la reforma,
obviamente están organizaciones como Blue Cross y Blue
Shield, los dos seguros privados, que, ya en los
comienzos de la polémica, invirtieron 10 millones de
dólares para bloquear la transformación del campo
sanitario. Dentro del mismo lobby, por su parte, la
phRMA, que es la asociación farmacéutica más poderosa
del país, invirtió más de 6 millones de dólares con el
mismo fin, y la AMA aportó 4 millones.
Esas presiones contrastan con el hecho de que casi 48
millones de estadounidenses, incluyendo 9 millones de
niños, no tienen seguro. Y está reconocido que los
costos de los cuidados médicos crecen a un ritmo
descontrolado: las primas del seguro médico se han
incrementado 4 veces más rápido que los salarios durante
los últimos 6 años.
Ese cuadro de situación llevó a Obama a proponer la
creación de un sistema mixto estatal y privado, como así
también reemplazar el régimen desregulado vigente. Se
trata, de crear un seguro administrado por el gobierno
que compita con las aseguradoras privadas con primas
justas y estables que no dependan del estado de salud
del adherente. Para ello propone bajar los costos a
través de una inversión en informatización para la salud
que alcanzaría una inversión de 10.000 millones de
dólares anuales durante los siguientes cinco años.
Desde el sur del continente, Ricardo Lagos, ex
presidente de Chile, afirmó que los cambios de Obama no
son cosméticos, ya que son una alternativa para resolver
la condición sanitaria que actualmente padecen
muchísimos estadounidenses. Queda por ver cómo se
desarrolla el juego de fuerzas entre distintos actores,
y si el poderoso lobby proseguro privado se sale con la
suya una vez más. Por lo pronto, la reforma fue aprobada
por la Cámara de Diputados, en una votación muy reñida.
En el futuro se avecinan batallas político-comerciales
igual o más duras.
¿Y en la Argentina? Aquí la eliminación de la exclusión
social y la indigencia constituyen el desafío
prioritario. Lo que está en juego es nada menos que la
vida de la población presente y futura. La salud es
condición indispensable de la dignidad humana, y una
herramienta imprescindible para el desarrollo general
del país, pero se vuelve insuficiente si no se la apoya
con una fuerte decisión política.
Hoy, cuando escuchamos al cardenal Jorge Bergoglio
reclamar “superar la deuda social y generar las
condiciones que aseguren un desarrollo integral para
todos”, no podemos dejar de hacer referencia al papa
León XIII en su encíclica “Rerum Novarum” (1881) en la
que pedía a los Estados que proveyeran “de un modo
especial a que en ninguna circunstancia el obrero
careciera de trabajo y que estos Estados tuvieran un
fondo de reserva destinado no sólo a los accidentes
repentinos y fortuitos inseparables del trabajo
industrial, sino también destinado a la enfermedad, la
vejez y los azares de la mala fortuna”. Ese texto es una
indicación a esos Estados para que a la vez cumplan con
un rol como organizadores del mercado y sean
aseguradores frente a las consecuencias negativas de ese
mismo mercado.
Los grandes problemas morales, políticos, y económicos
no están desvinculados entre sí. Sabemos que es un
camino plagado de incertidumbres y acechanzas. Evaluar
la realidad para transformarla obliga a los argentinos a
mirarnos en el más doloroso de los espejos y aceptar la
tarea ineludible de actuar ante la adversidad hasta
revertirla.
|
Ignacio Katz, Doctor en Medicina
(UBA), Autor de: “En búsqueda de
la Salud Perdida” (EDULP, 2006).
“Argentina Hospital, El rostro
oscuro de la salud” (Edhasa,
2004). “La Fórmula Sanitaria” (Eudeba,
2003). |
|
|
|